Danilo Sánchez Lihón
1. Valor
sin límites
La
ambiciosa pretensión del gobierno chileno de apoderarse del territorio
salitrero boliviano, y la adhesión de nuestro país hacia ese pueblo
hermano, comprometieron al Perú en una cruenta y desigual guerra con
Chile que se prolongaría desde abril del año 1879 hasta octubre del año
1883.
Las
primeras operaciones militares se libraron en el mar y tuvieron como
gesta la epopeya de Miguel Grau, quien mantuvo a raya a la aparatosa
escuadra chilena con habilidad, pundonor y coraje, hasta culminar en el
epílogo glorioso del Combate de Angamos ocurrido el 8 de octubre de
1879, en donde sucumbiera Grau al explosionar una bomba en la torre de
mando de su legendaria nave, el Huáscar.
Dueños
del mar, los chilenos iniciarían la invasión de nuestro territorio en
la zona de nuestro litoral sur, originándose así la Primera Campaña del
Sur, que terminaría con la victoria de Tarapacá, obtenida de parte de
nuestro ejército que, aunque diezmado supo dar una lección de
organización, visión y heroísmo, destrozando las líneas enemigas y
haciéndolos huir por el desierto.
Posteriormente
se inició la Segunda Campaña del Sur en territorios de Tacna y Arica,
acontecimiento que también dio lugar en nuestra historia a hermosas
páginas de patriotismo y valor sin límites.
2. Heroísmo
sin par
Pero,
una vez dueños de la costa sur del Perú las fuerzas militares de Chile
prepararon la ofensiva contra Lima, la capital de nuestro país, etapa
que concluiría con la batalla de San Juan y Miraflores, en las afueras
de Lima y cerca del mar.
Luchó
en aquella contienda lo mejor del Perú: los maestros con sus
estudiantes, las asociaciones profesionales, las organizaciones de
artesanos, todos ellos aglomerados en grupos humanos sin ninguna
preparación militar, y más bien solo impelidos por la sagrada misión de
defender la patria ofendida y mancillada.
Alistamiento
y contienda cuya consecuencia fue perecer ante un aparato
tecnológicamente mortal, así como ante una caterva moralmente sin
escrúpulos, que estableció como consigna “el repaso”, y como ley: “no
quedan heridos en el campo de batalla”, más que de soldados propio de
bestias.
A
partir de entonces, hombres del pueblo de las diferentes regiones del
país, sin importarles la precariedad de su salud ni de sus armas, ni de
sus pobres pertrechos militares, con ausencia de uniformes y paga se
arrojaron a la lucha. Y que, pese a su escasa preparación en la milicia,
pero con un profundo amor por el Perú, se hicieron presentes y
asumieron con sacrificio, consagración y bizarría la causa de la defensa
de la patria, escribiendo páginas imborrables de heroísmo sin par.
3. Poblaciones
inermes
Se
convirtieron así en una pesadilla sin final para las fuerzas de
ocupación en la heroica resistencia en nuestras serranías, acaudillada
por Andrés Avelino Cáceres, quien ha pasado a la gloria con el nombre
legendario de “El brujo de los Andes”, y su gesta como “La Campana de la
Breña”. Lo prueban las batallas de Marcavalle, Pucará y Concepción, que
se iniciaron al despuntar el alba del día 9 de julio del año 1882, y
que forman parte de esta hazaña de resistencia andina. En ellas, luego
de reñidos combates, el pueblo peruano obtuvo brillantes victorias,
obligando al enemigo a retirarse apresuradamente a los reductos donde
estaban acantonado con grandes pertrechos y armamento moderno.
El
13 de julio de 1882 se produjo una resaltante victoria peruana en la
batalla de San Pablo, en Cajamarca, obtenida por un pequeño ejército
conducido por el general Miguel Iglesias. Sin embargo, todas estas
acciones, pese a su grandeza, resultaban efímeras, pues las fuerzas
enemigas en represalia terminaban masacrando poblaciones indefensas. Por
cada soldado muerto en cualquier circunstancia se fusilaban a diez
pobladores del lugar, sean mujeres, ancianos, niños, o niñas. La aviesa
estrategia eran castigos atroces, cruentos y monstruosos, como vaciarles
vivos las entrañas; escarmientos a poblaciones inermes, fusilamientos
masivos de grupos humanos indefensos, exterminios de poblaciones enteras
a fin de causar temor, así como extorsiones para obtener información,
siendo uno de los objetivos de este plan siniestro aislar al ejército
patriótico comandado por don Andrés Avelino Cáceres.
4. Llacta
ancestral
En
1883 los invasores habían devastado ya varios departamentos de nuestro
territorio. Sin embargo, pese a la nula disposición de recursos y en un
espacio ocupado por una fuerza brutal, sin gobierno a favor de nuestra
República, y frente a un enemigo que se valía de toda medida procaz para
acrecentar su poder y su maquinaria de guerra, Cáceres seguía oponiendo
tenaz resistencia y tomaba la iniciativa para el ataque.
