INSTITUTO DEL LIBRO Y LA LECTURA, INLEC DEL PERÚ,
Y CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
MARZO:
MES DEL AGUA, LA POESÍA Y EL NACIMIENTO DE CÉSAR VALLEJO
CALENDARIO DE EFEMÉRIDES
DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER
SÁBADOS 7 PM. AULA CAPULÍ:
CONFERENCIAS Y SIMPOSIOS
SOBRE CULTURA ANDINA
Aula Capulí: Tacna 118, Miraflores.
Cuadra 3 de la Av. Angamos Este
Entre Av. Arequipa y Paseo de la República
Ingreso libre.
Se agradece su gentil asistencia
Teléfonos Capulí: 420-3343 y 420-3860
capulivallejoysutierra@hotmail.com
oooOooo
PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
Por Danilo Sánchez Lihón
1.
– ¡Ayyyyyyy! –Gritó, como si le rasgaran las entrañas.
Fue un grito desgarrador que estremeció la plaza Huakaipata del Cuzco y sus confines.
Un grito que laceró la tierra. Eran las 10.15 de la mañana del 18 de mayo de 1781 y hasta ese entonces ninguna queja ni súplica ni lágrima en aquella mujer, salvo la mirada perdida. Y dominada por una tristeza infinita cuando escuchó su sentencia:
“...pena ordinaria de muerte, con algunas calidades y circunstancias que causen terror y espanto al público”.
Reza el texto del edicto, y así ella lo oyó cuando lo leyeron.
Soportó estoicamente cuando a Hipólito Túpac Amaru Bastidas, su hijo mayor, le cortaron la lengua y el borbotón de sangre manchó la camisa celeste que llevaba puesta.
Era su primogénito, de 20 años, que no dejó de mirarla tiernamente desde que subió a la tarima en la cual lo ejecutarían, dejando posados sus ojos en los ojos de ella, hasta el último momento de su vida.
2.
Pero cuando subido al patíbulo le anudaron la soga al cuello y súbitamente templaron hacia arriba, estremeciéndose en al aire su cuerpo, con las manos atadas hacia la espalda, solo allí se escuchó aquel grito desgarrador que conmovió hasta las mismas piedras, torreones y montañas del Cuzco. Y el sol pareció oscurecerse.
Solo a partir de entonces lo que era un circo, una feria y un carnaval de horror e infamia, se tornó en un silencio sepulcral, en las diez mil almas que contemplaban los suplicios que se estaban infligiendo a la familia y colaboradores de la gesta que encabezara Túpac Amaru II, sublevación que contó con la colaboración de su esposa, capitana del ejército de retaguardia, la bella y tenaz Micaela Bastidas.
Desde el amanecer se habían ejecutado a los grandes capitanes del movimiento insurreccional.
Y antes del martirio del linaje del cacique de Surinama y Tungasuca se dio muerte a José Berdejo, Andrés Castelú, Antonio Oblitas y Antonio Bastidas.
Luego a Francisco Túpac Amaru y a Tomasa Titu Contemayta.
El público colmado en la plaza, exclamaba gritos de furor y palabras soeces, apoyando el ajusticiamiento de cada uno de los reos. En cambio, hacia los cerros una masa hierática de indios permanecía silenciosa e inescrutable.
3.
– ¡Escarmienta indio criminal! ¡Delincuente! ¡Asesino!
– ¡India desgraciada! ¡Salvaje! ¡Homicida! –Gritaba la turba enardecida, ante cada muerte.
Había sido demoledor el terror que habían sentido meses, semanas y días antes, ante el asedio e inminencia de la captura del Cuzco por parte de los rebeldes.
Por eso ahora los que habían sentido que peligraban sus posesiones, canonjías y sus vidas, se desahogaban, escarneciendo a los vencidos.
El grito de Micaela, inconsciente y desvalido, traicionándola a ella misma, emergió desde sus entrañas de madre. Y recién el llanto se le agolpó en sus ojos y bañó sus mejillas al ver a su hijo colgado.
