Danilo Sánchez Lihón
tú y yo,
sinceramente
César Vallejo
1. Amistad cálida,
franca y directa
En todas las andanzas que hicieron César Vallejo y Abraham Valdelomar en Lima, Valdelomar lo llevó un día a visitar la casa de El Corregidor Mejía, el periodista más sobresaliente, chispeante y superlativo de la época, quien vivía en una esquina del distrito de San Miguel, cerca de la huaca Tres Palos, y al borde del océano Pacífico, con quien César Vallejo estableció inmediatamente una cordial y mutua simpatía.
Era El Corregidor Mejía seudónimo y apelativo de Adán Felipe Mejía, quien se ganó ese nombre no por hacer referencia a los potentados dueños de tierras y haciendas del Perú colonial, sino que lo asumió como un seudónimo por su espíritu rebelde, independiente y beligerante, por un lado.
Pero más debido a la virtud o al defecto que tenía de estar corrigiendo todo texto que cayera en sus manos o que se presentara ante sus ojos, así fuera un aviso publicitario colocado en lo alto de una avenida, o una cartilla de instrucciones recogida al paso en un establecimiento público, o en una pared. Su afición era corregir.
Con El Corregidor Mejía, Vallejo estableció una amistad cálida, franca y directa, pese a ser de temperamentos diferentes y hasta contrapuestos: Vallejo era callado, sensible y meditabundo. El Corregidor Mejía era apabullante, sensual, proclamativo. Entre ambos caminaba con ellos Abraham Valdelomar.
2. Sí,
existía
César Vallejo, en un rapto de entusiasmo le pidió a El Corregidor Mejía que le escribiera el prólogo para su libro aún inédito de poemas titulado Los heraldos negros. El Corregidor le respondió en estos términos:
César: asumiría cualquier reto y la proeza más difícil con tal de complacerte, y mucho más si de escribir se trata. Pero yo, yo, anteponer un prólogo mío a un libro tuyo de poemas es un pedido que está más allá de todas mis fuerzas, que son únicamente terrenales. Tendría que existir un ser divino para prologar un libro tuyo. Y que no creo que exista ese ser sobre la faz de la tierra.
¿Existía ese ser divino? Lo cierto es que ahora, con esa indicación a su amigo, Vallejo encargó el prólogo a Abraham Valdelomar quien, como era de esperar, aceptó complacido, halagado y con los ojos humedecidos por la emoción.
Pero, Abraham Valdelomar entró a la vorágine de la carrera política, primero como candidato y luego como diputado electo y no pudo cumplir con la entrega del prólogo, mientras el libro demoraba ya casi un año sin ser sacado de la imprenta, de 1918 a 1919.
3. Ese cometa
fulgurante
Pero, aparte de Abraham Valdelomar, ¿quién otro podía ser un prologuista divino? ¿Lo habría en nuestro medio? Era necesario encontrarlo, porque se había separado dos hojas iniciales del libro cuyos cuadernillos interiores ya estaban impresos, para estampar allí el prólogo y donde algo tenía que ir.
César Vallejo decidió poner entonces una cita del Evangelio de Jesús, sin recordar la sentencia que había definido El Corregidor Mejía. Y se colocó allí una cita de Jesús de Nazaret, y en esta forma:
quit potest
capere capiat.
El Evangelio
Esta cita se reprodujo en el anverso de una de aquellas páginas, cumpliendo la premonición de El Corregidor Mejía, en el sentido que solo podía ser un ser divino quien antecediera sus palabras a aquellas del poeta puestas en este libro.
Cita justa, o más bien diremos exacta, pues si hay algún poeta que no hace concesiones de claridad al lector, ese es precisamente César Vallejo, quien escribe libre de esa atadura, soberano e impertérrito, sin importarle para nada tenderle puentes al lector, como si fuera otro ámbito al cual él se dirigía; “hermético y tirano, enfermo y triste”, como diría en uno de sus versos.
4. La copa
de la emoción
Sin embargo, hay un hecho que quisiéramos relievar en su real y su inmenso significado, cuál es cómo Abraham Valdelomar pudo captar la grandeza de César Vallejo, intuición que gracias a Dios la dejó escrita y publicada.
Consignando de nuestra parte, además, que pocas veces se pueden encontrar expresiones más intensas en lo afectivo, y de admiración y reconocimiento incondicional en lo intelectual, que las dichas por Abraham Valdelomar en relación a César Vallejo.
