martes, 29 de junio de 2021

29 DE JUNIO, 1823: EL SACRIFICIO DE JOSÉ OLAYA - FOLIOS DE LA UTOPÍA: CONVICTO Y CONFESO CRÓNICA DE UN SUPLICIO - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN


 

 
Construcción y forja de la utopía andina
 
JUNIO, MES DE LOS NIÑOS,
DEL MEDIO AMBIENTE, DE LA GLORIA
DE ARICA Y DE LA IDENTIDAD ANDINA
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO


 
SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL


29 DE JUNIO, 1823


 
EL SACRIFICIO
DE
JOSÉ OLAYA


 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA


 
CONVICTO
Y
CONFESO
CRÓNICA DE UN SUPLICIO
 
Danilo Sánchez Lihón
 
1. La causa
que defiende
 
En la mañana de hoy, 29 de junio del año 1823, los captores realistas de José Olaya, caído preso hace dos días en Lima, proceden a destrozarle los pulgares lentamente martirizándolo con las llaves de un fusil. Pero en vano. ¡No confiesa nada!
A las 7.30 de la mañana ha recibido la visita de doña Melchora Balandra su madre, traída especialmente por sus apresadores para que pudiera persuadirle de que salve su vida, revelando nada más que los nombres, o dónde viven ¡nada más!
¡Que diga quienes le han encargado las cartas para Sucre y los rebeldes acantonados en el Real Felipe del Callao! Para los españoles saber cómo está tejida la red es crucial.
Pero es, ¡inútil! La señora intenta persuadirle bajo la expectativa de sus vigilantes, pero su hijo no se rinde. Llorando le suplica para que salve su vida. Y le vuelve a insistir, por presión de los custodios para que declare y viva.
Al contrario, con palabras entrecortadas la madre es fortalecida por su hijo para que tenga entereza y valentía. Al final ella grita a los esbirros, que ellos son los malos, convencida de la causa que su hijo defiende.
 
2. En plena
plaza
 
Él apenas puede pedirle que ella le dé cristiana sepultura, que visite de vez en cuando su tumba donde han de reposar sus restos. Y le pide que abrace la causa del Perú. Ella asiente con la cabeza y se impulsa hacia él. Y puede darle la última caricia maternal deslizando sus dedos por su mejilla tumefacta posando por un momento sus yemas en sus labios sangrantes.
Los agentes españoles que son sabuesos de la guerra han concluido que de un ser así no se puede entresacar nada. Que basta verle la mirada para saber que es invencible. Nada obtendrán de ese hombre, así lo destrocen a pedazos. Y eso mismo ha repetido Rodil al verlo.
Y como lobo de guerra que es, sabe que la única ventaja que aquel enigmático indio puede depararle, es que sirva de atroz escarmiento presentándolo al público torturado y despedazarlo hecho a un guiñapo sangrante. Concluye que nadie más ideal para soportar los suplicios que un indio.
Y ordena que sean crueles y despiadados en las torturas que le inflijan. Pero, además, el gobernador ha dispuesto que luego que acaben con el suplicio se monte un espectáculo con su ejecución inmediata, fusilándolo en plena Plaza de Armas de la Lima virreinal.
 
3. De manos
y pies
 
Hecho que ocurre apenas dos días después de haber sido capturado, sin esperar más trámite ni voz de arrepentimiento que nunca ha de llegar.  Sabe que aquello jamás va a ocurrir, porque es indígena.
Es de esa raíz salvaje e incomprensible de la tierra que él no alcanza a comprender, pero que sospecha y presiente que debe ser porque tiene un componente cósmico de materia primitiva.
Al gobernador de la ciudad de Lima le ha bastado verlo ahora para saber que será imposible e inútil esperar alguna delación, pese a reconocer que sería estupendo, pero él mismo ya es una rica presa, aunque debe saber mucho de quienes conspiran contra España.
Menos aún hablará ahora si ha soportado ser suspendido de los pulgares que ahora cuelgan descoyuntados de sus manos y pies. Jamás ha visto soportar con estoicismo tanto dolor.
Y pese a haber sido arrancadas con tenazas, y de cuajo, también las uñas de sus manos y sus pies. Y sin que emitiera gritos de dolor, quizá como máxima rebeldía por estar delante de él. ¡Ah, indios! ¡Indios!
 
