Danilo Sánchez Lihón
1
Los niños
tienen derecho a apreciar
las palabras
y darles valor por el sabor
a miel, a
leche, a frambuesa y anís
que ellas
poseen; a vincular saber
y sabor.
A reconocer las palabras
por su color,
textura y, sobre todo, por
la fragancia
que sus sonidos en flor y
sus pétalos
exhalan. Sin prescindir de
la música
de mandolinas, bandurrias
y violines
que en ellas se escucha y
resuena.
2
Los niños tienen derecho
a que
las palabras desentrañen
siempre
realidades y contenidos
íntimos,
insondables y afectivos.
Que
no sean anodinas y ellas
nos abran
los pórticos y ventanales
para viajar
mágicamente, estallando
en júbilo.
Que señalen, develen y
abarquen
mundos pródigos, llenos
de luz,
del sol, las estrellas y la
luna.
3
Los niños tienen derecho
a que
no se corrija las palabras
que pronuncian,
y mucho menos aquellas
que escriben.
No olvidar que ellos son
genios
del lenguaje, hacedores
consumados
de nuevos idiomas. Que
cuando
nos presentan un texto, o
una
composición, vayamos al
fondo
del asunto sin quedarnos
ni arar
en lo superfluo. Que ellos
tienen
derecho a que se elimine
de una vez
por todas a dos funestas
y horripilantes
alimañas: la gramática y
la ortografía.
4
Los niños tienen derecho
a que
las palabras que dirigimos
a ellos
midan infinitos de ternura.
Que
apenas resistan la luz que
ellas
irradian, y estén cargadas
por toneladas
de dulce y legítimo cariño.
Que pesen un
miligramo de preceptiva;
y tengan
casi nada de coerciones.
Mucho
menos de castigos o de
sanciones.
5
Tienen
totales y plenos derechos
a pedir
que se suspenda de modo
inmediato
al maestro que convierte
el curso
de lenguaje, que debiera
ser
fiesta del alma, jubiloso y
estallante,
tornándolo en asignatura
gris,
hosca y penosa; en algo
peor aún:
en una materia gramatical,
cuando
nada es más encantador,
fascinante
y mágico que el lenguaje
para volar
cogidos a las alas de las
palabras.
6
Defendamos ante ellos
el valor
de las palabras que todos
modulamos
con nuestros labios, y que
hablamos
día a día de modo natural
y cotidiano.
Tienen derecho a exigir
que
cada palabra que a ellos
decimos, la
respaldemos con nuestros
actos.
Y si es posible con nuestra
propia
vida. Si les dijimos: “paseo”
vayamos
a él así sea arrastrándonos.
7
Ellos tienen derecho a que
les enseñemos
que las palabras es lo que
da sentido
a nuestras vidas. Que ellas
marcan
nuestros pasos de amargor
o ambrosía.
Develar las palabras para
sentirlas y
pensarlas con autenticidad.
A fin
de ensoñarlas con plenitud.
Obrando
con ellas para la autonomía.
Buscando
y ayudando a cada quién a
encontrar
en cada una su voz interior,
honda y
pletórica, de afirmación y de
triunfo en
las palabras que modulamos
cada día.
8
Los niños tienen derecho
a
expresarse construyendo
imágenes
y metáforas. Y a que se
les entienda
en ese código, dado que
el niño
es un artista consumado,
y más en esa
dimensión acrisolada del
lenguaje.
Tienen derecho para que,
a cada
pregunta, se le responda
no con respuestas
sino con otras preguntas
cada vez
más mágicas e ilusorias
a fin de que
las palabras se tornen
infinitas
9
Todo niño tendrá derecho
a pedir
el cambio de un maestro
si
la voz de este no es grata,
ni afectiva,
dándosele un plazo hasta
que ella
sea reeducada y pulida,
de tal modo
que se torne en música
amable
a los oídos de grandes y
de chicos.
Tanto ha de ser así que,
más que
comprender las lecciones
y cosas
por su razón y significado
las entiendan
por la melodía de la voz
de su maestro
y por lo que ellas evocan
y desprenden.
10
Todo niño
tiene derecho a la palabra
en libertad;
a que las palabras existan
libres, sin
ataduras, que retocen por
el prado,
a que le nazcan alas; que
sean
lozanas, alegres y felices;
sin
grilletes ni cadenas; libres
como
el agua y como el viento.
Como
el fuego y la tierra pródiga.
Libres
como el mar, el sol y las
estrellas
titilantes en el horizonte.
Que nada
aprisione a las palabras,
a fin de
crear con ellas un mundo
nuevo.
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