Danilo Sánchez Lihón
…soldado del tallo,
filósofo del grano,
mecánico del sueño.
César Vallejo
1. Noticias
de un crimen
Las
razones de la guerra declarada por Chile al Perú el 5 de abril del año
1879, el apóstol cubano y alma límpida de América José Martí trata de
dilucidarlas en su Cuaderno N° 13 (Tomo 21 de Obras Completas, edición
cubana), expresándose así:
“El primer movimiento al tener noticias de un crimen es rechazarlo. Y una vez creído es explicarlo, si cabe…”
Es
por eso que dedica la mayor atención a la lectura del libro Historia de
la Guerra del Pacífico del chileno Diego Barrós Arana, en donde se
trata de exponer y justificar los motivos de Chile para declarar la
guerra al Perú, invadir Lima y ocupar el territorio nacional:
“Yo
entré a leer este libro con una generosa creencia (prevención) de que,
aunque las razones de abnegación y sentimiento pudiesen estar de parte
del Perú, las razones prácticas a lo menos estarían de parte de Chile.
Porque sólo se concibe lo racional, en tanto no se palpa lo
monstruoso...”
2. El fuego
de Dios
Para
concluir después de discernir al detalle uno y otro asunto, uno y otro
movimiento de la diplomacia y los gobiernos, en este enunciado
categórico:
“Niego a Chile el derecho de declarar la guerra al Perú”.
Y establecer como razón y motivo de Chile para iniciar esta guerra, continuarla y ensañarse después, el siguiente:
“(el) odio
misterioso e implacable: el odio del que envidia una superioridad de
espíritu y una largueza de corazón que no posee. El odio del que no
inspiraba simpatías hacia el que las inspira. El odio del mezquino al
generoso”.
Y lanza, como apotegma, las siguientes frases:
“…pueblos
de América merecen ser quemados por el fuego de Dios si vienen a
guerra! y por dineros! y por minas! y por cuestión de pan y bolsa! Oh!
que fuera la ira, látigo que flagelase, o barrera que cercase… al
hermano traidor! Traidor a su dogma de hombre, y a su dogma de pueblo
americano!...”
3. ¡Y eso
somos!
Sí,
el odio, la codicia y la extrañeza de ser ajenos a nuestro continente,
de pertenecer quizá a Europa, como se ufanan en sentirlo y lo dicen;
viejo mundo cuya tradición por ser un continente mísero siempre han sido
las guerras. De allí que cuando llegaron algunos prisioneros de guerra
después de la batalla de Arica el periodista chileno Vicuña Mackenna se
molestó de no encontrar a soldados blancos, altos y garridos.
Le
incomodó no reconocer entre los sangrantes contusos a gladiadores
romanos hechos y derechos, aunque vencidos. ¡Y apuestos, como él los
hubiera deseado y querido! Y escribió esta frase improvisada pero
lacerante y plena de un hondo y supremo sentido, el mismo que no le
pertenece en absoluto a quien la profirió, al decir que los despojos de
nuestro ejército eran:
Una gavilla desordenada de abigarradas bayetas.
¡Qué
homenaje dentro de la iniquidad, la infamia y la vileza! Porque eso
éramos ¡y eso somos! para honra y gloria nuestra: ¡abigarradas bayetas! a
quienes no enorgullecen las botas, ni los cascos ni las pistolas.
4. Era
y será siempre
Porque
bayeta, niño, es el tejido indio, la trama amorosa de los telares
rústicos, y de lo cual se hace las prendas de vestir en el campo,
pantalones y camisas.
Por eso, la bayeta tiene todo el sabor de lo aldeano y de lo noble, de lo rural y prístino, de lo franco y amoroso.
Por
eso la vestimenta de quienes defendían nuestra tierra amada era de
suave perla, de un blanco mate como el de los duraznos en flor.
De bayeta era nuestro uniforme blanco, del color de las espigas, de los campos cultivados, del pan.
Del color de los seres buenos. No es un uniforme en realidad de gendarmes, es un saludo de pan, de trigo y de harina.
Y
ciertamente, no eran soldados. Quizá sí gavilla como aquella que se
alza en la parva para darnos su fruto. Eran gente de las comarcas,
aldeas y los villorrios; eran obreros, artesanos, estudiantes y
maestros. Era y será siempre nuestro ejército, no perros de presa.
5. Siento y sé
que es así
Aquél,
que para su orgullo quería un ejército de blancos derrotados, fue un
desengaño encontrar que eran indios. Jamás comprenderán con quiénes
luchaban. Lo hacían con un país sublime y misterioso. Un país al cual
solo se lo puede amar. ¡Y comprender amándolo!
Y
quizá esa sea la razón profunda de la guerra, como lo precisó el prócer
cubano José Martí, quien al defender al Perú de esta agresión denunció
en su momento que el motivo era la envidia a un país y a una cultura
excelsa, aunque empobrecida por la rapiña foránea.
Siento
y sé que es así cuando viajamos a Santiago de Chuco, en el marco del
movimiento Capulí, Vallejo y su Tierra, en donde ocurre que los
ciudadanos de aquel país que asisten al certamen, se conturban de lo que
ven, no se explican ese milagro y guardan silencio.
Anonadados
de comprobar un pueblo sufrido pero generoso, sencillo y excelso,
empobrecido y fraterno, que no ha perdido ni su inocencia ni su
humanidad. Y se espantan que así sea pese a la iniquidad con que se lo
ha tratado y que se ha cernido y se cierne sobre ellos.
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