TRONCHOS
Fransiles Gallardo
Debería
haber ido a matricularme en Secretariado Ejecutivo del Instituto Superior
Tecnológico donde quiero estudiar, pero me fumé un tronchito de cocaína que me
vendieron en el camino a Tocache y me quedé con un adormecimiento que se me
quitaron las ganas de hacer cualquier otra cosa que no sea escuchar en mi cel,
una y otra vez:
«Agüita de coco... Tengo sed ... ¿Qué
estás hablando, cholo?... Mide tu boca ... Tengo sed ... sed ... sed...».
Estoy sentada sobre la hamaca del fondo
del Hotel Bolivariano, con un topcito que deja al descubierto de mi cuerpo su
ombligo y a las justas tapa de mis senos sus pezones, y con un shorcito que
deja al aire su media nalga.
Estoy como dormida. Es de un lunes su
mediodía con este achicharrante calor, que ya vuelta estaría calata en mi
cuarto.
Me hamaco, sueño, alucino, veo cosas,
reales o inciertas, no sé.
Un señor canoso está en el balcón, con
un polo blanco, bermudas, sandalias y sus piernas velludas.
¿Me habrá espiado? ¿Me habrá estado
mirando de mi cuerpo su vientre y mis piernas que cuelgan de la hamaca?
Lo miro y tiene de la cerveza su lata en
la mano. Sus manos son grandes, el pelo entrecano y bien peinado. Se da vuelta y
me mira.
Me avergüenzo y me sonrojo. Me tapo la
panza con la toalla que tengo enrollada a mis pies. Todo es tan rápido que no
sé si alcanzó a verme, media calata como estoy.
Mira en redondo y creo que me saluda y
entra a su habitación.
Luego de escuchar que cierra su puerta,
ingreso a la mía. Enciendo la televisión, hago zapping y me aburren sus
programas. Bajo el volumen y me siento sobre la cama intentando leer.
Deben ser como las tres de la tarde y
siento que el cansancio adormece mi cerebro, quizá si me acuesto sobre la
almohada me duerma rápido.
Enciendo un nuevo troncho de pbc y lo
fumo lentamente.
Me eleva, me coloca, me pone. Estoy muy
sensible, perceptiva, de mis sentidos su alerta.
Hojeo una revista que alguien me regaló
camino al hotel. Los libros de matemáticas serán cuando vaya al Instituto.
Hay una narración con letras grandes, la
imagino, la veo.
Es la historia de un hombre canoso,
viejo y solitario, apasionado con su soledad, que bebe cerveza en lata para
matar sus angustias y espantar la orfandad de su corazón.
En las noches, antes de dormirse,
tendido en su cama se acaricia, se frota, se recorre el cuerpo con las manos.
Su contacto es con él mismo y lo disfruta.
Siento que goza en soledad y en
solitario, entre suspiros, suspiros y suspiros.
Lo escucho. Ahora no son sólo suspiros,
sino también jadeos.
De verdad escucho jadeos. Alguien jadea
del otro lado de la pared. Sospecho que es el viejo canoso. No, no puede ser,
los jadeos aumentan, creo que estoy alucinando.
Vuelve la calma. Estoy sudada, excitada.
Me tiro sobre la cama y me duermo.
Dormí mucho, demasiado, supongo. Me levanto y ya es de
noche. Me baño y salgo a comer algo en una pollería cercana.
Bajo las escaleras y me encuentro con el
viejo canoso, subiendo las gradas. No lo miro. No me mira.
De vuelta a mi habitación del hotel,
armo otro troncho de coca y lo fumo. No sé qué me está pasando, pero estoy
fumando mucho y si sigo así, no voy a estudiar ni nada y mis viejos en Pizana,
de la mierda me van a sacar su gran puta.
Hace calor, me saco la ropa que me puse
para salir a la calle. Me encanta andar calata por el cuarto. Solita y
acompañada, también. Cuántas veces me paseo desnuda en mi casa, siempre que mis
viejos no estén y los ñaños, tampoco.
Me miro en el espejo del hotel y me
gusta mirarme; creo que soy bonita, doradita, wambrilla pielcita canela, me
dicen.
Tengo buen cuerpo, soy chata, pero bien
proporcionada, tetas chicas pero paraditas, con trasero amplio, durito y bien
arriba.
Qué lindo es caminar sin zapatos, el
porcelanato del piso está helado y lo siento en la planta de los pies. El aire
frío del ventilador recorre mi cuerpo, me enerva y me dan ganas de no sé qué.
Salgo al balcón interno del hotel y miro
la noche, está tranquila. Miro del cielo su azul y afuera está tibio, pero
corre una suave brisa por el jardín.
Mi vecino, el viejo canoso debe haber
salido, porque en su habitación no hay ruido ni luz.
Al darme vuelta, lo veo. Está parado en
el marco de la puerta de su habitación, silencioso, tomando una cerveza en lata.
Me mira fijamente con esos ojos oscuros
que parecen meterse dentro de mí. Yo también lo miro. Sus ojos están clavados en
los míos.
Estoy desnuda, solo con una toalla
envolviendo de mi pecho hasta la mitad de mis muslos. De los nervios hasta casi
se me cae. Que vergüenza, Dios.
Me mira a los ojos y su mirada quema.
Levanta su cerveza como saludándome,
toma un sorbo, se da vuelta y se va.
Quedé embobada, absorta, cojuda, como si
me hubiese hecho brujería. Ni siquiera me habló el viejo ese. Ni siquiera puedo
decir si hubo deseo de algo conmigo al ojearme o que me penetró con la mirada.
Estoy tiritando a pesar del calor de la
noche.
Me ha dado puzanga, seguro; pero cuándo,
dónde. Me embrujó como la serpiente hechiza a los pájaros. Me dejó como quien
toca una puerta, entrega un recado y se va sin decir nada.
Viejo mañoso. Mi pichito, arde.
¡Basta! No es más que un viejo hijo de
puta, un mozandero degenerado que de seguro quiere jugar conmigo. Lo voy a
mandar al carajo, qué se ha creído, viejo de mierda.
Me pongo un polo y un shorcito, sin
calzón dentro, dispuesta a encararlo, gritonearlo y putearlo.
Abro la puerta y me lo encuentro parado
frente a mí. Quedo muda, tiesa, espantada.
Me mira, no sonríe, no dice nada y me
empuja para adentro de mi habitación, cierra la puerta, me empuja sobre la cama
y apaga la luz.
No sé si es cierto lo que está pasando o
los tronchos de pbc que me estoy fumando me están quemado el cerebro.
De: Puka Yaku, Río de Sangre