Danilo Sánchez Lihón
1. Tiempo
vivido
Nos interesa en estos correos que enviamos diariamente ligar al hombre con su tierra. Y respecto a la celebración del día de hoy, de la fundación del departamento de Apurímac, decir que en él nació, el 18 de enero del año 1911, nada menos que el inmenso Apu Montaña, José María Arguedas, en quien uno de los grandes gozos y consuelos hacia adentro de sí, y hacia el fondo de sí mismo, fue la música andina, de su pueblo y de su gente. Y no la música a secas, aquella que es buena únicamente por la perfección de su composición y arquitectura, que solaza los sentidos escucharla a solas, concentrados e inspirados, sino aquella contagiada con la vida de la gente, de diez, de veinte, de cien o más personas, ojalá de la vida multitudinaria y unida a la fiesta y a la lucha comunal.
Él amó aquella donde estaba “el común”. La comunidad reunida y convocada, sea haciendo la siembra o la trilla, sea en la jornada de traída del agua por las acequias, sea envuelta en los vellones de lana en el trasquile del ganado, que son las faenas en las cuales surgen huaynos, mulisas, yaravíes o wífalas. Él era demasiado sincero y se arropaba con la música de los pueblos, unida a la experiencia de los patios y corredores de las casas, unida al acontecer en las calles y el mismo paisaje de la serranía. De la música hecha verdad, porque se llena del mundo y se embalsa con la vida, se traspasa en lo telúrico, y es lo único que sobrevive de la circunstancia del tiempo vivido.
2. Evocando
su terruño
Lo ama y prefiere porque lo practica el pueblo, porque está ligada a los gozos y penurias de la gente, como a sus alegrías y tristezas.
Música que le gusta ir a encontrarla en la fiesta de las asociaciones de migrantes, donde reproducen las costumbres del lar nativo, donde se evocan tradiciones, personajes y modos de vida de los lugares distantes. Y donde José María canta, porque le quedó eso de cantar en vez o después de llorar. Y cantar constituye su consuelo.
Y canta porque cantar es regresar al poblado, al valle y al caserío, a la cocina de indios, bajo los techos cimbrados de tejas. Donde cantar es volver a cobijarse, otra vez, bajo el rebozo de la madre campesina, doña Cayetana.
Porque cantar es sentirse protegido. Es entrar al útero materno, otra vez como niño tierno. Es ser acogido por la Madre Tierra. Es amar a los animales y a las plantas.
En Cuba siendo jurado del concurso de novela del Premio Casa de las Américas, en 1968, le asignaron hablar en una de las ceremonias. Se disculpó diciendo que no era “discurseador”. Y anunció más bien que iba a cantar, un carnavalito de su comarca. Y cantó con soltura, con desparpajo, evocando su terruño, sus piedras y lar nativo. Todo esto resultaba extraño para los intelectuales encopetados que se miraban azorados.
3. Voz
para el mañana
Y cantaba con voz rijosa, de cascajo y peña, de piedras rodando en el fondo del lecho del río; con voz contraída, de quebrada, en donde al fondo se advierte lo sufrido y llorado, sobre lo cual se erige el valor tenaz de lo que nos fortalece para seguir luchando. Donde aquel viento que ha entrado por sus pulmones sale sangrando, como empapado de sus pálpitos, de sus esperanzas y de sus sueños.
Sybila Arredondo, su segunda esposa, contaba que se enamoró al escucharlo cantar. Seguramente ella escuchó la voz de la cordillera llamándola, en donde están los ríos, los picachos, los nevados, como los precipicios, las profundas quebradas que tienen abiertas nuestras heridas. Con voz de serranía, en las inflexiones, en el dejo y en los acentos. Voz de varón insigne. Voz montaña, paisaje, laguna. Y quieto alarido. Canta, y en su voz se transparentan mundos.
Con voz para el mañana, para el mundo por venir. Voz que es gozne entre las oscuras sombras del hoy y la luz radiante del futuro por construir. En este sentido José María Arguedas fue un apasionado recolector, difusor y defensor de canciones, de la música y las tonadas. Y de las danzas andinas que no se cansaba de mirar, siguiéndolas por las calles de su pueblo. Quien las indaga, las acopia y las defiende. Así como a sus autores y cantantes.
4. Para conocer
el sentir y pensar
Alentaba a uno y a otro intérprete a subir al escenario, a tocar, a ser conocido, a no tener vergüenza ni miedo. Era un devoto de nuestra música de los riscos. Y un estudioso consumado en toda la gama de sus manifestaciones
No hay artista popular que no testimonie que antes de él todo era desprecio por la música nuestra.
Fue él quien le dio ubicación, espacio y respeto. Enseñó a oírla y apreciarla con hermosura.
Fue él quien la alentó, la condujo y protegió. Y para muchos artistas ahora famosos él fue su padre, su tutor y su Apu Montaña.
