Danilo Sánchez Lihón
1. Como son
los sueños
Siwar
es el perro de mis amigos Carlos Huamán, del Perú, y Carmela Vásquez,
de México, quienes residen aquí en el D.F., el que apenas de unos días
de nacido heredó el sitio vacío, ¡y en verdad muy difícil de llenar, por
ser hondo y colmado de recuerdos!, dejado por Geni Luli, que en lengua
mixteca Ñuu Savi, significa Pequeño Sueño, quien murió arrollado un
viernes por la tarde al salir de paseo con sus dueños. El accidente
ocurrió por ver que unos perros de tamaño inmenso destrozaban a otro
pequeño; entonces se soltó de su cadena y corrió a defenderlo. Al cruzar
la calle para ir hacia el lugar del incidente fue sorprendido por un
camión que se desplazaba a toda velocidad.
Herido
de muerte como estaba, aún volteó a ver a sus amos que corrieron
desesperados tras él, y quien moviendo su cola intentó incorporarse. Por
los esfuerzos que hacía, era evidente que tenía la columna rota y
algunos órganos dañados. Pronto entró en coma. Cargándolo en sus brazos
su amo emprendió carrera hasta la clínica situada a ocho cuadras de
distancia, donde los veterinarios le diagnosticaron hemorragia interna
en diversos órganos vitales.
Geni
Luli expiró. Fue así, como su nombre lo indicaba, sólo un pequeño
sueño, pero que dejó un vacío muy hondo en el corazón de sus dueños. Era
un terrier escocés atigrado, todo alborozo; negro como el betún de un
zapato esmeradamente lustrado y que brilla bajo la luz del sol; de un
negro encendido hasta el punto de parecerse a la luz, tal como son los
sueños, con algunas iridiscencias amarillas por todo el cuerpo, tal como
también son los sueños en su hora más intensa hacia el amanecer.
2. El tono
cambió
En
una urbe de veinticinco millones de habitantes, donde la gente pasa
saludándose uno a otro, pero sin el interés de establecer amistad, Geni
en el tiempo que vivió tenía más amigos que sus propios amos.
–
¡Geni Luli! –Le decían. Y el perro se deshacía moviendo la cola hasta
revolcarse en el piso de pura alegría. Y hasta parecía que reía.
Pasado el tiempo el asunto cambió.
– ¡Hola! ¿Y Geni Luli? ¿Cómo está su perro? – Indagan. Y las respuestas, para evitar dolorosas explicaciones, son:
– Bien, está en el campo.
O, si no:
– Está de visita.
O, por último:
– Está haciendo familia.
Ya
se habían cansado de buscar justificaciones a fin de no hablar de su
muerte, hasta que un día Carmela contó la historia de Geni Luli a la
vecina.
Y,
ya sabes, en menos de lo que canta un gallo, el barrio se enteró. Desde
entonces el trato fue otro. Cambió totalmente. Evitaban el tema. O, en
todo caso, hacían como que no se sabía del asunto, diciendo, cuando la
situación era muy forzada:
– ¡Ahí me saludan a Geni! –Cuando ya era inevitable aludirlo.99
3. Nubes
de estrellas
Tres
meses lloraron su partida, y su ausencia se tornó lacerante. Carmela
había dejado la caminata señalada por el médico a consecuencia de un mal
en los huesos, actividad necesaria para superar una operación que exige
ejercicio físico.
El
recuerdo podía más y cayó lamentablemente en depresión. Entonces
decidieron buscar un cachorro que no se pareciera pero que tampoco haga
olvidar al ausente. Y que pueda acompañarla a ella en la recuperación de
sus prácticas de caminar todos los días al atardecer.
Al
nuevo miembro de la familia le pusieron por nombre Siwarqinti, que
significa: Constelación del colibrí, en idioma quechua. Aunque su nombre
se ha abreviado quedándose solo con Siwar, que significa Constelación.
– ¿Lo ves? Si es como el cielo nocturno de los Andes, pero aquí en México.
–
Con una estela de estrellas de un blanco luminoso sobre el fondo negro.
–Aduzco complacido mientras él me mira como si comprendiera lo que he
dicho.
– Son las constelaciones de la bóveda sideral que a veces hacen nubes blancas cuajadas de estrellas. –Agrega Carlos.
Así
es descrito Siwar, el perro de mis amigos Carlos Huamán y Carmela
Vásquez, el primero docente e investigador de la UNAM, y Carmela
catedrática en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
4. Para
hacerse querer
Cuando
Siwar se sienta se le pueden ver sus orejas que bajan hasta más abajo
de sus hombros. Es orejón, de ojos hermosos. “Como los de su madre”,
dice Carmela, como hablando consigo misma, con una sonrisa dulce, tímida
y luminosa. De patas peludas con manchitas blancas que parecen botas de
nieve.
