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CONVERSACIÓN CON EL
EX PRESIDENTE OLLANTA HUMALA
Por Kenji Fujimori
17 de julio de 2017
El viernes, como acostumbro, fui a
visitar a mi padre. Lo encontré reflexivo, quizá porque esa tarde habían
trasladado allí a Ollanta Humala. Cuando salía yo, luego de despedirme,
recordé el primer día de mi padre en prisión, momento que nunca podré olvidar.
Y pensé en Humala. Nadie sabe lo que es la primera noche en la cárcel.
Volví entonces sobre mis pasos y pedí verlo.
Toqué la
puerta de la celda de Ollanta Humala. Estaba con su abogado, los dos
solos repasando seguramente opciones judiciales. Encontré a un ser humano quizá
en su hora más difícil. Pensé en sus hijos.
“Vengo como
hijo, señor presidente, no como congresista. Le traigo algo de agua”, alcancé a
decirle antes de que se pusiera de pie sorprendido, incrédulo. Cuando se
recuperó, me miró a los ojos y me estrechó la mano agradecido.
Luego de un rato, noté que le
faltaba todo. Me di cuenta de que la medida judicial lo había sorprendido
desprevenido. Parece que al INPE también, porque tuvo que habilitar rápidamente
las instalaciones. “¿Le hace falta algo que pueda alcanzarle?”, pregunté. Y
noté que en ese momento se disipó la tensión.
Regresé
entonces donde mi padre. “¿Todavía acá, Kenji, qué pasa?”. Le conté de donde
venía. “No tiene nada de nada, ni toalla”, le dije. Mi papá se quedó pensativo
un momento. Al salir de su ensimismamiento, comentó: “Apóyalo en lo que
necesita”.
Acto seguido,
sacó unas viandas y preparó él mismo unos panes con queso. “Llévale esto”, me
dijo. Antes de salir, le conté: “Me dijo que hace mucho frío. Y de noche es
peor”, agregué. “Ah, entonces llévale esta frazada y este sacón para que se
abrigue”. Y antes de salir yo, todavía añadió: “pero Kenji, aféitate primero.
No puedes ir así. Es un ex presidente”. Sonreí, lo hice y partí con mi carga.
Varias horas hablamos Ollanta
Humala y yo. Me contó muchas cosas acerca de su vida. Su paso como niño por
el colegio de la colonia japonesa donde era el único de apellido español, por
lo que se ganó gratuitamente su cuota de ‘bullying’, y que a raíz de eso
aprendió a boxear. Le dije que lo mismo, al revés, me había ocurrido a mí en el
colegio, solo que yo aprendí karate y jiu jitsu, dije. Y reímos de buena gana.
Le ofrecí
llevarle libros: hablamos de El Príncipe y las anotaciones de Napoleón, de “El
imperio eres tú” de Javier Moro, de los libros de Santiago Posteguillo y de las
novelas de Ken Follet. Sobre todo hablamos de reconciliación, de los Aliados
con Alemania y Japón en la posguerra, de mirar al futuro con otros ojos.
En esta espiral de violencia
política que ha sido el Perú de los últimos años, esta arena movediza de
confrontación, elegir el odio es el camino fácil. Afortunadamente, no guardo
rencores. Siento que mi familia podría ser de las más golpeadas y, sin embargo,
con la experiencia de este día, ¿cómo podría yo guardar resentimientos por
razones políticas? La política es una cosa, la vida es otra. Esta es la hora de
curar heridas, pienso, sin odios, sin venganza, con manos abiertas. Debemos
reconocer nuestros errores y construir nuestro futuro. No sé si eso es lo que
un político puede hacer, ¡pero debería!
No hay que
hacer leña del árbol caído. Quizá ha llegado el momento de construir los puentes.
Hablaré con quien sea necesario.
Fuente:
Diario El Comercio