Danilo Sánchez Lihón
Amadas sean
las orejas Sánchez
César Vallejo
1. Sucedió
así
El
recuerdo más sentido que yo tengo de mi hermana Rosita cuando era niña
es su abriguito verde ya raído y su canastita con la cual caminaba
haciéndole mandados a mamá con quien eran como comadres, amigas secretas
y confidentes.
Con
esa canastita mi mamá le enviaba a fiar algo en una tienda, ir a
conseguir tal o cuál cosa de algún sitio, sea un pocillo de chungares,
alguna cebollita, o un limón dulce o algún ingrediente. Y es que desde
que tuvo entendimiento ha sido el paño de lágrimas de mi madre, en todo.
Con
ella se confesaban secretos. Y es que, pese a ser delgada y menuda es
fuerte, de una capacidad de sufrimiento muy grande. Es quien ahora me
ampara y viaja desde Estados Unidos donde reside, para el Capulí y está a
mi lado cuidando que nada malo me pase.
Hoy
día 3 de julio es su cumpleaños. En otra parte he contado cómo nació, y
hoy cuento cómo ella fue decisiva para que nos viniéramos toda la
familia de Santiago de Chuco a Trujillo y después a Lima. Y luego
algunos viajaron a los Estados Unidos de Norteamérica donde residen.
Pero, ¿cómo fue que salimos de nuestro pueblo? Sucedió así:
2. O no sé
por qué
–
¡Qué! -Le dijo mi madre a Rosita–. ¿Estas son las papas que mi mamá te
ha dado? ¡Pero si están podridas! ¿De dónde las has cogido? ¿Del
terrado?
– De donde ella me ha señalado. De una caja que allí tenía, en el corredor.
–
¿No te dijo que subieras al terrado? ¿No te ha dicho que escogieras de
los montones de papas que ella allí tiene? ¡Haber, cuéntame cómo ha
sido!
–
Entré, saludé, y le dije: Abuelita, no tenemos qué comer y mi mamá me
ha mandado para ver si le das un poco de papas. Y me dijo: ¡Ve, coge de
esa caja! Y de allí cogí las que había.
–
¿Así? Entonces vas a ir y le vas a devolver, diciéndole que están
agusanadas. Que las papas que te ha dado están podridas. Dile que mi
padre le dejó muchas haciendas y propiedades. Y que yo fui su hija más
querida. Que nunca ella me ha dado nada de su propia voluntad, pese a
que es mi madre y tengo tantos niños pequeños. Que sin embargo sus
terrados están llenos de papas, de maíz, de trigo. Costales y costales
de lentejas, de arvejas, de ocas y ollucos. Latas y latas de manteca, de
jamones y de pellejos de chancho. Y que ella gasta en las fiestas que
hace para sus invitados.
3. Su
sangre
Dile
que nunca le he pedido nada salvo ahora que no tenemos qué comer. ¿Por
qué entonces te va a dar a ti esas papas y ese maíz podrido?
Dile
que siquiera una pizca de lo que gasta en los carnavales, en los bailes
que hace para tantos vagos y en sus fiestas sociales. Que
algo te dé a ti, no a mí que soy su hija, sino a ti que eres su nieta y
que eres tierna y pequeña. Y que llevas su sangre y hasta su nombre
(Y
mi madre llora desesperada, con una honda y desgarradora amargura. Y
cuando deja de llorar se enoja peor. Y tiembla de indignación).
O,
acaso, ¿no se conmueve de unos niños tan indefensos? ¿Acaso, no llevan
todos, su sangre? Pero estas papas vas y lo dejas ahí. Si no te recibe
lo dejas de todos modos, ahí en las gradas o en el suelo, con canasta y
todo. A ver, ¡que ella las coma! ¡Qué hora te mandé a pedirla nada!
¡Para recibir esta ofensa! ¡Y como si no fuéramos gente!
Y
por el llanto desgarrado de mi madre, o quizá porque a su pequeña edad
también estaba harta de tanta pobreza por un lado y de tanto dispendio
de mi abuela por otro. Fue tal y como mi madre lo indicó, quizá también
cansada de tanta escasez, pobreza e indiferencia.