Mirándolo lloraba como una niña indefensa, sola en el universo, como está siempre una madre con el hijo que pare.
Ningún momento antes se quebró, ni suplicó, ni imploró, ni depuso su actitud digna y señera ante las autoridades españolas y criollas que la escupieron y patearon.
Después de ejecutado Hipólito ella sería la inmolada. Los sayones vinieron, la ataron una soga al cuello y la arrastraron por el suelo de la plaza.
4.
Micaela Bastidas la esposa de Túpac Amaru II, era cabeza indiscutible de la rebelión más devastadora del siglo XVIII en contra del poder más implacable y omnímodo del continente americano y del planeta Tierra.
Ella acompaña decidida y cabal esta sublevación por dos razones sencillas y fundamentales. La primera: porque le duele en el alma y en las entrañas el dolor y el oprobio con el que se persigue, se abusa, se explota y mata a la gente.
Y dos, lo hace por otra razón más conmovedora y admirable todavía, cual es: porque ama y cree en su marido, a quien invoca en todas sus proclamas y en todas sus cartas. No solo en las que dirige a él sino a los otros y estando lejos, que es como tenerlo a él inherente e íntimamente formando parte de sí misma.
Y siendo así su lucha, su himno y su canto son desde la inmensa y hermosa condición de lo que es ser mujer.
Porque tiene esa sabiduría de lo que es lo femenino: ¡ser mujer!
Y esta es una omnisciencia que, en quien la tiene, no caben equívocos.
De allí que no se ha retractado nunca de su participación en esta rebelión que ha tenido una grandeza y dramaticidad totales, porque es una rebelión biológica.
5.
Es la culminación de un largo proceso de rebeliones frecuentes y continuas.
Negarlo hubiera sido negar a su familia. Más que ideología en esta lucha hubo familia, vecindad, sentido humano de naturaleza herida; de allí que han luchado los hijos, los hermanos, los primos, los cuñados. Y el gran contingente de ofendidos que han sido millares.
Ella ha acompañado a Juan Gabriel en toda su gesta, en la cual ha sido su confidente, el muro en donde él se sostiene. Su paño de lágrimas al ver tanta injusticia e iniquidad para su pueblo y su raza.
Ella en todas estas confidencias no lo desanima, no le dice ocúpate de algo útil y conveniente. Sé realista. No le dice seamos prácticos, tenemos una posición que mejorar. Forjemos riqueza. En la medida que somos ricos otros lo serán. Hagamos nuestra casa, nuestra fortuna y dediquémonos a nuestros hijos.
No. Supo entender algo más hondo, inherente a lo que es dignidad de especie, a heredad social y sentido histórico.
Por eso, de sus manos después han salido los permisos para franquear caminos, para asignar responsabilidades, para comprometer contingentes en la lucha.
De sus labios salieron arengas, proclamas y contraseñas. Fue su promesa, su juramento y su consigna esta: “Morir donde muera mi marido”.
Y así se cumplió. Porque ella murió a su lado, y en el mismo cadalso.
6.
Nació en Tamburco, distrito de la provincia de Abancay, a cuatro kilómetros al norte de esta capital, el año 1745.
Era muchacha de una belleza sin par, rara e insólita. Hija de padre de ascendencia africana y de madre mestiza.
Por eso, su porte era esbelto. Y tenía la tez clara, del color del pan; aunque le decían “zamba”.
Dicho apelativo era porque además de alta y delgada, su cuello era largo y empinado, que en la serranía era poco frecuente tener aquel cuello de garza, de parihuana o de vicuña, como ella lo tenía.
Fue mujer notable por su hermosura. “Bellísima”, dijo de él un contemporáneo que la conoció. Pero, a la vez, su actitud era tierna, fiel y trabajadora. Mujer lluvia, humus y fogón.
Se casó en Surinama, el 25 de mayo del año 1760, a la edad de 15 años.
Aprendió a leer y a escribir, enseñada por José Gabriel, su esposo, hecho que en aquel tiempo estaba prohibido que lo pudiera practicar una mujer.
