viernes, 25 de junio de 2010

CAMPAÑA EN DEFENSA DE LOS TEJADOS - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

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Santiago de Chuco - Foto: Armando Alvarado Balarezo (Nalo)


INSTITUTO DEL LIBRO Y LA LECTURA,

INLEC DEL PERÚ, Y CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA


CAMPAÑA EN DEFENSA DE LOS TEJADOS


PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA

¡LOS TEJADOS!

SON ALAS Y ALMA DE LOS PUEBLOS

Chiquián - Caranca - Foto: Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

Por Danilo Sánchez Lihón


¡ARCILLA Y VIENTO, AGUA Y FUEGO PARA SIEMPRE!

1. Barro que vuela y quieto lucero ensimismado

Los tejados son alas de nuestro espíritu tendidas y suspendidas en el aire hacia lo eterno.

Arcilla y viento que contienen agua y fuego para siempre.

Toda la curvatura de la teja está templada a fuego intenso y afinada para entonar endechas al firmamento.

En ellos se sobreponen una teja macho y una teja hembra, por eso son calmos, sabios, sosegados, a la vez que cantarinos y melodiosos. Porque resumen el amor, una teja se tiende y la otra fragua tempestades. Son barro que vuela y quieto lucero ensimismado.

Los tejados son nuestra alma, gracia y entraña. Nuestra ilusión como nuestra pena. En ellos se nos encuentra y en ellos jamás seremos olvidados.

En ellos estamos, radiantes o ateridos. Y cuando no estemos se nos mirará en la hondura de su centro o de su costado.

Velan, escuchan, aguardan. Son quienes nos amparan y protegen de tanto cosmos. Se enorgullecen si triunfamos y se apenan si sufrimos.


2. Yéndonos de aquí a otros mundos

Ellos escuchan las palabras de adentro y las de afuera, que pasan por la acera.

Escuchan aquellas voces que provienen del fondo del alma y de las otras que vienen desde lejos cribando nuestro destino.

Antes yo creía que eran inclinados por el agua que tenía que correr por su pendiente. Pero después supe que no era por eso.

Ese gesto es por un motivo diferente. Porque es otra savia la que recorre sus venas: el sentimiento, ¡y los sueños inatajables! Unos que caen y otros que se elevan.

Porque, cuántas veces no hemos jugado al verlos y preguntado: ¿cómo sería resbalar o subir por ellos, si fueran más empinados o ligeramente más tendidos?

Entonces son para jugar con las ilusiones, sean abiertas o sean sepultas.

Como en otro tiempo son para llorar: cuando no las tenemos y cuando nos despedimos para siempre, yéndonos de aquí a otros mundos.


3. En ellos los espíritus se posan

Pero es por algo más que son inclinados los tejados: es por un gesto piadoso y caritativo. ¡Es por aquel querer tender hacia abajo los brazos! Es por sus lágrimas compasivas. Por identificarse con la gente más pobre, humilde y sencilla.

Por ser tan humanos es que se cimbran o se quiebran, por el dolor que les causa el sufrimiento del prójimo.

Es por la ternura que los embarga, el por qué se tuercen. Es por ser buenos, cariñosos y estupefactos.

Unen la tierra con el cielo, cual si fueran senos o regazos maternales.

En los tejados se escuchan las voces y los llantos de las almas que han pasado. Y de aquellas que añoran su lar nativo.

En ellos los espíritus se posan.

Por ubicarse en ellos es que tienen una mirada hacia abajo, sensitiva, y otra hacia arriba, llena de reproches.


4. Arcilla ofrendada al viento

En los tejados es donde los ángeles se guarecen. Y velan las hadas extasiadas. También los duendes aquí tienen sus escondrijos.

¡Solo la parca con su traje de telaraña y sus ojos que no ven pero señalan no se atrevió nunca a pisar en ellos!

¡Jamás se ha visto el alma de un muerto en el tejado!, pero si tras las paredes, o las puertas, o ventanas.

Con su guadaña, el shuyec y la pacapaca que va en sus hombros, se esconde la muerte entre los árboles, y desde allí lanza su soplo o su flecha para que la gente muera. Pero no desde los tejados.

Las tejas son hadas, ¿espantarlas para siempre? ¿Desterrarlas de nuestras vidas?

Es la arcilla ofrendada al viento y a lo eterno.

Los tejados son el plumaje de las divinidades que se arrebujan bajo el cielo anubarrado.

Y en la suma de tejas de cada ringlera, hay códigos ocultos y mosaicos cifrados.


5. Desafían a las estrellas

En el tejado queda la memoria de los días, ellos guardan el registro de lo que nos ha acontecido.

Son tierra vieja. ¡Tierra madre! ¡Tierra milenaria!

Tierra puesta hacia arriba, a que nos protejan mientras dormimos o morimos debajo.