Lo dijo cuando éste apenas había publicado algunos poemas en periódicos y revistas, y no se podía vislumbrar cabalmente –salvo para un hombre de la sensibilidad e intuición de Valdelomar– hasta dónde llegaría la trayectoria de ese cometa fulgurante.
Empero, Valdelomar supo desde el primer momento ante quién estaba realmente parado, no solo un genio sino un hombre honesto, profundo en sus sentimientos e incólume en sus valores.
Y quien desbordando completamente el vaso o la copa de la emoción escribió un artículo, publicado en la revista Sudamericana, titulado “La génesis de un gran poeta. César A. Vallejo, el poeta de la ternura”, expresando en él lo siguiente:
5. La chispa
divina
...En breve publicaré sobre su obra, un estudio detenido. Basado en el conocimiento de su obra y de su alma, le digo, con la mano puesta en el corazón alborozado:
Hermano en el dolor y en la Belleza, hermano en Dios: hay en tu espíritu la chispa divina de los elegidos.
Eres un gran artista, un hombre sincero y bueno, un niño lleno de dolor, de tristeza, de inquietud, de sombra y de esperanza.
Tú podrás sufrir todos los dolores del mundo.
Herirán tus carnes los caninos de la envidia, te asaltarán los dardos de la incomprensión; verás, quizás, desvanecerse tus sueños, podrán los hombres no creer en ti; serán capaces de no arrodillarse a tu paso los esclavos; pero, sin embargo, tu espíritu, donde anida la chispa de Dios, será inmortal, fecundará otras almas y vivirá radiante en la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.
No era común en Abraham Valdelomar este tipo de elogios. Es más, él creía que nadie más que él era el predestinado a plasmar una obra de arte eximia con la palabra.
6. A la luz
de los cien años
Era él quien se abogaba para sí mismo la representatividad de ser el elegido por los dioses para representar una época, un período de tiempo y a un pueblo tan denso y ceñido como es el Perú
Él se creía centro del mundo. Porque era egocéntrico, engreído y hasta soberbio y mesiánico en muchos aspectos. Lo revela así en aquella famosa frase de:
El Perú es Lima. Lima es el jirón de la Unión. El jirón de la Unión es el Palais Concert. Y el Palais Concert soy yo.
Veamos qué es lo que elige Abraham Valdelomar para que lo represente. Elige un lugar ostentoso, elegante, situado en el jirón de La Unión con el jirón Cuzco, hoy Emancipación, en plena esquina del movimiento. Un lugar vocinglero, más bien lujoso y de la mayor resonancia.
Un lugar más bien babélico, de todas las lenguas, las posturas y a la postre un lugar frívolo, completamente opuesto al espíritu de Vallejo que veremos luego cuál es y lo que representa. Sin embargo, Valdelomar pudo entenderlo. Y comprendió su alcance al decir que su espíritu se extendería “por los siglos de los siglos. Amén”.
Sin embargo, ante César Vallejo ¡cómo deja todo su talante presumido y su amaneramiento!, para expresar con sinceridad lo que hemos leído y que a la luz de los cien años transcurridos resulta premonitorio y hasta profético.
7. Muchas veces
juntos
Sus palabras, a la luz de lo que fue el vuelo de águila posterior de César Vallejo, que sigue además abriéndose paso y elevándose a más y más altura cada día, y la conquistará más todavía en el futuro, son sencillamente rayos certeros y verdades totales.
Le advierte Valdelomar y le ilumina las tinieblas al punto de adivinar lo que ocurrió cuando él vivía, e incluso ocurre en estos días en que “los caninos de la envidia” siguen mordiendo y abalanzándose a dentelladas a quererlo devorar a pedazos. Pero le advierte también que su espíritu fecundará otras almas.
Pero, ¿cuál es ese espíritu? Aquel comprometido con el destino del hombre: el espíritu humanista; aquel que nos propone no solo ser hombres, sino “hombres humanos”. Y que el cielo, el ave, la piedra, también sean todo un hombrecito. Donde el gesto y el talante, la presencia y cada palabra es para adoptar una absoluta conciencia vital, que él cumple cabalmente.
Porque, ¿qué poeta más que Vallejo asume tanta vida auténtica, desnuda y palpitante, vida en estado puro y original, viviente y muriente al mismo tiempo? ¿En qué poeta la vida vibra, palpita y se estremece tanto como en Vallejo, recogiendo el instante, valorando el momento, en tiempo presente y aquí, sin escondrijos y sin escabullirse? Pero también donde la vida sobrevive ¡justa, total y trascendente!
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