Construcción y forja de la utopía andinaABRIL, MES DE LA PALABRA,LA CREATIVIDAD LITERARIA EINMORTALIDAD DE CÉSAR VALLEJOCAPULÍ ESPODER CHUCO
SANTIAGO DE CHUCOCAPITAL DE LA POESÍAY LA CONCIENCIA SOCIAL
*****29 DE ABRIL
DÍADELA DANZA
FOLIOSDE LAUTOPÍA
ALACONALA
Danilo Sánchez Lihón1. Un airesecretamente altivoLos maestros integrantes de la orquesta de cuerdas empiezan a llegar a la sala de la casa cuando soy llamado por mi padre para tocar la batería.Los instrumentos hace días que se afinan y los ensayos se han hecho continuos para una velada literario-musical, organizada por los planteles educativos de la capital de la provincia.– Esta noche viene al ensayo el hacendado de Tulpo. –Informa mi padre.Hemos interpretado ya algunas piezas cuando llega un señor alto y jovial, de ademanes desenvueltos, de barba y bigotes castaños, de hablar fuerte y risueño.Saluda a mi padre con cariño y a todos los integrantes de la orquesta les tiende la mano, poniendo sobre la mesa una botella de pisco "del bueno", "para abrigarnos", dice con una amplia sonrisa.Junto a él han ingresado dos niñas, casi ya señoritas, que permanecen de pie y a quienes yo nunca he visto antes. Tienen un aire secretamente altivo, de rasgos hermosos por la firmeza de sus gestos y lo profundo de sus ojos.2. Crepitaciónde latidosMientras el hacendado ya en su asiento ríe y sirve, alargando sus rodillas y estirando sus brazos, expresa:– Estas son mis hijas, don Pascual Danilo. Veremos si acompasan bien en la danza.Tienen ambas un gran parecido, pero la mayor posee una belleza acaramelada, ojos vivaces y rasgos muy definidos. La menor de grandes ojos negros, de color capulí en su rostro y de un brillo tornasolado.Después de los brindis, mi padre dirigiendo una mirada a la orquesta indica:– Vírgenes del sol.Marcando el compás con un leve movimiento de cabeza y hundiendo luego su brazo para levantar el arco del violín, da la orden de empezar.Unos bordones profundos de guitarra, de mandolinas y violines resuenen en la sala. Yo, con el bombo, sigo los acordes del fox incaico que, como una crepitación de latidos, desciende hasta los abismos y luego se eleva hasta los picachos más empinados de la cordillera del alma que cada uno tiene adentro.3. Notas que yo jamáshabía escuchadoLas dos muchachas miran a su padre quien les hace un gesto y salen hacia adelante, haciendo primero una honda inflexión y luego siguiendo la danza con un compás libre y ungido a la vez.Avanzan con una actitud agraciada y ceremonial; con una faja de arco iris que cogen con una mano y, en la otra, un pañuelo que agitan en el aire.Ambas tienen faldas negras con flecos de colores, cosidos a los bordes. Sus pantorrillas, al hacer los giros, se ven límpidas y perfectas.Es tan hermoso el ritual, los pasos, los movimientos de sus brazos y el revuelo de sus faldas, que su padre las mira orgulloso.Y alzando su vaso en silencio brinda con los músicos que sin dejar de tocar siguen la escena.Todos están sorprendidos, fascinados, arrancando de sus instrumentos notas que antes yo jamás había escuchado.A mi padre muy pocos hechos y asuntos llegan a satisfacerle plenamente. Pero cuando algo verdaderamente le conmueve, abstrae su mirada hacia el cielo raso de la sala, sin dejar de tocar y sin decir una sola palabra, sume su rostro en algo muy dulce.4. Se afinanlas mandolinasEn esto yo le conozco bien. Cuando algo le hace gozar muy en lo recóndito de su alma: se le acentúa un haz de arruguitas en torno a las sienes, que es para mí su sonrisa íntima, señal de que ocurre algo extraordinario dentro de él.En dichos momentos la mirada se le va a las nubes, como si estuviese en un espacio y en un tiempo inalcanzables.Esta vez cuando termina la pieza hay un silencio de arrobamiento.– Bailan precioso las niñas. –Se atreve a decir don Panchito Miñano, rompiendo el encantamiento.