Danilo Sánchez Lihón
Crece y muere el día, crece
y muere la luz,
crece y nunca muere
la esperanza.
El amor es siempre el día
que vendrá.
Washington Delgado
1. El borde
de los aleros
– ¡Corran!
– ¿Qué ocurre?
– ¡Ya llegó la Banda de Julcán!
– ¿Adónde?
– ¡Está bajando del camión a la entrada del pueblo! ¡Ahorita empiezan a tocar!
– ¡Corran!
Corremos
calle abajo; y a mitad de la cuadra llega el primer compás de la Marcha
del Apóstol. Y se revientan en el cielo azul los primeros cohetes con
los que el devoto del Patrón Santiago el Mayor, Luis de la Puente Uceda,
se integra cerrando la fila y acompañando el ingreso de la banda que él
mismo trae cada año a nuestro pueblo.
No
alcanzamos a llegar a la esquina cuando ya la tarola, el bombo y el
platillo de la primera fila aparecen por la bocacalle, con los músicos
detrás, vestidos de pantalón azul, chaqueta celeste y boina de color
oscuro.
Pasan dirigidos por el «borrao» Lizárraga que, tocando su saxofón, quien va marcando el ritmo siempre al lado de ellos.
2. Avalancha
de la gente
Los
clarinetes, trompetas y trombones resuenan, y se suceden los cohetes
que ascienden rozando el borde de los aleros hechos de carrizos, de
magueyes y barro.
Un
estremecimiento de gozo, de alegría, de júbilo nos invade el alma.
Mientras que, por algunos retazos de sol, prendidos de algunas paredes
de las casas altas, los gorriones cruzan asustados ante el estallido de
las avellanas y el resonar de las trompetas.
Hombres,
mujeres y niños caminamos detrás de la banda, con los ojos llorosos de
gozo, de fe en nuestro Patrón Santiago, de agradecimiento a la Banda de
Músicos «Libres de Julcán» que infaltables llegan para animar los días
de fiesta del Patrón Santiago.
Ya
un gentío los sigue por la calle mayor y los mercachifles se paran
afuera de sus toldos para que la gente al transitar no los hiciera caer
al suelo. Pero es inevitable que uno u otro se desarme con la avalancha de la gente que sigue devota y entusiasmada a la banda que toca con entusiasmo y con denuedo.
3. En nuestro
suelo
Pero
este año hay algo que mantiene a la gente en vilo, inquieta y
desvelada, y es que se espera con verdadera fascinación un suceso
tremendo: cuál es la llegada por primera vez a Santiago de Chuco, de la
«Banda del Regimiento de Infantería 37 del Ejercito del Perú»,
acantonado en Trujillo.
Es
una banda compuesta por noventa músicos. Y que viene gracias a la orden
que ha dado el General Carlos Miñano Mendocilla, héroe en la Batalla de
Zarumilla, e hijo ilustre de Santiago de Chuco donde ha nacido, crecido
y se ha criado en nuestro suelo.
Así
tendremos por primera vez el privilegio de oírla tocar acompañando el
Anda del Patrón, en su procesión del Día del Alba, porque al día
siguiente tienen que regresar para participar en el Desfile de la Región
Militar, en Trujillo.
– ¡Noventa músicos! ¡No lo puedo creer!
– ¡Cuando desfilan sobrepasan una cuadra!
– ¡Jura hermanito!
– Y todos los que tocan tienen grado militar, desde el director que es coronel.
– ¡Ándale, Pedrito!
4. Las primeras
casas
– Sus instrumentos brillan como el oro. No tienen ni una abolladura.
– Y es que obedecen al mismo reglamento militar, como si fueran armas de guerra.
– ¡Es la mejor banda del Perú!
– ¡Ni en Lima hay una igual!
Por eso, esta madrugada, cuando un grito herido nos anunció que dos ómnibus militares ya se ven desde el canto del pueblo, por la altura de Huayatán, hemos saltado de nuestras camas.
