Danilo Sánchez Lihón
1. Como es
su gente
–
Y ahora que has ido, ¿qué imagen tienes de mi pueblo? –Le pregunto a
Diana–. ¿En qué rasgo o símbolo lo puedes resumir o contener? –Le
reitero–. ¿Qué es lo que más te ha impresionado? Lo que más has
encontrado que definiría a mi pueblo. ¿Y que has encontrado en sus
calles, en sus casas o en su paisaje?
Es
lo que le pregunto compulsivamente a Diana Chávez, cantautora que ha
musicalizado los poemas de Vallejo y ha compuesto lindas canciones
relacionadas a Santiago de Chuco, viniendo ella la primera vez que
conoció a mi pueblo.
Me
mira ilusionada como si ya tuviera la respuesta precisa. No duda, sino
que abriendo los ojos y sabiendo lo que va a responderme, absolutamente
convencida de lo que va a expresar, me dice:
–
¡El pan! –Se exalta–. Porque una entra a una tienda y lo rimero que una
mira es el pan. Vamos al mercado, ¿y qué es lo que encuentras? ¡Pan! En
la plaza, en las esquinas hay pan. Y
es una imagen tierna, bondadosa, familiar. El símbolo de Santiago de
Chuco es el pan, y así como es el pan es su gente; es decir: sencilla,
cariñosa, fraterna y hospitalaria.
2. Como cuando
te acercas tú
Pan
de mi tierra que es cordial, gentil y afable. Del color de las mejillas
de los niños y niñas que van y vienen de la escuela.
Elemental y excelso como una flor. Llano e inmenso como coger una montaña.
En
donde parpadea la luz de los luceros. Que tiene la luz que horada los
carrizos y magueyes de la cercha y entra a la tienda o a la sala, a la
cocina o al espacio del horno donde se amasa.
Que
recoge su fulgor de los baldes tintineantes que cargamos desde los
pozos, donde traemos al lento arco iris, las tejas de los aleros y el
viento susurrante. Como el lento peregrinar de la luna extasiada.
Panes oblongos, como senos de mujer. De la niña presentida y soñada en la alborada.
El
pan de mi pueblo es tibio y tembloroso, como cuando te acercas tú,
amada mía, y miras sobre mi hombro lo que en este momento yo escribo.
3. No hablo aquí
de los dulces
Y, ¡ah, variedad de ellos! Y acompañando a los panes, y siendo familia de ellos, la diversidad de bizcochos.
Entre ellos el bizcocho simple, jaspeados de ajonjolí cuyas lentejuelas se revientan entre los dientes y la lengua.
De
la masa del bizcocho hacemos guaguas o guanacos, con figuras de
personas y animales. Comidos entre sorbo y sorbo del mate de toronjil o
yerba buena, de panizara o limoncillo, untando con el cuchillo la
mantequilla de Uningambal.
Al
morder el bizcocho los dientes de un niño hacen un corte en redondo y
parejo, y la mantequilla se deja ver en una huella amarilla mostaza
entre pared y pared de harina cocida.
Por
si acaso, no hablo aquí de los dulces de mi pueblo que para ocuparme de
ellos tendría que escribir todo un libro o enciclopedia.
Como
la hojarasca hecha de semita molida mezclada con chancaca para poner
luego entre capa y capa el manjar blanco. ¡Ah si hablara de pasteles y
tartaletas, de roscas y alfajores! ¡O alfeñiques!
4. Mientras,
en el patio
Pero
hay también pan para vender en el mercado, en la esquina de la plaza de
armas y en algunas tiendas. Respecto a este punto es opinión general
que el mejor pan del pueblo para vender lo hace doña Raquel Aguilar
Verau.
Y
encontramos la razón de ello en que su casa queda en la parte más alta
del pueblo y el agua de su pozo es pura, fría y cristalina.
Y en que para hacer el pan se levanta a las tres de la mañana, hora en que empieza a encender el horno y a preparar la masa.
A
las cuatro despierta a sus hijos para que ayuden a ir poniendo en las
“camas” el pan ya tableado por jóvenes mujeres, por muchachas alegres y
rozagantes, el mismo que se extiende a lo largo de los estrados y poyos.
A
las cinco ya salen las primeras semitas y los panes de agua. Y las
“cangas” con cuajada, envueltas en ceniza como son los primeros que se
hornean.
Mientras,
en el patio, ya esperan las vendedoras para llevarlo a uno y otro sitio
del pueblo las variedades de panes ya horneados.
5. Delante
de su puerta
Es el pan más sabroso que se vende en toda la comarca.
Y es que doña Raquel Aguilar compra los productos más frescos que van trayendo los campesinos a primera hora de la mañana.
Frescura que después se trasluce en todo lo que amasa, cuece y distribuye hacia la parte baja del pueblo.
Y es gracias a que ella vive en la parte alta del pueblo, en la antigua calle Manco Cápac del barrio Santa Mónica.
Calle que hoy lleva el nombre de Los Heraldos Negros, donde ella hace el pan de mayor hondura, sabor y altura.
Porque su casa es una de las primeras casas que hay entrando al pueblo por la cuesta de “Las guitarras”.
Por
donde pasan delante de su puerta los hombres y mujeres que vienen de
las campiñas altas, trayendo de todo: alfalfa, leña, huevos, granos,
verduras, hortalizas, y toda clase de productos para vender.
6. Y, ¿a cuánto
lo vendes?
A
las seis ya está ella, doña Raquel misma, ya desocupada del amasijo y
del horno, barriendo su calle y la acera de su casa, en donde se oye
casi siempre esta conversación:
– Quizá, ¿traes huevos para vender, mamita?
– Sí traigo, niña.
– Y, ¿a cuánto lo vendes?
– Igual pué a como está ahora su precio.
– Está a cinco por dos reales en la tienda.
– Así mismo estará, pué patroncita.
– ¿Están frescos?
– Fresquitos y grandes, vealousté.
– A ver, ¿cuántos has traído?
– Contémoslo pué, ¡cuántos hay!
7. Lo vende
la Micaelita
Es
por eso que la señora Raquel hace los mejores bizcochos, bizcochuelos,
alfajores y el buen pan que de madrugada reparte a algunas casas y a las
tiendas que le encargan.
Otra parte va envuelta en grandes manteles blancos y en canastones a la “Plaza del Mercado” donde lo vende la Micaelita.
Que así llamamos, con ese nombre, a una señora ya de edad pero que parece una niña, por lo tierna, delgada y bajita.
De rostro enjuto y suave, que siempre está debajo de sus trenzas bien peinadas.
Y
detrás de su mandil rosado a cuadros, tan limpio y fragante como la
mejor acequia que regara las hortensias y las flores del patio.
Con
una voz fina, como el bordado de sus manteles que abre para ver el pan
que vende, y a cuya vista nos transportamos a oler el aroma de los
huertos o la visión de las casas de campo con sus flores, su pozo y sus
árboles.
Y la inocencia y el candor de su gente, como es lo mejor que tiene el pan de mi comarca.