Danilo Sánchez Lihón
Hermano…
donde nos haces
una falta sin fondo.
César Vallejo
1. Ella
sufre más
– ¡Júrame, que no me vas a dejar aquí! –Le dice repentinamente Juvenal a mamá que está ordenando un sobre con papeles.
– ¿Por qué dices eso, hijo?
– Yo no quiero quedarme aquí, mamá. –Alega.
– ¡Pero tan ilusionado que estabas con tus estudios! ¿Y ahora qué pasa, hijo?
– ¡Te suplico mamá, no me dejes! ¡Te lo ruego e imploro, mamá! –Dice de repente llorando
Al
principio ha sido tan entusiasta de seguir sus estudios aquí en el
Colegio San Juan de Trujillo, pero ahora ante la inminencia de quedarse a
estudiar solo ha empezado a angustiarse y a llorar inconsolable.
– Me voy a morir si tú me dejas, mamá. No quiero quedarme solo, sin ti, sin papá, sin mis hermanos.
Mamá,
que tiene la misma sombra en el alma al principio quiere consolarlo,
pero finalmente también llora apretándolo contra su pecho, con un rictus
de tormento y dolor en todo su ser.
Y no sabe o no puede siquiera decirle una palabra de alivio, porque ella sufre más y peor. Y yo lloro también.
2. Salimos
en puntillas
Es que hasta ahora, basta que uno solo faltara en nuestra casa y ya estábamos averiguando a cada momento en donde estaba:
– ¿En dónde está?
– ¿Por qué no viene?
– ¿Tiene que demorarse tanto?
– Y, ¿a qué hora vuelve? –Sea chico o grande, papá o mamá.
A
partir de este rapto sorpresivo que ha tenido Juvenal, sentimos que en
todo momento vigila estrictamente cada movimiento nuestro.
Está
pendiente de cada uno de nuestros pasos. Si salimos a comprar corre
tras de nosotros. Si entramos él entra. Si nos sentamos él se sienta.
¡Pobre Juvenal!
Según ha prometido nada del mundo hará que nos volvamos sin él.
– ¡Júrame, mamá que no me vas a dejar!
Y mamá sin poder hablar, también sufre viéndolo sufrir.
Nuestro
ómnibus de regreso ha partido a medianoche cuando él estaba dormido.
Salimos en puntillas de pies. Mis tías, dueñas de la casa donde se
queda, nos ayudan a escapar.
3. La vida
no ha sido vida
El ómnibus nos ha llevado por calles oscuras a esa hora de la madrugada.
El amanecer no apaga nuestros sollozos, ni seca nuestras lágrimas, ni borra de nuestros ojos su imagen.
Después
nos contaron que al despertar y no encontrarnos se golpeaba la cabeza
contra el muro y mis tías desesperadas tenían que abrazarlo rogándole
que sea fuerte, que él es el hermano mayor y un ejemplo para una cadena
de chiquillos.
Que sus padres lo adoraban. Que en la casa no le iba a faltar nada. Que era como un hijo. Pero él no se calmaba.
Estuvo
gimiendo en los brazos de mi tía Blanca, y tuvieron que darle pastillas
con engaños de que bebía agua, hasta que se quedó dormido y suspirando
en su sueño.
Nosotros todo el camino de regreso fue igual o peor y hasta intentamos bajarnos del ómnibus para regresarnos a Trujillo.
Y
la vida no ha sido vida durante estos nueve largos meses en que él ha
estado ausente y que para nosotros ha sido una eternidad.
Pero hoy regresa. Y esta es una inmensa felicidad.
4. Papá
en la cabecera
¡En realidad no sabíamos ni nos imaginábamos antes cuánto sufriríamos por no tenerlo entre nosotros!
Cuando mi madre amanece contenta y hace en la cocina alguna fritura que nos llena de alegría, nos sentamos a la mesa.
Y al estar sirviendo, dice repentina secándose las manos:
– ¿Estará desayunando mi hijo?
– ¿Estará abrigado?
– ¿Estará contento?
Y ahí nos viene la pena. Y ya nada es igual. O cuando llega la hora del almuerzo, escuchamos su llamado:
– Ya, bajen hijos a comer. ¡Avisen a su papá! ¡La mesa está servida! ¡He hecho algo rico!
Y
es que hay cuy con mote de trigo y papas revueltas. Y caldo de cordero
humeante, ¡que a mí me gusta tanto! Al centro de la mesa hay habas
verdes, cancha ¡y choclos!
