jueves, 12 de febrero de 2009

LA CRUZ DE ARÉVALO


Autor: Víctor ´Raúl Huamán

Caminaba descalzo una tarde de verano, sintiendo el calor de la arena en sus pies, cuando de pronto dijo: "¡Manuel Arévalo!". Era el nombre del obrero que muchos años atrás, Víctor Raúl había nombrado heredero político del APRA si algún día él moría. Lucas "el Comandante", César Aranguren "el mocho" y Hermes Cáceda, iban acompañándolo y lo miraron sorprendidos. Estaban en 1970 en las playas de Huanchaco de la Ciudad de Trujillo y Víctor Raúl les contó una historia que el mismo aún no podía explicar.

Empezó a recordar aquella noche. Era junio de 1937 y cuatro meses antes, un 15 de febrero, la policía política había asesinado al que pudo ser su sucesor, aplicándole "la ley de fuga". Ésta consistía en trasladar a un detenido de una ciudad a otra. Durante el trayecto debían de soltarlo y pedirle que corra, para luego dispararle a mansalva por la espalda y justificar en la manifestación policial que "había intentado fugarse, por lo que tuvieron que hacer uso de sus armas".

Estaba en uno de sus refugios llamado Incahuasi aquella vez. Víctor Raúl y los compañeros de su seguridad dormían. Sólo Jorge Idiáquez se encontraba despierto. Lo cuidaba recostado en un árbol en la parte trasera de la casa. Víctor Raúl y su seguridad sabían que la siguiente orden era de matarlo donde lo encuentren. Aprovechaba esa tranquilidad nocturna en plena persecución, para escribir sus denuncias que remitía a publicaciones extranjeras y amigos, mencionando las atrocidades y crímenes de la dictadura del entonces Presidente del Perú, a quien se conocía como "El Tuerto" Benavides.

Todo estaba en silencio cuando sintió el santo y seña por la entrada principal. Por precaución tomó su arma y se acercó a la ventana sigilosamente, para ver quien andaba por allí o de quien era aquel llamado. Vio un resplandor que iluminaba toda la entrada y entre esa luz apareció la figura de Manuel Arévalo que lo llamaba hacia afuera. No lo podía creer. Abrió la puerta y salió rápidamente. Lo abrazó y le dijo: "Qué haces aquí Manuel, si te han torturado y te han muerto". Manuel le respondió: "He venido a decirte que vienen por ti. Los que te acompañan que se vayan y tú quédate en la puerta, pues no te van ver. Queda muy poco tiempo". Haya entró a la casa y despertó a la seguridad, los hizo irse por atrás y a Jorge Idiáquez le dijo que lo esperara con el carro a un kilómetro. Todos cumplieron la orden de manera apresurada y Víctor Raúl se quedó solo. De pronto tomó conciencia de lo que había hecho al ponerse a órdenes de alguien que había muerto, y que quizás todo había sido la broma cruel de un sueño.

Entonces salió a la puerta de entrada nuevamente. Ahora había muchas luces más. Eran tres carros con los faros prendidos que rodeaban la casa para allanarla. Víctor Raúl estaba atrapado. Cuando la policía política ingresó, Víctor Raúl se quedó inmóvil y resignado. Sin resistencia, escucha decir a los soplones: "aquí no vive nadie" y "fue un dato falso". Se fueron como habían llegado. Víctor Raúl estaba delante de ellos, parado exactamente donde Manuel Arévalo le había dicho que nadie lo vería.

Caminó lo suficiente para encontrarse con Jorge Idiáquez donde habían acordado. No hablaba. Seguía perplejo por lo que le había sucedido cuando sintió nuevamente la voz del mártir Manuel Arévalo: "Víctor, estaciona el auto a tu derecha". En ese mismo momento Víctor Raúl ordenó casi gritando que se detenga el carro y se estacione a la derecha. Haya sudaba frío cuando le preguntó a Jorge Idiáquez: "Has escuchado esa voz" y él le contestó que no ha había escuchado nada. El rostro de Víctor Raúl se puso pálido y reflejó un temor mal disimulado, cuando le dijo: "Manuel Arévalo me esta hablando". Un hálito reverencial se sintió entonces.

El motor y las luces del coche fueron apagados y todos quedaron en silencio en medio de esa carretera solitaria e inhóspita. Solo se vio el paso veloz de un auto, que luego se sabría que eran miembros de la brigada política del gobierno. Al minuto se siente un tremendo ruido de balas con otro auto que venía en sentido contrario. Se habían matado entre ellos al encontrarse frontalmente. Ambos pensaron estar frente al vehículo que transportaba a Víctor Raúl.
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Relato 22: LA CRUZ DE AREVALO


Víctor Raúl Huamán: Libro "Aquí Yace la Luz", Ediciones Populares ARIEL

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