Danilo Sánchez Lihón
1. Simulaba
intentar volar
La
danza del Quishpi Cóndor solo aparecía en mi pueblo en dos ocasiones,
que eran: la procesión del Corpus Christi, en el mes de junio. O para
confundir los pasos del Apóstol Santiago en el mes de julio. De allí que
yo le pregunto mi padre:
– ¿Qué representa el Quishpi Cóndor, papá?
– Es una danza ritual del antiguo Perú.
– Pero ¿qué significa?
– Es el lucero del alba que renace y vuelve a surgir. –Sentencia.
Esta
explicación me deja peor que antes, más anonadado todavía. ¿Es el
lucero del alba? Porque ninguna expresión más distinta y opuesta al
lucero del alba, luminoso y esplendente, comparado a la vestimenta y la
apariencia llena de andrajos de toda esta comparsa.
Al
final, no le hacíamos caso porque su aspecto y coreografía eran
deslucidos y deplorables: un hombre con un traje de plumas polvorientas y
ya gastadas. Y, encima de él, un cóndor, disecado con su cabeza y pico
largos y huesudos. Y cuyas alas estaban atadas a los brazos del danzante
que simulaba intentar volar.
2. Mucho
de misterio
Eso
sí, su acompañante, hacía rodar una bola o un ovillo, hecho de trapos
viejos envueltos, y de cuerdas enrolladas que yo no alcanzo a asimilar
qué podría significar. ¡Decíamos en aquel entonces que hacía rodar al
mundo! En verdad no comprendía nada.
Pero
Igual me ocurrió la primera vez con la procesión del Corpus Christi,
que un día pasó con toda solemnidad y boato por la puerta de mi casa. Y
yo casi me aloco porque era una procesión para nada, ni para nadie,
según mi manera de entender las cosas en aquel entonces.
Puesto
que no era para ningún santo ni ninguna imagen, sino sólo para un
espejo al que se le prodigaba reverencias, atenciones, respeto y
adoración. ¿Por qué? ¿Qué es esto? –Me preguntaba.
Pero,
aun así, con ser aquella danza lamentable, abatida y pordiosera, sin
embargo, tenía mucho de misterio y desafío; porque, en primer, lugar
procedía de las tierras altas ariscas e indescifrables.
3. ¿A qué
venía?
Y,
en segundo lugar, o término, llegaba por su propia cuenta. Tercero,
venía sola. Cuarto, ¿qué hacía el danzante? ¡Nada! Solo saltaba
sorteando la cuerda, batía sus alas desventuradas, y nada más.
Pero
¿qué significaba eso? En el fondo los chiquillos anonadados queríamos
que hiciera algún número acrobático y espectacular. ¡Por lo menos que se
cayera! E hiciera reír o llorar a la gente. ¡Pero, nada! Salvo su
música y tonada que como una melopea contribuía a tener esa sensación
desolada y triste
Pero allí está, con toda su monotonía a cuestas. Avanzando con su canción ensimismada por las calles.
¡Debía
haber una razón para que se haga presente en una fiesta, donde todo es
lujo, boato y ostentación! Y esta razón que ahora recién la comprendo
era absolutamente subversiva.
Porque,
veamos, ¿a qué venía? A enredar los pasos del Dios cristiano. Por eso
el ovillo o bola. O el mundo, como reveladoramente la llamaban, y ya
delatándola.
4. Pueblo
de origen
Las
otras mojigangas sabemos quiénes las contratan, que casi siempre es de
parte de alguien conocido. Con un prioste que los atiende.
O bien es una familia o una comunidad, que se hace presente como un acto de gratitud o una ofrenda al Patrón Santiago El Mayor.
Pero
de esta otra danza no sabemos nada. Que más bien nos da lástima y pena.
Eso sí, su tonada entra por los oídos, penetra en los tímpanos y clava
en el alma.
Su
melodía tocada por uno o más cajeros, es lo que más nos conturbaba. Y
la repetimos inconscientemente todo el día. Más en la calma, más en el
retiro, y más en el silencio.
