Danilo Sánchez Lihón
1. Tan ardua
la noche
Me
conmueve mucho, al caminar ahora por las ciudades y los pueblos, no
solo sus plazas y sus esquinas, no solo sus parques y sus tiendas, o sus
malecones
y muelles si son puertos.
Sino
que me atraen aquellas casas vacías y abandonadas que se encuentran por
algunas calles, en algún paraje o recodo, y que ya nunca se abren y
solo se
miran desde afuera.
Y en donde alguna vez la vida existiera henchida, plena y temblorosa.
Las casas vacías que están pobladas de palpitaciones, suspiros y sollozos que no han cesado.
Acaso porque en ellas no han quedado también los momentos dichosos, alegres y felices. Y, ¡por ello se llora!
Porque
allí moran al igual que los instantes de pena los de regocijo en sus
rincones abandonados, pero que mirados bien aún están estremecidos por
alguna
alegría que allí se tuvo.
2. Minúscula
avecilla
No. No es así. Ellas lloran no por todo lo que fue, sino por todo lo oculto y que está aquí.
Y no es que quedó, sino que está la vida natural aquí, nueva y palpitante como es en realidad la vida auténtica.
Porque
lo que se vivió en el fondo de ella existe y está intacto, bajo esta
ruina aparente de despojos que se acumulan sobre ella.
Por
más que estén caídas las vigas y apolilladas las ventanas quedaron para
siempre tras sus muros arrimados los goces, los sollozos.
Aunque haya el arte de querer ocultarlo todo como un anhelo de pretender que podamos adivinarla.
En una casa vacía todo o nada se ha perdido. Todo o nada sucumbió. Todo o nada se hizo humo.
O todo o nada permanece vibrante, pero en otra dimensión que se siente cuando uno aquí camina.
Y voltea a mirar cada cosa que encierra un historial oculto, difícil de descifrar.
3. Cada
brizna
He aquí un lavatorio que acumula en su borde una minúscula avecilla.
Es el rostro de alegría de salir a una fiesta de la persona que se inclinó aquí para mojarse la cara.
He aquí en este guarda abrigos el pesar de ir a visitar a un enfermo en agonía.
O frente al escabel el regocijo con que se recibe a un ser querido. Todo quedó registrado en la casa vacía.
Nada en realidad se esfuma o se pierde.
En esta sala tiemblan silencios y palabras. En estos muros en ruinas ha quedado estampada la vida.
Cada brizna y cada reflejo de algo que encierra mucho, aunque su apariencia sea de nada y de vacío.
Hasta el día del Juicio Final en que todo lo que aparenta ser olvido salga nuevamente a flote.
4. Por qué
esos pasos
¡Ah,
la casa vacía! ¡Como un día vacío, como un número o una palabra vacía!
¡Guardan tanto! Pero he aquí, ¿de dónde procede ese ruido?
– ¿Hay alguien ahí?
– ¿Quién es? Tú, ¿has oído? ¿Oíste algo?
– Sí. Algo como el chasquido de la llave que da vueltas en la cerradura de la puerta.
– Sí. Igual a cuando ella llegaba.
– Pero ella ya no está aquí. ¿Han trancado bien la puerta?
– ¡Porque parece como si alguien hubiera entrado! Y, ¿no es cierto?
– ¿Ya revisaron bien? ¿No había nadie aquí adentro?
– ¿Por qué esos pasos y suspiros en la escalera?
– ¿Por qué las luces de repente se han encendido? ¡Pero no hay nadie!
5. Noche
y sol
Las
aflicciones como los placeres, las demoras y los apuros, los cálculos
grandes o pequeños acerca de este o el otro asunto de la vida, aquí
quedan.
Quedan los sueños sin realizar que aquí se tuvieron. Por eso, es tan solemne el silencio que reina sobre estos despojos.
Por
eso es tan ardua la noche y sombrío el sol cuando sus estelas tienen
que cruzar necesariamente por estos patios, corredores y salones.
O
más aún, ingresar a los dormitorios ahora ensimismados, en donde la
vida fue más indefensa todavía, donde abriera todas sus entrañas,
entregara todo
su cuerpo, sus latidos y quejidos y todos sus gritos.
Porque
noche y sol trastabillan y se pasman en la niebla y en los huecos
aparentemente insensibles que han quedado horadando la esencia de una
casa.
6. A qué
llorar
Así el suspiro de la adolescente, la carta de amor que a hurtadillas se leyera.
O el miedo atroz a la muerte.
Aquí están latentes y escondidos los balbuceos del niño en su predisposición por hablar.
De
aquel niño que hace tiempo dejó de serlo, pero subsiste aquí el niño
mientras en otra parte está convertido en un hombre decrepito.
Aquí los gemidos de la mujer al volverse madre. Y otros de llanto inconsolable al despedir a los hijos que se van.
Y otros al hacerse viuda. O al escuchar desde dentro de su ataúd los gritos desgarrados.
Son los deudos cuando el cortejo la conduce al panteón de la aldea.
Todo eso aquí pena. ¿A qué llorar entonces cuando la penas hiere más?
7. Más
al fondo
Por eso, es tan densa su sombra e impenetrable su olvido.
Por eso, pasearse por una casa vacía donde antes hubo vida no es sustraerse a ella, ni escamotearle a la muerte.
Es un acto más arriesgado todavía.
Es entrar a otro mundo donde todo resuena como una cascada, como un río que se desboca y corre inatajable.
Es como enfrentarse a una pared que escondiera otra pared.
O un suelo que ocultara otro suelo, más abajo o más al fondo de éste que la habita y nos sostiene.
Porque todo, en una casa vacía, quedó registrado en algún sitio en la memoria del aire que lo habita.
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