Danilo Sánchez Lihón
«Mi patria es muy grande
y de belleza sin par.
La forma la selva y el ande,
la costa y el mar».
Francisco Izquierdo Ríos
¡Sierra de mi Perú, Perú del mundo,
y Perú al pie del orbe; yo me adhiero!
César Vallejo
1. Su
consigna
Nunca
escuché de mi padre, quien era maestro de escuela, una sola frase o
referencia en contra del Perú y su destino. Y jamás una sola palabra de
duda o desaliento. Al contrario: alababa lo bueno, lo constructivo y
alentador, de lo cual hay mucho a nuestro alrededor.
Más
bien, por esta época del mes de julio, su afán era preparar y ensayar a
la banda de guerra de su escuela. Entonces se le veía entusiasmado
curtir los cueros, que es un trabajo arduo, cortarlos, templar las
tarolas y enseñar a tocarlas.
Como
a saber emboquillar las cornetas, puesta toda su dedicación en preparar
el desfile a fin de que en él todo él luzca espléndido.
Nunca
escuché de él una sola alusión descalificando a nuestro país. Era un
maestro convencido de su grandeza, de quien todo lo admira, encomia y
enaltece. Para él nunca el Perú dejaba de tener razón.
Y
todo era resaltar sus virtudes, méritos y valores, pero no en el debate
ni en el discurso sino en los hechos y actos concretos. Porque yo nunca
lo vi discutir con nadie. Más bien sabía escuchar. Y recreaba después
lo escuchado a modo de cuento.
2. Pueblo
honesto y heroico
Y
era devoto de nuestros emblemas patrios. El escudo del Perú era su
fascinación, y nos explicaba sus rasgos y simbología. Así, mi farol en
el desfile fue casi siempre el escudo del Perú, que lo hacíamos juntos. Y
desde entonces me parece un símbolo hermoso, teniendo en el cuartel
superior derecho, mirando desde el escudo, y en fondo celeste la vicuña.
En el cuartel superior izquierdo en fondo de argén, o de plata, el
árbol de la quina. Y en el campo inferior, en fondo de gules o rojo, la
cornucopia de oro derramando bruñidas y copiosas monedas.
El
Perú es un país hondo y serio. Nuestro pueblo es sacrificado,
diligente, honesto y heroico. Es un pueblo sabio, de mucho mundo
interior, con lastre y fondo. Pueblo trabajador, diligente y valeroso;
sacrificado hasta la abnegación, siempre listo a asumir las causas
heroicas de la vida.
Que
se reta y desafía con los abismos, las cumbres inhiestas, las
abruptuosidades temibles y los cataclismos atroces. Siempre listo a la
convocatoria en función del bien, en donde se deciden grandes asuntos
para el destino de la humanidad, como también donde se ciernen promesas,
ideales y esperanzas.
3. Rompan
las tarolas
Hace
poco me encontré en Trujillo con un señor que se identificó como alumno
de mi padre, que había formado parte de la banda de guerra de su
escuela. Ante mí evocó que mi padre repetía la siguiente frase cada vez
que la banda con sus compases animaba el paso marcial de todo el plantel
escolar apostada ante las tribunas: “¡Rompan las tarolas!” Yo que había
visto lo prolijo que era hacer y armar una tarola, ¿cómo entonces
romperla por la emoción de un instante? Pero precisamente de eso se
trata: para encenderse y arder con un sentimiento. Porque cuando se está
ante un altar, de pie o desfilando, cabe esta emoción. ¡Y por supuesto
que cabe entonces romper las tarolas, como consigna de entrega y
adhesión!
Otro
rasgo de su desempeño era cumplir ferviente con el desarrollo del
Calendario Cívico Escolar en el patio de la escuela y resaltar la vida
de los héroes de nuestra nación. Atento a coleccionar los recortes del
álbum «Mi Perú», que publicaba el diario La Prensa, llevando el recuento
minucioso, número a número, de sus diversos fascículos. Cualquier
mapa, noticia educativa, biografía célebre que encomiara los valores
del Perú él lo atesoraba. Y nos leía, comentando el rasgo que
consideraba de mayor significación. Si no podía recortar un artículo
anotaba inmediatamente su contenido, precisando con pulcritud los datos
más significativos en sus infaltables libretas de apuntes.
