9 DE ABRIL
SIEMPRE VIVA AQUELLA FLOR
PIEDRA
CON
HOYO
Danilo Sánchez Lihón
"Y hay quien adora su huerta,
su terreno,
su gente, su caballo, su perro."
Luis Valle Goycochea
1. Que no se pierda
ni se muera
Infancia y tierra natal casi siempre con ámbitos que se dan intensamente fundidos, a tal punto que en mi caso ni siquiera sé distinguir lo uno de lo otro.
Pero, eso sí, siento que constituyen ejes fundamentales, o una sola piedra talar. Una piedra con hoyo como es el título de esta evocación. En mi caso es recordar mi casa en Santiago de Chuco donde nací, me crie, crecí y al cual regreso siempre, despierto o dormido.
Y respecto a lo cual, humildemente confesaré, que ruego en mis horas de congoja, tener tiempo y fuerzas suficientes para escribir de aquello que vi, oí, palpé, olí y supe, y que anhelo que no se pierda ni se muera al menos para mí.
Pero más escudriñar en aquello que no sé, que es un misterio y se quedó temblando en al aire. Aunque sé que probablemente no son hechos y presencias que no son significativas ni valiosas para los demás.
2. En mi evocación
prodigios
Así, yo atesoro en mis recuerdos los trastos, minucias y bagatelas de mi casa de infancia que muchos años estuvo cerrada.
Enseres ya devorados y hundidos por el tráfago de los años.
Chucherías, nonadas, cachivaches; pero para mí: quimeras, milagros y talismanes en mi nostalgia.
Que fueron tocados en mi niñez y que debieron ser sortilegios para haberse quedado vivos, durante tantos años en el fondo de mi alma atribulada.
Aunque útiles para la realidad, si se los mira bien: ¡zarandajas, fruslerías, niñadas! ¡Pero en mi evocación prodigios!
En realidad, ¡qué valen!, y menos para ti lector caritativo.
3. Rastrojos
o cañas
Así:
El soplador del fogón: un tubo de metal con un huequito al final, por donde a veces, después de un soplido –y al aspirar aire para seguir avivando el fuego– sorbía yo las cenizas que se atoraban en mi garganta ¡y tenía que probar el dulzor del árbol o la madera ya quemada y hecha carbón!
O la plancha de fierro que calentábamos, asentándola sobre una parrilla. Y que puesta en la ventana nos espolvoreaba en la cara sus chispas de luz.
La escalera de callapos amarrados con soguillas, de donde lanzábamos al viento aviones de papel, una pestaña amarrada a un cabello, anhelando que se cumpla un deseo, o burbujas hechas con espuma de jabón y sopladas con rastrojos o cañas de trigo.
4. Algún
clavo
El frasco de goma arábiga con la cual nos apelmazaban el cabello, y su olor a playas y mares encantados.
El peine desvelado en la repisa, cuyos dientes saben más que nadie de los sueños y utopías que alentaba nuestra pobre fantasía.
El cedazo de la abuela para cernir alverjas. O la máquina de moler café, una tabla con su tolva de lata y manivela.
Grata y afable, porque venía a la hora en que mi madre ofrecía lonche, y mi padre nos encargaba traer alfajores y bizcochuelos.
¡El diablo de zapatero que le pedíamos prestado al tío Leoncio!, para chancar algún clavo que nos salía por dentro de la suela del zapato.
5. Las tres
piedras
La armella de la puerta, que donde esté debe estar fría; aunque con un temblor oculto tras el metal indolente, donde tiene que estar impreso el temblor de mis venas y la adoración de las yemas de mis dedos.
También la barreta grande y la otra pequeña. Las palomitas de cobre para sujetar las puertas, para que no las golpee el viento.
La piedra con hoyo donde tomaban agua y se sacudían las alas los pajaritos de la tarde.
El tumi de la tía Miguelina que nos prestaba para hacerle tajos a los panes, antes que Iluden y entren al horno.
El perol para freír ñuñas y cachangas.
¡Las tres piedras para hacer el fogón!
6. Hasta hoy
me hieren
¿Qué? ¿Si allí yo amé? ¡Infinitamente! Amé hasta caer vencido de adoración. Y es que las niñas más bellas del mundo son las de mi pueblo.
Y creo que cada hombre de la tierra donde nació tiene el derecho a decir lo mismo.
De niño y adolescente yo era intrépido en todo, pero en al amor soy un ser más bien estupefacto, pasmado y lleno de asombro; ante el cual pierdo la noción de estar en esta realidad.
Por eso, nunca estrujé nada. Todo fue mirar, o mirarnos. De allí que me duelan tanto las miradas.
Y ellas me parezcan tan hondas e indestructibles. Y más la mirada de aquellos ojos negros que aún hasta hoy me hieren.
7. Seres
que adoramos
Quizá por eso sean las espadas que llevo clavadas en el alma. Quizá por eso sea este arraigo.
Quizá por eso sea que el amor es para mí una flor intachable.
Las imágenes que de esa niña llevo, si la muerte lo destruye todo, no lo alcanzará a destruir jamás, porque es sagrada.
Y siempre me he preguntado adónde van esos amores mudos que se elevan con aleteos fugitivos, sin encuentros ni palabras cotidianas.
Y sé que la colina más enhiesta y hermosa del universo es donde están enterrados pero palpitantes.
Y en la cual se nos permitirá arrodillarnos antes de morir, a quienes tenemos allí seres que adoramos; si no es allí el lugar adonde vamos.
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