– Nunca había sentido tan bella esta danza. –Acota, con la miel en sus ojos, y visiblemente entusiasmado, don Luchito Donet, que abraza a su mandolina.Mientras los maestros se sirven una copa, y afinan otra vez sus mandolinas y guitarras, las dos hermanas han tomado asiento con los rostros arrebolados y siempre con el embrujo de sus ojos de ensueño mirando a lo alto.Es hermosa la altivez de ambas, como vicuñas que erguidas otean el horizonte desde las cumbres intactas e inmarcesibles.5. Sobrelos abismos– Ahora, ¡La pampa y la puna! –Dice con énfasis mi padre. Y noto en su voz una inusitada agitación, rara dentro de su talante tranquilo y severo. ¡Tan inusitado es en él que deje trasparentar una emoción!Nuevamente los instrumentos arremeten con fuerza, pero esta vez con una cadencia y profundidad que oprime el pecho. Desde la batería yo comprendo que todos somos arrollados por las aguas de un río turbulento y recóndito, por un destino solemne e inextricable.Otra vez las hermanas avanzan al centro, bailando con un compás de mujeres que afrontan su designio; enlazándose y separándose sin perder el ritmo acompasado de sus pisadas.Ya envolviendo la faja en sus cinturas, ya colgándola levemente en el extremo de sus hombros, ya juntando con ella sus caderas y dando ágiles vueltas, como si sortearan peligrosos remolinos.Son dos flores, o dos espigas, o dos lunas, o dos estrellas de colores primorosos pendiendo sobre los abismos.– ¡Maravilloso! –musita esta vez don Julio Geldres, distendiendo su gesto adusto y retraído de siempre, y a quien hasta ahora nunca lo había oído decir "esta boca es mía".6. Locoy hechizado– ¡Viva el Perú, carajo! –Se exalta con toda justeza el hacendado–. ¡Es grandioso nuestro pueblo! ¡Es único! –Y es a mí a quien voltea a decirme convencido.A mi padre se le han puesto los ojos como unos manantiales. Cuando para la música, al recibir su copa, la levanta verticalmente y vacía el licor directo a su garganta haciendo un ruido áspero y pleno de satisfacción y de alegría.Nunca lo había visto hacer eso. Pasa el puño por los labios mientras ordena:– India bella.Trinan las mandolinas. Se hacen elevaciones y descensos en los diapasones de las guitarras. Los dedos vibran en las cuerdas de los violines, ¡y yo enardecido atrueno en el redoblante y en los platillos!Me he puesto de pie para golpear mejor el pedal del bombo, y tamborilear hasta con los dedos de mis manos en el redoblante. Golpeo la madera de los aros de la tarola con las baquetas y en los tambores de cuero hasta con los codos.Y con el envés de las baquetas hago volar los platillos, extrayendo sonidos de clarines y en otros momentos vagidos susurrantes. Definitivamente me siento loco de dicha y hechizado.7. Mirar tan hondoa la vidaLa faja que ahora ellas levantan en el aire es de mil colores. Y las hermanas la cogen en lo alto, con las dos manos. Se empinan alzándola más arriba de sus cabezas. Ora dan saltos en fuga, ora son lentos y maternales; a ratos con la cabeza erguida, a ratos profundamente inclinadas hacia el suelo como si adoraran, perfilándose sus senos incipientes y sus vientres.¿De qué oquedades aflora esa gracia y ese genio bravío? ¿Cómo es posible que surja repentina tanta belleza absolutamente perfecta?He podido mirar en este momento tan hondo a la vida, sentir su pulso y su talle. Y estos rostros de almendra, como frutos supremos de nuestros valles, de nuestras campiñas y de nuestras peñas, ¿cómo es que han brotado?¡Y al fondo, detrás, al infinito, el cielo que vuelve a crearse en una conflagración de ventarrones, truenos y arcos iris!– ¿Este chico es su hijo, don Pascual? ¡Qué bien marca el compás y hace maravillas con la batería! ¡Es de oro puro, oiga usted!8. Sus latidoscon mis latidosEso dice el hacendado con un talante cordial y transparente, mirándome orgulloso.Es en ese instante que siento como un fulminante esos ojos negros y lentos de la hija menor, que atraviesan mi pobre corazón totalmente inerme.Desprevenido e ignorante yo de que pudiera haber relámpagos más intensos y enceguecedores que los que caen en las tempestades de febrero y de marzo. Ingenuo y pobre de mí de no saber que hay cuchillos que tasajean el alma más hondos e hirientes y que matan dejándonos vivos, aunque cayendo dulcemente a un abismo.