OCHO
Ángel Gavidia
Ángel Gavidia
Tú
dirás por qué quiero tanto a este molle. A este molle que ha crecido
más que todos los molles del distrito. Por qué paso la vida ahuyentando a
esos leñadores avarientos que quieren tirarlo al suelo.
La cosa fue así: Ireno Julcamoro era un hombre de estas tierras erguido como el que más. No se agachaba ante nadie, menos ante esos gendarmes abusivos que se morían de ganas por mandarlo de conscripto para que en el ejército le quitaran de una buena vez todo el orgullo y lo devolvieran tan manso como un caballo castrado.
Un mal día, en plena leva, lo sorprendieron por Mollepata. Los gendarmes eran seis. Él, sólo uno. Le pegaron duramente y ya lo estaban arrastrando cuando logró agarrase de un molle que estaba a la vera del camino, y ya no se soltó. Entonces los gendarmes, frustrados en su intento, comenzaron a golpearlo en la cabeza, y cuando se dieron cuenta que lo habían matado huyeron del lugar despavoridos.
Al día siguiente, los vecinos, hallaron el cadáver firmemente abrazado al molle; aun después de muerto, el hombre seguía de pie, y por más que forcejearon tampoco consiguieron desprenderlo del árbol. Entonces, el carpintero Pedro Polo, serrucho en mano, cortó el molle, dejando intacto el segmento que Ireno tenía entre sus brazos, por temor a ocasionarle otra herida.
Y así fue sepultado en esta loma; porque, al llegar al cementerio, las autoridades le cerraron las puertas, arguyendo que no había muerto de muerte natural.
Y en este mismo sitio, aquel pedazo de molle acunado en el pecho de un hombre de a de veras, retoñó: rompió la caja, perforó la tierra profunda y salió al sol. Y aquí lo tienes, pues, como una casa sin puertas ni ventanas, pero con un techo grande para amainar la furia del tiempo y dar cobijo al caminante y sus duros trajines.
Fuente:
De "Los días y el viento" de Ángel Gavidia
La cosa fue así: Ireno Julcamoro era un hombre de estas tierras erguido como el que más. No se agachaba ante nadie, menos ante esos gendarmes abusivos que se morían de ganas por mandarlo de conscripto para que en el ejército le quitaran de una buena vez todo el orgullo y lo devolvieran tan manso como un caballo castrado.
Un mal día, en plena leva, lo sorprendieron por Mollepata. Los gendarmes eran seis. Él, sólo uno. Le pegaron duramente y ya lo estaban arrastrando cuando logró agarrase de un molle que estaba a la vera del camino, y ya no se soltó. Entonces los gendarmes, frustrados en su intento, comenzaron a golpearlo en la cabeza, y cuando se dieron cuenta que lo habían matado huyeron del lugar despavoridos.
Al día siguiente, los vecinos, hallaron el cadáver firmemente abrazado al molle; aun después de muerto, el hombre seguía de pie, y por más que forcejearon tampoco consiguieron desprenderlo del árbol. Entonces, el carpintero Pedro Polo, serrucho en mano, cortó el molle, dejando intacto el segmento que Ireno tenía entre sus brazos, por temor a ocasionarle otra herida.
Y así fue sepultado en esta loma; porque, al llegar al cementerio, las autoridades le cerraron las puertas, arguyendo que no había muerto de muerte natural.
Y en este mismo sitio, aquel pedazo de molle acunado en el pecho de un hombre de a de veras, retoñó: rompió la caja, perforó la tierra profunda y salió al sol. Y aquí lo tienes, pues, como una casa sin puertas ni ventanas, pero con un techo grande para amainar la furia del tiempo y dar cobijo al caminante y sus duros trajines.
Fuente:
De "Los días y el viento" de Ángel Gavidia