Danilo Sánchez Lihón
1. Aquí
y ahora
Jaime,
querido hermano. Un día como hoy, 12 de septiembre naciste en nuestra
casa de Santiago de Chuco. Por eso te abrazo aquí, en esta misma vieja
casa que tú has reconstruido, que antes estaba cerrada y silente porque
todos nos fuimos de ella, y en donde yo que entre esas ruinas se
humedecían los ojos de nuestro padre muerto.
Te
abrazo en ese cuarto del segundo piso de este “Hueco en la pared", como
a veces mamá, cuando está enojada, así lo llama. Y en donde de noche
vela la lámpara de kerosene de tubo acampanado que se ha ido negreado
porque la mecha se gasta y se tuerce, alumbrando solo para un costado.
Lámpara
que tú y yo hemos soplado de niños y apagado ya para dormir, pero antes
hemos conversado desde nuestras camas, que es cuando nos confesamos
secretos, y a veces entre las sábanas lloramos en silencio.
Casa
que cuando ahora nos llamamos por teléfono evocamos contándonos
cualquier historia que en ella sucediera cuando éramos niños. Que nos
hacen reír, como también cuando enmudecemos nos hacen sollozar hacia
adentro, acongojados.
2. Y un
buen día
Aquí
te abrazo hoy día porque aquí seguimos desvelados, ideando un destino
mejor para nuestro pueblo, por lo cual también estamos luchando.
Porque
presentimos que hay un tesoro escondidos entre estas paredes y en
nuestras vidas y que es nuestra infancia, y el mundo de inocencia, de
candor y de ternura que absorbimos de la gente humilde del campo, y del
mundo andino.
Que
nuestros mayores supieron inculcarnos y cultivar en nuestras almas,
ahora extasiadas en esas lejanas horas. Y es lo que nos hemos prometido
rescatar y defender, consagrando a ello nuestras vidas.
En
esta casa que tú has vuelto a reconstruir. A la cual ya no se podía
entrar porque las vigas se habían caído y todo adentro eran escombros,
agujeros y hasta crecían en sus montículos malvas, retamas y otras
plantas silvestres.
Hasta
que un día dijimos: que sea la casa de Jaime, que tanta insistencia
pone en que hay que reconstruirla. Está bien, yo doy mi parte. Y yo
también. Yo igual. ¿Todos estamos de acuerdo? Sí. Ya Jaime, es tuya.
Pero tú te enojaste, diciendo: O sea que yo tengo que hacerlo todo. Y
pasaron los años. Y ante cada insistencia te decíamos: Es tuya. Y un
buen día, lo hiciste.
3. Gracioso
y encantador
Te
recuerdo, Jaime, desde pequeño como un ser de cariños fuertes y libres,
quien rápidamente hacía "querencias". Que sabías llegar y encantar y
tocar el corazón de la gente de toda condición tanto de humildes como de
soberbios. Recuerdo que tenías muchas ilusiones, y voluntad propia.
No
olvido cómo de niño tú mismo te empleaste como ayudante de un vendedor
de cachivaches: de aretes, anillos y collares en la fiesta grande del
mes de julio dedicada al Patrón Santiago. Que abría unas cajas grandes
como maletines y ahí estaban esas maravillas que más encantan a las
mujeres lucen en sus dedos, ostentan en sus pechos o cuelgan de sus
orejas y que representan flores, corazones, lunas o cualquier alusión a
la magia y al afecto. Te detuviste ante el mercachifle y le dijiste:
– ¿Le ayudo a vender?
Te miró. Vio que eras un niño gracioso y encantador, y te dijo:
– ¡A ver!
Improvisaste una voz, y dijiste.
– ¡Se venden, lindosh aretes, anillos y collaresh! –Y al punto la gente se detenía.
4. Entre el bullicio
y la multitud
¿Tendrías
5 o 6 años? ¡Y no más! Porque la impresión es que eras muy pequeñito. Y
lo cierto es que lo que empezó como una broma, el vendedor pronto
reconoció que el negocio con tu presencia iba estupendo. Y pasaban las
horas y te ofrecía pagarte mucho más y mejor. Y así fue día a día.
Porque
contigo el negocio iba redondo y sin ti decaía hasta casi no vender
nada. Y cada hora que te escapabas temía que de repente no volvieras y
la ayuda que tú le prestabas era para él como un milagro.