– ¡El cóndor pasa! ¡El cóndor pasa!Clama literalmente, esta vez obsesionado, mi padre.Todos los instrumentos juntos se elevan como un viento huracanado, y ellas entonces sólo son alas y pañuelos en el firmamento, más allá de las paredes estremecidas de la sala de mi casa y más allá de la noche y del cielo infinito.He podido morir en ese vendaval, porque se pierde la tierra bajo mis pies. Todo se vuelve eternidad y el instante se convierte en una torcaza envuelta en miles de colores, que baila rozando sus alas con mis alas, sus latidos fundiéndose con mis latidos, su destino con mi destino, en el espacio sideral y bajo un relámpago crucial que no acaba.9. Bajola bóveda sideralCuando termina la música estamos exhaustos. Un silencio imponente nos embarga, pasmado más aún por el estallido de los instrumentos que han cesado tajantes.Solo los rostros de las hermanas permanecen fulgurantes y diáfanos.Y los ojos de la menor detenidos para siempre dentro de mis ojos, como si hubiera un misterio que me perteneciera desde el principio y el final del tiempo y del universo.Los maestros tienen aún la mirada arrobada y húmeda de emoción cuando alzando nuevamente las copas el hacendado dice gravemente:– ¡Brindemos!... ¡Por el Perú!– ¡Por el Perú eterno! –Dicen todos a una voz.Terminados los saludos de despedida, el padre y sus hijas, que se echan unos pañolones a sus hombros, salen al frío y a la oscuridad de la calle empedrada bajo la bóveda sideral maravillosamente tachonada de estrellas y luceros.*****
29 DE ABRIL
DÍA DE LA DANZA
SUS LATIDOS
EN
MIS LATIDOS
Danilo Sánchez Lihón
1. Peligrosos
remolinos
– Ahora, ¡La pampa y la puna!
Dice con énfasis mi padre. Y noto en su voz una inusitada agitación, rara dentro de su talante tranquilo y severo. ¡Tan inusitado es en él que deje trasparentar una emoción!
Nuevamente los instrumentos arremeten con fuerza, pero esta vez con una cadencia y profundidad que oprime el pecho. Desde la batería yo comprendo que todos somos arrollados por las aguas de un río turbulento y recóndito, por un destino solemne e inextricable.
Otra vez las hermanas avanzan al centro, bailando con un compás de mujeres que afrontan su designio; enlazándose y separándose sin perder el ritmo acompasado de sus pisadas.
Ya envolviendo la faja en sus cinturas, ya colgándola levemente en el extremo de sus hombros, ya juntando con ella sus caderas y dando ágiles vueltas, como si sortearan peligrosos remolinos.
2. Claros
manantiales
Son dos flores, o dos espigas, o dos lunas, o dos estrellas de colores primorosos pendiendo sobre los abismos.
– ¡Maravilloso! –musita esta vez don Julio Geldres, distendiendo su gesto adusto y retraído de siempre, y a quien hasta ahora nunca lo había oído decir "esta boca es mía".
– ¡Viva el Perú, carajo! –Se exalta con toda justeza el hacendado–. ¡Es grandioso nuestro pueblo! ¡Es único!
Y es a mí a quien voltea a decirme convencido.
A mi padre se le han puesto los ojos como unos claros manantiales. Cuando para la música, al recibir su copa, la levanta verticalmente.
Y vacía el licor directo a su garganta haciendo un ruido áspero, pleno de satisfacción y de alegría.
3. Loco
y hechizado
Nunca lo había visto hacer eso. Pasa el puño por los labios mientras ordena:
– India bella.
Trinan las mandolinas. Se hacen elevaciones y descensos en los diapasones de las guitarras. Los dedos vibran en las cuerdas de los violines, ¡y yo enardecido atrueno en el redoblante y en los platillos!
Me he puesto de pie para golpear mejor el pedal del bombo, y tamborilear hasta con los dedos de mis manos en el redoblante. Golpeo la madera de los aros de la tarola con las baquetas y en los tambores de cuero hasta con los codos.
