Danilo Sánchez Lihón
1. Afligido
el corazón
Hoy día 28 de junio mi padre cumplía años. Pero, ¿Cómo era un día como hoy en nuestra casa de infancia?
¿Acaso había fiesta? No. ¿Era un día de jolgorio y derroche? No.
No.
No había festejo. Tampoco había mantel largo en la mesa. Ni siquiera la
acostumbrada reunión familiar cuando cumple años mi madre o mi abuela
Sofía o cualquiera de nosotros.
Al
contrario, era un día desolado y contrito, huraño y amargo, que recién
después de muchos años, trompicones y caídas en vértigo que me ha dado
la vida he podido y logrado comprender.
Pero
que sin embargo de niño conturbó y entristeció inconsolablemente mi
alma, por ser mi padre el ser a quien yo más admiraba y quería. Y más
aún ahora, lo quiero y me abrazo a él.
Les
contaré, aunque mis hermanos regañen otra vez, por confesar sucesos
íntimos y de entrecasa; al parecer deslucidos y que según ellos nos
dejan mal ante las demás personas, y que no aprueban que yo cuente.
2. Al campo
o de viaje
Pero, he aquí los hechos:
La
noche anterior de este día 28 de junio, cuando la calle estaba
solitaria salíamos sigilosos obedeciendo la orden de papá, cubiertos por
la oscuridad de las sombras. Y era poner candado a la puerta de nuestra
casa que da a la calle, y colgado al centro de las dos armellas.
Para
eso yo manoteo en la sombra los dos aros que cuelgan displicentes en
cada hoja de la puerta que es verde. Junto las argollas de metal e
introduzco por ellas el arco del candado más grande y más fiero que
tenemos. Y clic ajusto, quedando allí colgado, adusto y hierático.
Y
nos regresamos corriendo los dos o tres hermanos que hemos salido,
ingresando por la puerta del callejón de la abuela y luego subiendo por
el terrado y por allí pasamos a nuestra casa, yo pensando que estamos
condenados a morir si hay un derrumbe, un terremoto o un incendio.
Ya
de madrugada salimos secretamente por este mismo atajo toda la hilera
de chiquillos que somos los hijos con mamá, llevando nuestras cosas como
si nos fuéramos al campo o de viaje.
3. Aunque
este día
La
consigna es dar la impresión de que no hay nadie en casa. De que hemos
viajado todos, o nos hemos ido a la chacra de algún familiar.
Pero
lo cierto es que nosotros bajamos a pasar todo el santo día en casa de
la abuela Rosa. A pasar el día allí, incómodos y pidiendo permiso para
todo, porque no es lo mismo que estar en nuestro lar querido, que,
aunque humilde es nuestro.
Mi papá en cambio se queda encerrado y bajo llave en la casa silente y vacía. Pero es que ¡es así como él lo dispone!
Pero
para mis ojos y todo mi ser es como si él quedara prisionero, como si
estuviera encarcelado y hasta sufriera una condena. ¡Y justo este día en
que él había venido al mundo! ¿O qué puede ser este castigo, pese a ser
él tan bueno y cariñoso?
Y
esto a mí me dolía en el alma, como si él se autocastigara, ¡como si se
flagelase el día de su cumpleaños! lo que afligía enormemente a mi
corazón.
Aunque
este día a él allí dentro se lo veía más feliz que nunca porque
silbaba, cantaba, tarareaba, abría cajones para arreglar lo que
contenían; tanto que pareciera que era el día más feliz de su vida.
4. Nos
preguntarán
Este
día no iría a trabajar a su escuela, lo cual para él eso sí que era un
castigo, ¡porque nunca faltaba y ni siquiera llegaba tarde! Aunque para
un día como hoy está dispensado de asistir, por ser el día de su
onomástico. Pero, ¿cuál era la razón para esta auto expiación?
Es
que mi padre detestaba beber licor. Abominaba entrar a una cantina y de
allí salir borracho, tambaleándose por las calles. Él no probaba licor
nunca, y se condolía mucho de quienes lo hacían, aún más eran son sus
colegas, y maestros de escuela, como él lo era.
Su
tesis para graduarse de profesor fue precisamente sobre el alcoholismo
entre la población. Este día él sabe que será inevitable e ineludible
rehuir el hecho de que han de querer darle los amigos un agasajo,
buscándolo en la escuela o viniendo a la casa por él.
Aparte
de ello, su carácter no le hacía posible que pudiera intentar oponerse,
porque es de temperamento apacible. Por eso el único recurso es
aparentar que está de viaje, y nosotros tampoco podemos aparecer ni ir a
la escuela porque no podemos mentir, ni siquiera por una buena
intención, porque nos preguntarán: ¿Dónde está tu papá? Y él nos ha
enseñado a jamás mentir.
