Danilo Sánchez Lihón
Hay que reivindicar el valor
de la palabra
poderosa herramienta para
cambiar el mundo.
Golding
1. Ese
bien
Partamos
planteando una prueba de valor superior y hasta supremo. Dicho desafío
es tratar de encontrar lo más valioso y atesorable, lo más
extraordinario y soberano que se pueda encontrar en la vida y en la
vastedad del universo.
¿Qué
es aquello que justifica nuestra existencia desde siempre y para
siempre? Intentemos pensar acerca de eso ahora. ¡Y alcanzarlo! Si no
está aquí dejemos este local y vayamos al lugar que nos parezca más
próximo y propicio desde donde aspirar a aquel bien apreciado, anhelado y
máximo.
Y
clamemos, roguemos, imploremos que aquello que tanto valoramos nos sea
concedido. Y hagámosle todo el honor con nuestro esfuerzo por
conseguirlo
Si
no lo logramos por lo menos nos quedará la satisfacción de haberlo
avizorado y convocado con nuestro clamor y nuestro pulso comprometido,
reclamando y luchado por obtenerlo.
Y
de haberle tendido nuestros brazos tratando de asirlo. Y arrojando todo
nuestro cuerpo con tal de unirnos a ese bien culminante y sumo.
2. Cada
día
¿Pero
qué es ese don y joya preciosa? ¿Cuál es ese diamante invalorable? ¿Y
el cual si no lo alcanzamos y tener con nosotros nuestra vida habría
fracasado para siempre?
Ese
bien eminente e indiviso es la palabra cargada y plena de sentido. ¡Esa
es la merced, gracia y ofrenda absoluta! ¡La palabra henchida del mayor
significado posible! Una palabra que lo resuman y contengan todo, o lo
más adorable y legítimo.
Se
grafica en el nombre de una amada, de un ser querido, de un ideal a
concretar, como en el de una utopía. El vocablo dentro del cual
encerramos y tenemos pendiente incluso nuestra felicidad y hasta nuestra
vida misma, como puede ser el nombre del país en que hemos nacido y la
tierra que amamos.
Puede
ser el nombre de una escuela filosófica, literaria o artística, puede
ser un lema de un ideal político. Puede ser el nombre de una profesión,
que sintetice un desempeño en nuestra existencia.
Un
lugar dónde vivir, una promesa a cumplir, o un ideal por alcanzar. Una
deidad. Dios mismo como vocablo, clave y signo que enunciamos. Como
síntesis, consuelo y amparo en nuestro sentir.
Un
tiempo hermoso signado por valores y en el cual anhelamos habitar. O la
casa y el hogar verdadero que intentamos cada día y cada uno de
nosotros de construir cada día.
3. Seguir
las huellas
Pero necesitamos enamorarnos de las palabras, del lenguaje, de la poesía y la literatura para cumplir nuestros sueños
Porque
en la medida en que somos invitados y visitantes asiduos del enigma de
las palabras que convocan nuestros anhelos más profundos, es que esos
mundos posibles alcanzarán a realizarse.
Porque
las palabras son un amor probado en el ara de todos los fuegos y
sacrificios. Es un peregrinar por los caminos, es un deambular por
cielos, infiernos y purgatorios asomándonos a todos los abismos.
Es
el habernos enamorado de los vocablos y sus configuraciones, de sus
resonancias y matices. Es un desvelo que no se acaba con la vida.
Es
seguir las huellas de nuestros pasos en el trajín de todo lo que nos
aproximan a las estrellas. Porque las palabras son amantes inagotables,
leales e infalibles.
Las palabras son núbiles, temblorosas, púdicas. Son amantes que se ofrecen a la vera de un ancho río cuál es el lenguaje.
4. De un infinito
a otro
Uno
se hace justo y digno solo cuando usa bien las palabras. Uno alcanza a
ser honrado cuando les otorga honestidad a sus palabras. Y esa es la
medida de la estatura de un hombre. Y de nuestra dignidad que es el
honor de nuestras palabras.
