EL DISFRAZ DEL DIABLO
Por Carlos Garrido Chalén
(Perú: 17 julio 2005)
Por Carlos Garrido Chalén
(Perú: 17 julio 2005)
De qué color era la noche, no me acuerdo. Pero no estaba en el anochecer de Walpurgis, en la Fiesta de Santa Walburga, o en el pagano y absurdo aquelarre de Halloween, rindiéndole culto a Samhai, en el Día de Todos los Santos. No había brujas ni diablos presuntos, y el candelabro, prendido de luciérnagas y nenúfares, palpitaba reclamando un entendido.
No merodeaba los alrededores el necio Ahriman devastando, con su fango de chiquero, las tinieblas. Y tampoco estaba el pitón, la tarasca, el dragón de infernales teogonías. No era la noche de Yemanjá, la diosa falsa de mares, celadora del panteón yoruba, que los esclavos negros, habrán traído de sus tierras de origen. No se escuchaba los tambores, y los paroxismos inútiles de los brujos siniestros de Copacabana, al pie del Saravá; y felizmente no estaba la Tisífona, la Megara o la Alecton, las mitológicas Erinia o Furias infernales, que en la Grecia antigua "se encargaban" que las maldiciones se cumplieran. Pero en lo más recóndito de mi ser, en la cándara del tambor, que redoblaba encubierto en mi corazón, temía haber arribado a lugar equivocado. Cuando llegué a casa de Víctor Humberto Gonzáles Unares, considerado el clarividente más grande y poderoso del Continente, 57 kilómetros al norte de Trujillo, alguien me contó que dos semanas antes había asegurado sin conocerme, que yo llegaría.
Apenas llegué nos movilizamos hacia un lugar ubicado a 10 kilómetros de Casa Grande, por un caminito de cañaverales, que penan de insomnio y de sequía. Mi primera impresión fue la de haber llegado a una de esas típicas casas encantadas de los cuentos mundanos, preñada de gnomos, follets, silfos, kobolds, trasgos, salamandras y lutines, y era imposible mirar el escenario sin la morbidez de gato lechero preparado para la fuga. Alguien había improvisado fogón con leña, sobre el que hervía un poderoso caldo de gallina para los "pacientes” y unos decolados muebles (corno los del tango) hablaban, a su manera, de sucesivas campañas 'transcurridas.
Pase - me dijo; y de repente, parecía ser un indio mataco entre espíritus anónimos, emboscado en mi propio abordaje, en mi barrunto. Sitiado en trinchera de eremita, y metido en donde nadie me había invitado.
El no parecía ser el funesto personaje de Alejandro Dumas que en su Montecristo practicaba la magia envenenadora, ni se movía como la Locusta romana protegida de Nerón, que causara la muerte de Claudio y de Británico.
De repente el hombre me sacó de mis cavilaciones, cuando dirigiéndose a mi, afirmó:
- Interesante su libro sobre César Vallejo. Muy interesante. Usted plantea una tesis distinta a nivel mundial. Celebro que haya venido. Usted ya ha ganado dos Premios Internacionales como autor de canciones, publicado numerosos libros, y acaba de terminar un poemario con el que ganará un Premio Nacional, que se sumará a muchos Premios Nacionales e Internacionales, y grandes distinciones que ganará en su vida. Sus libros estarán en las más grandes bibliotecas del mundo.
Esa afirmación, provocadora como estruendo de caballos desatados, se acoderó descomunal, en mis empeños de tanteador de la noche, hasta sorprenderme. En aquel entonces, estaba planificando publicar, mi Ensayo titulado Itinerario del Amor en Vallejo, Pero lo mantenía en secreto. Había sacado a la luz mis libros: Informes y Contiendas (1969), Llamado a la Llamarada (1970), En Pie de Guerra (1973), La palabra Secreta (1977), El Regreso a la Tierra Prometida (1986). En 1976 Y 1977 resulté ganador del Segundo y Primer Premio, respectivamente, del Festival Internacional de la Canción de Trujillo, como autor de las baladas Canción para Magdalena y Azucena Cantarina, respectivamente; y metomentodo, bullebulle, estaba corrigiendo para presentar a un concurso mi poemario El Sol nunca se pone en mis dominios, que recién edité en 1993. En julio de 1991, llegué a publicar el referido ensayo, y en marzo de 1992, como lo había profetizado Víctor Humberto gané el Primer Premio de la Primera Bienal Nacional de Poesía, Casa del Poeta Peruano, con El sol nunca se pone en mis dominios. Usted -anotó, sacándome de mi buró de entrometido- es el primero de una familia de diez hermanos. Tiene un Padre muy recto, y una Madre que en verdad es una santa. Por ella, ha heredado un corazón de oro que en mis 45 años jamás había visto. Ud. ayuda a mucha gente, y es amigo de esos que ya no hay, aunque no espera que lo reconozcan.
Hasta allí, yo no quería caer en la pazguatería. No había tenido la oportunidad de escuchar idioma tan particular, y nadie me había hablado tantas cosas que, aunque no quisiera mi humildad, las reconocía mi exaltación de hombre. Como leyendo de paporreta en mi alma la historia de mi vida. Por eso, esa, fue noche de pastaflora. La sangre de horchata de Víctor Humberto, matizó la madrugada y apretó las clavijas de las tinieblas indecentes. Y allí nomás, paralíticos caminaron sin tretas y sin ardides. Sordos tomaron su montera, y en la claraboya del sonido, renunciaron al silencio sepulcral que tapiaba sus oídos. Esposos ganados por la discordia, fueron restaurados. Y yo, que me mantenía a un costado de la batahola, sentí como periodista, que valía la pena hurgar más allá de su presencia de ánimo.
¿Qué hacer entonces? Disfrazarme de ofidio no podía. Nunca jamás tuve la vocación de la culebra. La respuesta no la encontré en los calendarios mágicos de Tycho Brahé y Duchateau, sino en la investigación de esa vida prodigiosa.
Unión Hispanomunidal de Escritores - UHE
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