Danilo Sánchez Lihón
1. Una señal
en el horizonte
Chucuito,
decidido levantó velas hacia el océano en busca de aquellos esperpentos
y endriagos que asolaban las costas del Callao, y a fin de someterlos a
un orden que permitiera vivir en la costa sin riesgos ni sobresaltos.
Challa
también partió, pero en dirección opuesta, hacia las montañas
encumbradas, a buscar refugio a su orgullo herido, obcecada de despecho y
desengaño, y al irse ella también se dispersó la gente que antes
poblaba estos parajes.
Aunque
cuando ascendía no pudo resistir la emoción de voltear y ver aquella
barca que se alejaba, y un sentimiento desgarrador de tristeza y
desolación embargó su alma.
Y
pensó que no volvería a ver nunca más a quien hasta entonces había sido
su fiel compañero, su esposo y su amante. Pero, dejó de observar y
siguió su camino.
Tiempo
después Challa asistió a muchas fiestas. Trató de encontrar
distracciones y hasta se envolvió en lances de amor, atenta a los
requiebros de otros dioses y huacas que la asediaban.
2. Alaridos
ululantes
Pronto
descubrió que el único ser a quien amaba era a su esposo. Que nadie
podía remplazarlo en su corazón. Que no había otro ser como él sobre la
faz de la tierra. Y desde el farallón donde vivía miraba el lejano mar
esperando una señal en el horizonte que le avisara de su regreso.
Él,
en cambio, navegó por el mar proceloso e inacabable, hasta poder ubicar
dónde se guarecían las olas furiosas, las pérfidas borrascas y los
maremotos alevosos.
Todos ellos se habían coludido con artimañas y retirado a fin de tenderle una feroz celada.
El
combate con ellos fue en alta mar. Las olas fueron indomables. Sacudían
su bajel intentando romperlo. Lo arrojaron fuera de él varias veces y
lo ahogaban con sus azotes.
– ¡Te haremos añicos! –Vociferaban con gritos y alaridos ululantes que esparcía el viento.
Y él respondía:
– ¡Los hundiré en sus propias lavas y espumas infernales! –Aludiendo él a los ogros y engendros que se revolvían en la marejada.
3. Salió
ileso
Desataron en contra suya un furor implacable. Y, sobre todo, intentando a toda costa destrozar su nave.
Pero ella estaba sellada con junturas de plata, y no pudieron destruirla.
Siempre
flotaba. Sujeto de manos y pies a sus travesaños él les asestaba golpes
de porra, dardos punzantes, flechas que vibraban, hundía su lanza y
daba porrazos certeros a los espantajos que salían a enfrentársele.
Poco a poco fueron menos sus enemigos, a quienes los sepultaba en los abismos, dejando un mar completamente en calma.
Fue
ardua la jornada y pudo morir en el intento. Pero salió ileso, aunque
con sangrantes heridas. Pudo salvarse y sobrevivió en este combate.
Porque a todos sometió, la mayoría atravesándolos con su lanza.
A
todos hirió con sus dardos. Y finalmente pudo hacerlos desaparecer en
lo más profundo de los despeñaderos submarinos, esfumándose de la
superficie del mar inmenso.
4. Guardián
de estas orillas
En
ese afán habían pasado diez años. Cuando Chucuito inició su retorno,
maltrecho por las heridas y los golpes que había recibido, su amor hacia
Challa se había acrecentado. Navegaba veloz y esperanzado otra vez en
tocar su tierra y encontrar a su familia.
Llegó
al litoral desde donde partiera, pero no encontró ni a su esposa, ni a
su hija, ni quedaba ningún vestigio de vida. Su desesperación fue
inmensa de no poder verlas. Ciertamente, ellas habían huido dejando abandonado este paraje cuyas construcciones de piedra habían desaparecido.
¿Dónde
buscarlas? ¿Tendría esto sentido? Ahí fue que pidió a los dioses que lo
ayuden en convertirse en guardián de estas orillas, rogándole a Ticsi
Wiracocha, el padre supremo:
–
Lo que hay que evitar ahora es que otra vez regresen las marejadas, y
con ellas el peligro de que reaparezcan otra vez los seres infernales
que la secundan. He cumplido mi misión. Ya no tengo familia. Conságrame,
¡oh dios!, como baluarte de estas costas.
