Danilo Sánchez Lihón
Entre
el 7 y 9 de agosto del año en curso, 2018, la Universidad Nacional
Autónoma de México, UNAM, realizó en la capital azteca un Homenaje a
César Vallejo, conmemorando los 100 años de la publicación de Los
heraldos negros, certamen al cual asistimos invitados, como
representantes del Perú, Marco Martos, Julio Ortega, Eduardo González
Viaña y el suscrito. La ponencia que me cupo sustentar se titula “César
Vallejo en la dialéctica de poeta universal y poeta de fogón”, de la
cual es parte la siguiente moción:
1. Poesía
y vida
En
este mundo de globalización que importante resulta rescatar en César
Vallejo su faceta de poeta de hogar, casero y cotidiano, ligado a la
tierra que lo vio nacer, fundido con su gente, su pueblo y su sociedad;
opuesto al intelectual sin raíces y de élite que nunca en realidad él lo
fue, ni mucho menos el señorito vanidoso imbuido de ínfulas y poses
extrañas, que mira lo aldeano con displicencia, desdén y hasta
desprecio.
En
tal sentido, y, en primer lugar, hemos de señalar un rasgo de su
poética, cuál es que todo lo que Vallejo escribió tiene un referente
concreto en los hechos de la realidad y de la vida que él vivió en el
fogón que es su historia individual y colectiva, mundo inmediato y
tangible.
Incluso
con pormenores que aluden al espacio y al tiempo objetivos, en donde el
poema surge, pudiendo rastrear cuál fue la circunstancia que inspiró
sus versos y hasta copiando en el poema los pormenores y las resonancias
peculiares que tuvieron esos hechos, como han reconstruido muchos de
sus exégetas.
Esta
imbricación tan leal con la vida es importante, puesto que no solo
señala su fidelidad a ella sino la relación tan estrecha que él
establece entre poesía y materialidad, asunto que está en el meollo de
su quehacer poético y de su relación con el mundo; vínculo además que,
proyectado, se establece entre poesía y vida.
2. Abogar
por una esperanza
Este
hecho, de no introducir la poesía en un plano arbitrario, supuesto y
convencional, o en el mundo de las idealizaciones, ni mucho menos de las
ideas puras o paraísos artificiales, es desde ya un parámetro ejemplar.
Esta lealtad con la vida es un rasgo más de su autenticidad; el que
sean indesligables en él la vida y la obra, con la coherencia que en su
trayectoria vital este eje alcanza a tener, de plena y total cohesión,
aspecto digno de ser anotado.
Sin
que haya ninguna fisura ni separación entre uno y otro plano,
incoherencia y desmentido, fractura tan frecuente entre vida y obra que
se presenta en muchos otros escritores e intelectuales; aún más en casos
como el de César Vallejo comprometido y militante de una ideología que
supuso dosis muy grandes de renuncia, de sacrificio y hasta de heroísmo.
Es
dentro de esta perspectiva que es importante rescatar en César Vallejo
su faceta de poeta aldeano. Porque está bien reconocer su dimensión
universal justa y cabal, puesto que no hay voz humana más contundente,
profunda y solidaria con la causa del hombre que la suya, y que haya
calado tanto en develar la condición humana más esencial, y abogar por
una esperanza y redención unánime y sin exclusiones, que la voz de César
Vallejo.
3. Sombra
tutelar
Panorama
en el cual, si Dante Alighieri es un poeta del ámbito místico y
teológico, Vallejo lo es del ámbito humano y antropológico, del hombre
en su estado descarnado, rústico y primigenio.
Pero,
siendo ya una proeza este anclar en lo humano en un campo en donde
campean los subterfugios y evasiones, es conmovedor reconocer que en él
el centro es el fogón. Porque donde se alza el fogón hay casa. No
importa que no haya incluso cimientos, ni paredes ni techo. El fogón
tiene todos esos elementos implícitos, comprendidos y yuxtapuestos.
Porque
ante el fogón todo se vuelve humano como a su vez misterioso,
desconocido y sobrenatural. Todo se torna enigmático, hermético y
confidente.
En
donde fogón es metonimia de hogar, que César Vallejo carga consigo
mismo, como el caracol su espiral de calcio, como también es hogar que
añora y reclama; porque la vida sin padres ni familia, sin árbol ni ave
que nos cante en la enramada, sin pozo o manantial por donde aflore el
agua, sin raíces o nido o sombra tutelar que cae en el suelo a nuestros pies, no merece ser vivida.
4. Hasta
el final
Porque la poesía sin tierra natal o patria de origen ni fogón por humilde que sea es desolada y sin motivo que lo guíe.