4. No tocó
la puerta
Fue y expresó todo lo que mi madre se había desahogado diciéndole en ese momento de dolor.
– ¿Eso ha dicho que me digas tu mamá?
– Sí.
– ¿Y tú vas a dejar ahí esa canasta para que yo coma esas papas?
– Sí, abuela.
– ¡Cógelo y llévalo!
– Mi mamá me ha mandado devolverlas.
– ¡Ahora vas a ver tú también! ¿Tu madre va a venir a mí a decirme eso?
Y mi abuela ha salido, así como está vestida y con el moño enmarañado. Ni siquiera cogiendo su pañolón, tal como estaba.
Y
camina con pasos enérgicos y duros peor que las piedras que pisa. Y
hace en un santiamén las cinco cuadras y media de distancia hasta
nuestra casa; cegada por la ira, la indignación y la cólera.
5. Así son
las costumbres
No ha tocado la puerta de nuestra casa, sino que la empuja entrando por el callejón y no por la tienda.
Entra como una tromba encontrando a mi madre aun llorando en el corredor a un costado del patio.
Mi
madre está en cinta, con su barriga abultada de mi hermana Luz Elvira
aún por nacer, pero ya faltando solo unos cuantos días.
Pero
aun así la coge por los cabellos, la arrastró por el suelo y le da duro
con una raja de leña que por allí había, diciéndole.
– Ninguna hija va a atreverse a decir eso que has dicho a su madre que te ha concebido y traído a este mundo.
Y mi madre se dejó pegar sin nadie que lo defienda. Porque así son las costumbres.
Y ese es el derecho que tiene una madre para con sus hijos, así sean adultos y hasta viejos.
6. Paño
de lágrimas
Pero
ese fue también el motivo para que a la siguiente semana todos nosotros
dejáramos nuestro pueblo y nos viniéramos a Trujillo subidos en un
camión llamado Río Pallanga, donde se hizo un toldo porque era día
sábado y llovía torrencialmente, porque era el mes de marzo que es de
crudo invierno.
Trajimos
petates y colchones. Y no dejamos ni siquiera el batán. Y hasta Argos,
el perro, vino con nosotros. Cargamos carrizos y magueyes para alzar
cualquier cabaña rústica en cualquier arenal.
Así
nos despedimos de un pueblo donde nacieron nuestros padres, abuelos,
bisabuelos, tatarabuelos, hasta perderse los eslabones en una cadena
interminable.
Llegamos
a un arenal en el balneario de Buenos Aires, cercano a la ciudad de
Trujillo donde vendían a plazos lotes vacíos y allí levantamos una
cabaña. Allí mamá enfermó por todo lo vivido.
Era
a los finales del primer trimestre del año 1966 en que toda mi familia,
como si se arrancase un árbol grande y coposo desde la raíz, nos
desarraigamos para siempre del pueblo donde nacimos.
7. Y
lucho
El
6 de abril de ese año nació mi hermana Luz Elvira ya en Trujillo,
siendo la única y la última de los once hermanos que somos de padre y
madre, quien no nació en Santiago de Chuco.
Una
semana después, el 14 de abril, murió mi abuela Rosa, madre de mi mamá,
y quien fuera la que la castigara tan rudamente, de quien mi hermana
Rosita que es la mayor de las hermanas.
Murió
en un accidente de tránsito en la carretera viniendo de las aguas
termales de Cachicadán, y está enterrada en la entrada del panteón de
Santiago de Chuco y a cuyo nicho yo me acerco y le hablo con mi corazón
sollozante.
Por
eso, cuando alaban las virtudes de mi hermana Rosita, quien es
hacendosa, comprensiva y sacrificada, yo solo cuento que desde que nació
se convirtió en el paño de lágrimas de mi madre. Y callo. Y nunca
cuento lo que hoy he contado con tanto dolor en el alma.
Recuerdo
más bien las alegrías en nuestra casa de infancia, que fueron muchas,
salvo la pobreza. Por eso digo que la pobreza no es buena y lucho porque
no la haya. Porque fue el motivo para que dejáramos nuestra tierra.
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