Los tejados se han compadecido de muestras vidas, asombradas por haber nacido donde han nacido.

El crepúsculo sombrío que en los cerros altos se hizo viejo se hace claro y leve en los techos de las casas esparcidas en la honda cañada.

El alma de los pueblos andinos son los tejados. Nunca están hacia afuera sino hacia adentro. Y retan lo que está arriba.

No desafían a la calle sino a las estrellas y luceros. Afuera está la fachada y la vereda. Los tejados son íntimos, confidentes, secretos.


6. Flor de piedra

Son de agua y recuerdan al mar, por eso ondulan. Y no tienen límites.

Cada techo desconoce su medida porque ella es el infinito.

Ya viejos tienen una flor en la frente; o la lucen en el pecho. Es de color blanco verdoso, con un tinte anaranjado.

“Flor de piedra” se la dice.

Cuando a una teja le brota su flor, en todas también aparece. Flor que semeja unas gotas de agua de un tinte muy leve.

Ella crece completamente inocente y pegada a la superficie, tanto que pareciera una transparencia de contornos festonados que ligeramente se levantan.

Ese reborde nos dice que son pétalos, aunque no tengan al centro ni corolas ni pistilos.

Como si una mano las abriera, y ellas se cogieran de unos brazos en el aire para no caer al vacío.


7. Por qué nos duele tanto

En el tejado ocurre la epifanía de lo inmenso y de lo pequeño.

Ocurre cuando al amanecer en él se juntan el humo de la cocina envolviéndose con el manto glorioso del alba.

Debajo de las cumbreras de los techos, o hacia adentro, o al revés que da al firmamento, están los terrados.

¿Quién de nosotros en ellos no ha llorado a escondidas? ¿Quién no ha subido con el alma hecha pedazos porque alguien se va y uno se queda?

¿Quién no ha disimulado en su penumbra la lectura de una carta de amor, o una pena?

¿Quién no ha corrido hasta allí, sin que nadie lo vea y no ha desahogado en sollozos su amargura?

¿Quién, pegada la cabeza al adobe desnudo, cuerpo a cuerpo y cara a cara, de hermano a hermano con el seco barro no se ha consolado? ¿Y después de confesarse con el alma en la mano de por qué nos duele tanto el alma?


8. Útero materno

Ahí, a un lado están las tejas que oyen nuestro quebranto y nos miran compasivas. ¡Ellas saben tanto!

Y ya escarchadas las lágrimas: ¿qué mundos no se han imaginado mirando los haces de luz que penetran por entre los huecos que entretejen carrizos y magueyes?

Allí has sosegado tu espíritu y has encontrado una razón para seguir viviendo.

¡Quizá hasta para luchar con más ahínco, convicción y denuedo!

Cerca o al pie de los tejados, después de sentirnos solos, perdidos y atribulados, ¿no hemos encontrado acaso nuestro destino?

¿No es allí donde hemos vuelto a nacer?

Y es que ellos son entraña, matriz y útero materno. Senos piadosos y almas compasivas.


RECLAMO Y PROTESTA

1. Un mar agitado

Lo anterior lo escribí hace tiempo y lo tenía empolvado. Conversé en Europa con una bella señora que conocía el Perú.

– Y, ¿qué es lo que más le gustó de mi país? –le pregunto con curiosidad.

– Los tejados de sus pueblos andinos.

– ¿Así? –me admiro yo– ¿Y por qué esa predilección?

– Porque representa muy bien lo mejor de su cultura actual: el afecto, porque los techos parecen alas de palomas que acurrucan a sus polluelos. Es muy bello ver los viejos tejados, ¡tan protectores! de las casas de la serranía.

– Pero también hay techos parecidos en la zona rural de Europa. Y no solamente en la zona rural sino en las metrópolis, en las urbes. Acabo de ver urbanizaciones íntegras en Francia que rematan en tejados.

– Los del Perú son especiales por la geografía ondulante del valle que le da una perspectiva de un mar agitado o embravecido. ¡Y arriba las montañas ciclópeas! Y, además, porque combina muy bien el rojo de la arcilla con el verde de los cerros. Al fondo las moles inhiestas de piedra azulada de la cordillera. Y hacia lo alto bogando en el cielo añil las nubes blancas.


2. Nuestra asombrosa cultura viva

– ¡Una apreciación tan bella no la había escuchado antes!

– Pero también porque la imagen de los techos coincide con lo cariñosa que es la gente, sobreponiéndose a las adversidades. Y en esos elementos juntos tienen un capital inmenso para el turismo, en el cual se aprende incluso moral de pueblos ejemplos como son ustedes.

– Ah, le agradezco mucho en nombre de mi país y de sus pobladores por sus apreciaciones tan favorables.