5. Deliciosa
fragancia
Pero
en el fondo a mi padre le atrae un día como este pasarlo en total
soledad, leyendo alguna obra, pues es maestro. O cociéndonos alguna
prenda, pues es sastre. O interpretando algo en su mandolina, guitarra o
violín, pues es músico.
A
mí me corresponde hoy traerle su almuerzo, teniendo que hacerlo sin
caminar por las calles directas o habituales, mucho menos viniendo a la
casa por las calles céntricas que llamamos de El Comercio.
Más
bien tengo que bordear el pueblo, y sin que sea visto caminando con la
vianda, dando para eso un rodeo, y entrando por la parte de atrás de
nuestra casa. Ni siquiera puedo hacerlo por la puerta de la abuela
Sofía, sino pidiendo permiso por las huertas del fondo.
Y
desde allí recién subiendo por la casa de la señora Laura y después por
el terrado de la abuela para alcanzarle a papá la vianda de su almuerzo
por una rendija abierta en el techo, entre el muro y las tejas que él
descubre desde arriba con sus manos fuertes.
6. Una claridad
difusa
Eso
sí, mi madre le ha preparado hoy lo mejor de lo mejor que ella sabe
hacer y a él le gusta; es lo más sabroso y la comida de su preferencia. Y
ya estoy pasando yo los platos envueltos en manteles que se han
manchado un poco con el jugo del guiso, desde donde se emite una
deliciosa fragancia.
–
¡Feliz cumpleaños, papá! –Le digo desde debajo del techo, casi sin
verlo ni poder abrazarlo, cogiendo sus manos que me las extiende entre
los carrizos. Pero mi voz allí repentinamente se quiebra. Y él lo nota.
–
¡Gracias hijo! –Me contesta con voz emocionada que trata de hacerse
valiente, queriendo darme ánimo–. ¿Qué ocurre? ¿Estás bien? ¡Fredy!
¡Contesta! –Pero no puedo hablar, porque un nudo en la garganta me ahoga, y las lágrimas inatajables inundan mi rostro.
– ¡No puedo, papá! –Apenas musito. Y mi acento ya es llanto incontenible. Y sollozos.
Extrae
apurado, y como puede, las tejas. Y se desliza por entre los carrizos
hasta llegar a mi lado en el terrado oscuro, pero hasta donde se cuelan
algunos rayos del sol de junio. Y de este mediodía radiante haciendo
allí una claridad difusa.
7. Pero
entonces
– ¿Papá, por qué tienes que esconderte así? –Le reprocho.
– ¡Ah, me preocupaste hijo! –Y se alivia–. Pensé que algún dolor te aquejaba, un cólico, una punzada.
Se
sienta a mi lado en el terrado y se está un rato acariciándome, con la
manera que él tiene de hacerlo que es frotándome la espalda.
– ¡Tranquilo, hijo!
– A mí me da pena que pases tu cumpleaños así, de este modo, papá.
– Pero no debes tener esa pena, hijo.
– ¿Por qué papá? ¿Acaso no es bueno tener amigos?
–
Sí, es bueno tenerlos. Y yo los tengo. ¡Y muchos! Llenarían la casa.
Has visto, cuando ensaya la orquesta, ya no hay sitio en donde puedan
sentarse.
– Pero entonces, ¿por qué no te reúnes con ellos un día como hoy que debe ser de alegría?
–
Reunirse en un cumpleaños es beber. Sería imposible eximirse de eso. Y
la verdad detesto que un maestro de escuela se embriague. Pero son
muchas otras cosas, por ejemplo, se gasta dinero, que no lo tenemos.
8. Ya
en la calle
– ¿Quieres que yo trabaje, papá, para ayudar en casa?
–
No. Ahora no. Ahora quiero que estudies. Que leas. Que juegues. Algún
día lo entenderás, hijo, pero no llores. Yo en verdad así me siento
contento y feliz.
– ¿Estando solo?
–
No es soledad, los tengo a ustedes. Más tarde vendrá tu mamá, y todos
mis hijos. ¡He ordenado tantas cosas hoy! ¡Sé fuerte hijo! Y cuida de
tus hermanos. –Es su comentario grave y dulce.
– Sí, papá.
Los
rayos del sol en el terrado de adobes se hacen más nítidos. Mi padre me
abraza. Y esta vez siento que él está llorando porque hunde las cuencas
de sus ojos en mi cabeza y siento sus lágrimas. Y yo no quiero verlo
llorar, porque eso sí es un abismo que ya no comprendo.
Cojo
la vianda vacía y desciendo por los pilares y los huecos de la pared
por donde he subido. De este modo su cumpleaños hoy día es una
desgarrada soledad consigo mismo, más soledad que nunca, la de un
maestro que es un ermitaño. Ya en la calle y mirando los cerros todo es
hermoso y más radiante aún por el camino del contorno, lleno de pencas y
flores silvestres.
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