Sus hijos fueron Hipólito, quien nació en 1761. Mariano, en 1762 y Fernando en 1768.
7.
Su esposo, José Gabriel Túpac Amaru era arriero, dueño de piaras de mulas. Indio, en cuanto a fisonomía, alma y temperamento. Pero indio instruido, culto, que estudiaba y leía mucho.
Él la formó pacientemente y compartió con ella todas sus inquietudes, ideas y esperanzas.
Ambos se sublevaron por indignación ante tanto oprobio y atrocidad; se levantaron en armas por impaciencia sacrosanta; por el dolor, el abuso, el sufrimiento y la muerte que se blandía sobre la gente.
Se sublevaron con ellos la gente más castigada, miserable y empobrecida de la Tierra. Y esa es la desmesura sobrehumana de este levantamiento.
Capitaneado por una pareja de esposos con un sentimiento muy hondo y muy claro con respecto a su pertenencia a su lar de origen y a su cultura.
Quienes conversaban mucho, alentaban sueños para sus hijos y desvelos por el pueblo.
Ella es la esposa dulce y abnegada que sabe oír y comprender. Es la madre amorosa que cuida, protege y se desvela por sus hijos.
8.
Él le confesó cuánto le hería el dolor y el padecimiento de su gente. Ella lo escuchó, razonó junto a él y estuvieron de acuerdo en reclamar primero, gestionar después y, poco a poco, la única alternativa fue decidirse por la lucha ante la ignominia.
Tomaron preso al reincidente Antonio de Arriaga, abusivo excomulgado por el Obispo Moscoso, por sus cruentos delitos y que seguía ostentando un omnímodo poder. Y lo ejecutaron en la Plaza de Tungasuca, en reacción a la explotación inhumana que causaba dolor, expiación y muerte.
Micaela siempre le dio a él la prerrogativa de las decisiones, amándolo con amor tierno, reverente y consumado.
Él le encomendó en la lucha la difícil tarea de organizar la retaguardia del ejército, conseguir y administrar la economía, tender la red de las comunicaciones, proveer de los abastecimientos, controlar el movimiento de las armas, urdir y mantener la malla fina del espionaje.
En todas sus apelaciones siempre lo hace invocando el nombre de “su marido”. Y qué bien y que hondo suena en sus labios ese epíteto. O cuando escribe con su propia mano esta frase: “Hijo Peche”. A él lo llama su hijo. Y en las despedidas pone: “Tu Mica”. Lucha pues bajo una égida: lucha como mujer, pelea con las entrañas.
En sus cartas ya en plena campaña guerrera ella lo llamaba: “Chepe mío”, “Cariño”, “Hijo pepe”, “Hijo de mi mayor aprecio”. Y en sus despedidas: “Es tu Mica”, “Tu Micaco”, “De Vuesa Merced, su amante compañera”, “De Vuesa Merced su amantísima esposa”.
9.
En esa vorágine, en esa crueldad y horrores de la guerra, en ese pavor de los sables, los incendios y las batallas, jamás se apaga su ternura ni su infinito cariño, pese a que él con sus acciones hacía que todo peligre.
Sin embargo, al final esta relación tiene todos los visos de haber sido no solo apasionada sino también irremisible. Eso ahora lo sabemos, no solo por el contenido de las cartas en donde a veces le dice palabras de reproche y desengaño, sino por una carta de lacerante despedida, donde ella le dice como cualquier mujer: ¡adiós!
Todas las evidencias apuntan a que el motivo de tal desavenencia, se refiere por el contexto en que lo dice, es que él no cumple con lo que ella lo ha hecho jurar: la captura del Cuzco. Y esto antes de que fuera reforzado por un ejército de 16 mil soldados que marchan desde Lima.
“Chepe mío: tú me has de acabar de pesadumbres, pues andas muy despacio paseándote en los pueblos...”
Y con advertencias y consejos así se forja y se hace a un hombre. Y ella lo hizo. Aquí se muestra cómo lo ama y lo modela. Con ternura le dice: “Chepe mío”. Y luego: “Me has de acabar de pesadumbres”, ¡captura el Cuzco! Porque ella miraba más al centro de los hechos y las cosas.
