INSTITUTO DEL LIBRO Y LA LECTURA DEL PERÚ
Y CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
NAVIDAD ESTANDO LEJOS
PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
¿CÓMO DICE QUE SE LLAMA? NAVIDAD
Por Danilo Sánchez Lihón
"Si hubiera que llenar el poco espacio que media
entre el día y la noche, se gastaría en ello una eternidad.
Pero sale el sol y las sombras se dispersan;
un momento basta para llenar un espacio infinito."
Tagore
entre el día y la noche, se gastaría en ello una eternidad.
Pero sale el sol y las sombras se dispersan;
un momento basta para llenar un espacio infinito."
Tagore
1. Habían corrido a abrazarse
– ¡Corten! ¡Corten!
– ¡Detengan la faja!
Seis televisores rodaban ya por el piso y en pocos segundos tres más abollados se arrumaban, unos sobre otros, en la boca de entrada de la cabina de impresión de letras e instrucciones en la planta de montaje de la Shimpo Company en Nagoya, Japón.
Doce peruanos laboraban en el pabellón de montaje y, sin poder evitarlo, habían corrido a abrazarse por unos instantes.
Ya regresaban veloces a sus puestos de trabajo con los ojos llorosos, enjugándose aún las lágrimas, pero en vano. Ya era tarde. Los estragos ocasionados eran catastróficos.
La alarma seguía rechinando. El sistema de sirenas colocadas en los techos continuaba con sus aullidos. La producción en la fábrica se había paralizado de inmediato, con daños de consecuencias incalculables al afectarse el programa de producción de ese día y de esa semana, y con ello de ese mes y de ese año, hecho que significaba una calamidad y una catástrofe.
– ¡Es un sabotaje! ¡Es un hecho criminal! –grita fuera de sí y delirando Akki, jefe de sección de la planta, mirando la ruma de televisores hacinados. Nunca vio antes un cuadro dantesco semejante.
2. ¡Es un delito gravísimo!
– No ha sido intencional, señor, –trata de explicar Juan Carrillo–. Es Navidad en nuestros hogares y apenas quisimos poner nuestras manos en nuestros brazos u hombros, ni siquiera abrazarnos, señor.
– ¡No me vengan a mí con cuentos! Desde antes ya los veía complotando. ¡Es un sabotaje! Y esto se paga muy caro, aquí.
– Señor, este es nuestro centro de trabajo. Si nosotros mismos no lo cuidamos y no funcionara bien, ¿qué pan vamos a llevar a nuestros hijos? Imposible que vamos a atentar, Señor, –trata de explicar Juan en el idioma japonés que ya domina.
– ¡Sepan ustedes que esto en el Japón es un delito gravísimo que se paga con cárcel!
Pero, ¿no le entendía bien el japonés de Juan? Además, la ofuscación y la alteración eran indescriptibles, de parte de todo el mundo.
Avisado de urgencia apareció el gerente, parco y meticuloso. Hizo retirar los televisores dañados, dio reinicio al proceso de ensamblaje, sustituyó al personal implicado, señalado por Akki, que fueron reemplazados por quienes ya estaban esperando entrar en el siguiente turno.
3. Es la muerte en vida
La situación es gravísima: atentar contra la producción de una fábrica en el Japón es sacrilegio.
Es algo que las leyes, los códigos, las normas, los reglamentos y los contratos de trabajo estipulan y condenan.
Esta es la moral, la fe y la religión de los japoneses y de los países industrializados. Es peor que saquear una iglesia. Perpetrarlo supone una denuncia ante la policía y un atestado judicial de las peores consecuencias.
De allí deriva: cárcel y sanción a los responsables con fuertes multas en dinero o bienes, e inhabilitación de por vida para trabajar en cualquier establecimiento, fábrica, tienda o función que sea. Es la muerte en vida.
– Desde temprano se han estado pasando consignas, señalando la hora en que debía producirse este atentado, –alega Akki, quien teme también por su puesto de Jefe de Sección. Y también ser sancionado, por eso el énfasis en su denuncia implacable, a fin de no ser involucrado.
4. Algo o todo les falta
¡Y, es cierto!
Desde temprano los peruanos se han intercambiado mensajes respecto a la hora en que en sus hogares estarían abrazándose sus madres, esposas, hermanas, por ser la Noche Buena.
Ellos les envían el dinero para todo: para el pavo que se sirve en la mesa, para las luces que parpadean en la ventana, para la torta que se celebra y se corta, para los cohetes que se elevan y revientan con sus luces multicolores en el aire.