Papá en la cabecera de la mesa acaba de sentarse. Y esperamos todos con la cuchara en la mano su orden para iniciar la comida.
5. Voltear
para verla
En lo más alegre volteamos a ver a alguien que está derramando lágrimas.
– ¿Algo te duele?
Es la pregunta, llena de ansiedad y zozobra. Y se oye una voz quebrada:
– ¡Mi hermano!
Es la respuesta, entre gimoteos.
Allí
sentimos cómo se nos encoge el corazón en el pecho. Se mueven los ojos
en nuestras órbitas tratando de que las lágrimas no se desborden.
Y
si tenemos algo en la boca y lo queremos pasar se atraganta en el nudo
que tenemos en el cuello y sentimos que es amargo pasarlo.
Pero mamá es quien más resiste y disimula su pena. Cuando está sirviendo algo sabroso tenemos que voltear para verla:
– ¿Pero tú mamá, a qué hora te sirves y vas a comer?
– Ahorita. Aquí está mi plato.
– Pero haber, ¡come mamá!
– ¡Ya!
– ¡Come, mamá!
6. Uno y otro se va
agachando
– ¡Qué! ¿Me van a exigir también que coma?
– ¡Sí, mamá!
– Ya estoy comiendo.
– ¡A ver!
– Pero primero empiecen ustedes.
– No. Tú, mamá.
Y lo hace. Y todos miramos. Se lleva el primer bocado y ahí se detiene.
– ¡Pero sigue comiendo, mamá!
– ¡No puedo! ¡No puedo! ¡No puedo!
Gime, se lamenta y se encoge a llorar.
Y ahí se queda agachada, mirando primero la lejanía. Y después solo vemos su espalda sacudiéndose de dolor.
Entonces
cesa el tintineo de todas las cucharas o tenedores en los platos. Y
todos volteamos a ver, y a tratar de encontrarlo en el lado que
permanece vacío donde se sienta Juvenal.
Ahí
nos miramos los hermanos. Y, uno y otro se va agachando y empiezan a
caer grandes goterones al mantel y hasta a la sopa caliente.
7. Nuestro
gozo
Y
si vamos pasando los alimentos porque hay que disimular la pena, lo
hacemos con un golpe como de piedra endurecida en el pecho y que no deja
respirar.
Y hay un silencio sepulcral que nada lo interrumpe. Y una silla vacía. Y un aire hueco en nuestros corazones.
Papá entonces dándonos valor, trata de consolarnos y nos anima comentando:
– Él está bien. –Dice, haciendo suave y enterneciendo su voz.
Y vuelve por undécima vez a leer textualmente la carta que coge de la repisa o busca en el fajo que se guarda en la alacena.
Y volvemos a oír los párrafos ya sabidos de memoria de la última misiva que él remitiera.
Papá es recio, pero también se le humedecen los ojos cuando lee. Y siempre culmina con aquello de:
–
Debemos enviarle nuestro gozo y buen ánimo, porque su hermano disputa
el primer puesto del mejor colegio de La Libertad, como es el San Juan,
con Alberto Cahuano, un estudiante magnífico.
– Pero, ¿quién está ganando, papá?
8. Él
es
–
Por ahora Cahuano. Pero su hermano está ahí pisándole los talones.
Pero, ¡qué gracia! Cahuano allí tiene a toda su familia en Trujillo que
lo apoya. En cambio, su hermano está solo luchando como un gladiador.
– Nos tiene a nosotros.
–
Pero, ¿a quién tiene cerca? ¿En quién piensa? ¡En nosotros! ¿Y nosotros
vamos a estar llorando? Él está dejando bien el nombre de su familia,
de su pueblo y de la serranía.
– ¡Del ande, papá!
–
Sí, del ande, porque somos andinos. Por eso no debemos estar tristes ni
llorar. Por eso debemos estar contentos. Él es juicioso, él es...
Y
ahí se le quiebra también la voz. Carraspea, disimula y vemos que sus
lágrimas ya están a la altura de la comisura de sus labios.
– El día 22 de diciembre reparten las libretas, el día 23 se embarca y el día 24 estará aquí entre nosotros.
– ¿Y cuántos días faltan papá?
– Apenas, ¡tres meses!
– Si hoy finaliza agosto; ya son cuatro, papá.
– Pero ese mes felizmente ya transcurrió. Es cierto, faltan cuatro meses, pero con seis días menos, porque llega el día 24.
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