Danilo Sánchez Lihón
1. Dando
alaridos
Cuando
vino al mundo mi hermana Rosita, yo tenía cinco años y mi hermano
Juvenal siete. Es la tercera de una familia de trece hermanos.
Para
darla a luz mi madre daba tantos gritos en la habitación del segundo
piso donde la atendían que creíamos temblando, y sacudidos como ramitas
por una tempestad, que mi madre se moría.
Decían
los mayores que entraban y salían que el hijo, o la hijita que iba a
salir del vientre de mamá, se le había atravesado antes de nacer.
Eran
las dos de la madrugada cuando a hurtadillas y trepidando veíamos cómo
mi abuela, mis tías y mi padre la sentaban en la cama.
Y
luego le amarraban unas frazadas en torno a la cintura abultada, la
alzaban y sacudían en vilo, en el aire para que la criatura bajara.
Y ella dando unos alaridos que a Juvenal y a mí nos estremecían y hacía que nos castañetearan los dientes.
2. Con toda
el alma
Por
eso, nos llevaron casi desnudos y en ese frío glaciar hacia una
habitación más lejana, que era una sala lóbrega, solemne y sin luz.
¿Para
qué? A fin de que no nos asustáramos con ese padecimiento tremendo y
atroz, ni gimoteáramos como lo veníamos haciendo hacía rato.
Pero ya confinados allí y a oscuras no podíamos permanecer tranquilos.
Salíamos gateando a tientas y subíamos hasta la mitad del escalón para escuchar y saber lo que seguía sucediendo.
Y
ver si algo podíamos hacer para aliviar tanto sufrimiento.
Permaneciendo en las gradas heladas en donde tiritábamos no solo de frío
sino de miedo y pavor de que le pudiera suceder algo a nuestra adorada
mamá.
A
quien queríamos y queremos con toda nuestra alma. Mientras oímos el
ajetreo de las personas a esa hora pavorosa en que reinan las sombras
que se han apoderado del mundo.
3. El suspiro
de todos
Y
cuando ni un solo susurro ya se escucha, ni del reino animal ni del
reino vegetal, ni de los seres humanos que deambulan conmovidos,
apurados y estupefactos, lo que es peor, en la grada del escalón nos
encontró papá, arrodillados en esos maderos titubeantes.
Y
con un resondro otra vez nos hizo bajar, obligándonos a permanecer en
la sala sobre un tosco cuero de venado que había al pie de la mecedora.
Pero de tanto temblar resultábamos fuera del pellejo y rodando en el
suelo gélido.
Ahí
nos encogimos chocando diente con diente, al punto que yo tenía que
sostener mi mandíbula inferior con las manos para no oír tanto ese ruido
de cristales que se van a romper.
Hasta que escuchamos en esa noche tupida e inmensa el llanto límpido, terso y cálido de un recién nacido.
Era una nota dulce, diáfana y entrañable. Era un llanto cariñoso, absoluto y total, tal y como ahora es mi hermana Rosita.
4. Alguien
había nacido
Y
todo se hizo luz en ese instante que parecía fatal. Todo lo iluminó ese
llanto intenso en la noche intrincada y llena de pavor. Resaltaba ese
gemido de la creación sobre todas las voces, apuros, alarmas y temores
del universo. Como si todos los demás sonidos se hubieran apagado, solo
sobresalía ahora ese sollozo.
Pese
a que era llanto, era como si repentinamente hubiera salido el sol. O
amaneciera. O como se abriera alguna puerta en el infinito. O algún
fenómeno estallara en el espacio estelar. Rato después es que escuchamos
el suspiro de todos, y ruidos de utensilios. Alguien había nacido y mi
madre se había salvado.
Entonces
yo recostado en mi hermano me puse a llorar, pero sin quejidos.
Únicamente con temblores de mi cuerpo. Embargado por un hondo
sentimiento, no sé si de alegría o de pena por el misterio de la vida,
como a veces suelo llorar. Con suspiros hacia adentro; solo para el
fondo de mi corazón, sin que se lo pueda notar desde el exterior.
5. Como
una flor
Ahí
fue que Juvenal no sé si para consolarme, porque él presintiera que yo
estaba llorando, aunque sin lágrimas ni quejidos, o por querer
curiosear, me dijo:
– ¡Yo, hermanito, voy a ver qué pasa! Y luego te vengo a contar.
Y
subió gateando otra vez por el escalón. Se demoró un rato grande en que
empezaron a darme miedo los retratos de los abuelos y bisabuelos ya
difuntos que penden de las paredes de la sala.
Pero
después volvió apurado, cayendo hacia abajo como alguien que se
desprendiera de un árbol, ya de vuelta, para decir feliz y rozagante:
– Nos ha nacido una hermanita, linda como una flor.
– ¿La has visto?
– A ella no, pero todos la miraban.
Tuvo
alma para hacer esa imagen literaria. Y, yo me digo ahora, ¿cómo él
allí mismo adivinó que se llamaría Rosita? Porque eso dijo: como una
flor.
6. Avivar
el fuego
Y
por eso hasta ahora quedo yo todavía sorprendido, llevando el nombre de
mi abuela, la mamá de mi mamá quien fue la partera y quien primero la
sostuvo en sus manos y después en sus brazos aquella noche.
Como
también en la oscuridad de la sala nosotros nos abrazamos de contentos
en esa noche tensa, enmarañada y llena de correrías y de voces. Y
nosotros tirados en ese suelo abismal.
A
esa hora recién descubrió papá que estábamos casi desnudos en ese frío
helado, apenas con trusa y bivirí, tal y cómo nos habían acostado y
sacado de la cama
Ya arropados salimos al corredor contiguo donde se había armado un fogón.
Allí La Mechita ya contenta avivaba el fuego con leña seca que calentaba unas ollas preparando caldo de gallina para mi mamá.
Después se soasaron choclos. Y pronto nos servían en pocillos humeantes mates de panizara, manzanilla o toronjil.
7. Tan débil
y tan fuerte
Y no sé en cuántas ollas más, se preparaba infusiones de hierbas que alivian y sanan en cataplasmas que aplicaban a mamá.
Recuerdo
tanto el rostro sudoroso y de contento de La Mechita tras las candelas
altas, vivas y agitadas del fogón, que es el signo de lo que es la vida
cuando la asumimos en lo que es ayudar, condolerse y ser solidarios.
Eran
tan alegres sus lágrimas confundidas con las llamas amarillas y
chisporroteantes de la leña tan alegre por la vida que se salva, que
espantaban las sombras pavorosas que se apretujan alrededor.
Así nació mi hermana Rosita, quien para nosotros es una segunda madre, al menos para mí, pese a que sea menor de mío.
Y
aunque mi mamá, que esa noche parecía tan indefensa, siga viendo por
nosotros, ¡es ella la que está pensando en qué me falta, agobia o
aqueja, que en verdad es mucho!
Cómo es la vida, ¿no? ¡Tan débil y titubeante, como tan fuerte y tan intensa a la vez!
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