Sin embargo, todo aquello que me expresó la bella señora lo estamos destruyendo de manera implacable.

Estamos reemplazando los techos de teja por otros de calamina. Y las casas acogedoras por tabiques hechos de cemento, lata, plástico y fierro en los pueblos del ande.

¡Consideremos que uno de los valores más altos de nuestra cultura, junto a la virtud de su gente, es la fisonomía y el alma de sus ciudades! En lo que toca al mundo andino, único en el planeta, esa alma está sintetizada en sus tejados; con los cuales venimos siendo inmisericordes al destruirlos.

Y si abolimos el alma estaremos desapareciendo, definitivamente y para siempre, el mundo andino. Y con ello su asombrosa cultura viva. ¡Todo eso representa en estos momentos defender sus tejados!


3. La Iglesia Matriz

¡Debemos hacer una movilización general!

Porque perderlos es esfumar lo mejor de aquella emoción primigenia que produce el ande, que se quedaría sin espíritu y hasta sin cuerpo.

¿No lo hemos experimentado acaso cada vez que viajamos y vemos una casa aún con sus tejas a la vera del camino?

Por eso, defendamos ahora que aún no todo está destruido. ¡Huancayo, Huaraz, Tarma, que eran bellos, ahora son unas barriadas!

Para ello evitemos entonces que se destruyan las casas y menos que en su reemplazo se alcen otras diferentes que no guarden correspondencia con la índole y raigambre primigenia de nuestros pueblos.

Estando en Barcelona, en julio y agosto del año 2008, conocí el documento que hicieron llegar a la comunidad de residentes de Santiago de Chuco en esa ciudad, mis paisanos afincados en mi provincia, solicitando apoyo para el cambio de la teja con la cual estaba techada la Iglesia Matriz, a fin de ponerle calamina.

Desde allí hice llegar mi protesta e hice circular el documento que a continuación presento como “Manifiesto”.


4. Asumir una defensa convencida

¿Por qué las tejas viejas no reemplazarlas por nuevas tejas? La respuesta fue: porque es más económica la calamina y, además, porque los cohetes de las celebraciones no las rompen, como ocurre con las tejas, que se hacen goteras en las paredes. ¿Pero, cabe aceptar la iglesia cambiada y techada como un campamento minero?

La iglesia es el símbolo más destacado de la identidad de un pueblo y consecuentemente su imagen debe conservar todo aquello que es inherente a su personalidad y carácter genuino.

Debe servir incluso de ejemplo para que los edificios como el Municipio y las casonas de Santiago de Chuco, algunas de las cuales han sucumbido a aquella tesis funcionalista, decidan valorar las características que los definen como un pueblo con identidad. ¡Y volver a tener sus techos de tejas!

¡Los tejados son el alma de los pueblos andinos! No matemos esa alma. ¡Ahora se la está destruyendo! ¡No debemos permitir el expolio!

La protesta debe hacerse hasta que se corrija el desatino. Y debe servir al mismo tiempo para asumir una defensa convencida, militante y de conciencia, de todo lo que es nuestro patrimonio cultural.


MANIFIESTO

1. Conservar la identidad

¡Sitios encantados, alas, lugares donde se posan los ángeles! ¡Maravillas que están amenazadas, son los tejados! Y lo triste es que por nadie ajeno, sino por nosotros mismos.

¡Defendamos nuestro patrimonio cultural que es un tesoro!

Así: las paredes de adobe, los antepechos que sobresalen a la calle. ¡Las calzadas empedradas! También las puertas y balcones hechos de madera lugareña. Los portones señoriales pintados de colores frescos como el azul y el verde.

Defendamos sus muros que rematan en malvas, mostazas y azucenas.

Así como los pozos de los patios que son de laja o piedra. ¡Como también los corredores de primer y segundo piso, con balaustres y pilares que sostienen vigas en las cuales se apoyan los techos de maguey, carrizo y teja que aletea!

Todo ello, basados en que la mejor manera de atraer a propios y extraños, en un plan turístico, es conservar la identidad de los pueblos, al mismo tiempo que edificando su desarrollo.


2. Razón de ser

En los tejados está contenido todo aquello que es la razón de ser y el alma andina. No debemos permitir entonces que aquellos techos cambien por otros de un material que desdice. O que no es propio del lugar, y excluye la poesía que es el soplo divino del cual estamos hechos todos los hombres.

Escucho decir a una persona, a quien el funcionario del Instituto Nacional de Cultura le reclama que construya su casa respetando la identidad del lugar. Su respuesta es:

– Yo hago mi casa como quiero. ¡Y como a mí me da la gana! ¿Qué dispositivo me lo prohíbe?

E insiste:

– A mí nadie puede decirme nada, porque yo hago mi casa con mi plata.