4. Llama
votiva
 
Entonces ha decretado su fusilamiento, de ejecución sumaria e inmediata. Idéntica a la decisión que tuviera hacia él Sucre, pero a la inversa, el uno de darle toda su confianza espontánea. El otro, Rodil, solo de ver su mirada lo ha condenado sin plazos, demoras ni dilaciones.
Es así que hoy 29 de junio de 1823, José Olaya será fusilado a las once de la mañana en la Plaza de Armas de Lima, exactamente frente al Palacio de Gobierno, día de San Pedro pescador y patrón de su Chorrillos nativo.
Para ello se ha alzado un patíbulo en el Callejón de Petateros. Acabamos de verlo salir arrastrado, pero en el momento en que iban a cegarle la vida se ha erigido y ha alcanzado a gritar con voz ronca, decidida, aunque lastimada, una arenga que, pese a lo deforme de su boca por las torturas, se lo ha alcanzado a oír claramente:
Si mil vidas tuviera, las mil
gustoso las daría por mi Patria.
Ha hablado de Patria. ¿De cuál patria? En realidad, muere un iluso. Porque aquella Patria en este momento todavía no existe, es una quimera tambaleante. Apenas una llama votiva.
 
5. La misma
causa
 
Sin embargo, hay seres que vienen muriendo por ella, cuando aún es una ensoñación, un desvarío y hasta una utopía. ¡Y acaba de morir por ella un pescador artesanal! ¡No un filósofo ni un intelectual!
¡Qué increíble! ¡En un hombre tan humilde una fe tan inquebrantable en el alma! Indudablemente es un don excelso y supremo su heroísmo patriótico. Acabamos de contemplar su fusilamiento, y estamos conmovidos. ¿Qué pensamientos se agolpan ahora en nuestro ser a partir de esto que acabamos de contemplar? ¡Muchos!
Que tener fe, que creer en algo es acrisolar la vida en un emblema o en un símbolo. Es pensar que hay algo superior a la vida misma. Y es esto lo que hace a alguien inmenso, trascendente y valedero.
José Olaya ha vibrado con algo que ni siquiera todavía existe., y que forma parte de una ilusión. Él es un peón en los surcos de los sueños.
Y, en su condición, esos surcos recién son esbozos pergeñados en las olas del mar, que ha surcado llevando las cartas a Sucre acantonado en la Fortaleza del Real Felipe, en el Callao, y de quienes alientan la misma causa en esta ciudad virreinal.
 
6. No tuvo
dudas
 
Pero su alma estaba encendida con una luz. Y esa luz es cálida y ardiente. Y es fuego puro conteniendo valores como la libertad para todos, la capacidad de forjar nosotros mismos nuestro destino, la justicia social como enseña y compromiso histórico.
Lo que conmueve en José Olaya es que la ha asumido no desde una posición acicalada, conveniente para sí mismo, calculada para su bienestar, sino como anhelo puro del ser que quiere para su pueblo la libertad.
Desde su condición de pescador artesanal avizoró y dio su sangre por la entelequia que todavía es el Perú, que tenemos palpitante en nuestras manos y, ojalá, en nuestro corazón emocionado. Indudablemente, esta muerte me ha conmovido, y he pasado del estupor a las lágrimas. Mil disculpas.
Ahora bien, y su elección ha sido autónoma, espontánea y soberana, para soñar la patria que algún día ojalá veamos concretada.
También conmueve el hecho de que él no tuvo dudas, no se mostró dubitativo ni pusilánime, ni mucho menos engañado o defraudado.
 
7. Y punto
final
 
José Olaya al morir ha sido convicto y confeso. Y no se quebrantó ni ante su madre que le ha rogado que se salve, que viva; sino que a ella le ha pedido más bien que milite en la causa del Perú.
Así como que vele al pie de su túmulo mortuorio. Y que lo acune y rememore en su sepultura, como si su tumba fuera un vientre o una cuna.
José Olaya es de esos seres con sueños indestructibles e imperecederos que las balas no traspasan ni menos pueden matar y ni siquiera acallar como es el Perú que ahora anhelamos. Un pescador, como lo fue San Pedro del lago Tiberíades, que es el día que ahora celebramos, y cuya procesión ya empieza a salir de la Iglesia Catedral.
En quien albergaba la misma llama del espíritu que ahora se levanta. A partir de quien ha sido apaleado, colgado de los pulgares, destrozadas sus articulaciones con llaves de fusiles.
¡Y no se ha rendido! Ni tampoco han logrado que se arrepienta, sino al contrario, ¡ha muerto proclamando libertad para todos! Y punto final, señores, estoy emocionado y llorando, pero de coraje.
 
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