Se recuerda la presencia de Arguedas en la expresión de la música y de las artes populares en general como punto de partida y clave de llegada. Y flecha que se eleva disparada al porvenir.
Y como educador recomendaba el folclore para lograr una comunicación íntima y cariñosa con los niños y jóvenes.
Recomendaba conocer las manifestaciones culturales, plasmadas en la música y las danzas de los pueblos, para conocer el sentir y pensar de las personas de las comunidades que las practican.
5. Amor
lleno de sabiduría
Y tenía toda la razón. Porque, ¿qué es el folclor para el pueblo andino? Es la manifestación más primigenia y espontánea de este mundo tan genuino.
¿Y la música? Es el hueso del dolor. Porque el dolor es tan hondo que se resume ya no en algo duro ni despiadado, en el hueso como resto, sino en música que calma, abriga y consuela. Es de lo imposible lo posible.
Digno de este pueblo hermoso, que todo lo cree y todo lo acoge. Consagrado por algo muy profundo, cuál es que nunca se le acaba, cuál es la ternura y la fe.
Que sabe brindar afecto, que se enamora. Que sabe querer y abrir su corazón, incluso a aquello que lo hiere y le quita la vida.
El canto andino es la identificación con los seres humildes. Es más, con los seres que sufren, por eso también lo abrazó José María.
Su amor por la música es también un amor dentro de ese gran amor total, lleno de sabiduría, al mundo andino y a sus expresiones.
6. Toques
de agonía
Por eso, el homenaje más auténtico y sencillo que podemos rendirle a José María Arguedas, es escuchando la música de nuestros pueblos de origen. Es poniendo cerca de nuestro oído y muy al fondo de nuestro corazón, los acordes y aires, por ejemplo, de nuestros yaravíes. Y, por último, de aquellas bandas de músicos que van detrás de las procesiones en nuestras aldeas nativas que ahora están incrustadas en los barrios de nuestras grandes ciudades costeras.
Porque él supo encontrar el gozo hacia adentro en la música, el canto en la médula de lo que somos, en aquel aire impalpable de nuestra desolación en este universo. Porque el nuestro es un pueblo que se mimetizado en la tonada, en el ritmo, en la melodía de algo, y que está hasta en el pliegue de la falda de una pastora en la puna. Y ello es nuestra fortaleza, nuestra proclama y nuestra consigna:
Ni el frío ni el hambre pueden contra nosotros, porque tenemos música en la piel y en los huesos. Es la resistencia andina. Es el regocijo del espíritu, la fiesta del alma que nos conforma, alienta y abriga, y de ese canto quechua estuvo hecho Arguedas. Y prueba este aserto el hecho de que para su entierro pidiera música y los toques de agonía en las cuerdas lacerantes de Máximo Damián.
7. El amor
auténtico
Pidió que lo acompañara en su sepelio la música que él amó tanto, como consuelo o bálsamo para acompañarlo en el cortejo de su despedida y muerte, con la cual estableció una unidad en el cosmos. Así no estaría muerto. Estaría escuchando. Porque si no: ¿Qué indica y qué significado tiene ese pedido, de que música quería que lo acompañara en sus exequias, tanto que lo dejó escrito en su testamento? Él lo dice:
“Tardará aún la chiririnka que viene un poco antes de la muerte. Cuando llegue aquí no vamos a oírla, aunque zumbe con toda su fuerza, porque voy a estar bailando”.
Ahora él va presidiendo la comitiva. De niño él iba detrás de las bandas de músicos. Ahora él va adelante en su entierro. ¿No hay aquí un ritual y una contraseña? Porque ahora se trata del dolor más hondo, como de la alegría más estallante. De la noche más tenebrosa como de la claridad y del gozo más intenso; se trata del amor más profundo, como si de la roca se entresacara el diamante.
¿Cuál es esa dimensión? ¡Está en la música, los sonidos, los instrumentos! Pero también en la naturaleza, en el agua, en la flor. Y en el amor auténtico. El amor cristalino, en el amor ágape del compañerismo y la amistad verdadera.
Epílogo. Más atrás
del dolor
¡Porque en vida José María caminó detrás de músicos y danzantes, pero de muerto va delante de ellos!
Delante porque detrás de su ataúd lo acompañan ahora y siempre sus amigos músicos Jaime Guardia, Máximo Damián y Luis Durand.
Uno tocando el charango, otro el violín y otro el arpa.
Como también contorsionándose de dolor y júbilo al mismo tiempo, van también en ese cortejo los danzantes de tijeras.
Así la muerte es para siempre exorcizada por algo que está mucho más allá y más acá, y más al fondo de todo, como es la música.
Por algo que está más abajo, atrás, arriba y al lado de todo lo que la muerte puede alcanzar.
Más atrás, del dolor y la esperanza fusionadas. Y que juntas, hacen la eternidad, que es música. ¿Escuchan?
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