¿Es correcta esta manera de pensar? ¿Podemos hacer lo que se nos ocurra? Se tiene que tener conciencia que hay normas y dispositivos que se tiene que respetar.


3. Pueblo digno

Hay otras personas que creen que haciendo una casa tipo extranjero mejoran su pueblo. Creen que imitando a una ciudad de la costa o del exterior del país están mejorando la realidad.

Al contrario. Para que seamos algo en el mundo no debemos afectar aquello que es esencial a nuestro ser en cuanto a espíritu. El valor de nuestros pueblos radica en su identidad y en su fisonomía propia.

En nuestro caso, de pueblo andino, son los tejados aquello que nos evoca la raigambre, la estirpe y el linaje que nos conforma.

La fórmula es ofrecer lo mejor que tenemos para la mejor calidad de vida de nuestros habitantes y de las personas que nos visitan, síntesis que resume la estrategia turística de todo pueblo.

Tampoco cabe oponerse a las nuevas tecnologías, sino que hay que asimilarlas y ponerlas al servicio de nuestros propósitos.

Pugnemos y hagamos todo lo posible por mejorar cada día, contando con los servicios básicos que nos haga un pueblo digno y desarrollado.


4. Adhesión a nuestro patrimonio

No podemos perder la imagen original, poética y evocadora de lo que somos, porque eso nos da razón de ser frente al mundo y sobre todo porque eso es verdad.

La clave para desarrollar es no perder identidad, que es la única manera y razón por la cual vamos a tener motivos por los cuales hemos de ser apreciados.

Debemos conservar para poder progresar. Los países que han desarrollado en el campo del turismo nos muestran además, en cada paso que dan, que lo propio es aquello que debe ser valorado.

En este aspecto, tenemos un compromiso de alma con respecto al porvenir. Y a la herencia que le debemos dejar a nuestros hijos.

Cultivemos también en nuestros niños y jóvenes, y en la ciudadanía en general, la adhesión por nuestro patrimonio.

¡Cuidando de no imitar lo foráneo ni convirtiendo nuestras casas y nuestro pueblo en remedos de otras ciudades ajenas!


5. Para abrir las puertas del porvenir

Que la iglesia de Santiago de Chuco sea techada de calamina será una claudicación de consecuencias nefastas para aquello que queremos seguir representando como pueblo.

Ello es, un pueblo orgulloso de la poesía de César Vallejo y de la consagración que tantos otros poetas, artistas, maestros e hijos ilustres que han cantado y hecho encomio del paisaje y los tejados.

En ello radica el poder mayor para desarrollar un turismo responsable, consistente y jubiloso. Que ha de activar diversos rubros económicos y que nos abran las puertas del porvenir.

Que, cultivando y defendiendo nuestra identidad, nos comportemos al mismo tiempo como el pueblo acogedor, amable y gentil que somos. Y ofrezcamos un servicio de calidad en la atención al turista como la modernidad lo exige y lo reclama.


EPÍLOGO

1. Los tejados afrontan los enigmas

Finalizo este alegato con el texto de mi paisano Ángel Gavidia, poeta de mi tierra nacido en Mollebamba, recientemente galardonado con el Laurel Vallejo, antes solo entregado a Edmundo Herrera, de Chile, distinción máxima a la poesía y que otorga Capulí, Vallejo y su Tierra y el Municipio de Santiago de Chuco, autor del libro “Soledad y otros paisajes”, quien dice:

LAS TEJAS

¿Qué pájaro y de dónde
vino a habitar las manos viejísimas del hombre?
¿Del centro de la tierra?
¿Del corazón del fuego?
¿De algún árbol de piedra tumbado por su sombra?
No sé
pero esparció sus plumas por el valle.


2. Simbolizan maternidad y coraje

Estas plumas recojámoslas y ostentémoslas en el ojal de nuestro pecho.

Porque las tejas afrontan los enigmas, más aún: viven cada día de frente y de cara a ellos.

Los tejados no solamente son bellos sino que simbolizan mucho más: ternura, maternidad, coraje.

Son la línea fronteriza entre lo terreno y lo divino.

Y hasta contienen la trascendencia de la que hemos sido hechos. O bien somos y hemos de llegar a ser, como victoria en el universo.

Defender los tejados es dar valor a nuestros pueblos, haciendo que ellos tengan identidad.

Nuestro compromiso generacional es hacer que los dones y virtudes de nuestra tierra no se pierdan y, al contrario, se exalten y consagren.

¡Y, de todo eso, en primer lugar, a fin de velar por su conservación, están los tejados!


Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente

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"Techos tan rojos como la sangre de los toros bravos del Jirishanca y las paredes de antaño, blancas como los nevados del Yerupajá. Los dos colores forman la BANDERA PERUANA que siempre llevamos izada en nuestros corazones por más lejos que nos lleve el temporal de las oportunidades y los retos..." NAB

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