¿LOCO
O
CUERDO?
Danilo Sánchez Lihón
1. Esté
donde esté
Indudablemente
el pueblo es otro, ha cambiado de rostro. La gente que viene de fuera,
sea de Trujillo, Otuzco o Huamachuco, se quedan asombrados, perplejos y
pasmados, diciendo:
– ¡Oigan! ¿Qué ocurre aquí, ah?
– ¿Por qué? –Nosotros devolvemos la pregunta, haciéndonos los ingenuos
– ¡Todo luce diferente, feliz y dichoso! ¿Qué están comiendo, ¡ah!
– ¡Dígannos, para comer nosotros también!
– ¿Así? ¿Qué se nota, ah?
– ¡Que todo es diferente! ¡Que ahora se los ve un pueblo feliz!
Pero
ha llegado diciembre y hay que hacer la leva. El Ejército del Perú y la
policía colaboran en el reclutamiento de conscriptos para los
contingentes de cada año.
Pero
ocurre que: Muchacho que los gendarmes capturan, van los familiares o
los amigos a hablarle al mayor René Byrne, máxima autoridad militar, y
él lo suelta con la frase:
2. Con la mayor
celeridad
–
Yo he dicho que a mis amigos no pueden tomarlesh preshos, sigñores.
Vayan con este papelito al lugar del reclutamiento, ¡y que lo suelten,
ya! ¡Vayan nomash! –Y allí corren los familiares como si acabara de
ocurrir un milagro. Porque eso antes nunca pasaba.
Y,
esté donde esté, René Byrne firma y emite sus órdenes en papelitos de
diferentes colores, que ya ni guarda el talonario, sino que lo tiene en
la mano o sobre la mesa, para que liberen con la mayor celeridad y
presteza a cada muchacho que ha caído en la leva.
El penúltimo día para consumar la operación ha entrado a ver cuántos hay en el patio del puesto policial.
Apenas
quedan unos diez que no han tenido ni familia ni amigos que corran por
ellos y que son una mínima cuota de los doscientos que es la cantidad
histórica que Santiago de Chuco aporta cada año de movilizables a la
patria.
Los
rostros de los muchachos le conmueven profundamente a René Byrne, quien
sube a una mesa, e improvisa un discurso, hablándoles de este modo:
– ¡Sigñores...!
3. ¿Y por qué
están aquí?
–
¡Sigñores de mi mayor estimación! Servir al Ejército del Perú es un
honor. Aprenderán a manejar camiones, a leer, a tener algún oficio
lucractivo (así lo pronuncia). ¡Es una gran cosa! Pero ustedes son
libres de elegir, si quieren ir o quedarse con sus mamás.
– Yo tengo mi chacrita recién aporcada.
– Yo en mi casa tengo solita a mi abuelita.
– Yo, recién he tenido a mi hijito.
–
¿Y por qué entonces están entonces aquí? –Se molesta. Y le tiemblan los
bigotes. ¡Afuera, sigñores! Vayáis a cuidar la chacrita, a la viejita
que está solita, al bebito que acaba de nacer. ¡Y no sean malos hijos ni
padres desalmados!
Por este acto, ahora recién sabemos que René Byrne está completamente loco, porque ¿en qué lío irá a parar todo esto?
Tanto
que son capaces de fusilarlo. Porque al final de conscriptos solo se
han quedaron dos voluntarios. Ha vuelto a subir René Byrne a la mesa y
los felicita con lágrimas en los ojos.
4. Pero
no lo han dejado
El
día 26 de diciembre llegan los dos camiones que siempre vienen con los
militares para calificar a los capturados. Años antes había aquí un mar
de gente, llorando a gritos delante del puesto policial, y copando las
calles adyacentes. ¡Esta vez no hay nadie!
Los
comandantes que han venido hablan por teléfono. Tienen los rostros
congestionados, adustos y coléricos. Y en un camión han cargado y
amarrado con cadenas a René Byrne, pero siempre va con su semblante
dichoso y sonriente.
