TROMPEADERAS
Fransiles Gallardo
El
viejo Joshua es un extraordinario trompeador.
No es alto, pero si recio. No usa los pies para
patear; pero tiene un recto de derecha demoledor. No cabecea, pero esquiva los
golpes moviendo la cintura –de jebe,
algo parece–. Retrocede y midiendo la distancia correcta, mete el puñete
certero.
–Gallo
chiricano mezclao con gallo chileno,
don Joshua pareciendo-, dicen los lomeños.
De las tantas trompeaderas que tuvo, tres son sus
peleas memorables.
Don Asunción Prieto, en la tienda de don Melitón
Barrios, lo ha ninguneado delante de
toda la collera de lomaditos.
–Nu’es coteja pa’ usté, ño Joshua, le dicen.
Efectivamente, dos certeros puñetazos le rompen la
ceja izquierda y un recto de derecha le desvía el tabique, bañándolo en sangre.
–Lleven ese pollo pal caldo –dice el viejo
Joshua, abotonándose las mangas de su camisa blanca, yéndose a terminar la
media botella de aguardiente, que ha dejado recién comenzada.
Los días posteriores, el viejo Joshua camina como
zorro asustao, repara pa’quí y pa’llá porque los Prietos
y la parentela entera que son como una docena de indios, no perdonan el agravio
al mayor y quieren vengar la afrenta, agarrándolo en grupo.
Don Andrés Ravina del Campo es el hijo mayor del
hacendado de La Milla y está bebiendo cerveza Pilsen Callao, en la tienda de
don Telésforo Sánchez.
Algo mareado ya, presumiendo de su fama y de su
plata, eleva la voz para que los presentes lo escuchen:
–Sólo los indios y los pobres toman cañazo de a
medio –arrojando un vaso de cerveza al suelo–.
El viejo Joshua, en una mesa cercana, tranquilo nomá toma su cañacito con otros lomeños; pero como no aguanta piojos y menos
gorgojos, haciendo suyo el agravio contesta:
–¡Soy indio y soy pobre y qui’ay con eso, señor!
¡Delito nu’es ser pobre y si
tomo es con mi plata y mi trabajo y no como usté
que, colorao y todo, presume y toma con la plata de su padre; una plata que nu’es suya porque no lo’ha ganao con su esfuerzo, señor don Ravina! Y, por último, qué diantre, si tan gallito
es, a’vé demuéstrelo das-dás en la calle, qui’allí se ven los hombres de verdá.
–¿Me estás desafiando, indio de mierda? –responde, colorado por la rabia, el joven
Andrés Ravina–. ¡Yo voy a enseñarte a
respetar a la gente decente, so
pedazo de igualao! ¡Quién te has
creído que eres, indio de mierda!
–sacándose el saco azul y el sombrero de tongo, los coloca encima de una
silla de madera.
Con su chaleco azul y remangándose los puños de su
camisa blanca se cuadra como ha visto al americano Jack Dempsey, campeón
mundial de box, en la revista Variedades, que ha comprado en la librería de
señor don Ramitos, de la calle
Comercio en Wamanmarca.
Lanza puñetes y patadas al aire, sin atinar ninguno;
pero basta una trompada del viejo Joshua sobre el pómulo izquierdo, para
rajárselo y luego, un recto en la mandíbula, para dejarlo privado y tirado en
media calle.
–Recojan ese gallito fino pa’acelo con yucas –dice el
viejo Joshua, limpiándose el sudor de la cara con su pañuelo blanco, sentándose
a terminar la media de aguardiente, que se ha quedado por la mitad; mientras
don Telésforo Sánchez se ocupa de brindar los primeros auxilios.
–Don Andrecito, despierte; don Andrecito,
despierte–, preocupado, echándole agua a
la cabeza, para que vuelva en sí.
Al día siguiente, el abuelo Asencio y la abuela
Merceditas han ido a hablar con don Gabriel Ravina, el hacendado de La Milla.
–Discúlpi’usté
a nuestro hijo, señor don Ravina; mareado estaba el malcriado. Él nu’es así. El aguardiente seguro lo ha
trastornado; nosotros tenemos respetancia por usté, señor patrón. Pagaremos las curaciones, señor –ruegan humildes.
