Danilo Sánchez Lihón
Pase la eternidad
bajo los puentes.
César Vallejo
1. Días
de su infancia
Dos
hermanos se amaban con cariño devoto y entrañable. Habían sido
inseparables desde niños, y juntos compartieron muchos momentos gratos,
juegos, viajes y aventuras.
Aunque
eran diferentes de carácter y temperamento se complementaban mutuamente
en muchos aspectos. Y conocían sus gustos, preferencias y hasta sus
miedos y temores.
Dentro
de la escuela y a la salida de ella se defendían solidarios de quienes
intentaban pegarles o abusar. Y ambos eran adorados por sus padres que
los consideraban sus joyas más preciadas.
A la muerte de sus progenitores ya adultos se repartieron la herencia en predios que colindaban uno adyacente al otro.
Aquella
propiedad estaba apenas dividida por un riachuelo cuyo torrente
rumoroso había endulzado los días de su infancia y juventud.
Y
que ahora cada tarde vadeaban felices y contentos el uno o el otro para
reunirse y conversar alegremente de este y el otro asunto de la vida.
2. Dejaron
de verse
Sin embargo, un día surgió de algo simple, insignificante y baladí una desavenencia.
–
Tienes que hacer cortar los juncos de la acequia grande porque el agua
se está empozando. Y esta parte del terreno se está volviendo pantanoso y
llenando de mosquitos.
– ¿Qué? ¿Yo?
– Sí. Tú.
– ¡Oye! ¿Si te has dado cuenta que eso ocurre por qué no los cortas tú?
– ¿Yo?
– Y entonces, ¿yo?
– ¡Sí! –Respondió el otro.
Pronto los reproches subieron de tono y pasaron a las palabras hirientes.
Y a endilgarse acusaciones absurdas que nunca se les había ocurrido antes, ni siquiera en pensarlas.
Dejaron de hablarse, dejaron de visitarse, dejaron de verse. Ya ninguno cruzaba el arroyuelo y el encono fue en aumento.
3. Seguro
de sí mismo
Un día tocó en la puerta de la casa del más viejo un carpintero que portaba sus herramientas, y le dijo:
– Busco trabajo en qué ocuparme, señor. Soy carpintero y de repente tenga alguna obra pendiente que yo pudiera realizar.
–
¡Ah, sí! ¡Cómo no! –Le dijo quién era dueño de ese lado–. Al frente
vive una persona indeseable para mí, que me resulta muy incómodo que
este límite esté abierto y limite con su predio. Es un individuo que me
desagrada y me incomoda incluso verlo, y saber que está ahí al frente
mío.
– Comprendo señor, comprendo su situación.
– Le quiero ser sincero, es por casualidad mi hermano. –Le confesó un tanto avergonzado.
– Suele ocurrir con frecuencia situaciones como esta, señor.
–
Bueno. Quisiera que con la madera que está arrumada aquí alce usted una
valla lo más alta que se pueda, de tal modo que ni yo ni él podamos
siquiera mirarnos.
– He entendido. Haré una obra que le satisfaga plenamente. –Respondió el hombre, muy seguro de sí mismo.
4. Brazos
abiertos
El dueño dejó todo dispuesto y salió a la ciudad más próxima para atender algunos asuntos urgentes.
Al
regresar ya cerca del anochecer vio con espanto que el carpintero en
vez de erigir una valla había tendido un puente airoso sobre el
riachuelo.
Se quedó pasmado. Le subió una y otra ola de ira y rabia a la cara.
– ¡Qué atrevimiento es este! –Gritó, reaccionando ofendido.
Y, mirando a todos lados vociferó:
– ¿Dónde está ese insolente carpintero?
Pero en ese momento vio que su hermano cruzaba el tablado con los brazos abiertos.
Un
momento el hermano mayor dudó. Quiso aún retroceder y esconderse. Pero
hubo un impulso interior también irresistible y que fue mayor a su
intento de esconderse.
Y también echó a correr con los brazos abiertos al encuentro de su hermano.
5. Cada uno
a un lado
Ahora, en su vejez, es el único consuelo que ambos tienen en esta vida: el de cruzar cada tarde el puente de madera.
Y
de sentarse a conversar en el corredor de una y otra casa mirando el
paisaje de enfrente y la morada que pertenece a cualquiera de ellos.
Entre
ambos han remozado el puente. Ahora es de dos arcos, garboso, tallado,
que incluso tiene luces que ambos encienden con sus llaves simultáneas a
que ilumine por las noches como un bello espectáculo.
Es
el lugar en donde más juegan los niños de sus respectivos hijos e hijas
que vienen a visitarlos. Y conversan cada tarde acerca de cuándo fueran
niños. Y de todo lo que ellos se informan, enteran y conocen.
Y
ambos gozan los fines de semana reuniendo a sus familias respectivas
que comparten la comida, los brindis y los momentos felices. Y escuchan
complacidos, cada uno a un lado de la cabecera de la mesa lo que los
demás cuentan.
Y recuerdan complacidos a sus padres y cómo fue el tiempo pasado. Y ambos alzan en silencio sus copas y brindan.
6. Pese
a lo difícil
Ahora bien, ¿qué nos enseña esta historia con un desenlace halagüeño y feliz? ¿En qué radica su mayor mensaje y significación?
O,
¿qué clave de vida podemos entresacar de este relato para que
finalmente se imponga entre nosotros la armonía y prevalezca la paz?
¿Qué
es lo central en esta narración? Acaso ¿el que uno alzara los brazos?
¿O tal vez que el otro alcanzara a verlo correr y corriera también a su
encuentro?
¿El que el otro superara el momento de duda?
¿O, quizás, y pese a lo difícil que parezca, que ambos eliminaran en ese breve instante el rencor y la dureza en sus corazones?
O tal vez el centro y meollo esté en el papel y en el rol del mediador, como es el carpintero.
Esto es, ¡en la providencia que se presentó en la figura del peregrino que buscaba trabajo! En todo ello cabría reflexionar.
7. Erigir
puentes
Porque cualquiera de estos actos es valioso y en cada uno de ellos hay un valor especial.
Todo
aquello que hemos mencionado es importante y abona para el desenlace
final que conlleva un mensaje de conciliación y concordia.
Pero
lo fundamental y trascendente que se me ocurre a mí pensar es en haber
cambiado la propuesta de la valla o el muro por la presencia del puente
que alzó el desconocido artesano.
¡Que en vez del parapeto, o de la pared que evita cruzar incluso las miradas se alzara ahora un puente amistoso!
¡Ese
se me antoja que es el núcleo, el quid y base de solución del problema!
Que allí radica el meollo del asunto para lo que después se
consiguiera, cuál es la vida pacífica, cordial y amigable.
En
la actitud de tender puentes radica la clave de todo. En la capacidad
para no erigir muros, ni cortar senderos, ni levantar rejas.
Y
sí más bien en la actitud de construir puentes y transitarlos lo más
que podamos en nuestras vidas atentas, afables y ojalá siempre
compasivas.
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