–
¡Hasta luego, sigñores! –Nos dice. Y hemos sentido un dolor en lo
profundo del alma de que vaya en ese estado. Al lado de él va su cabra,
sin haberle dado tiempo ni siquiera a recoger sus cosas. Ha querido
quemar sus cohetes, como siempre lo hace y que lleva en el bolsillo,
pero no le han permitido.
En
el otro camión van los dos jóvenes de rostro confiado e iluso, portando
una bandera peruana, como los dos únicos que se han presentado como
voluntarios en este llamamiento.
A los diez días de estar ausente se escucha una noticia abrumadora.
5. Que la gente
se cuadre y salude
–
Ha llegado un nuevo Jefe de la Policía. René Byrne ha sido trasladado a
Lima para ser sometido a un proceso administrativo. ¡Ya no viene el
pobre Autoponcho! –Llamado así porque hacía cargar en su propio poncho a
los borrachos dormidos y los dejaba sobre las tumbas del cementerio.
Por todo eso se aflige la gente, ¡y llora!
–
¿Así? –Dice una señora–. En primer lugar, dejen de llamarlo Autoponcho.
¡A las personas se les llama por su nombre! ¡Y el nombre de ese señor
de mi mayor respeto, cariño y admiración, es René Byrne Valcárcel!
– ¿Qué ha pasado con él? –Pregunta luego otra mujer.
– Dicen que lo han llevado a juzgar a Lima por no haber hecho la leva.
– ¡Es un abuso! ¡Es un buen hombre! ¡Es la mejor autoridad que hemos tenido! ¡Suéltenlo!
Ese
mismo día por la tarde aquí en Santiago de Chuco se llenan las
cantinas, pero comentando lo que le sucede a René Byrne. Y han empezado
los pleitos, las demandas, las denuncias. Y de un santiamén han
desaparecido los rostros sonrientes, tornándose otra vez en grises y
abatidos. El nuevo comandante pronto ha exigido que la gente para hablar
con él se cuadre delante de él y salude militarmente. Y todos son
sospechosos de ser terroristas.
6. ¿Qué
más?
Esta
mañana una comisión de mujeres se ha acercado al Puesto Policial para
hablar con el nuevo comandante, ya que los hombres temen quedar presos
si se acercan y reclaman algo. Y regresen por ellos los dos camiones que
se han ido vacíos. El jefe las trata rudamente y ni siquiera les dice
que se sienten:
– Estamos aquí porque queremos averiguar y saber qué pasa con el Mayor René Byrne Valcárcel.
– ¿Así? ¿Por qué, ah?
–
¡Porque queremos una autoridad como él! ¡Porque él es un amigo de la
gente y de nuestro pueblo! ¡Y porque estamos muy agradecidos con ese
señor!
– ¿Por qué, ah?
– Porque en su período todo ha sido benéfico y de felicidad para nosotros.
– ¿Así? ¿En qué, por ejemplo?
– En que ya no hay pleitos ni en las casas ni en el pueblo.
– ¿Así? ¿Qué más, ah?
7. ¡Qué
tal raza!
– ¡Ya no había borrachos en las cantinas! Porque con él todos estábamos felices y contentas, hombres y mujeres.
– Bueno, señoras. Su “amigo” René Byrne, como lo llaman, ha sido trasladado a Lima para ser procesado por loco y desquiciado.
– ¡Queremos que él vuelva, señor, y ocupe su puesto de autoridad en este Municipio!
–
¡No puede ser! ¡Lo que piden es absurdo! Primera vez que veo que un
pueblo que se levanta por querer retener como jefe y autoridad militar a
un loco.
Si
quieren aboguen por él en Lima, pero no les aconsejo, ya que pueden
quedar detenidas por subversivas. Este es un pueblo egregio, cuna de
grandes poetas. ¿Cómo es posible que vayan a querer como autoridad a un
loco? Ahora, retírense.
– ¡Sepa usted señor que aquí preferimos ser gobernados por un loco como él, antes que por un cuerdo como usted!
Y diciendo eso han salido airadas sin alcanzar a oír las palabras que el comandante masculla entre dientes:
– ¡Qué tal raza! ¡Que no haya pleitos! Y si no hay pleitos los policías ¿entonces qué hacemos, ah? ¡Nos quedamos sin trabajo!
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