LAS TEJAS SON HADAS
Por Danilo Sánchez Lihón
1. Lucero ensimismado
Arcilla y viento que contienen agua y fuego para siempre.
Toda la curvatura de la teja está templada a fuego intenso, y afinada para entonar endechas de amor al firmamento.
En ellos se sobreponen una teja macho y una teja hembra, por eso las tejas son cantarinas, sabias e impredecibles.
Porque sintetizan el amor. Una teja se tiende y la otra fragua tempestades.
Son barro que vuela y quieto lucero ensimismado.
En los tejados se escuchan las voces y los llantos de las almas que han pasado. Y de aquellas que añoran su lar nativo.
En ellos los espíritus se posan.
2. Pasos y destinos
En ellos se nos encuentra y en ellos, pese a estar, jamás seremos hallados.
En ellos estamos, radiantes o ateridos. Y cuando no estemos se nos mirará en la hondura de su centro o su costado.
Velan, escuchan, aguardan. Son quienes nos amparan y protegen de tanto cosmos inacabable.
Se enorgullecen si triunfamos y se apenan si sufrimos.
Ellos escuchan las voces de adentro y las de afuera que pasan por la acera.
Aquellas que provienen del fondo del alma y de las otras que vienen desde lejos cribando nuestros pasos y destinos.
3. Abiertas o sepultas
Pero después supe que no era por eso.
Ese gesto es por un motivo diferente. Porque es otra savia la que recorre sus venas o canaletas. Y ello es el sentimiento, ¡y los sueños inatajables!
Porque cuántas veces no hemos jugado al verlos y preguntado: ¿cómo sería resbalar o subir por ellos si fueran más empinados o ligeramente más tendidos?
Entonces son para jugar con nuestras emociones y fantasías sean abiertas o sean sepultas; sean calmas o sean desmesuradas.
Como, en otro tiempo, son inclinados para llorar. A que por ellos resbalen nuestras lágrimas. Cuando nos hemos ido y ya no los tenemos. Y cuando nos despedimos.
4. Senos o regazos
Es por sus lágrimas compasivas. Por identificarse con la gente más sencilla.
Por ser tan humanos, que es lo mismo del por qué se cimbran o se quiebran. Por el dolor que les causa el sufrimiento ajeno, o del prójimo.
Que en mi pueblo esta palabra se la dice con cariño entrañable, como si dijéramos: próximo, o hermano.
El por qué se tuercen, es por la ternura que los embarga. Por ser buenos, cariñosos y estupefactos.
Unen la tierra con el cielo, cual si fueran senos o regazos maternales. Y porque en ellos lo que no hay, así estén derruidos, no es jamás olvido.
5. Los huecos de las puertas
En los tejados es donde los ángeles se guarecen. Y velan las hadas extasiadas. También los duendes de las cercas aquí tienen sus escondrijos.
Solo la parca con su traje de telaraña y sus ojos que no ven, pero que sí señalan, no se atrevió nunca a pisar en ellos.
¡Jamás se ha visto el alma de un muerto en el tejado!, pero si tras las paredes, o las puertas, o ventanas.
Con su guadaña, el chushec y la pacapaca en los hombros, se esconde entre los árboles y en los huecos de las puertas.
6. De cara a los arcanos
Pero no desde los tejados.
Las tejas son hadas, ¿espantarlas para siempre? ¿Desterrarlas de nuestras vidas?
Es la arcilla ofrendada al viento y a lo eterno.
Los tejados son el plumaje de las divinidades que se arrebujan bajo el cielo anubarrado.
Porque las tejas recogen nuestra vida sencilla y cotidiana y la subliman hacia los cielos abiertos y eternos.
Pero también afrontan los enigmas y nos lo ofrecen como pan de cada día.
Más aún, viven de frente y de cara a los arcanos y nos modulan tenuemente sus secretos a los oídos.
7. Velar entonces
Son la línea fronteriza entre lo terreno y lo divino. Porque eso somos y hemos sido.
Y hasta contienen la trascendencia de la que hemos sido hechos. O bien somos y hemos de llegar a serlo, como victoria en el universo.
Defender los tejados es dar valor a nuestros pueblos, haciendo que ellos tengan identidad.
Nuestro compromiso generacional es hacer que los dones y virtudes de nuestra tierra no se pierdan y, al contrario, se exalten y consagren.
¡Por todo ello y, en primer lugar, velar entonces por la permanencia y conservación inalienable de los tejados!
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