Danilo Sánchez Lihón
1. Arcos
de flores
Hoy,
como el día de ayer 15 de julio, y hasta la segunda procesión de la fiesta, y
que se llama la Octava del Apóstol y que se celebra el 1 de agosto, escucharemos
desde el amanecer el reventar de los cohetes en el cielo de Santiago de Chuco.
Se
lanzan desde alguna calle o esquina de cualquiera de los cuatro barrios en que
se extiende nuestro pueblo.
Primero
se elevan con un chasquido silbante y en un haz de luces en forma de espiga,
hacia la esfera del cielo límpido y azulino. Y allí estallan, primero creando
una voluta de gasa y algodones, para luego oír su retumbo que repiten en eco
los peñascos y colinas.
Son
por encargo del novenante de hoy día, al frente de cuya casa se está armando un
altar en forma de avión, de barco o de sputnik, mientras en las calles se ponen
de pie arcos de flores, a cuál de ellos más precioso. Bajo ellos pasará la
procesión del inter del Apóstol.
2. Bosque
lejano
Los
cohetes ya anuncian la fiesta del Patrón Santiago cuyos talones pisamos como si
pisáramos alfombras de flores.
Detrás
de los cohetes, y atravesando los aleros vetustos de las casas, llegan a
jirones y retazos los sones de la banda de músicos, extasiada y desgarrante.
Llega
traspasando el follaje del árbol que se erige y que se levanta abiertos sus
brazos desde el huerto cuando el sol de julio relumbra y dora los campos
fragantes.
¡Y las
hierbas silvestres que crecen sobre las paredes de los corrales!
Como
también llegan los sones metálicos de las cornetas que algunos integrantes de
la banda de guerra de las escuelas ensayan para el desfile del 28 de julio,
desde un bosque lejano.
3. El
mar
del tiempo
En las libretas de mi padre, que
guardo desde que él murió y que son la herencia más preciada que atesoro,
encuentro como un rubro infaltable de su
erogación de cada mes a la mayordomía, y que figura infaltable en su
presupuesto:
“Una docena de
avellanas para la mayordomía, ahorradas cada mes, para la fiesta del Patrón
Santiago...1.50”,
Un sol cincuenta, ahorrados cada
mes después de cada julio para llegar hasta el otro julio siguiente. ¿No es
conmovedor? ¿No es hincarse de rodillas en algo muy secreto e íntimo?
Y así como estos cohetes, ahora
llega el retumbar de otros, cuyo mensaje entrañable se hace una filigrana en
los pilares y aleros del corredor donde rompe sus olas el mar del tiempo.
4. También
el llorar
Y es que los cohetes entusiasman
a grandes y pequeños.
Desentumecen a los ancianos
entristecidos y que yacen ya inertes en sus tarimas, e inspiran promesas,
juramentos y hondos quereres.
Su estampido convoca, reúne,
estremece a cada uno de los pobladores.
Dejan su humo blanco en el añil
del cielo que luego se esfuma no como una ilusión perdida sino como una fe que
nunca termina.
A su eco responde las peñas de Huacapongo y
las colinas que nos rodean.
Los escuchamos y se proyecta
nuestro pensamiento. Y dentro de su sonido hueco reconocemos el júbilo.
Aquel que concentra también el
llorar y el gemir por las cosas buenas, como el prometerse y anhelar; y el
jurarnos dejar la vida en lo que emprendamos siempre.
5. Y nosotros
aquí
– Pero, ¿qué ha espantado a las
gallinas que han salido corriendo y están cacareando?
– ¡Los cohetes que están
reventando desde el alba!
– Por qué, ¿qué día es hoy?
– ¿Hoy? Ya es quince.
– ¡Dios Santo! ¿Quince de julio?
– ¡Ya es quince! ¡Dios bendito!
– ¿Ya estamos otra vez en la
fiesta? ¡Y nosotros aquí sin darnos cuenta!
– ¡Si no fuera por el cohete ya ni
supiéramos!
– Pero, ¡alístate mujer para ir
a la misa! Hoy entonces empiezan las novenas.
6. La flor
morada
– ¡Por eso es que estaban
reventando los cohetes desde la madrugada!
– ¡Porque hoy empieza la fiesta
en devoción a nuestro Santo Patrón!
Ello nos indica que el tiempo
vuela, que el año pasa, que la historia transcurre.
Ello nos hace presente que las
hojas del calendario no las arranca el viento sino el tiempo que acontece que
tiene alas y vuela.
Nos indica que debemos ponernos la
camisa buena, los zapatos nuevos, y el vestido o el traje de fiesta.
Y mojar nuestros cabellos con el
agua cristalina del arroyuelo.
Y salir caminando a recorrer las
calles empedradas “Del Comercio”. A mirar la fiesta que es hechizo del alma.
7. El final
de las calles
Por donde ya se han instalado
los toldos de los mercachifles, de los vendedores de madejas, de sombreros, de
canastas, de añilinas y de pasamanería.
Para regocijar nuestros ojos
contemplando las novedades que se exhiben en cada tienda.
Complaciéndonos en ver alguna
mojiganga y arrobándonos con la visión de la flor morada y blanca de los niños.
De la flor del alelí prendida en
el cabello de alguna muchacha casadera. ¡Porque de eso está hecha la vida!
Y hacia
lo alto de los balcones translúcidos la mariposa del tiempo y el señuelo de una
vida mejor.
Y hacia
el final de las calles las colinas sembradas de flores bajo el sol de la eterna
alborada.
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