¡En
los momentos en que tú estabas la venta era buenísima, increíble! Y es
que la gente se detenía a mirarte de la gracia que le ponías para
vender. Y de puro gusto compraba.
Y
bastaba que desaparecieras para que todo decayera. Porque tú le ponías
corazón y vida, colocándote a un costado del atril y anunciando las
ofertas. Yo pasaba a tu lado y escuchaba tu vocecita:
– ¡Se venden, lindosh aretes, anillos y collaresh!
Y
lo decías de manera tan persuasiva que la gente se detenía, dándole
gusto ver a un chiquillo gracioso y vivaz entre el bullicio y la
multitud.
5. Como
un cascabel
El
mercachifle en plena fiesta tuvo que ir y volver dos veces trayendo más
mercadería de Trujillo. ¡Y tanto vendía que te citaba desde primera
hora de la mañana hasta el anochecer!
Venías
a almorzar tan apurado que te quemabas la boca. Y tomamos tan en serio y
con tanta responsabilidad tu puesto de trabajo que te íbamos llevando
la comida a La Alameda.
Pero el gesto maravilloso es que todo lo que ganabas venías y lo entregabas a mamá.
Y
eso te llenaba de orgullo y de felicidad, tanto que durante los breves
momentos que estabas en la casa estallabas de gozo como un cascabel.
No
recuerdo cuánto era lo que ganabas, pero me ha quedado la certeza de
que era mucho dinero lo que el señor te pagaba y tú entregabas a mamá.
Y
ya en confidencia todos en la casa comentábamos acerca de tu
generosidad, que era tanta y que se ha corroborado con el correr de los
años porque a todos ayudas y proteges.
6. Y es
que tú
Y
te cuento todo esto por algo quiero revelarte y que quizá tú no lo
sepas. Y lo sé porque soy tu hermano mayor. Y es que, todo lo que tú le
entregabas puntualmente a mamá fue motivo de una conversación de ella
con nuestro papá, a quien le dijo:
– Fíjate cuánto ha ganado Jaime, nuestro hijo.
– ¿Tanto? –Se asustó papá.
– Y no quiere para él que le compremos nada. Dice que todo sea para la casa. ¿Qué hacemos?
– Esa cantidad alcanza para cambiar el techo que se ha caído, y que no sabemos cómo arreglarlo.
– ¡Si alcanza entonces invirtamos en eso! –Le dijo mamá.
Y se compraron tejas, magueyes y carrizos. Y se cambió el techo viejo por un techo nuevo.
Esto
se me ha quedado indeleble y grabado como una flor con todas sus
espinas. Y hasta ahora me produce pena y admiración. Y, a la vez que me
duele, me fascina, de cómo un niño puede hacer cosas tan grandes que no
pueden hacer los mayores. Y ser tan puro en su corazón. Y es que tú eras
un ser alegre, animoso, luchador. Y ese mismo espíritu es lo que te
hace triunfar ahora.
7. De la crisálida
sus alas
Y
te cuento todo esto porque lo que hiciste de niño lo has hecho también
de mayor. Indudablemente, acciones como esa eran anuncios de lo que
harías después, como reconstruir nuestra casa de infancia en donde ahora
te abrazo; y lo has hecho piedra sobre piedra. Un patrimonio que la
mayoría abandona y desestima. Tú en cambio la has levantado de las
ruinas, muchos creyéndote insensato:
– ¿Viene a invertir en estos despojos? Entonces eso quiere decir que ha fracasado lejos, en el extranjero.
Lo
has hecho incluso con la opinión adversa de muchos de nosotros: “A mí
ni me hablen de eso”. “Ni que estuviera loco”. “¿Y qué saco yo con
invertir en eso?”. “¿Acaso me sobra la plata?” Tú la has levantado a
espaldas de todos nosotros. Y yo quiero celebrarlo como ejemplo. Y signo
de una actitud coherente y moral en relación a nuestra historia, a
nuestro origen y a nuestros ancestros.
Porque
el carisma es regresar a nuestros pueblos de origen; devolver lo que la
tierra y nuestros pueblos nos han dado, puesto que cada grumo de polvo
pertenece a la tierra que nos vio nacer, debiendo ser gratos con el
sitio donde pudimos alentar nuestros sueños, anhelar y donde pudo abrir
la crisálida sus alas, para volar hasta el sitial en que cada uno ha
volado.