Danilo Sánchez Lihón
¡Constructores
agrícolas, civiles y guerreros,
de la activa, hormigueante eternidad…
César Vallejo
1. Tanto
dolor
En las punas heladas de Lampas-pampa una noche terrible de lluvia, rayos y truenos dos de sus ayudantes cayeron fulminados por un relámpago. Él, el ingeniero Santiago Antúnez de Mayolo, quedó ileso. ¿Por qué? ¿Fue la providencia?
En los riscos de Pongor las mulas que iban delante y detrás de él rodaron por el barranco. Y él no. ¿A qué se debió? ¿Por qué sucedió así?
De los pocos hombres que quedaban algunos se regresaron atemorizados. Los dos que persistieron en acompañarlo solo lo hicieron pagando primero a la tierra con coca, tabaco y con un poco de chicha que llevaban, diciendo:
– La coca sigue amarga. El apu sigue enojado. Debemos retornar.
Don Santiago Antúnez de Mayolo que estaba sentado a su lado les dijo:
– Díganle al apu que la gente no tiene luz, que no tiene calor, que estamos tiritando de frío; buscando cómo construir una planta eléctrica que alumbre a la gente, que le dé abrigo en las noches de frío inclemente, que ayude a los niños a instruirse para que no haya tanto dolor sobre la tierra, y el mundo sea más justo, que permita mover máquinas para que la gente tenga trabajo. Hablen con él. Ruéguenle. Suplíquenle que tenemos que pasar. ¿Por qué nosotros solo tenemos que oír?
2. En el límite
del planeta
Esto hicieron. La coca supo dulce y prosiguieron su camino, esta vez sin amenazas ni contratiempos. Así era él. Y eso hacía. Él sabía conversar con los cerros. Les hablaba a los ríos. Era confidente con las montañas, las lagunas, los bosques. Saludaba a su paso a las piedras, y ni se diga lo que hacía con las presencias vivas, ya sean plantas y animales.
Por eso, ¿qué es lo primero que hacía cuando salía de exploración don Santiago Antúnez de Mayolo quien construyó las obras más portentosas de ingeniería que tiene el Perú, entre hidroeléctricas como las del Cañón del Pato, el Mantaro, Machu Picchu, o represas como las de Gallito Ciego?
Lo primero que hacía al salir en sus exploraciones que fueron muchas, cada año en que salía muchas veces a la serranía, o por los desiertos costeros o por la selva enmarañada, era subir a la cumbre más alta de una cadena de montañas, de un altozano y allí acampaba. Y hablaba con esas cumbres. Muchas veces lo hizo solo. Prefería hacerlo así, con lo indispensables que son los guías lugareños que conocen los caminos.
3. Geografía
abrupta
Pero él se orientaba bien. Tenía instinto montaraz. Era un águila, un puma, un cóndor, con una visión de altura, con una noción de cumbre, de estar en el borde y en el límite del planeta Tierra y muy cerca ya de las estrellas.
Hombre puro e íntegro. Estoico y asceta, con la actitud de quien ha superado toda contingencia y está más allá de toda circunstancia trivial y de toda eventualidad superflua, más allá de toda minucia y de toda pequeñez o escasez.
Lejos ya de la vanidad, de lo insignificante y frívolo, de lo que es prescindible y descartable. De considerar como importante una banalidad, un sesgo en la mirada o en los actos. Ya no. ¿Para qué preocuparse de esas cosas? Era quien ya miraba al mundo desde lo más alto y de más allá.
Pero lo que sucedió esta vez fue inaudito y fuera de toda comprensión. Ocurrió cuando exploraba la construcción de la Hidroeléctrica del Mantaro que ahora lleva su nombre, que él la hizo hasta podríamos decir con sus propias manos.
Maravilla tecnológica que recoge las aguas ariscas y tumultuosas del río Mantaro que atraviesa la región central del Perú, donde se unen las ciclópeas cordilleras occidental, central y oriental de los andes. Nudo granítico y conjunción de cordilleras; geografía que es impenetrable, abrupta y cósmica, como un puño sideral y sideral.
4. Le hablaba
y decía
A don Santiago Antúnez le fascinaba este río, el Mantaro. Le atraía su torrente impulsivo, pero también sus descansos, meandros y remansos, como sus remolinos, sus rápidos y chorreras, se quedaba contemplando las flores de sus orillas y caminaba un trecho y volteaba a mirarlo hacia un costado o hacia abajo.
A veces se detenía a contemplarlo desde sus bordes como un torero a un toro bravo a quien quiere algún día domeñar, amansar y montarlo. O meterlo a un corral, sentirlo bajo su mano, su brazo o su cuerpo igual de vibrante.