10.
Él tenía heridas. Ella el bálsamo. Y el calor y la luz para ver más claro y más lejos. Y eso es saber forjar hombres.
Ella ve la meta final. A conquistar eso lo lanza, lo alienta y arriesga ella misma la vida. ¡Capturar el Cuzco!
Por eso, ha de quedar como bandera en toda lucha esa proclama: ¡Capturar el Cuzco! O posesionarse de la ciudad sagrada de los Incas.
“Tú me ofreciste cumplir tu palabra, pero desde ahora no he de dar crédito a tus ofrecimientos, pues me has faltado...”
“Yo ya no tengo paciencia para aguantar todo esto, pues yo misma soy capaz de entregarme a los enemigos para que me quiten la vida...”
En otra carta le advierte:
“...y puedas despachar otro propio para Pachachaca a cortar el puente cuanto más antes... y si no lo puedes hacer avísame para que yo lo haga sin demora, ¡porque en esto está el peligro!”
Y en otra:
“Ya que te has hallado en esos lugares, caminaremos el día citado a entregarnos y morir sin remedio por lo que te digo adiós...”
11.
Ahora son las 10.15 de la mañana y ella sube, paso a paso, al patíbulo, una tarima pintada de color verde, de 4 por 4 metros, alzada frente al atrio de la iglesia catedral del Cuzco. Viste blusa blanca muy sencilla y una falda negra y larga.
Subida ya en el estrado quieren abrirle la boca para cortarle la lengua y se niega, apretando los dientes y retorciéndose. Y no pueden separarle las mandíbulas, por más forcejeos que hacen los verdugos.
Le dan golpes de puño en la cara que sangra. Sigue doblándose sin poder introducirle el cuchillo. Finalmente desisten de cortarla. Lo recuestan al garrote y violentamente los esbirros dan vueltas a la palanca que tuerce el dogal. Ajustan lo más que pueden, pero ella sigue respirando. Su cuello es muy fino y delgado y el mecanismo del aparejo no logra asfixiarla.
Cogen entonces una cuerda entre varios y de ambos lados jalan y aprietan, mientras otros verdugos con las culatas de sus fusiles la golpean la cara, los seños, el vientre y el sexo, hasta dejarla exánime arrojando su cuerpo de la tarima al suelo.
Por la tarde sería cortada la cabeza, descuartizada y sus miembros repartidos por diversos confines. Y otros quemados en una pira en el cerro Piccho, junto con los restos de su jefe, esposo, amante y cómplice.
12.
Y después le llegaría el holocausto a su copartícipe y cónyuge, el cacique José Gabriel Túpac Amaru.
La macabra y espeluznante figura de la ejecución para él ha sido diseñada especialmente, dibujada, trazada en planos y figuras, dejando solazarse sus bajos instintos, por el Visitador General José Antonio de Areche, quien ahora observa desde un balcón de la plaza.
Nunca antes en la historia humana hay un antecedente que se parezca a este bestial y monstruoso espectáculo.
Sus miembros serán arrancados por cuatro caballos que tirarán hacia las cuatro esquinas de la plaza, briosos y espoleados.
Jinetes y palafrenes irán arrastrando los pedazos cercenados por las calles.
Atravesarán las esquinas con el sonido bronco de la carne humana rebotando en las piedras.
Y, sobre todo, dejando el rastro sanguinolento en todo adoquín que toquen, para que toda la gente después registre esas huellas en sus sueños, pesadillas, conciencia y subconciencia.
13.
Subirán las colinas arrastrando los miembros extirpados, para luego ser quemados en una pira. Y la cabeza del caudillo puesta en una picota.
En estos momentos a él sí logran cortarle la lengua.
Ahora, amarrado de pies y manos se tienden riendas sujetas a las monturas de los caballos.
Se lo jalona y su cuerpo flota y vibra en el aire, pero no pueden arrancarlo.
Tiran una y otra vez en que se tiempla, subiendo y vibrando en el aire sobre los techos y cayendo a tierra con golpes secos.