Lo
triste es que todo eso a Vallejo se le perdiera, aunque su verbo al
menos tiene cómo añorarlo y eso lo salva. El hogar deshecho, la mesa en
soledad, vacía de voces; la casa, los cuartos y habitaciones a oscuras.
Donde cuántos arrullos y acentos se recuerdan, y que él recupera con la
solidaridad incluso en los campos de batalla.
El
amor más grato y más puro. amor de cocina y junto al fogón de leña de
fuego, al pie del muro y bajo el alero, que él exorciza evocándolo en su
poesía. ¿O qué es morir, sino fogón, para Pedro Rojas, en el pelo de la
Juana Vásquez?
Porque
si todo eso falta la poesía o el arte han nacido para sustituirlo y
entregárnoslo henchido como César Vallejo nos lo ofrece a manos llenas. Y
eso es ser poeta de fogón, para la vida individual y colectiva.
Porque
al final lo único cierto y verdadero es el hogar, la familia, el
pueblo, aquella llama votiva que es el justo medio entre el individuo y
la sociedad, y que es el hogar que viene desde el principio de los
tiempos y proseguirá hasta el final que es lo que nos define y nos
sustenta, aunque no queramos reconocerlo.
5. Quieto
en sus entrañas
Al
decir poeta de fogón se está diciendo del mundo entrañable, de la
hilacha más íntima, escondida e intransferible, que está tanto en la
tierra como en el cielo, y que no deja de ser arcano, maravilla e
incógnita.
Porque
cada lucero y cada planeta, cada estrella y cada cometa con su
recorrido fulgurante en el espacio estelar es llama, es hoguera y es
fogón.
Cada
luz que parpadea, así sea de lámpara, candil o luz de neón, como de
astro que se posa pero que en verdad recorre veloz la noche sideral en
el firmamento, ya sea luz de amanecida o luz crepuscular, es en el fondo
y en esencia, fogón. Que alumbra, que convoca, que calienta y que
abriga bajo nuestro cobertor.
Pero
el fogón no solo es útil, sencillo y cotidiano. El fogón encierra
misterio, abismo y agonía. Es ante el fogón que se llora una despedida,
que la madre le habla al hijo por partir. O el que viene y se queda
quieto en sus entrañas adivinando qué es esa luz de afuera, y ese calor
del fogón que aquí le espera.
6. Fructificará
mañana
Por
eso, el fogón es casa, supone techo, alero y enramada. Reclama un muro
de apoyo donde desamarrar los bártulos, arrimarse a dormir y quedarse.
Eso
sí, siempre se alza al pie o al borde de algo, una apacheta, una piedra
negra sobre una piedra blanca que es el fogón para morir, que basta que
se unan o estén en pie y montadas para que representen la vida en su
dimensión más trascendente, más genuina y más cierta.
Una
piedra en la cual apoyarse es un fogón. Una pared real o imaginaria
donde recostar nuestra frente también lo es. Un sueño mientras más
arriesgado, mientras encienda con un himno o una proclama la pradera,
también lo es.
El
fogón es afirmación, convencimiento y adhesión. Nadie enciende un fogón
en vano, sin estos tres sustentos morales, como son: el bien, la verdad
y la belleza.
Por
eso, el fogón es moral a la vida y al universo. Es útero materno, es
matriz y origen. Es donde se hunde la raíz que somos y que fructificará
mañana.
7. ser una
incógnita
El
fogón es madre, familia y comunidad. De allí que es vivo, actuante, y
ardiente. Es lo que está produciendo algo. Está transformando lo inerte
en alimenticio y nutriente, lo crudo lo está cociendo.
El
fogón es el centro, el núcleo, el elemento básico y fundamental. Es
rueda de amigos; es círculo, es ronda, es calor de la amistad. Es
collera, consigna y conspiración. Es redondel de voces y de cuerpos
También
lo integran los espíritus y los dioses que forman parte del hogar. Por
eso Heráclito al recibir a sus amigos en la cocina en torno a las llamas
del fogón restallante, les dijera:
– Entrad, pasen. ¡Aquí, junto al fogón, también están los dioses!
Fogón
es el brasero, la caldera, la lumbre, que reclama techo porque se reta
con el sol y con las estrellas del cielo con las cuales son pares y son
contradictorios. Por eso el sol no debe ver cuando nuestros niños nacen,
pero sí el fogón que lo alumbra y abriga.
Ser
poeta de fogón es aquel que piensa en todos, pero también quien se
recoge a solas y quien se ensimisma; y se encuentra en su mundo
peculiar, íntimo, hasta ser una incógnita incluso para su propio
destino.
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