Y varias veces ese toro bravo lo estoqueó, lo hizo resbalar a sus aguas y estuvo a punto de ahogarlo. Hubo veces que lo envolvió y lo arrastró un tramo, pero siempre logró salir, aunque empapado, revolcado entre su lodo, sus piedras y guijarros. Y a quien él le hablaba y le decía con mohines de quien lo conoce bien:
– ¡Ay torito, torito bravo, río Mantaro presumido! No me vas a cornear a mí que te conozco y te quiero. A mí me vas a obedecer. ¿Está claro? Antes que tú me revuelques, antes que eso suceda yo te voy a amansar. Te voy a poner una soga y te voy a llevar adonde yo quiero que estés. ¡Ya verás!
Y así hablaba con él. Un rato se callaba muy serio, para en cualquier momento proseguir:
5. Dar
de comer
– Si así te portas, queriendo mojarme, salpicándome tus aguas, yo te voy a meter a un redil dónde vas a bramar a tu gusto. Y te voy a poner a trabajar porque estás que haces daño por haragán, porque no tienes nada qué hacer. Por eso te portas mal. –Y así seguía caminando habla que habla:
– Eres cerril, salvaje, mal educado. –Le seguía hablando al río–. Crees que has nacido únicamente para holgar, saltando de tumbo en tumbo, brincando de piedra en piedra, de un lado para otro, tirándote a descansar por valles y luego por las peñas azotando por gusto las peñas. –Y luego, con voz enojada, como regañándole, le resondra:
– ¿Qué crees? ¡Que la vida es eso? ¿Ah? ¿Eso crees torito? Ahora me has mojado y me puedo resfriar. ¿Eso te gusta? Te has atrevido a jalarme y a quererme envolver en tus aguas. ¿A cuántos no habrás ahogado así? ¿A cuántos no habrás golpeado contra las peñas? ¡De cuántas vidas no serás culpable, ay bandido! ¿Facineroso eres no torito río Mantaro? –Y callaba, mirándolo de reojo, como se conversa con un amigo, un pariente o un paisano:
– Enamorador también me han dicho que eres, ¿no? Que te gustan las muchachas, ¿es cierto? Está bien. ay que ser buen cholo. Contra eso no digo nada. Pero también tienes que trabajar ya torito. Todos tenemos que ponernos a trabajar si no, ¿de dónde comemos? ¿De dónde vamos a tener para dar de comer a nuestra familia?
6. Hacer el bien
a la gente
Así hablaba con el río, pero cuando pronunciaba la palabra trabajar el río levantaba una ola y le latigueaba la cara.
– ¡Ay, bandido! ¡Jajaylla! ¡Malo y perverso eres río! Yo te quiero, torito, pero tú te la das de bravo, ¿no? Ya veremos, ya verás torito sin redil, cómo yo te voy a enlazar.
Y se ponía a cantar un trecho, para luego continuar diciendo:
– Te voy hacer que des luz, torito. En el fondo eso te va a gustar, porque eres fuerte, valiente, tienes empuje, tienes agallas y eso tenemos que utilizarlo en bien de los demás; de la pobre gente que sufre. Pero, ¿cómo hago para darte el trabajo que necesitas hacer? ¡Para que domeñes esos arrebatos que tienes! ¡Ese es el problema a resolver!
Y se sienta a meditar:
– Y ahora, ¿por dónde voy? ¿Por aquí? ¿Por allá? ¿Por dónde se sube esta cuesta? Tienes que hacer el bien a la gente que necesita la luz para estudiar, para abrigarse, para cocinar, para que no se dañe la comida de un día para otro. Para todo, ¿ya?
7. Nuestra
misión
Y el río parecía responderle finalmente con su eco:
– ¡Ya!
Eso le hablaba y le decía al río que iba quedando abajo y detrás, pero él seguía conversando con él como si fuera un conocido, un amigo y un viejo camarada. E incluso mirándolo desde la cumbre, viéndole al río Mantaro deslizarse abajo era a él a quien le hablaba y no a nosotros.
– ¿No estará loco el doctor? ¿No le estará haciendo daño esta lluvia, esta neblina y este sol que aparece y desaparece y luego se va?
– No. Así habla solo. Siempre le está regañando a alguien. Conversa con el monte, con las plantas, las piedras, pero más con el río, aunque esté lejos y abajo. Ya eso no te sorprenda. Para eso se aparta. Por eso le gusta ir adelante, solo, pese a que no conoce y le pica a la bestia para sacarnos ventaja. Porque si viniera atrás nosotros lo esperaríamos para cuidarlo, como es nuestra misión. Pero entonces él ya no podría hablar con libertad, como quisiera.
Por eso, lo que sucedió aquella vez fue algo inaudito e inesperado, y de alguna manera nuestra culpa, por dejarlo ir adelante. Pero solo a partir de esa caída hacia el río tuvo los números que necesitaba para construir la Hidroeléctrica del Mantaro, y que ahora lleva su nombre.
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