Mientras lo hacen la gente aúlla, grita, chilla, vocifera, entra en paroxismo.
Se alza un sordo rumor de los indios en los contornos. Aún está vivo en el suelo. Y alza la mano dirigida hacia los cerros ordenando a su gente que se calme. Reconocen que no pueden arrancarlo a pedazos. Desisten. Entonces le cortan la cabeza y los miembros con un hacha. Y por la tarde sus miembros son divididos y enviados a las colinas hasta donde iban a ser arrastrados por los caballos.
A su hijo Fernando, de 12 años que ha querido agachar la frente y esconder la mirada para no ver morir primero a su hermano, después a su madre y luego, de esta forma, a su padre, los soldados españoles le alzan la cabeza tirándole de los pelos para que vea y le dan de culatazos en el cuerpo obligándole a mirar.
14.
¿Por qué los mataron así? ¿Por qué tanta saña, atrocidad y vileza? Hay razones ineludibles que lo explican. Porque es mucha la riqueza que explotan y que se la llevan de este reino.
Porque eran muchos los privilegios, placeres, posiciones, gangas y ventajas; situación que para ellos no debía peligrar nunca.
Porque eran muchas las delicias, los halagos, la soberbia de los españoles.
Y no querían que de ello se les despoje jamás.
Porque era mucha su fastuosidad. Y unos miserables no iban a venir a querer arrebatárselas.
Y les enfurecía otro hecho peor: sabían íntimamente que esos indígenas tenían razón. Que ellos eran los legítimos dueños de estas posesiones. Y eso les dolía mucho más en su conciencia.
Estas eran tierras suyas, que los habían arrebatado con perfidia, negándoles incluso su condición de seres humanos, de lo cual habían hecho, incluso, doctrina de fe.
La desmedida crueldad y el ensañamiento eran lógicos: querían escarmentar para que nadie osara jamás volver a pensar siquiera en ello.
Para ahogar todo grito de rebelión.
15.
Porque, ¿dónde se ha visto que el público presencie el descuartizamiento por caballos desbocados? ¿En qué lugar de la Tierra y en qué tiempo, jamás?
Lo revela además la pena que se sentenció, que abarca no sólo a los vivos sino a los que nacieran. Dice literalmente:
“que se extinga toda su descendencia, hasta el cuarto grado”
Perdieron toda cordura estas bestias enmascaradas de nobleza y señorío. Es decir los que nacieran serían victimados.
Este es un derecho y una justicia que sentencia a los que aún no han nacido.
¿Qué los hacía tan delirantes? La riqueza, las prebendas, la concupiscencia.
Este suplicio fue a la altura de su codicia. El Perú valía mucho en oro, en tierras, y en judicaturas.
Y castigaron ferozmente este movimiento porque venía a cuestionar toda esa riqueza en base a la muerte de los indígenas.
16.
Para dejar constancia de que nadie cuestionara estos hechos de quitarles su botín, su medio no de vida sino de ser viciosos y holgazanes, el suplicio estuvo a la medida del susto que pasaron.
Estuvo a la estatura de las imágenes que su subconsciente había ya elucubrado de lo que les iba a suceder, porque en su subconciencia ellos mismos ya se habían condenado a los suplicios más horrendos.
Lograron entrever ¡qué les sucedería en relación a sus comodidades y beneplácitos!, pero más en relación a las sanciones morales que merecían ellos mismos.
Ya tenían configurados esos castigos, por la infamia en la cual estaban sumidos, si triunfaba la revolución.
Sin embargo, dentro del horror queda algo por rescatar. En esta gesta surge algo excelso para nuestras vidas. ¿Y, qué es ello?
Es el cariño de Micaela y el de José Gabriel, como un amor sublime e infinito.
Juntos tejieron uno de los grandes amores de la historia humana. ¿Cómo? ¿Estos indios? ¿Estos salvajes? Sí. Por las siguientes razones:
17.
Porque ellos dos creen, sienten y piensan juntos, abrazando el mismo propósito.