–Son cosas de muchachos, don Asencio –responde el hacendado, alisándose la punta
de su bigote negro–, y en eso los
mayores no debemos meternos y si los muchachos se meten en cosas de hombres,
que arreglen sus cuentas entre ellos, ¿no les parece? –dice sonriendo–. Pero ya que se han venido de
tan lejos y tan de mañana, ¿por qué no
me acompañan a tomar desayunito? –los
abuelos suspiran aliviados.
El viejo Josha, escondido en la chacra del
Naranjillo oreja pa’rriba, oreja pa’bajo, por si el gobernador y el
teniente vinieran a llevarlo preso.
–Siendo así, voy a trompearme más seguidito –bromea aún nervioso el viejo Joshua–, pa’ que tomen desayuno siempre con el hacendao
–murmura–.
Los abuelos lo miran serios.
Segundo Goncálvez es un negro cimarrón que ha
llegado de no sabemos qué lugar de la costa
–de Peyura, disqué es; no
sonso, de por’ai es el Valera y se ha
avecindado en La Playería, terminados
los trabajos de la carretera a Wamanmarca.
Un día domingo clarito y soleado, en la herrería de
su sobrino Victorino Ramírez, el viejo Joshua aguarda que el cholo chancafierro aguce en la fragua la punta
de sus barretas, en tanto se toma la primera media de cañazo de esta santa mañana con don Ramiro Pezantes y el
tío Bernabé Pérez cuando, a sus espaldas, el Negro Goncálvez, que’staba ya medio sarazón por las tres medias
que si’abía metio entre pecho y
espalda, todo pleitista y buscabulla, truena:
–¡Playinos pobretones, cholos de mierda, carajo!
El viejo Joshua orejea como los burros cuando lo
pican los tábanos y de inmediato se levanta del banco de madera, ajusta las
correas de sus llanques y poniendo la media botella de cañazo sobre la mesa que
está llena de fierros, alambres, tuercas, mangueras, clavos y sabe Dios cuantas
cosas más, sin decir esta boca es mía, llamándolo con la mirada, sale a media
calle, desafiándole a los golpes.
El negro Goncálvez le lleva casi dos cabezas de
diferencia y mientras el viejo Joshua lanza trompadas, el Negro Goncálvez hace
volar las patadas, que silban por sus orejas.
El negro intenta agarrarlo del cuerpo y reventarlo a
cabezazos, pero el viejo Joshua –gallo
chiricano, pareciendo– se escapa. Sabe bien, que si eso sucede, no tiene nada
que hacer.
Le han dado ya una vuelta a la plaza de La Playería,
entre trompadas, esquives y patadas.
La gente que este domingo ha venido a hacer sus compritas pa’ la semanita, anoticiada,
hace círculos, abren cancha, avanzan y retroceden, de acuerdo a como los
peleadores girando van, alentando a uno, alentando al otro, alentando a los
dos.
Un descuido y una certera patada en la barriga y un
puñete en la frente paralizan al viejo Joshua, atontándolo, oscureciéndole la
vista.
–Me
jodió carajo –murmura.
El
negro Goncálvez no intenta liquidarlo; se ha quedado parado, cansado de tantas
patadas y trompadas al aire, también.
Los zorros, luego de la maja recibida, se levantan, se acomodan las costillas y después,
como si nada y con más ganas, dentran
de nuevo al corral a comerse las gallinas.
Así es el viejo Joshua. O lo liquidas de una vez o
te atienes a lo que pase después.
Están acezando cansados.
-Más di’unora
metiendo golpe, eso cansa a cualquierita–.
Ya no es el negro carretero de antes, que batallaba
con los pedrones, metiendo combo y cincel, barreno y dinamita pa’acer saltar las peñas y los cerros de
la carretera de Kotorsique.
Hace varios meses que no trabaja como carretero y
eso ha disminuido su fortaleza; pero aún así es un negro temible.
De a pocos, al viejo Joshua le pasa el aturdimiento
y se le aclara la vista.
Metiéndose entre los largos brazos del negro
Goncálvez, le descarga una andanada de golpes en la barriga y las costillas,
que le van quitando el aire y la respiración.