4. Era
fervoroso
Estaba
suscrito al periódico La Industria de Trujillo que leía con especial
dedicación. Con cierta regularidad compraba en la tienda de don Manuel
Quesada, situada en la Plaza de Armas, alguna publicación reciente, sea
un atlas o una enciclopedia.
Era
fervoroso del diccionario que nos lo hacía consultar a diario para
precisar una definición o discernir sobre sobre la corrección
ortográfica de un vocablo. Y era de consulta obligada el Almanaque
Mundial que se publica año tras año.
El
día que la revista Selecciones del Reader’s Digest llegaba a Santiago
de Chuco, un ejemplar también nos llegaba a nosotros enviada desde la
distribuidora en Trujillo. Las ediciones periódicas de las revistas
Nueva Educación y Peruanidad eran infaltables en su mesa de trabajo.
Y
muchos de esos artículos nos leía antes de servirnos los alimentos en
la mesa, a la hora de comer. Vibraba con lo nativo, con la historia del
Perú precolombino, con nuestras raíces ancestrales, con la vida y las
costumbres del Tahuantinsuyo.
5. ¿En qué
soñaría?
En
lo que a música respecta siempre estaba interpretando sones incaicos y
del folclore andino. Alguna vez, cuando trajimos con mis hermanos restos
óseos de gentiles recogidos de las cuevas de Shiminiga, se quedó
extasiado con un maxilar inferior.
Y en su ensoñación, habló así:
– ¡Qué bella debe haber sido esta niña de nuestro antiguo Perú!
– ¡Papá! ¿Y cómo sabes que fue niña?
–
Digo niña, por la pureza de su alma. Porque así fueron las personas en
el antiguo Perú, candorosas, que no albergaban rencores, que eran
solidarias.
– Y, ¿por qué crees que fue bella?
– Por la delicadeza del maxilar inferior.
– A ver, papá. Pero, ¿cómo podemos saber al observar un hueso que aquella persona era bella?
–
Por la finura, ¡y cómo termina este hueso con tanta armonía y
cabalmente redondeado! ¡Con qué gracia! Seguro que fue de una doncella
hermosa. Y me enternezco pensando: ¿Cómo fue su vida? ¿Qué música
bailaba? ¿En qué soñaría?
6. Cuarenta mil
esclavos
Un
poema de su preferencia y que recitaba frecuentemente con voz para la
cual extraía todas las resonancias de su alma, era aquél de José Santos
Chocano, que dice:
Cuarenta mil esclavos abrieron el camino
del Cusco a Cajamarca, por donde el Inca va;
su padre, el Sol, le alumbra; y el regio peregrino
devora millas, leguas... y siempre más allá.
Cojín le dio una alpaca, cual áureo vellocino;
escala hízole el brazo quichua y aimará;
detuvo el anda; y ágil y firme en su destino,
saltó sobre los hombres en que apoyado está.
Tejiendo muelles danzas las indias van delante;
detrás van los soldados de aspecto fulgurante;
el Inca, envuelto en oro, simula una visión.
Y sobre aquel camino, que el Sol aviva en llamas
como lo hiciese una boa de fulgidas escamas,
se va desenroscando la lenta procesión...
Poema que hizo que yo lo recite en una actuación pública, ensayándome a decirlo principalmente en la entonación.
7. Pero a la vez
níveo
¿Y
cuánta música de abismos vibraba en su mandolina? ¡De hondonadas, de
flores en lo profundo de las quebradas! Y a ratos subiendo en el
diapasón hasta las cumbres impolutas de los picachos nevados. Música
afable, trina, estallante; en donde se abren los remolinos, se
precipitan las cascadas, donde amanece y boga la luna al anochecer,
grácil y a ratos estupefacta.
¡Acordes por donde yo veo pasar el borde de las polleras de ñustas y Vírgenes del Sol consagradas a lo excelso y eterno!
Música
honda, sentida, vibrante. Con notas de una agudeza suprema. Que se
eleva hasta lo alto de las nieves eternas y se precipita a lo profundo
de las hondonadas colmadas de helechos y flores.
De
ritmos acompasados, en donde sentimos el talle, el balanceo y el vuelo
de la pollera de las ñustas del sol que danzan o caminan arrobadas.
Mi
padre adoraba al Perú. Era su esencia, su compromiso y su desvelo. Era
su fe y su apuesta esperanzada en el porvenir. ¿De dónde extrajo todo
eso?
Yo era niño y no comprendía que ser así significa una larga decantación, síntesis de vida y experiencia acrisolada.
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