VÍCTOR RAÚL PLASENCIA CASTILLO
Ángel Gavidia
Anduvo con esa humildad proverbial y nunca le fatigaron los textos de los amigos poetas y escritores que llevaba al hombro para divulgarlos. Rara vez mostraba alguno de su cosecha. Rara vez. Llevaba también un conocimiento del Culle ancestral, y a “Isla Blanca” en su corazón. Y, claro, su intensa vocación de maestro inquieto y noble, también, con él, a cuestas.
Recuerdo que una vez le hablé del rio Piscochaca. Ah, me dijo, qué interesante, puente de pájaros: pishgo, pájaro, chaca, puente. Qué poético, me supo desde entonces, el nombre de ese río. Piscochaca. Y qué sensación de soledad, ahora, cuando miro que andaré con los nombres de mis lugares amados, sin nadie que, como un joyero amable, los mire, los pese, los tase.
También andaba construyendo un partido político. Quiso convencerme formara parte de él. Yo andaba en otra cosa. Pero debí escucharlo con más atención. Quizás sugerirle algo. Aportar en su lucha quijotesca. Pero no le di la importancia que debía.
Me queda un enorme sentimiento de culpa. Debí conversar más con él. Emborracharme más frecuentemente con café. Gastar la vida más noblemente compartiéndola con Víctor Raúl. La pandemia nos permitió solo intercambiar algunos chats. Y nada más. Te extrañaré amigo. Si sobrevivimos a esta, te echaré mucho, muchísimo, de menos. Me harás una falta sin fondo como le decía Vallejo a su hermano Miguel.
Trujillo, 14 de abril del 2021