Gustavo Gorriti, director de IDL-Reporteros
(Foto: Ronald Martínez Pancevic).
Reproducción de la columna
‘Las palabras’ publicada en la edición la 2505
de la revista ‘Caretas’.
CÓMO EMPEZÓ EL FINAL
Por Gustavo Gorriti
En
enero de 1990, el entonces mayor de la PT, Benedicto Jiménez, regresó a
dirigir el Delta 8, la unidad operativa que había creado en la Dirección
contra el Terrorismo de la Policía.
El retorno no fue auspicioso. Jiménez provenía de una corriente en la
policía antiterrorista predicada en el conocimiento profundo del
enemigo. Se había aplicado episódicamente en los 80 y había logrado
hasta entonces los mejores resultados frente al senderismo. Ahora,
Jiménez quería profundizar ese método, pero sus nuevos jefes deseaban
reemplazarlo por el más simple, enérgico y expeditivo de los arrestos al
destajo.
“A mí no me interesa la historia de la abuelita de Mao, Jiménez”, le
dijo en esas semanas, cortante y desdeñoso, un coronel, “no me haga
perder el tiempo con cojudeces, que estoy ocupado atrapando
terroristas”. Jiménez hizo patente su desacuerdo, los otros su
despectiva hostilidad; y en febrero de 1990, Jiménez fue separado del
mando del Delta 8.
Sintiendo que su carrera policial peligraba, Jiménez buscó al jefe de
la Policía Técnica, general Fernando Reyes Roca, y le pidió que lo
sacara de la Dircote y lo enviara a otra unidad. Reyes Roca, un policía
gregario, de ingenio criollo, que prefería razonar antes que imponer y
que, ajustando y aflojando, se hacía con frecuencia obedecer, intentó
imponer la permanencia de Jiménez en la Dircote. No funcionó.
Jiménez le pidió entonces a Reyes Roca trabajar directamente con él,
para armar un equipo que aplicara en forma sostenida y sistemática, las
nociones de inteligencia operativa policial que ambos habían visto
funcionar.
Pero Reyes Roca no quiso tomar solo la decisión y llamó (por el teléfono
“de tres cifras”) a Agustín Mantilla, el entonces ministro del Interior
del primer gobierno de Alan García, con quien había desarrollado una
relación de respetuosa familiaridad. Le pidió que viniera a su oficina y
Mantilla, frecuente visitante de las instalaciones policiales, aceptó
la invitación y se dirigió a la decisión más importante de su vida.
En la reunión, Mantilla aceptó la sugerencia de Reyes Roca de crear
una unidad especial, fuera del aparato de la Dircote, dedicada solo a
detectar, ubicar y capturar a dirigentes senderistas. La unidad
dependería directamente de Reyes Roca.
¿Cuántos deberían ser? Jiménez pidió trabajar con veinte personas,
para empezar. Pero, en la ruinosa economía de 1990, eso era imposible.
El apoyo del gobierno iba a ser primordialmente moral. Finalmente, Reyes
Roca convenció a Jiménez de que empezara la nueva unidad con otros
cuatro policías.
Jiménez, un capitán, dos alfereces y un cabo empezaron a trabajar el 4
de marzo de 1990, cinco meses antes de que finalizara el gobierno de
García.
No pareció un comienzo auspicioso. El grupo se ubicó en el punto
muerto de un corredor. Tenían una máquina de escribir prestada, una
mesita con una silla a la que se le caía el respaldar. Para vigilar,
disponían de la cámara fotográfica de Jiménez y de otra más. Reyes Roca
les prestó una vieja cámara de vídeo Panasonic.
Así empezaron. Les faltaba casi todo, excepto conocimiento. El nombre
de la unidad, GEIN, fue prestado de una unidad antidrogas bajo el mando
del general Edgar Luque, en la que había servido Jiménez años atrás, y
donde aprendió varios de los métodos que puso en práctica.
Pese a ser autónomos, dependían de la Dircote y allá debían pasar
lista. Formados en el patio, ganaron otro nombre. El coronel Blanco
Carrillo, que incluso antes de la secesión de Jiménez le guardaba una
franca hostilidad, pasó lista a cada Delta. “¡Presente!” rugían los
nombrados. Al llegar el turno del flamante GEIN, Blanco Carrillo hizo
una pausa de efecto antes de pronunciar un estentóreo “¡Cazafantasmas!”.