Pero ellos están lejos de todos estos halagos. Están ausentes en esta hora de amor filial, fraternal, de hogar y familia entrañable. Sin embargo, es a ellos a quienes tienen presentes cuando las luces se encienden y expanden sus pétalos de multicolores.
Desde que se enrumbaron al trabajo, cruzando la magnificente ciudad industrial, bajo el sol de la mañana, Juan Carrillo y Alberto García conversan en el bus:
– Aquí será las dos de la tarde cuando en Lima suenen las doce campanadas anunciando Navidad.
– Y nuestra gente estará reunida en torno a la mesa del hogar: feliz, pero a la vez sintiendo que algo o todo les falta por no esta nosotros.
– ¡Es la vida la que nos da estas pruebas!
5. El rostro ilusionado
– ¡Imagínate! Noche Buena allá y aquí sufriendo en plena luz del día.
– ¡Con el alma estrujada y sombría! Como dice la canción.
– ¿Qué hora es, ahorita, en Lima?
– Allá las nueve de la noche del día anterior. Aquí las once de la mañana de un día ya vivido. O, quizás, irremediablemente ¡perdido!
– Pero no empieces ya con tus tristezas y a ponerte sentimental, porque sino esta noche te quiebras.
– Entonces, dicho de otro modo, faltan tres horas para que Dios nazca.
De todos modos. Irremediablemente ambos se han entristecido. Viajan en silencio, cada uno sumergido en sus recuerdos y melancolías.
– ¿Y, qué hacías a estas horas tú en Lima?
– Salíamos con mi esposa y mis hijos al mercado de Magdalena, siempre con el pretexto de comprar algo. Pero más era por ver tiendas y a la multitud de gente que transita por la calle. Todos felices. Es lindo ver el rostro ilusionado de la gente en Navidad. ¿Y, tú?
6. Yo si no puedo hablar
– ¿Yo? El año pasado, ¡qué eternidad parece! ¿no?, en una mano llevaba a mi hijo de cinco años y en la otra a mi hijita de dos añitos y medio, mientras mi esposa escogía algo para la cena.
– ¡No llores, hermano, no llores!
– Y, ¿ahora qué será de ellos, no sé?
– Yo sí sé hermano, y te digo que están bien. Porque desde aquí los estás protegiendo.
– Ella solita encenderá las velas, con mis pequeños. Quizá lo acompañe mi cuñada. O mi hermana, que ambas todavía son solteras.
– ¡Y ni cómo llamar por teléfono a esa hora!
– No podemos, ni ellas pueden. Imposible.
– Cuando estás en la faja ni modo. Ni intentarlo hermano; mucho menos con Akki que es una fiera y no cree en nadie.
– Yo sí no puedo hablar, porque allá en mi casa no tengo todavía teléfono.
7. Disimular sus lágrimas
– ¡Pero nos pasaremos la voz a las 12 en punto! ¿Está bien?
– Pero, ya sabes, ¡sin moverte de tu puesto!
– ¡Claro! ¡Eso ni se nos ocurra!
– En Lima justo a esa hora pensarán en nosotros. Y eso debe alentarnos.
– Porque, ¿quién no extraña a un padre a un hijo o a un esposo?, como dice la canción.
Y ambos se voltean queriendo uno a otro disimular sus lágrimas.
Luis, quien no ha dicho nada pero ha estado escuchando desde el asiento delantero en el ómnibus, vuelto hacia la ventana también se restrega los ojos con el antebrazo.
– Ya vamos a bajar aquí. ¡Nos silbamos entonces!
– Claro. ¡Pero sin descuidar la faja!
– Tú, que estás más visible arriba en el andén. Desde ahí nos haces una seña.
– De acuerdo.
– Pero, oye. ¿Y aquí en el Japón, qué raro no? ¡No hay nada! ¡No hay Navidad!
– No. Ellos tienen otra religión.
– Son sintoístas, y creen en la divinidad, no de Jesús sino de su Emperador.
8. El corazón se les acelera
Desde lo alto del andén Juan les advierte:
– ¡Faltan diez minutos!
– Ya escucho la reventazón de cohetes y la algarabía en la quinta.
– Y en el vecindario.
– ¡Y el olor de la cena!
– ¡Y en los labios el champán helado!
– ¡Compañeros, faltan dos minutos! –Musita.
– ¡El pavo ya lo están sacando del horno!
– ¡Un minuto!
En la faja siguen aplicando cada cual con la agilidad y la destreza necesaria la autoparte en el sitio preciso, de acuerdo a los segundos exactos que le corresponde a cada uno.
– ¡Diez segundos!