Porque son ambos, fusionados, que se iluminan en función de ideales y de principios supremos.
Porque es un amor hecho de coraje y valor totales. Que saben del horror al cual se enfrentan y lo asumen.
Porque es amor de empresa común, de proyecto mutuo y de intención mancomunada, que en este caso es instaurar la justicia social, paliando los sufrimientos de la gente, para después gestar la libertad de un continente.
Es entrega total, absoluta, sin cálculo, medida ni disculpas.
Si es posible hasta morir en el intento, tal y como realmente después ocurriera.
Porque estuvieron unidos en la vida y en la muerte. Guerrearon uno al lado del otro.
Porque tuvieron inteligencia y valor para apoyarse.
Porque ella, sutilmente femenina, supo a él darle la jefatura de todo y el poder para tomar las decisiones trascendentales.
Porque en el fondo de todo esto perdura el amor cristalino, profundo, absoluto hacia los otros seres humanos.
18.
Es un amor sublime de la historia humana:
Porque fue un amor sin regateos, ni menudencias ni menoscabos. No en función de las cosas, no en función de los intereses mezquinos.
Porque tomaron una decisión y la cumplieron, cual fue echarse a los hombros los problemas que padecía la humanidad doliente.
Porque largas temporadas él se ausentaba por su oficio de arriero y ella paciente y amorosamente lo esperaba anhelante.
Porque la separación física fue constante pero la unión espiritual fue grande e intensa.
Porque se confiaron mutuamente secretos. Y, si cabe denominarlo así: secretos de Estado, porque cada carta que se intercambiaron sería botín para los servicios secretos enemigos, enfrentándose al imperio más poderoso de la Tierra.
Porque era imposible que en esa época una mujer pudiera alzarse en armas. Y él la preparó. Y ella asumió ese destino con arrojo y valentía.
Porque no lo abandonó, aduciendo que el sentido de ella era cuidar a los hijos y de él hacer solo su campaña, como ocurrió en casi todos los casos de los movimientos insurreccionales del planeta.
19.
Porque los derechos cívicos de la mujer no es pelear contra el hombre sino junto a él contra la estructura social injusta y aberrante.
Porque la competencia entre hombre y mujer es pérfida, cuando el enemigo es el sistema.
Porque se amaron de a verdad. Y, consiguientemente con ello, al bien y a la virtud. Y se consagraron a cultivarlos.
Porque ella creía en él, porque era noble, sincero y augusto. Y jamás quebrantó esa majestad.
Porque estuvo a su lado y sucumbió con él.
Porque en algún lugar del cosmos se han reencontrado.
Porque queriendo castigarlos el enemigo los unió al final de sus vidas y en sus muertes aparentes, porque están más vivos que nunca.
Porque al quemar juntos en una misma pira sus miembros cercenados, los juntaron y los hicieron fuego eterno, que salva y purifica.
¡Qué honor más grande les hicieron sin darse cuenta!
20.
Se unieron en cenizas. ¡Allí sus bocas confidentes, sus palabras secretas están dándonos consignas!
Porque cuando construyamos el Perú del futuro, digno y hermoso, Micaela será la flor que se siembre en todas las plazas de nuestro país enaltecido.
Y con la misma crueldad con que los golpearon hemos que defender ahora culturalmente a quienes sufrieron.
Y Micaela será la flor del color más fulgurante, pleno y valeroso. ¡Váyanla escogiendo, niños!
Daremos el nombre de Micaela a las nieves perpetuas de los andes, a las cascadas, a los arroyos, a los valles profundos hermoseados con el vuelo de las torcazas.
Micaela se llamará el mejor maíz, la mejor papa, la mejor quinua. Y la fruta más dulce.
La mejor trinchera en el combate se llamará Micaela.
¡Jóvenes mujeres y hombres de mi pueblo! ¡Son herederas de Micaela Bastidas! Siendo así ¡siéntanse gigantescas, poderosas e invencibles!
IMÁGENES DE TINTA (25 NOV 2010)
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Ingresando al pueblo
Plaza de Armas
Colegio Micaela Bastidas