Las carcajadas de los delta resonaron en el patio.
Los primeros avances de la investigación se registraron en una
cartulina, donde Jiménez dibujaba el mapa creciente de conexiones entre
los sospechosos vigilados. El progreso fue evidente y eso exigió más
policías.
En mayo de 1990, el GEIN tenía ya 12 policías, entre ellos el
entonces mayor Marco Miyashiro, más antiguo en el grado que Jiménez.
Este mantuvo, sin embargo, el liderazgo del GEIN.
El 17 de mayo de 1990 fue el décimo aniversario del inicio de la
guerra interna en el país. Ese día hubo una fiesta en el departamento de
“Isa”, la mujer que era entonces el objetivo primario de vigilancia.
Llegaron varios sospechosos conocidos y otros nuevos. Uno de ellos fue
seguido pese a que tomó precauciones extraordinarias antes de entrar en
una residencia muy cerca del Pentagonito: la casa 459 en la calle 2. El
vecindario tenía centinelas militares las 24 horas. Varios otros lugares
y personajes significativos fueron también identificados. En la calle
Los Jazmines, los detectives vieron por primera vez a “Sotil”, Luis
Arana Franco. No lo sabían entonces, pero Arana Franco habría de
llevarlos eventualmente a Abimael Guzmán.
El 1 de junio de 1990, el GEIN golpeó por primera vez, en varios
lugares. Casi todos rindieron resultados sorprendentes. Pero los
hallazgos en la casa de Monterrico fueron deslumbrantes y resultaron
decisivos.
Ahí funcionaba la dirección del DAO, el Departamento de Apoyo
Organizativo y ahí fue capturada su jefa, Elvia Zanabria. Tenía desde un
museo senderista en el que se exaltaban sus acciones y victorias en
artesanías y pintura. Mapas y banderas bordadas. Había cientos de
documentos ordenados en archivadores con informes sobre acciones, actas
de acuerdos, sesiones. También encontraron centenares de “cartas de
sujeción” a Abimael Guzmán, firmadas con nombre y documento.
Encontraron mucho más: regalos a Guzmán, documentos de identidad
llenos y en blanco. Habían capturado el archivo central de Sendero, con
la información cuidadosamente ordenada. Nada igual se había siquiera
entrevisto antes. Era un tesoro de inteligencia listo para ser utilizado
al máximo. Y lo fue. Ese día cambió el curso de la guerra y fue el
principio del fin.
Después, la historia fue diferente. Si la Marina les dio antes un
apoyo logístico relativamente modesto pero eficaz, luego de los primeros
triunfos la CIA les proporcionó una importante ayuda en adminículos,
viáticos y algún entrenamiento (a cargo de gente de Scotland Yard). Lo
más importante de eso fue la protección ante el nuevo hombre fuerte:
Montesinos, especialmente luego de la competencia y choque de visiones
incompatibles que tuvieron con el grupo Colina.
Después vino la casa de Chacarilla, donde pudo haber terminado todo
si se actuaba a tiempo; varios otros aparatos senderistas desactivados; y
finalmente la captura de Guzmán el 12 de septiembre de 1992, el golpe
brillante que terminó la guerra.
“En medio de la angustia de un país herido,
Benedicto Jiménez formó y
dirigió
con extraordinario talento
a un grupo pequeño de policías
que
cambiaron en menos de dos años
el curso de la guerra”.
¿Qué pasó después con Benedicto Jiménez? No lo sé. Puedo pensar en
varios factores, pero ninguno lo explica bien. Lo que sí sé, y es el
momento de decirlo, es que en una de las horas más oscuras de nuestra
historia, en medio de la angustia de un país herido, Benedicto Jiménez
formó y dirigió con extraordinario talento a un grupo pequeño de
policías de gran motivación y capacidad, que con la destreza inédita de
sus acciones cambiaron en menos de dos años el curso de la guerra hacia
una victoria inapelable.
Al margen de los hechos que lo llevaron a donde está ahora, Benedicto
Jiménez merece la gratitud de la nación. Si los policías del GEIN han
sido justamente honrados como héroes de la democracia, no es posible
olvidar a quien los convocó, los inspiró, comandó y condujo hasta el
triunfo, que fue el de la sociedad entera.
Fuente:
IDL - REPORTEROS
Fernando Reyes Roca y Benedicto Jiménez Bacca