5. Su lanza
y su nave
Dijo
aquello y acomodó su lanza hacia un lado. Y dios Wiracocha le consintió
el deseo que pedía, de ser erigido como el guardián de estos lares.
Y
presto, dentro de su nave se convirtió en piedra, como su embarcación
se trocó en moles inhiestas, a fin de cuidar y defender este litoral,
como custodios valerosos.
Challa divisó desde lejos su nave detenida cerca de la bahía. Y su corazón se exaltó de júbilo y regocijo:
– ¡Vive! –Exclamó–. ¡Vive! ¡Y ha regresado victorioso! ¡Mi amado ha regresado triunfante! –Abrazó a su hija y le dijo:
–
Tú espérame hasta que yo retorne a buscarte. Mantente entre las nieves.
Si no regreso pide auxilio a alguno de los dioses. Yo voy ahora en
busca de tu padre amado.
Y
corrió a toda prisa. Pero ya era tarde. ¡Él se había convertido en una
isla erizada, junto a otra pequeña, que es su lanza y su nave que lo
acompañan! Y que cuando ella llegó la piedra ya había sido cubierta
piadosamente de arena.
6. Y lloró
tanto
Ella,
al verlo en su nuevo estado, desesperada y gimiendo se extendió cuanto
pudo en la orilla, en un esfuerzo supremo por abrazarlo, o siquiera por
tocarle al menos un pliegue de su piel con su mano, diciéndole:
– ¡A ti voy! Hacia ti tiendo mi brazo suplicante. ¡A ti me allego, amor mío!
Que
es lo que ahora se escucha susurrar al viento en los acantilados de
Chucuito, y en las jarcias de todo navío que aquí llega o que de aquí
parte; o que se adormila quedo al vaivén de las olas. Y así ella fue
estirando su brazo cuanto pudo para alcanzarlo. Y no le fue posible
siquiera rozarlo.
Entonces
les pidió a los dioses volverse bahía y ensenada, o una punta para
estar al menos estirada cerca de su amado. Y así ella está eternizada en
la actitud de tender su mano, su brazo y su pecho hacia él, como la
tierra en esa parte la ha perpetuado.
Y
lloró ella tanto que es el único lugar del litoral que a lo largo de
todo su margen tiene millares de cantos rodados y humedecidos de llanto,
de queja y de sollozos acongojados. Son las lágrimas de Challa las
piedras redondas y cantos rodados que hay a lo largo del litoral del
Callao.
Lloró y clamó tanto que su hija pudo oírla. Y bajó a consolarla.
7. Canto
de amor
Encontró
tan hermosos estos lugares, en donde ella había nacido y vivido junto
con sus padres, que la embelesaron. Le gustaron tanto que se quedó a
vivir aquí, volviendo a poblar estos paisajes.
Y
de esa descendencia se formaron varios señoríos. Y luego el reino de
Maranga, hija de Challa, la diosa arrepentida. Y de Chucuito, el dios
valeroso.
Él
ha quedado para siempre como el protector que nos defiende de las
marejadas, de las borrascas y maremotos, que antes asolaban estos
dominios. Ella ha dejado como ofrenda sus lágrimas petrificadas en las
playas del Callao, y su actitud de tender su brazo hacia él.
Por
eso, el golfo con su punta, las orillas y las dos islas de enfrente,
constituyen el himno del adiós y del retorno de todo viajero que de aquí
se ausenta. Y hacia aquí siempre vuelve gozozo y agradecido.
Sintiendo
el hondo canto de amor inextinguible que aquí significa la tierra, el
aire impalpable de su cielo, el fuego que late en los corazones y
hogares de su gente y el mar finalmente apacible, que extiende
suavemente sus olas en el Callao que es entrada y salida hacia el mar
océano, y a la trascendencia.
*****
Los textos anteriores pueden ser
reproducidos, publicados y difundidos
citando autor y fuente
dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com
Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar a:
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Editorial Papel de Viento: papeldevientoeditores@hotmail.com
Editorial Bruño, Perú: ventas@brunoeditorial.com.pe
Ediciones Capulí: capulivallejoysutierra@gmail.com
Ediciones Altazor: edicionesaltazo@yahoo.es
*****
DIRECCIÓN EN FACEBOOK
HACER CLIC AQUÍ:
*****
Teléfonos Capulí:
393-5196 / 99773-9575
capulivallejoysutierra@gmail.com
Si no desea seguir recibiendo estos envíos
le rogamos, por favor, hacérnoslo saber.