Para
ello encaminó sus fuerzas desde Tarma hasta Cetro de Pasco, para
proseguir hacia el departamento de Ancash, al norte, en busca de la
división invasora del coronel Gorostiaga que se había replegado en
Huamachuco. Después de una penosa y audaz marcha escalando la Cordillera
Blanca por el abra de Llanganuco, bordeando escalofriantes abismos y
sorteando mil penurias, sin medicinas para los enfermos y ni siquiera
zapatos, descalzos o con ojotas, las tropas caceristas avanzaban
persiguiendo al invasor.
El
hambre, el frío y las enfermedades hacían mella en los batallones
patrióticos, haciendo que perdiéramos muchos hombres a quienes había que
enterrarlos en los caminos. Así, a marchas forzadas, por fin alcanzamos
a sitiar Huamachuco en donde se había afincado el ejército chileno, y
coronamos las alturas del cerro Cuyurga que domina esta ciudad, capital
de la llacta ancestral de los chucos, izamos nuestras banderas.
5. Coronar
la cumbre
Los
chilenos al advertir la presencia de la milicia peruana en apresurado
movimiento desalojaron las casas de la ciudad y se parapetaron en el
Cerro Sazón.
El
ejército cacerista disponía aproximadamente de 1,800 hombres fatigados
por las largas caminatas, con un deficiente armamento y escasas
municiones.
Mientras
que las huestes del chileno contaban con algo más de 2,000 hombres y un
armamento muy superior, así como abundantes municiones.
Y,
sobre todo, contaban con su poderosa arma de caballería, numerosa y
bien equipada, ya que para su manutención imponían drásticas medidas a
fin de adueñarse de los forrajes.
Al
atardecer del 8 de julio de 1883 se rompieron los fuegos de artillería
que continuaron sin cesar durante la noche y todo el día siguiente 9 de
julio.
En
el alba del día 10 de julio, Cáceres resolvió tomar por asalto el cerro
Sazón. Pese a nuestras desventajas fuimos ganando terreno palmo a
palmo, y venciendo hasta casi coronar la cumbre del cerro donde se
parapetaron entre los muros incaicos que coronan esa cima.
6. La mayor
resistencia
La
bandera del Perú ya flameaba en lo alto, y las campanas de las iglesias
de Huamachuco repicaban a rebato celebrando la victoria.
Luego de esta lucha heroica el triunfo parecía inminente, favoreciendo por completo a los nuestros.
Sin
embargo, sorprendió al ejército patriota el agotamiento total de
municiones. Y se movió el emplazamiento de los cañones para rematar a
los enemigos
Al
advertir estos hechos los chilenos desataron un furioso contrataque con
lo último que tenían, el mismo que arrolló a los nuestros, que carecían
hasta de bayonetas para la lucha cuerpo a cuerpo, batalla desigual que
mostró el coraje, la valentía y el heroísmo de los luchadores de nuestra
patria.
Andrés
Avelino Cáceres había recomendado a sus soldados oponer al invasor la
mayor resistencia posible, tratando de hacer comprender al enemigo que
el Perú es bastante temible para el que pretenda humillarlo.
Sin
embargo, la derrota había quedado consumada y nuestras bajas fueron
numerosas. Muchos prisioneros fueron fusilados, aplicándose “el repaso”
en el campo de batalla.
Leoncio
Prado fue hecho prisionero días después, y afrontó valientemente la
muerte dando él mismo la señal para que el pelotón de fusilamiento
dispare.
7. Héroe
tenaz
Si
bien los chilenos habían logrado vencer en esta batalla, no habían
logrado derrotar a su invencible caudillo quien logró salvarse para
dirigirse a la sierra central, con el propósito de organizar nuevas
fuerzas y continuar con la heroica resistencia. Sin embargo, apurados
por dejar nuestro país las fuerzas de ocupación negociaron
apresuradamente un acuerdo de paz.
La
guerra con Chile concluyó el 20 de octubre del año 1883, con la firma
del Tratado de Ancón, responsabilidad que fue asumida en representación
del Perú por el general Miguel Iglesias. Así terminaría este episodio de
la historia peruana que tuvo funestas consecuencias para la economía de
nuestro país, pero que mostró la valentía de hombres cuyo pensamiento y
lucha estuvieron siempre centrados en la defensa del honor y la
dignidad nacional y donde se erige la figura de Andrés Avelino Cáceres
fue el héroe tenaz de la resistencia patriota contra el invasor.
La
Guerra con Chile ha dejado muchos sentimientos encontrados entre
nosotros. El que más ha preponderado es detenerse en la infamia y vileza
de quienes en esta contienda fueron nuestros enemigos; y cuyo plan,
inspirado por la envidia, era destruirnos para siempre. Eso lo
intentaron, pero no lo consiguieron. El sentimiento que elegimos
nosotros es el de valorar lo que fuimos en esa disputa, la heroicidad de
los nuestros, reconociendo que el Perú es eterno, y es hermoso como una
espada en el aire.
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