10 DE ABRIL
HOY ES VIERNES SANTO
HOY SALE
EL
CARGAPALO
Danilo Sánchez Lihón
Dios mío,
y esta noche sorda,
obscura.
César Vallejo
1. Haciendo
una cruz
Es
noche oscura y lluviosa. Y ya cerca de la madrugada recién pasa lenta,
doliente y gemebunda la procesión del Viernes Santo por la esquina del
Chorro de Pichi Paccha. El anda es una urna iluminada de fluorescentes
de luz alba en cuyo interior el cuerpo de Cristo apenas cubierto por una
estola luce sus heridas sangrantes en un cuerpo que tiene la palidez de
la muerte.
En
el cortejo que va detrás del anda del Señor Yacente primero van los
penitentes que cumplen penas de diez, quince y veinte años de castigo. A
su lado y cubiertas el rostro para que no las reconozcan, hay una que
otra mujer, madre, hermana o esposa, que van como acompañantes, y que
los siguen. Y lloran como si ellos ya estuvieran muertos.
La
penitencia consiste en flagelarse en Semana Santa, hincándose en las
esquinas y azotándose las espaldas desnudas con un rosario hecho de
bolas de cera atravesadas de tachuelas puntiagudas que desgarran la
carne como si la mordieran, y esto cada viernes de todos los meses del
año a las doce de la noche, en plenas tinieblas, corriendo de extremo a
extremo del pueblo y haciendo una cruz.
2. Amarrados
a cadenas
En
este recorrido bajan luego a azotarse en las puertas del cementerio que
se alza sobre una colina estremecida. Llegan hasta allí sea a oscuras o
alumbrados por la luz de los luceros, o la luna.
¡Hecho
que para quienes vivimos aquí resulta tremendo y nos llena de espanto!;
ya que pudieran levantarse los muertos, ¡o bastaría que desde dentro
gangosearan o nos hicieran una mueca!
Luego vienen los penitentes que purgan condenas de 25 a 50 años, que hacen lo mismo, pero amarrados a cadenas y grilletes.
Al
pasar yendo detrás del anda del Señor en la procesión del Viernes Santo
se arrodillan en donde sea y entonan "La Magnífica", que es una oración
fúnebre de tono estremecedor y lastimero. Y se golpean el cuerpo con
saña, como si se odiaran y quisieran quitarse la vida.
Un
tanto más atrás van los que ya nadie acompaña, llamados también
"penitentes de la otra vida" o "eternos". En ellos su sufrimiento es
pagar mil años y un día de expiación. Es decir: "que no tienen perdón", y
cuya sentencia llevarán al otro mundo cuando mueran.
3. Día
inacabable
– Y, ¿por qué le dan un día más de condena y no redondean?
Le pregunto ingenuo y conmovido a mi primo Manuel, quien estudia para ser sacerdote.
–
Porque mil años lo pueden cumplir, pero un día nunca, porque en el
reino de Dios un día es inacabable, por eso también se los llama
“penitentes eternos”.
Estas
son las cuestiones que jamás entendí, ni entenderé por siempre. El de
que ¿¡n día es más largo que un año cuando de purgar una pena se trata!
Dilemas
estos que siempre conturbaron mi alma, e hirieron mi mente estas
medidas incomprensibles, atrabiliarias y en contra de toda lógica, razón
y justicia.
Que las cosas no sean claras y sencillas es grave, mucho más cuando de
calcular nuestra suerte, vida y destino, se trata. Mucho más cuando hay
dolor de por medio, y en el alma.
4. El bronco
sonido
Pero,
más lejos y más atrás, sangrante, y ya hecho un despojo, entre la vida y
la muerte, en el martirio más horrendo va un personaje para el cual ya
no hay nombre y simplemente se lo llama el "Cargapalo".
Arrastra
con sus últimas fuerzas por la calle desolada, un madero inmenso que la
suerte infinita favorable a él, y la bondad suprema del señor cura que
lo ha recompensado de este modo, le han permitido cargar este año y
redimir en algo la atrocidad de su culpa y su pecado.
¿Cuál es? Eso nunca se sabe.
Nada lo alumbra, nadie lo sigue, a todos repele y lo rehúyen.
La
gente incluso cierra sus puertas y ventanas para no oír el bronco
sonido de la madera que arrastra por las piedras, ya que hasta ese eco
puede resultar pernicioso.
– ¡Él es el excomulgado!
5. serán
y no serán
Si
en el intento por cargar el madero inmenso de la cruz lo encuentran sin
vida por una de las calles, su alma se fue al purgatorio, para nunca
salir de ese claustro.
Pero, aun así, sería un triunfo comparado a la criminalidad de su delito.
Si
llegó hasta la iglesia, salvó por encomendarse a algún santo; quien le
ayudó a cargar el grueso tronco; divinidad a la cual consagrará devoción
hasta que muera.
Eso sí, jamás entrará al cielo; su sitio a lo más será el limbo.
– ¿Y qué es el limbo, Manuel?
– Lo que no es ni infierno, ni cielo ni purgatorio.
– Pero, ¿qué es? ¿Existe?
–
Claro que existe. Pero es lo que no es, como una nube que está para
tapar el sol o producir la lluvia. Las almas que van a ese sitio, como
el limbo, serán y no serán.
6. Sólo
una vez
Si
sólo encuentran al otro día la cruz tirada en la calle –sin un guiñapo
de hombre aplastado bajo el madero– se necesitarán doce forzudos varones
para arrastrar otra vez el madero hasta la iglesia.
En ese caso, a nadie le caben dudas de que el arrepentido era el diablo disfrazado de apesadumbrado pecador.
Al
Cargapalo no se le puede ver de cerca porque el alma se condena. Ni
mirar de frente, porque se absorbe ese aliento malsano de que está hecha
su falta.
Sólo
quizás a la distancia de una cuadra, con riesgo a ser soplado con su
aire pernicioso, porque de él se derivan enfermedades, pestes,
desgracias y todo tipo de calamidades.
Sólo
una vez, padre, me permitiste verlo pasar, ya de lejos, ensangrentado.
Jalaba la cruz casi arrastrándose por el suelo. Y yo, aferrado a tu
pecho, te sentí temblar.
7. Yo viví
todo eso
Y, solo porque vieras que yo ya era fuerte, te pregunté:
– Y, ¿quién es, papá?
– Alguien que pena una falta muy grave.
– ¿Cómo cuál?
– Quizá dar muerte a un hermano. Quizá en un arrebato ofender a su madre, o a su padre.
Yo viví todo eso.
Quizá fue lo que hizo de mí un alma en pena.
Embrujado por los moscardones azulados del misterio.
Herido y aun así blandiendo una lanza y amparado en un escudo. Eso sí, lacerado para siempre.
Pero profundamente aferrado a mi tierra, a su gente y a su destino.
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