CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
JUNIO, MES DE LOS NIÑOS,
DEL MEDIO AMBIENTE, DE LA GLORIA
DE ARICA Y DE LA IDENTIDAD ANDINA
CAPULÍ ES
PODER CHUCO
*****
11 DE JUNIO
LA
TERNURA
ANDINA
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
DULZURA
A
GAJOS
Danilo Sánchez Lihón
A la tarde de lluvia
cuando el alma
ha roto su puñal en retirada.
César Vallejo
1. Ternura
andina
Revisando
unos archivos míos de hace muchos años, encontré varias cartas
remitidas por mis hermanos desde Santiago de Chuco, pueblo donde nací,
me crie y de donde salí a la edad de 16 años para estudiar Literaturas
Hispánicas y también Educación en la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos.
Al
releerlas, me he quedado sorprendido: ¡qué emociones tan sentidas
trasuntan las palabras! ¡Qué candoroso el acento y qué a flor de piel la
cordialidad de las expresiones! ¡Cómo nacía y se abría tan natural el
afecto, la ternura y el cariño!
Y
es seguro que ¡yo también era así, sin darme cuenta! Y mi pregunta ha
sido, ante esas misivas entrañables de aquellos tiempos: ¿Qué nos pasó?
¿Qué nos hizo cambiar tanto? ¿Por qué nos hemos endurecido? Pero,
tratando de no perder lo mejor: ¿De dónde nos venía y cómo asomaba ese
venero de pureza, ingenuidad y estremecimiento?
Luego,
revisando varias cartas de César Vallejo a sus hermanos, compruebo que
la emoción es igual, el cariño y el apego es idéntico en lo pleno,
sincero e inocente; como cuando Vallejo les dice a Víctor Clemente y a
Manuel Natividad: “Hermanito amado”. O bien: “Manuelito de mi corazón”.
2. Igual
el alma
¡Igual escribían
mis seres queridos! Y entonces se me ha hecho evidente una realidad que
quiero compartir, cual es: la ternura inmersa en el ser de las personas
de nuestros pueblos de origen y de nuestras casas nativas.
Y
esto, ¿para qué? Para que la rescatemos y la defendamos con vigor.
¡Para que no se nos pierda! Para que actuemos con ella de la mano y más
frecuentemente en la vida cotidiana. Para que no nos amilanemos de
tenerla en el alma.
Y,
los que aún no la han perdido ni dejado volar desde su alero a esa
avecilla, para que la llamen, la acunen y aniden con denuedo, como un
don precioso, ya raro en nuestras vidas oscurecidas; para que cobijen a
esta huidiza, delicada y temblorosa doncella. A esta virtud suprema
venida para alentarnos en nuestras vidas heridas: ¡la ternura!
De este modo, por ejemplo, le escribe César Vallejo a su hermano Manuel Natividad, el 2 de diciembre de 1918:
“He
tenido al fin la alegría de recibir cartita tuya, después de las
numerosas cartas que yo te he escrito desde marzo de 1917 en que me
alejé de ustedes. He gozado y he llorado al leer tus tiernas,
conmovedoras y tristes letras. He gozado dolorosamente, horriblemente.
Cuánto recuerdo y cuanta felicidad que se ha ido para siempre. ¡Oh
Manuelito de mi corazón! ¡A qué me sabía un destino tan negro, lejos
para siempre jamás de nuestra madrecita del alma! Oh, queridísimo
hermanito”.
3. Es humilde
y desasido
¡Cómo
abundan las expresiones entrañables! ¡Cómo se sume el alma en esa
fuente arrobada! ¡Cómo se rizan los diminutivos para extraer su dulzura
suprema! ¡Cómo rebosa y colma, estalla e inunda la adhesión y el apego!
Consideremos
que Manuel Natividad, en la circunstancia que estamos citando, tenía ya
38 años. Y, sin embargo, pareciera que es a un niño a quien se le habla
y escribe. ¡Que es entre niños que están llorando juntos! Y esa es la
otra clave: ¡el no perder nuestro ser niños! ¡Porque entre ellos es aún
mucho más el temblor!
Pero
lo que nos asombra, produce agobio y turbación es de ¡quién remite la
epístola!, que en este caso no es otro que el poeta universal César
Vallejo, que por ser así es el poeta universal que es. Y quien tenía en
aquel entonces 26 años, y que por los méritos ya alcanzados bien podría
haberse convertido en un ser vanidoso, arrogante y despectivo.
Porque,
para esa fecha él era un autor ya reconocido en el parnaso literario
del país, quien por sus poemas publicados en periódicos y revistas había
merecido elogios de personalidades refulgentes de la escena cultural,
tales como Abraham Valdelomar, Antenor Orrego y Percy Gibson. Y de
artistas e intelectuales del mayor prestigio y reputación en el Perú de
ese entonces, ¡y de ahora!, como Manuel González Prada, José María
Eguren y José Carlos Mariátegui.