Nos hemos puesto como sea los pantalones y hemos corrido veloces por las calles que llevan a las afueras del pueblo.
¡Pero
ha sido ya tarde! Porque los inmensos vehículos verde oscuro, con el
escudo y la bandera del Perú, ya estaban detenidos al inicio de las
primeras casas.
Y
han saltado desde dentro, los soldados músicos, con sus instrumentos;
corriendo a formarse en columna de a tres, como si fuera una guerra.
5. El primer
paso
Hoy es una mañana de oro en la que el sol los recibe casi humillado, arrastrándose a los pies de estos seres sobrehumanos.
Y
es que parece que no han viajado por el camino polvoriento, sino que
pareciera que salen frescos y relucientes de una tina de agua, pues se
los ve tan diáfanos.
Han
formado y, ciertamente, la cuadra de la calle les queda pequeña. Más
aún ante el jefe imponente que tiene una mirada altiva y de mando con la
que los dirige.
– Es el famoso Tito Noriega. –Corre la voz entre nosotros, hombres, mujeres y niños que los miramos extasiados.
Cuando
ha terminado de revisar las tres filas de sus soldados, mirado y
contado hasta los botones de sus uniformes, el director se ha puesto
adelante –y no al costado como hace el director de la Banda de Músicos
«Libres de Julcán»–, y ha dado un grito, alzando el brazo derecho.
Y todos se han alistado a tocar. Y bajando enérgicamente el brazo, todos al mismo tiempo, dando el primer paso al frente, han iniciado los compases de una marcha jamás oída por nosotros.
6. Jirones
de música
Sones
que tuercen las paredes de las casas y deshojan los eucaliptos de los
huertos y remueven en lo hondo de sus tumbas a los muertos del
cementerio enterrados en una colina próxima a las casas de Santiago de
Chuco.
Mientras,
entre los vivos, todos nos hemos quedamos anonadados. Estamos quietos,
estáticos, y pasmados por esa música sublime, infinita y sideral, que,
en la vida, debemos confesarlo, jamás la hemos escuchado.
Y
reverentemente, la gente los sigue detrás. Nadie se atreve a acompañar a
los costados, sería abuso de confianza de parte nuestra; lo que si
ocurre con la Banda de Músicos «Libres de Julcán».
Al
enfilarse la Banda del Regimiento por la calle mayor, los mercachifles
tempraneros saben de antemano que tienen que recoger rápidamente sus
toldos y arrimarlos a la pared, puesto que la columna de a tres, desde
que la han visto aparecer, saben que jamás se torcerá, ni estrechará por
nada de este mundo. Ni se encogerán esos soldados para pasar debajo de
las sedas, tafetanes y plásticos tendidos para hacer sombra.
7. Insignias
fulgurantes
Yo
no puedo seguirlos más que hasta la Botica San Cristóbal de don Luis
Médico, por el permiso que me han dado mis padres de ir solo hasta ese
sitio.
Y
desde donde tengo que regresar y contentarme con escuchar la música
desde el mirador del tercer piso de mi casa hasta donde salgo y me
embeleso mirando los tejados y escuchando los jirones destrenzados de
esa música que trae el viento.
Y
que se enreda entre los aleros, las malvas y mostazas que crecen en lo
alto de los muros y los eucaliptos de uno y otro huerto que elevan su
copa extasiada, y donde esa música ha silenciado hasta a los pajarillos
recién nacidos que pian en sus nidos.
Mientras,
nos apuramos en pegar botones haciendo los últimos arreglos en la ropa
nueva que la familia lucirá en la fiesta del pueblo.
Más,
ya nada supera la expectativa de ver pasar mañana, detrás de la imagen
de nuestro Patrón en su procesión del 25 de julio, a los noventa
músicos, rigurosamente uniformados de verde oscuro y con sus gorras e insignias fulgurantes.
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