Danilo Sánchez Lihón
1. Ritual
de la danza
Hoy día se celebra la Fiesta del Sol y las sacerdotisas del templo han de hacer el mejor de sus rituales desde el amanecer.
Wayna, que forma parte del coro y la comparsa de baile, es la más bella y su canto el más cristalino.
Se
siente feliz y contenta por haber sido deparada con tantos dones y
atributos desde cuando nació en Chincheros, un pueblo no muy lejano, de
donde fue escogida por su virtud y su hermosura.
Hoy
día pueden ingresar a la ciudadela personas de los contornos, sobre
todo para extraer fuego sagrado como ofrenda y veneración, importante
para consagrar al sol los ayllus y las panacas, como también las
cosechas y hasta el ganado.
Así
es cómo ingresa y está presente en las ceremonias Wiñay, un joven
devoto, pastor de llamas, vicuñas y guanacos. Para él ha sido un
deslumbramiento ver el ritual de la danza, con los cánticos, plegarias y
abluciones.
2. Noche
profunda
Está
embelesado, siente que todo es translúcido, y sus ojos no se apartan de
una de las sacerdotisas, observándola enternecido, envuelta en su
vestido ritual.
Al
descubrirse y al verla su rostro tiene un deslumbramiento. Pero es ella
también quien al levantar la mirada siente un temblor en su pecho al
encontrar los ojos del pastor clavados en sus ojos.
Pero
las leyes son implacables. Ella es una sacerdotisa del templo. Y él un
simple pastor. ¡Es inconcebible que ni siquiera sus ojos se encontraran!
Pero, a su vez, es imposible ser los mismos a partir de entonces.
Por la noche desde la cumbre más alta ella escucha el lamento desgarrado de una quena.
Es noche de luna, helada y profunda, y los sones de la canción de amor llegan directamente a sus oídos y a su corazón.
3. Queja
y quebranto
Siendo así, él arriesga su vida. Y ella igual.
Se pasea desvelada por el terraplén.
Las sombras de la luna y el torreón se perfilan amenazantes.
– ¿Quién eres y por qué entonas melodías de ese modo? –Pregunta.
– Soy el pastor y su quena. –Contesta él.
– ¿Por qué vagas, deliras y no duermes?
– Porque el amor hacia ti inflama mi alma.
–
¿No sabes acaso que es imposible? ¡Que es delito, y que nos espera la
muerte! ¿No sabes que ni siquiera la muerte es pago suficiente para
conseguirlo?
– Lo sé. ¿Pero qué podría hacer sino desde ya sufrirlo y padecerlo?
4. ¿Qué
haré?
La siguiente noche ya fueron endechas de queja y quebranto las que él canta:
Dulce palomita,
flor del capulí.
¿Dónde naciste?
¿Dónde nací?
Aquella música, aquel sentimiento ella sabe que jamás ya lo podrá abandonar.
– El amor terreno, el amor simple y cotidiano no está permitido en una sacerdotisa.
Le sorprende diciéndole la Mamacuna, pero a la vez acunándola tiernamente. Y ella se deja languidecer entre sus brazos.
– ¡Ay! ¡Pobre hijita!
– ¿Qué haré entonces madre mía, tú que conoces las almas? –Le implora.
5. Agua
que él beba
– Ruégale con la mayor sinceridad a la Montaña Sagrada.
Y eso hace Wayña, diciéndole:
– ¡Oh Morada de los Dioses! ¡Oh Montaña Sagrada!
– Sí, te escucho.
–
Quítame esta llama que me incendia, o quítame la vida. O, si no, hazme
mujer terrena y permite que me una al pastor, a sus majadas y a su
destino.
La Montaña Sagrada se conmovió de su inocencia, de su ternura y de su candor.
Y le habló así:
– Es imposible aquello que me pides. Solo podré hacerte orquídea, una flor de los bosques.
– ¿Orquídeas que el pastor recoja y adore en su camino?
6. Y se unió
a él
– ¿Flor? ¿Y por qué no agua que él beba? ¿O aire que él respire? ¿O fuego que le abrigue, anime y alumbre en el sendero?
– ¡Porque el agua es agua, y el viento es viento; y el fuego es fuego! ¡Y no tienen un par, con quien se unan!
– ¿Entonces él tendría que también aceptar transformarse?
– Sí, él también.
– Le preguntaré esta noche cuando él toque su quena.
– Ya no volverá por las noches a entonar su quena
– ¿Por qué? ¿Le ha ocurrido algo?
– Porque él también me ha implorado, y ya es orquídea.
– ¡Entonces pronto, yo también quiero serlo!
7. Amarse
eternamente
Y la Montaña Sagrada la convirtió en flor. Y se unió a él.
Son las orquídeas reales que pueblan en todos los bosques aledaños de Machu Picchu, también llamado Paraíso de las Orquídeas.
Son dos flores juntas que solo existen y viven aquí.
Y, cuenta la leyenda, que son la sacerdotisa del Templo del Sol y el pastor de llamas, vicuñas y guanacos.
Se
las conoce también como Wiñay Wayna, que quiere decir “Siempre
jóvenes”. Porque se le dio esa dádiva, en tributo a su sacrificio, la de
mantener siempre su juventud.
Sus pétalos tienen formas de manos y de dedos que se entrelazan y hasta imploran unirse.
Y de corazones abiertos y expectantes que se aman entre sí eternamente.
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