LA MIRADA
EN EL
HORIZONTE
Danilo Sánchez Lihón
Más vale una derrota
honrosa
que una victoria vergonzosa.
Abraham Lincoln
Permíteme buscar en el campo
de batalla
no aliados sino mi propia fortaleza.
R. Tagore
1. La gloria
de ser
Hay en la vida de los seres humanos y en el decurso de la historia momentos decisivos, supremos y absolutos.
Para
la genética de una sociedad como la nuestra uno de esos mementos
culminantes y decisivos es el ocurrido en Punta Angamos en el amanecer
del 8 de octubre
del año 1879.
Es
la inmolación del Almirante Miguel Grau y gran parte de la tripulación
del Huáscar, el barco insignia de la Armada del Perú en la Guerra del
Pacífico,
uno de esos momentos sumos, absolutos y totales.
Porque
fue un combate de uno contra siete acorazados, siendo el Monitor
Huáscar la nave más pequeña y menos dotada en armamento y recursos que
cualquiera
de las otras siete.
Sin embargo, su comandante no dijo jamás: es conveniente rendirnos. O: es lógico negociar.
No
se le ocurrió jamás considerar este razonamiento: es comprensible que
seamos realistas. O: no vamos a sacrificar en vano nuestras vidas y la
de nuestros
subordinados.
2. Al rayar
el alba
Dado
que, ¿qué indicaba el sentido común? Rendirse, entrar en negociación,
transar. Porque inspirados en los negocios venía el otro contendor,
rival fiduciario
de esta guerra, enemigo codicioso y venal.
Pero el Perú jamás se rindió. Ni adopta el sentido común y corriente jamás. Porque es una cultura sublime.
Somos un país infinito para tener esos dobleces en esos momentos cardinales.
Al contrario: nos alistamos a luchar, y fuimos quienes hicimos los primeros disparos de cañón al rayar el alba.
Sin
embargo, nuestro armamento no podía hacer mella al cerco de hierro,
acero e iniquidad. Solo teníamos honor. ¡Y eso es bastante! ¡Más que
suficiente!
Y con él luchamos y, pese a la adversidad, vencimos.
No
estando dispuestos para obtener una victoria en la guerra, ¡vencimos!,
porque todos, absolutamente todos siguieron el sendero de la inmolación y
el
sacrificio.
No
hubo uno solo que se sublevara, nadie que al ver la escena se revelara.
E incluso iban cayendo uno a uno los oficiales del comando, y se
sucedían sin
cortapisas en la dirección de la nave.
3. El fragor
del combate
El Huáscar es desde entonces un símbolo, una bandera tremolante, un blasón y un baluarte.
Es una nave izada en el horizonte de todo aquello que es ideal, virtud y paradigma.
Y
tú Grau un mástil perpetuo, un paladín de fábula. Quien nos legaste una
estirpe de heroicidad, un linaje de gloria y al árbol generoso de tu
sangre para
mejor ser cada día, cada mañana, cada tarde y cada noche.
Tú
estarás siempre en la proa de la nave que es nuestro país con la mirada
puesta en lontananza, sin titubear y sin ningún aspaviento.
Desde entonces Grau lo resumes todo, sin embargarte ninguna soberbia, ni canonjía ni pitanza.
Bien lo dijiste, de manera simple y con eso basta. Que eras: nada más que “un marinero que trata de servir a su patria”.
Digno frente a los mezquinos. ¡Con qué hidalguía! Basta para muestra esta carta escrita en el fragor del combate.
Te imagino después de escribirla saliendo a la borda del barco a contemplar el horizonte y la mar inmensa:
4. De
usted
Monitor Huáscar
Al ancla, Pisagua, junio 2 de 1879.
Dignísima señora:
Un
sagrado deber me autoriza a dirigirme a Ud. y siento profundamente que
esta carta, por las luchas que va a rememorar, contribuya
a aumentar el dolor que hoy justamente debe dominarla.
En
el combate naval del 21 próximo pasado, que tuvo lugar en las aguas de
Iquique, entre las naves peruanas y chilenas, su digno y
valeroso esposo, el Capitán de Fragata don Arturo Prat, comandante de
la “Esmeralda”, como usted no lo ignorará ya, fue víctima de su
temerario arrojo en defensa y gloria de la bandera de su patria.
Deplorando
sinceramente tan infausto acontecimiento y acompañándola en su duelo,
cumplo con el penoso y triste deber de enviarle las
para usted inestimables prendas que se encontraron en su poder, y que
son las que figuran en la lista adjunta.
Ellas le servirán indudablemente de algún pequeño consuelo en medio de su desgracia y por eso me he anticipado a remitírselas.
Reiterándole
mis sentimientos de condolencia, logro, señora, la oportunidad para
ofrecerle mis servicios, consideraciones y respetos
con que me suscribo de usted, señora, muy afectísimo seguro servidor.
Miguel Grau
5.
Tú
lo justificas todo
A
partir de entonces todos navegamos en esas aguas sempiternas del coraje
y del deber. Y todos estamos de pie contigo, ¡oh Grau!, en el Huáscar.
¡Porque tú lo justificas todo! ¡Oh, Almirante!
Yo he llegado hasta este punto por ti. Y desde aquí otearé las constelaciones del firmamento.
Estoy aquí devoto, creyente, ungido, ante esta eternidad que lleva tu insignia.
Soy heredero tuyo.
E invocando tu nombre he llegado al punto más alto de esta montaña.
En ti encuentro la fortaleza, la visión, el temple; como también el sueño y la utopía.
Encontrando que contigo no hay tema ni problema que deba ni pueda soslayarse.
6. El alma
en todo
Porque
en tu corazón, ¡oh, Almirante!, ahora cabemos todos. Todos cabemos en
tu corazón vasto e ínclito como el mismo océano que ahora lleva tu
nombre.
Y es que Grau ya no es un individuo, somos todos nosotros. Y Grau ahora somos todos.
Y para nosotros el Monitor Huáscar siempre surcará los mares firme e inhiesto porque así tú lo dejaste.
Como el Monitor coraje de cara al infinito, de cara a la eternidad donde ahora moras.
Porque Grau es base, pilón, columna. Coraje en toda torre de mando. Es temple y serenidad en medio de la borrasca.
Es luz que se adivina en la noche cerrada. Luz de bengala.
Grau
es mar inconmensurable, es pundonor y es mirada. Es base de un puente,
en donde apoyar una torre. Es lo que prevalecerá. Es poner el alma en
todo
7. Y
en ti
Dejar ejemplos de generosidad al enemigo era lo más difícil de la guerra, más todavía por la iniquidad de sus actos.
Dejarnos
ejemplos era y es mucho más arduo que vencer. ¡Y tú lograste esa
proeza, que nos engrandece mucho más que haber vencido!
Porque, ¿quién lo hace? Y Angamos desde ti entonces es faro, atalaya y prominencia.
Desde donde se avizora, se promete y se jura.
Y, para todos nosotros, insignia y medalla en nuestras frentes, e incrustada en el fondo del alma.
¡Oh,
Almirante! Desde entonces guiar un barco es un lema, una misión y un
destino. Y meternos en lo hondo en el fragor de una batalla es la
consigna.
Y engrandecer tu Perú que cuidamos y lo hacemos cada vez más puro y valeroso.
En medio de las aguas de ese mar proceloso, confío que tú estás conmigo en la nave.
¡Y en ti, padre amado, toda esperanza!
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