Y con el envés de las baquetas hago volar los platillos, extrayendo sonidos de clarines y en otros momentos vagidos susurrantes. Definitivamente me siento loco de dicha y hechizado.
4. Mirar tan hondo
a la vida
La faja que ahora ellas levantan en el aire es de mil colores. Y las hermanas la cogen en lo alto, con las dos manos.
Se empinan alzándola más arriba de sus cabezas. Ora dan saltos en fuga, ora son lentos y maternales; a ratos con la cabeza erguida.
A ratos profundamente inclinadas hacia el suelo como si adoraran, perfilándose sus senos incipientes y sus vientres.
¿De qué oquedades aflora esa gracia y ese genio bravío? ¿Cómo es posible que surja repentina tanta belleza absolutamente perfecta?
He podido mirar en este momento tan hondo a la vida, sentir su pulso y su talle. Y estos rostros de almendra, como frutos supremos de nuestros valles, de nuestras campiñas y de nuestras peñas, ¿cómo es que han brotado?
¡Y al fondo, detrás, al infinito, el cielo que vuelve a crearse en una conflagración de ventarrones, truenos y arcos iris!
5. Dejándonos
vivos
– ¿Este chico es su hijo, don Pascual? ¡Qué bien marca el compás y hace maravillas con la batería! ¡Es de oro puro, oiga usted!
Eso dice el hacendado con un talante cordial y transparente, mirándome orgulloso.
Es en ese instante que siento como un fulminante esos ojos negros y lentos de la hija menor, que atraviesan mi pobre corazón totalmente inerme.
Desprevenido e ignorante yo de que pudiera haber relámpagos más intensos y enceguecedores que los que caen en las tempestades de febrero y de marzo. Ingenuo y pobre de mí de no saber que hay cuchillos que tasajean el alma más hondos e hirientes y que matan dejándonos vivos, aunque cayendo dulcemente a un abismo.
– ¡El cóndor pasa! ¡El cóndor pasa!
Clama literalmente, esta vez obsesionado, mi padre.
6. Un silencio
imponente
Todos los instrumentos juntos se elevan como un viento huracanado, y ellas entonces sólo son alas y pañuelos en el firmamento, más allá de las paredes estremecidas de la sala de mi casa y más allá de la noche y del cielo infinito.
He podido morir en ese vendaval, porque se pierde la tierra bajo mis pies. Todo se vuelve eternidad y el instante se convierte en una torcaza envuelta en miles de colores.
Y que baila rozando sus alas con mis alas, sus latidos fundiéndose con mis latidos, su destino con mi destino, en el espacio sideral y bajo un relámpago crucial que no acaba.
Cuando termina la música estamos exhaustos.
Un silencio imponente nos embarga, pasmado más aún por el estallido de los instrumentos que han cesado tajantes.
7. Bajo
la bóveda sideral
Solo los rostros de las dos hermanas permanecen fulgurantes y diáfanos.
Y los ojos de la menor detenidos para siempre dentro de mis ojos, como si hubiera un misterio que me perteneciera desde el principio y el final del tiempo y del universo.
Los maestros tienen aún la mirada arrobada y húmeda de emoción cuando alzando nuevamente las copas el hacendado dice gravemente:
– ¡Brindemos!... ¡Por el Perú!
– ¡Por el Perú eterno! –Dicen todos a una voz.
Terminados los saludos de despedida, el padre y sus hijas, que se echan unos pañolones a sus hombros, salen al frío y a la oscuridad de la calle empedrada bajo la bóveda sideral maravillosamente tachonada de estrellas y luceros.
Los textos anteriores pueden ser
reproducidos, publicados y difundidos
citando autor y fuente
dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com
Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar a:
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Editorial Papel de Viento: papeldevientoeditores@hotmail.com
Editorial Bruño, Perú: ventas@brunoeditorial.com.pe
Ediciones Capulí: capulivallejoysutierra@gmail.com
Ediciones Altazor: edicionesaltazo@yahoo.es
*****
DIRECCIÓN EN FACEBOOK
HACER CLIC AQUÍ:
https://www.facebook.com/capulivallejo
*****
Teléfonos:
393-5196 / 99773-9575
Si no desea seguir recibiendo estos envíos
le rogamos, por favor, hacérnoslo saber.