El corazón se les acelera.
– ¡Es Navidad en Lima!, –gritan sin darse cuenta. Y corren.
9. ¡Quiero abrazar a papá!
En el mercado La Aurora, Gladys y sus dos hijos no han podido tomar un taxi porque todos pasan ocupados y veloces.
– Si tuviéramos teléfono en casa estaría desesperada porque quizá tu papá estaría llamando, –le dice a su hijo.
Tiene pena, pero no se inquieta. Total, están construyendo su casa en Los Olivos, un lugar además de emergente, bonito. Y entonces, ¿para qué tomar un taxi si van a estar solos? En la casa no hay nadie. Solo piensa en el Japón, en donde está Juan, su esposo.
– Mamá, –dice su hijo– quiero abrazar a mi papá.
– Pero él está lejos, trabajando para nosotros, hijito.
– ¿Y, cuándo va a venir?
– Pronto, pronto va a venir y nunca más se irá. Eso te lo prometo.
– ¿Tú me lo prometes?
– Sí. Te prometo con toda mi alma.
Explotan los cohetes en todas direcciones. El cielo se ilumina con las bombardas. Salen disparados por el aire los buscapiques, las mariposas, los silbadores y las luces de nemgala iridiscentes.
Faltan unos segundos para las doce de la noche. ¿Para qué apurarse en volver? Será mejor recibir la Navidad aquí donde hay algunas personas.
10. Sonaron las sirenas
– ¡Quiero abrazar a mi papá! –llora el hijo.
– Mira cariño. Oremos por papá. No importa aquí. Y después corres y abrazas a ese señor, porque él también querrá abrazar a su hijo. ¡Yo misma quisiera abrazar a mi papá, que ya no está con nosotros. Por eso, después de ti voy a abrazar a ese señor, que es anciano!
Fue en ese instante que corrían también a abrazarse los doce compañeros en la planta de montaje de la fábrica Shimpo Company de Nagoya, en Japón.
Juan Carrillo y Alberto García estaban a unos pasos. Los demás solo un poco más lejos. Al juntarse pensaron tocarse el hombro o las manos. A lo más darse una palmada y retornar corriendo a sus puestos en la faja de producción.
Pero, al tratar de regresar los atajaron los cuerpos de sus otros compañeros que también trabajaban allí y también corrieron y con quienes hicieron un racimo humano, en un abrazo que duró apenas unos instantes pero que resultó una inmensidad.
Y allí se activó la alarma, sonaron las sirenas y se detuvo la faja automáticamente. Y fue el colapso.
11. Hasta el amanecer
– A ver, explíqueme usted. ¿Por qué este sabotaje a la planta?, –interroga adusto el gerente general, quien entiende y habla español, aunque solo trabajó en Venezuela unos meses.
– No es sabotaje, señor. ¿Cómo vamos a atentar contra nuestro propio lugar de sustento? De nuestro trabajo se mantiene nuestra familia que está lejos, señor. –Habla Juan.
– Pero, ¿cómo explica lo ocurrido?
– Lo que ha pasado, señor, es que se celebra la Navidad en nuestro país. Es el día y hora del nacimiento de Jesús, de Cristo, hijo de Dios y Dios él mismo.
– ¿Y eso es razón suficiente? Y en nuestros hogares se lleva a cabo una reunión consagrada a la familia. La mayoría de nosotros hemos dejado esposa e hijos. Y es el instante en que ellos oran y piensan en nosotros.
– Pero es grave lo que ha sucedido.
– Trabajaremos hoy día si nos lo permite hasta el amanecer. No dormiremos. Trabajaremos seguido y sin ganancia alguna.
12. El Redentor de la humanidad
– ¿Fue esto intencional?
– De ninguna manera, señor.
– Sólo queríamos avisarnos, sentir y pensar en nuestros seres queridos, sin movernos de nuestros puestos en la faja.
– Un antecedente así es un desastre que se repita otra vez.
– Jamás volverá a ocurrir de parte nuestra. No ha habido intención en hacerlo, señor. Ha sido un acto involuntario.
– ¡Esto afecta la disciplina y la producción!
– Mis compañeros me han encargado pedir las disculpas más sentida, señor. Las pido encarecidamente en nombre mío y en nombre de ellos y de nuestras familias. Todos estamos dispuestos a compensar los daños ocasionados; y ello trabajando más, sea hoy o en cualquier momento que se nos indique.
– ¿Cómo dice que se llama la celebración esa?
– La Navidad, señor.
– ¿Y quién nace?
– Nace Jesús, el Salvador, el Redentor de la humanidad, señor.
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