2 DE JUNIO
DÍA NACIONAL DEL PERRO
EL GUARDIÁN
DE
LA CASA
Danilo Sánchez Lihón
Quien busca al Espíritu,
que siga el camino de los animales.
(Popol Vuh)
1. Cuidar
la casa
– ¡Este perro se va! ¡Definitivamente se va de esta casa!
– Pero, papá, ¡si a Sultán lo hemos criado desde que era bebito!
– Ahora no encuentro la barreta. Otra herramienta que se pierde. Antes fue el serrucho. También se ha perdido el pico, ¿A quién le reclamo? Ahora busco la barreta, ¡y no está!
– ¡Tienen que estar por algún lado, papá!
– ¿Dónde? ¡Alguien está entrando a la casa! Y nosotros nos confiamos de este perro que ya veo que no sirve para nada. Porque un buen perro tiene que cuidar la casa, sino: ¿para qué sirve? ¿Para qué tenerlo en la casa y darle de comer?
– El perro me acompaña, es mi fiel amigo y me defiende papá cada vez que salgo con él.
– Pero si no cuida la casa, es seguro que a ti tampoco te está cuidando bien.
– Y, ¿adónde se va a ir?
2. Así es
la vida
– Que lo lleve Manuel. Él he visto que lo quiere. ¡Que lo lleve a la chacra de Cochabuc!
– ¿Tan lejos, papá? ¿Y cómo yo iré a verlo?
– Tú olvídate de él. Tú dedícate a tus estudios. Pero, ¡no podemos aquí consentir a un perro que no cuida bien la casa!
– Y, ¿por qué crees que lo quiere Manuel? ¿No será porque ha visto que es un buen perro, leal y valiente?
– ¡Pero no es útil! En sus narices se están perdiendo las herramientas de la casa.
– ¡Tienen que estar por algún lado, papá!
– Hace días que las busco y no están. ¡A ver tú si las encuentras!
– ¡Papá, extrañaré mucho a Sultán! ¡Te ruego que lo dejes aquí, conmigo!
– En la vida, hijo, cuando algo no funciona se lo descarta. Nos están robando las herramientas y eso no está bien. Nos atenemos a que el perro cuida la casa y no lo hace bien.
3. Se ha dormido
abrazado
Manuel, el alpartidario, hoy se llevó a mi perro Sultán, amarrado del cuello y jalado con una cuerda atada a la montura de su mula. Pero Sultán, no queriendo ir se ha arrastrado por el suelo. Y, a ratos, ha tenido que rodar porque la mula no se detenía, pese a la resistencia que él ha hecho.
Es atroz la vida sin Sultán, la casa parece vacía, oscura y sin alegría, en donde solo cabe echarse a dormir y a llorar. Pero esta noche, ya hacia el amanecer, siento, rayando ya la madrugada, que alguien rasca la puerta.
Cuando la abro es Sultán, sangrante y empapado de lodo, barro y sudor. Mojado por haber cruzado el río que atruena y carga con palos y piedras. Portando, además, un pedazo de soga roída y arrancada, atada aún a su cuello.
– ¡Sultán! ¡Mi querido Sultán! –Me abrazo con él.
Tiene la pelambre sembrada de espinas, de cadillo y abrojos por haber cortado camino entre los zarzales. Y abrazado a él me he dormido antes de ir a la escuela, sin hacer un solo ruido, sabiendo la condición de expulsado como está de esta casa.
4. Bajo el cielo
azulado
Pero ya por la tarde llega Manuel diciendo que “su perro” se ha escapado y que seguramente está aquí.
Lo buscan en mi cuarto y allí lo encuentran.
Esta vez puesto un bozal en la boca para que no muerda ni grite le ata las patas delanteras, y le ata las patas traseras. Y lo atraviesa en la mula colgando manos y patas a uno y otro lado. Y carga con él de regreso a Cochabuc, según me contó después Amelia.
Cuando yo llego de la escuela voy directo a buscarlo, y no lo encuentro. Y pregunto a mi madre:
– ¿Mamá, ha venido Manuel?
– Sí. –Me contesta sin mirarme.
– Y, ¿se ha llevado otra vez a Sultán?
– Sí. –Dice lacónicamente.
Sultán ahora permanece encadenado en el campo verde y bajo el cielo azulado de Cochabuc, ladrando lastimero.
5. Bajo
el techo
Voy a verlo cada dos o tres días, porque el camino a Cochabuc es lejos y fragoroso.
Allí permanezco abrazado a él y el perro llora recostado a mi pecho. Llora hasta después que nos hemos despedido.
Ya en la casa revuelvo las cosas buscando las herramientas de mi padre por uno y otro lado, removiendo cajones. Bajo el techo de los terrados y detrás de todo traste que encuentro.
– ¿Dónde se han metido? ¡No están! ¿Las habrán robado, como dice mi papá?
Hasta de noche me levanto, recordando no haber buscado en uno y otro sitio.
Pero no. No son habidas y la culpa la tiene Sultán por no cuidar la casa de algún ladrón furtivo que se ha llevado la barreta, el serrucho y el pico.
6. ¡Voy
a traerlo!
Pero una noche en que permanezco llorando en silencio, extrañando a mi perro, me acuerdo en un relámpago de lucidez que mi papá prestó las herramientas a su compadre Baldomero. Como puedo me visto y entro corriendo a la habitación de mis padres, gritando:
– ¡Papá!
– ¡Qué pasa, hijo! ¡Qué sucede! –Se incorpora en la cama mi padre, asustado y con los cabellos revueltos.
– ¡Papá! Tú prestaste las herramientas a tu compadre Baldomero, ¿Te acuerdas?
– Me has asustado, hijo. ¿Qué herramientas? ¿Qué he prestado? ¡Ah, claro! ¡Las presté! ¡Claro que sí! ¿Y no las ha devuelto todavía?
– ¡No, papá! ¡No las ha devuelto!
– ¡Claro, pues! Sí. Entonces, él las tiene.
– ¡Quiere decir, papá, que no es culpable Sultán! ¡No es culpable, papá!
– ¡Voy a traerlo! –Y salgo en estampida.
7. Enjugándose
las lágrimas
Y me lanzo a la carrera. Es de noche, pero no escucho las llamadas desesperadas que hacen mi madre, ni mi padre.
Y desaparezco corriendo por la bajada del río Patarata. Son tupidas las sombras, pero yo conozco bien el camino.
Los gritos de mi padre y de mi madre ya no pueden detenerme porque ya estoy lejos y no los escucho. He corrido sin parar hasta Cochabuc, hasta llegar a casa del alpartidario Manuel.
Pero también Sultán, mi perro, me ha sentido desde lejos. Y ha empezó a ladrar. Y esta vez se ha zafado como sea de la cadena que lo tenía atado hasta salir a mi encuentro. Y nos hemos abrazado.
– Así rescaté a mi perro quien vivió desde que era bebito hasta que fue viejo y murió ya anciano en mis brazos.
Es lo que me cuenta Santiago Cuba enjugándose las lágrimas que le resbalan y corren por sus curtidas mejillas. Y solloza.
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