Yo
hasta he tarareado estos compases muchos años después de haber salido
de mi tierra y vagabundeado inconsciente por las calles de la Lima
virreinal y del mundo desalmado, melancólico, añorante e identificado
con mí pueblo de origen.
5. enredarle
los pies
La
tonada entonces se la ha ideado con ese fin: horadar el espíritu,
penetrar y allí quedarse, en nuestra sangre, cambiándonos por dentro.
¡Pobre
Quishpi Cóndor!, dejándose despreciar, causándonos lástima y
conmiseración en aquellas fiestas galanas y displicentes; y en aquellas
calles empedradas de presunción, ostentamiento y vanagloria.
Porque
todas las otras danzas son orondas, elegantes y vistosas, presumidas. Y
las entendíamos de repente porque son así, menos a esta, carente de
presunción.
Las
otras son lúcidas, soberbias y hasta regias. Su esplendor se mide
también por el número de sus integrantes, criterio que aplicamos a los
batallones del desfile y a las bandas de músicos que van detrás del anda
del Señor.
En
cambio, la danza del Quishpi Cóndor apenas son dos personajes: el
danzante, de un lado, que lleva al cóndor en su cabeza y, de otro lado,
el brujo que va haciendo rodar su ovillo que es el mundo.
El primero salta, intentando volar. El otro trata de enredarle los pies y hacerlo caer.
6. Mundo
que rueda
Pero,
¿cuál es la razón para que esa ave grandiosa, como es el cóndor, baile
titubeante desarrapada, desahuciada y finalmente maltrecha en plena
procesión? Además, ¿con las plumas viejas y carcomidas? ¿Qué relación
hay aquí con la divinidad?
¡Ah!
¡Es mucha! Lo sabemos ahora gracias a la investigación de Luis Flores
Prado, natural de Huamachuco, en su libro “El Quishpi Cóndor, danza
milenaria”, editado por el Instituto del Libro y la Lectura del Perú,
libro en el cual se nos revela que en ella hay un dios escondido. ¡Oh,
asombro y prodigio!
Que
hay en ella una divinidad emboscada, clandestina y antiquísima. Que
pasa de incógnita; pero que el Quishpi Cóndor contiene, detiene y se
convierte en su escondite y refugio, en su aliento y en su rebeldía.
En
el fondo somos nosotros mismos quienes nos escondemos tras de él.
Siendo así, esta danza es un subterfugio, un retazo esencial del alma
nuestra y un punto de partida para rebelarnos. Como es en síntesis todo
el Perú.
¡Grandiosa raigambre ésta, que nos ofrece intacta su moral y su hermosura!
7. Hemos
jurado cumplir
¿Te
das cuenta de todo esto? ¡Es algo atroz e inmenso! Esconder a un dios. Y
que éste vaya detrás de otro dios. Como actitud cultural es tremendo;
en realidad espeluznante.
Como
gesto anímico es estremecedor. Que vaya triste, compungido y andrajoso.
Más desconcertante aún, y peor, es que vaya bailando.
¡Qué
manera ésta de persistir así nuestra cultura resistiendo el acoso y al
avasallamiento! Aunque sea llagada, herida y con remiendos, pero siempre
luchando por pervivir y mirando el futuro con esperanza.
Con
ganas de ser resarcida, y de ser indestructible, el alma indígena en
este mundo de oprobio, aunque sea hecha trizas, jirones, danzando bajo
la lluvia su sonsonete melancólico.
– Y el ovillo, ¿por qué va rodando así en las piedras, en el barro y el cascajo?
–
Es un arma secreta: como la boleadora andina, como una galga. A su vez,
es el símbolo del mundo que rueda, pero con hilos que enredan.
Simboliza también, cuando esos hilos se empiezan a desenredar, la
construcción y forja de la utopía andina que Capulí, Vallejo y su Tierra
preconiza, alienta y hemos jurado cumplir aquí en la tierra.
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