4. Que viva
por siempre
Sin
embargo, ¿es soberbio? ¿Acaso se muestra petulante y ufano? ¡No! Al
contrario: es humilde y desasido. ¡Y qué hermoso es el tono, la
quejumbre y la actitud con que se rinde a sus exaltaciones!
Y,
en el caso motivo de este comentario, ante su hermano mayor Manuel
Natividad, que en aquel entonces era chacarero, agricultor, es decir un
sencillo campesino a quien un señorito podría desestimar, quien vivía en
la rusticidad del campo, entre la gleba, la ordinariez y la floresta.
César
Vallejo en cambio ya era un profesional graduado con los más altos
honores en la entonces llamada Universidad de la Libertad, ahora
Universidad Nacional de Trujillo. La nota que obtuvo en la sustentación
de su tesis “El romanticismo en la literatura castellana” fue de
sobresaliente, mereciendo la nominación de cum lauden.
Pero,
¿tiene acaso asomo o pose de cortesano, áulico o aristócrata? ¿Le
invade la jactancia y la altanería del académico encumbrado? No, no la
tiene en absoluto. No, no lo mancha ni una pizca de ello.
La
ternura de César Vallejo ¡es legítima, natural y auténtica ternura
andina!, porque es afecto pegado a la cuna, a la leña y al humo de la
cocina. ¡A la arcilla que nos conforma, a la piedra tutelar de la puerta
o a la grada de la escalera que nos cobija, y por ahora nos consuela en
la añoranza de la casa de infancia y de nuestro origen andino!
5. ¡Oh Manuelito
mío!
Ternura
que es un bien y un tesoro lamentablemente amenazado. Del cual se hace
incluso burla, mofa y escarnio. ¡Hagamos que viva por siempre y para
siempre, con César Vallejo como portaestandarte! ¡Y que no muera nunca!
Ni falte jamás en nuestras vidas.
Es
ternura que no sé cómo nace, brota y se expande en aquel mundo que cada
vez queda más y más confinado, escondido y al punto de desaparecer.
¡Por eso esta alerta y esta apelación a guardar una consigna. Que no
atino tampoco a saber cómo explicarla.
Pero que se da, subsiste y es poderosa. Pero que también es frágil y fácilmente herible.
Que
con frecuencia se agazapa y desaparece. Que se mimetiza con la tierra,
pero que late en la hilacha de la frazada pobre, en el rebozo y el
poncho de padre y madre humildes pero absortos que aún en el recuerdo
nos abrigan, protegen y cobijan.
Aunque
ellos hayan muerto hace años y hace mucho tiempo su recuerdo pervive
tembloroso como la ternura misma. Ternura que es una especie de queja,
de renuncia, de tristeza, pero que tenemos que hacerla poderosa en
cuanto aliento para nuestras vidas. ¡Y de digna alegría! También, ¡hay
que reconocerlo!, de vergüenza de que alguien descubra la sed y hambre
de amor que nos aqueja.
6. El bien
de sér
Ternura
que se oculta y esconde en todo adiós, en el irse lejos, que se asocia
mucho al rubor, al callar, al no querer dejarnos notar; y hasta nos
turba ser presencia que aparece. Ternura que es ocultar nuestras penas,
desengaños y congojas.
Tanto
es así que pienso: cuánto de más habrá sido el dolor de César Vallejo,
en aquel ser tan silencioso y digno. ¡Cuánto de más grave, hondo y atroz
habrá sido y que por ese recato de la ternura andina no lo dejara
transparentar!
Cuánto más grande que aquel acervo dolor, como cuando dice:
I, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de sér, dolernos doblemente.
Jamás, hombres humanos,
hubo tánto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
7. Flor
eterna
Jamás tánto cariño doloroso,
jamás tan cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal
y la migraña extrajo tánta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.
Por
eso, ¡cuánto más de inmenso habrá sido su desgarramiento interior!, y
no pudiera confesarlo. ¡Y no lo dijo totalmente!, por ese comedimiento,
cautela y esa dulce timidez que habita en los andinos! ¡Porque Vallejo
también en su sufrimiento fue muy chuco, muy serrano y muy hermano de
todos nosotros!
¡Y,
a su vez, cuán inmensa y dilatada ha debido ser su devoción y
consubstanciación con el hombre leño, barro o piedra para poder hallar
el equilibrio a esa índole implacable e insufrible del dolor!
Esta
dimensión lo hace tan hondo y tan vasto a tal punto de sentir que es él
alguien que puede ya proteger, amparar y defender, erigiéndose como una
roca donde la ternura es ya una flor eterna.
*****