Ahora
es un perro con cinco años de edad, pendiente de todo aquel que llega a
esta casa para hacerle los honores de bienvenida, de hospitalidad y la
intimidad de compartir travesuras.
Se
detiene en frente mío y me mira a los ojos. Me doy vuelta y él se mueve
y da vuelta buscando mi mirada. Me sigue a todas partes. Cuando entro
por una puerta y la cierro, se sienta ahí a esperarme.
Y
allí aguarda con la nariz fría pegada a la madera hasta cuando ya
olvidado de él vuelvo a abrirla. Y salta dispuesto a revolotear a mi
lado, moviendo la cola como si fuera un loco abanico que tiene un motor
eléctrico.
Es
un perro que me ha hecho sentir que recién conozco que existen perros
así en el mundo: afectivos en grado superlativo, y con un enorme poder
de comunicación. Con el cariño desmesurado que solo pueden ofrecer seres
superiores, porque se necesita ser inteligentes para saber amar. ¡Y con
una gran capacidad para hacerse querer por ser sinceros, directos y sin
dobleces!
5. Cómo vuelan
las mariposas
Yo,
fascinado por ser como es, dichoso en reinventar este mundo en base a
cariño, les hago una entrevista acerca de él a Carlos y a Carmela,
preguntándoles comedido:
– ¿Qué raza de perro es Siwar?
– Es un cocker particolor pestañas largas, con la diferencia de que este es más pequeño y orejón
– ¿En qué se distingue en particular?
– En ser loco como su padre. –Dice Carmela, aludiendo al carácter un tanto chiflado de Carlos.
– ¿Alguna otra característica?
–
¡Jugar! –Añade Carlos–. A veces suele perderse dentro de la casa. Un
día lo buscamos hasta la desesperación. Y el fresco estaba en un extremo
de esta ventana, oculto entre las plantas, mirando cómo vuelan las
mariposas y las aves.
– ¿Alguna otra rareza?
– Le
gusta leer los periódicos. A veces araña sus letras tratando de
entender si todo lo que contienen es cierto. Y se duerme sobre ellos,
decepcionado de su contenido.
6. Enamorado
perfecto
– ¿Alguna acción heroica?
– Ninguna.
Aquí
olvidan decirme que Siwar además de ser afectivo, que además de saber
dar compañía y estar pendiente de cada uno de ellos, como de quienes
llegan a casa, que además de rebuscar los bolsillos metiendo su hocico
para extraer lo que se tenga, y jugar a llevarse lo que sea; tiene una
cualidad excepcional y maravillosa de la cual está dotado, cuál es la de
ser un genuino romántico como ya no se ve en este mundo, ni en los
tiempos actuales, cualidad que yo valoro como heroica para estos
tiempos. Y, ¿cuál es?
Que
él salta por los jardines con toda la agitación de su cuerpo bajo su
piel deslumbrante; corre de largo a la vera de las cercas por donde
crecen las más frescas y lozanas flores. Y es quien escoge la más
exuberante y primorosa de ellas, la de mejor fulgor y aroma, es decir la
flor más fragante y coposa, troncha delicadamente la rama, con destreza
suma, con el movimiento de la boca y los dientes que pareciera que
cortara con una tijera; y con un caminar exacto de galán perfecto la
trae intacta para Carmela, su madre.
Y
la entrega con tal galantería y plena majestad, como un enamorado
perfecto, hecho que conmueve tanto que hasta hace derramar lágrimas
vivas de cariño, a ella que lo saca de paseo.
7. Cada día
esa flor
Mientras,
mira y retoza feliz. Dichoso de haber cumplido con lo que ya ningún
caballero del mundo actual solemos hacer, cuál es otorgar en los tiempos
presentes, y al ser que veneramos, sea madre, esposa, hija o abuela, un
capullo de rosa, gladiolo o alhelí.
A
tanto llega este arte que sabe escoger el mejor jardín, en él la mejor
planta, y de ella la mejor flor; para luego empinarse y tronchar con
refinado primor el tallo sin deshojar un solo pétalo, para traerlo
airoso, con su mejor paso y siempre meneando la cola.
Y
ofrecerla diestramente con la boca, convicto y confeso de su cariño
sincero, como un homenaje de amor a quien reconoce como su adoración y
su reina. ¿Por qué no hacer eso, nosotros los seres humanos? ¡Él lo
hace!
Y
con una sola flor basta. No incurre en cortar varias el mismo día,
porque también intuye y tiene el sentido de que al hacerlo de continuo
malgastaría su ofrenda.
Y
yo me conmuevo de que aquello que hemos perdido los hombres de amor
auténtico, felizmente aún está en el altar del corazón animal, intacto y
sagrado.
¿Sabrá
él, cuando cumple con ese deber, que lo hace también en representación
de Geni Luli, el Pequeño Sueño? Quien le legó el sitio que él ha venido a
llenar, y quien desde el reino donde vive le encomienda entregar cada
día esa flor.
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