EL PERÚ DENTRO DE MÍ
Melacio Castro Mendoza
A raíz de un conflicto político que tuvo lugar en Pacanga, un distrito cuyo nombre en Trujillo daba risa a los que daban su existencia por un invento mío, a fines de marzo del año 1976, fui desaparecido del Perú. El jefe de la policía de investigaciones criminales de Chepén (PIP), el distrito más conocido y cercano con esa dependencia policial a Pacanga, usó ese concepto para recomendarme, de modo que él pudiera salvar su responsabilidad, desparecer.
Ecuador me recibió en representación de la Federación Universitaria de la Universidad Nacional de Quito. Los estudiantes, y algunos catedráticos, me facilitaron allí lo que más necesitaba: habitación, alimentos y un teléfono para llamar a todo el mundo. Mi primer problema: marginales del Perú profundo, mis familiares carecían de teléfono. Mi amigo Manuel Diez Salazar, residente en Palma de Mallorca (España) colaboró con la adquisición, a mi nombre, de un pasaje aéreo. Con esa valiosa ayuda, dejé Ecuador el dieciséis de mayo, y el diecisiete, aterricé con Lufthansa en Düsseldorf (Alemania). De allí, por vía terrestre, desde Düsseldorf llegué a Essen, una ciudad del Cuenca del río Ruhr. Al poner pie en esta ciudad, me sentí como si por un casual e inexplicable resbalo, me hubiera caído hacia bien afuera del Perú.
Fue aquella época, muy convulsa. Los militares gobernaban en directo el país, una vieja tradición que, cuando no se daba el caso, lo hacían, y aún hacen, indirectamente. Subterráneamente, Perú marchaba a grandes pasos, a grandes revueltas. En medio de estas, el Partido Comunista del Perú «Sendero Luminoso», primero, y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, después, apenas cambiado el régimen militar por el régimen del arquitecto Fernando Belaúnde Terry, desencadenaron una aventura militarista, combinada con prácticas terroristas. «Sendero Luminoso», sobre todo, compitió con los militares y policías en dar caza, y muerte, a los dirigentes populares más destacados. En Alemania, sentí que el Perú se me caía.
Ensayé, y logré, reunir a peruanos y alemanes, sensibles a aquella brutal realidad, fijándonos el objetivo de propagandizar la vocación democrática de las organizaciones populares de entonces: entre otras, las Rondas Campesinas de Chota, las organizaciones femeninas de los cinturones de las grandes urbes llamados Pueblos Jóvenes, las organizaciones de Derechos Humanos, los sindicatos mineros y el magisterial.
Seminarios, conferencias y conciertos nos sirvieron para llamar la atención de un gran sector alemán. Por mi casa pasaron muchos políticos, sindicalistas, escritores y mujeres activas en uno u otro campo cultural, no solo del Perú. En algún momento reuní en Essen, de manera excepcional y única, a Alberto Moreno, secretario general del Partido Comunista «Patria Roja», a José Dámaso Ramos Bosmediano, secretario general del Sindicato Unificado de los Trabajadores de la Educación del Perú (SUTEP), y a Manuelcha Prado Alarcón, «El brujo de la guitarra andina». Desde el ejercicio de sus funciones, cada cual expuso su punto de vista, y su música, sobre la opresiva y caótica realidad peruana. Valga esta anécdota: a Manuelcha Prado le encantaba acompañarme a correr por los caminos destinados a esos fines, por el bosque de Essen, Stadtwald. Para que Alberto Moreno y José Dámaso Ramos Bosmediano se distensionaran de una a otra de sus exposiciones, los invité a acompañarnos. En el auto a mi mando hacia aquel lugar, José Dámaso Ramos Bosmediano, quien recién entró en contacto directo con Manuelcha Prado, preguntó:
—¿Conoces tú, Manuelcha, la canción Piedra en el camino? Si fuera así —agregó, sin esperar a que Manuelcha le respondiera— me gustaría que la cantes después, o antes, de mi próxima ponencia.
Quizás un tanto extrañado, como yo, por la pregunta, Alberto Moreno dijo:
—Creo que Manuelcha conoce todas las canciones peruanas. Pepe —así llamábamos a José Ramos Bosmediano— por si acaso Manuelcha no conociera la canción que mencionas, para darle algunos rastros de ella, ¡cántala!
José Dámaso Ramos Bosmediano no se hizo esperar: cantó los primeros versos de Piedra en el camino. Él, un ciudadano de Contamana, parte del corazón de la selva peruana, lo hizo muy bien, solo que con un profundo acento «charapo».
Todos reímos. Pepe, preocupado, preguntó:
—¿No da mis voz charapa para lo andino?
Para sacarlo de las dudas, me limité a responder:
—El autor de Piedra en el camino, Pepe, es el «brujo» que está a tu lado.
—¡Manuelcha, disculpa mi ignorancia! Lo que importa —subrayó acalorado— es que en el SUTEP, junto a maestras y maestros, canto tu canción.
El Perú seguía, y siguió, palpitando dentro de mí. ¡No, jamás se me caería!