LA QUENA DE BETO
Por Juan José Alva Valverde (Pepe)
Diciembre. La Navidad siempre me acerca un poco más al niño que vive en mi interior; a la par, el subconsciente me muestra con mayor nitidez, aquellas gratas imágenes de mis primeros años.
Recuerdo como si fuera ayer, a los niños con los que compartí las aulas en mi escuelita fiscal, allá en Chiquián querido, aquel terruño que cobijó mi existencia y que está en cada célula de mi ser.
Alberto es uno de esos niños que recuerdo ahora. De estatura y contextura promedio, muy introvertido. Su rostro adusto no permitía granjearnos su amistad. Pocas veces participaba de los juegos durante el recreo.
Vivía con su papá y su madrastra. Beto, como lo llamábamos de cariño, ayudaba en las tareas del hogar. En las tardes, pasada las seis, tocaba su quena, sentado en la vereda del jardín exterior de su casa. Sus melodías eran lamentos de su alma dolida, de su ser, de su vida difícil. No he vuelto a escuchar algo parecido.
Algunas veces traía su quena al colegio. A la hora del recreo se ubicada en un extremo del patio para interpretar sus melodías. Sus compañeros de aula lo escuchábamos a cierta distancia, procurando no incomodarlo.
No le conocí amigos íntimos ni enamorada; para sus familiares pasaba desapercibido, no recuerdo haberlo visto en el coliseo de la pre-vocacional de varones ni en el campo deportivo de Jircan, tal vez las tareas del hogar se lo impedían, o de repente no le daban permiso en casa.
Entablamos una amistad muy a la ligera, pero sí muy cordial. En tres oportunidades le pedí que me enseñe a tocar quena. Su respuesta en cada ocasión fue: “ya te paso la voz”. No se concretó el ofrecimiento.
Cierto día, un amigo que estudiaba en la Nocturna en el colegio Coronel Bolognesi, me comentó, que en la actuación por el Día de la Madre, una alumna de su aula declamaría con el acompañamiento de una quena, pero que desconocía el nombre del músico.
Llegado el momento, para sorpresa de todos los compañeros de aula que acudimos a la velada literario-musical, Beto ingresó al estrado, sereno y pausado.
Desde un inicio su interpretación fue magistral, el auditorio parecía hipnotizado con el Condor Pasa, del maestro huanuqueño Daniel Alomía Robles. Quena e intérprete se fusionaron en un himno a la melancolía; el cielo estrellado se llenó de desolación, la melodía fue intensa y bella. Me retiré del lugar, absorto en miles de pensamientos, mis pasos me llevaron por la avenida circunvalación hasta Umpay; ¿qué sentimientos horadaban el alma adolescente de Beto?, ¿por qué le tocó vivir así?.
Al culminar la Secundaria, ambos alzamos vuelo en busca de nuevos horizontes. Unos años después nos encontramos durante un festival costumbrista en el cono norte limeño. Un efusivo abrazo selló el reencuentro. Luego de un corto diálogo nos despedimos.
La última vez que lo vi, fue hace unos años en la Plaza Mayor de Lima. Brindamos con un par de gaseosas en un restaurante cercano, con remembranzas chiquianas en cada ¿salud shay!. No le toqué sobre su lejano ofrecimiento de enseñarme a tocar quena.
Hoy, en esta semana navideña, mi mente me trajo la imagen de Beto. Hace unos meses me enteré de su viaje a Italia para labrarse un porvenir. Elevo mis oraciones a nuestro amado Dios, para que le brinde la felicidad que no tuvo en Chiquián...
Lima, 23 DIC 2009