Las palabras forman y estructuran una música propia. Tienen ritmo, melodía y tiempo del descanso y del reposo.
Porque
somos música en nuestros huesos y en nuestros tejidos, y en todo el
orden de nuestras células y en el de las palabras estupefactas.
Somos
piezas musicales, cajas que resuenan y hasta sinfonías que se expanden.
Venimos desde tiempos inmemoriales con danza y compases que son la
brújula que nos guía.
De
lo contrario nos hubiéramos perdido en la noche infinita o en la luz
implacable del cosmos en donde nos guían las palabras como naves
pilotos.
Y no podríamos avanzar por la fragosidad de los senderos que van de un infinito a otro infinito si no fuera por las palabras.
Y
adonde llegamos entonados en un baile armónico con los parajes por los
cuales pasamos, y en donde a veces solemos quedarnos extasiados por
centurias o milenios. Y ese compás nos lo dan las palabras.
5. Donantes
de su sentido
Con las palabras se fundan universos nuevos, se establecen reinos y quimeras.
Se alcanza también libertad plena. Con una sola palabra yo puedo traspasar triunfante hacia la eternidad.
Así
me confinen, así me esposen y engrilleten. Basta tener las palabras en
mi boca para que nunca puedan encarcelarme, salvo que no reconozca ese
valor en las palabras ni en los sueños.
Porque
las palabras son mundos ignotos. Y que se inauguran a partir de las
visiones de mis ojos configurados por los verbos de mi lenguaje.
Por eso, debemos heredar unas palabras claves y fundamentales a nuestros hijos.
Dejar como legado un vocablo impoluto o un conjunto de ellos.
Que estén, además, llenos de encanto, pero fundamentalmente ahítos de verdad y de coraje.
Porque somos donantes de su sentido. Las palabras nos cautivan. Y nosotros cautivamos sus significados.
6. Al fondo
de cada una
Por
eso, alcanzar la libertad en nuestras palabras. ¡De eso se trata! Que
las palabras nos hagan libres, fuertes e indestructibles.
Que ellas tracen nuestros horizontes abiertos e infinitos. Que las palabras nos conduzcan por caminos pródigos.
Nos
produzcan ternuras, nos colmen de abrazos. Y ella sea la palabra
amorosa, la palabra piadosa, la palabra que defiende lo humano y la vida
temblorosa.
Las
palabras nos envuelven con sus flautas, laúdes, clarines y tambores.
Son como sirenas encantadas a las orillas de los mares asombrados.
Son unicornios asombrados y sonoros en bosques innombrables. Son arlequines y arquetipos.
Hallemos
nuestra libertad en las palabras, al fondo de cada una de ellas.
Enlazadas unas con otras que es como construimos mundos nuevos.
En la dimensión mágica y profunda de las palabras es que hacemos nuestro destino como individuos y como pueblos.
Y en el telón de los sueños que acrisolamos yendo tras ellos con nuestros pasos.
7. Vírgenes
y arrobadas
Con todo ello inauguramos reinos, ejercemos un poderío pleno sobre mundos concretos, reales y totales.
Fuera de esos mundos nada es cierto, nada es verdad. Solo el mundo de las palabras lo contiene y explica todo.
Las
palabras cuando las llamas vienen a ti. No es que solo tú vas a ellas.
Se adhieren, vuelan por el aire y son atraídas en razón de una identidad
con aquel misterio de que están impregnadas sus alas.
A mí se me adhirió por ejemplo la palabra alegría y en cambio pasó volando la palabra tristeza.
Hay
un destino de las palabras que somos los seres humanos que nos erigimos
como atalayas y pararrayos de palabras, las mismas que se quedan como
otras se van. Tú mueres y mueren tus palabras.
La
pasión por las palabras es fundamental enseñarla porque ellas son:
mundos secretos, jardines nuevos y antiguos, moradas que se ofrecen
inmarcesibles, vírgenes y arrobadas para quien quiere poseerlas y
existir en la eternidad del instante en donde ellas moran.