Se está doblando y de a poquitos se va encogiendo
tremendo hombrazo y, cuando chicasho taba
ya, un gancho de izquierda y un recto de derecha a la quijada hacen que el negro
Goncálvez caiga tendido sobre el polvo de la calle.
–¡Unsha e’carnaval,
parece ¿di?-, largo y flaco como es.
–Recojan
ese shingo y tírenlo al Lango
Lango –dice asezando, cansado y sudoroso
el viejo Joshua.
Sobre su cabeza le echan un balde de
agua, mojándole el cuello y la camisa, que le lava el sudor y le alivia el
calor del mediodía, luego a pico gloc,
gloc, gloc se toma media botella de cañazo, para la quitarse la sed y el
amargo sabor de la saliva seca.
Han pasado dos semanas y el viejo Joshua está en el
segundo piso del cabildo de La Playería, esperando al Agente municipal pa’ hablar cosas de La Lomada y así
nomás, de la nada, se aparece el negro Goncálvez inmenso y desafiante.
–¡Así que aquí estás, no? –brama desde la puerta, amenazante.
Al viejo Joshua se le escarapela el cuerpo. La
sangre se le hiela en la cabeza y un escalofrío le recorre desde la nuca hasta
el uasango.
-Ya me jodí
–murmura impresionado– pero en
fin, el que pega una, pega dos –dice,
dándose valor–. Lo que hayga que ser, que seya hoy, ni mañana, ni pasao.
–Si aquí’stoy y que hay con eso –contesta, enronqueciendo la voz, achinando
los ojos y los puños cerrados pa’ lo
que hayga que venir–.
–Si eres tan hombre, como dicen que’res vos, no te muevas, que tenemos cuentas pendientes que
saldar –brama el negro, retumbando su
voz en el cuarto vacío.
–Fiados que no se pagan, siguen siendo deudas-,
dice, dándose media vuelta y, enorme como es, agachándose para toparse con el
umbral de la puerta, sale del cuarto.
El viejo Joshua se ha quedado solo, sin nadies quien seya testigo de lo que puede pasar. No puede irse, tampoco correr,
ni enfermarse, ni pedir auxilio, ni nada.
–Eso nu’es di’ombre
y sólo corren los mariconeaos.
Un sudor frío le recorre nuevamente el espinazo
–Caracho
–dice sorprendido–, de repente el
negro e’mierda ése se ha ido a su
casa a traer su punta pa’
despanzurrarme –una vez más, el cuerpo
se le estremece y el corazón le retumba–.
Por instinto mete la mano al bolsillo posterior de
su pantalón y allí está su cuchilla marca Toro, tanteándola lentamente.
–Si mei de
desgraciar, será lo que Dios disponga-, murmura.
Siente las pisadas fuertes sobre el enmaderado piso
del cabildo y se prepara para lo que hubiera de suceder.
El negro Goncálvez se aparece grandote como los
pinos de la plaza, oscureciendo el cuarto al entrar.
–Aquí’stás
todovía –dice con su voz ronca–; no ti’as juído ni ti’as mariconeado y eso es güeno –tronando la voz.
En una mano trae una botella de cañazo y un vaso de
vidrio en la otra.
–Es hora di’acer
las paces, Joshua –dice serio,
brillándole los ojos–. Forastero soy,
poblano eres vos; hombre de buen corazón eres vos. Amigos de a verdad seamos,
Joshua; yo te defenderé, tú me defenderás, nadie nos tocará Joshua; amigos
seamos, ¿Qué dices vos?
–Si así ha de ser, que sea –contesta aliviado el viejo Joshua,
volviéndole el alma al cuerpo.
Los primeros tragos están cargados de temores y
desconfianzas.
–No vaya ser traición, canijo; que quiera emborracharme pa’ después me agarre a los golpes; quién sabe–.
Después de dos botellas de aguardiente terminan
borrachos y abrazados.
Esa tarde, el negro Goncálvez cantó y le enseñó
China hereje:
Si te
vas de mi lado, china hereje,
para
burlarte tal vez de mi desdicha,
tú no
sabes, china boba, quién soy yo:
buen
cantor, guitarrista y chupacañaaaaa,
ay…,
buen cantor, guitarrista y chupacañaaaaa …
Esos
mismos versos los entona el viejo Joshua en sus horas de bohemia y de contento,
cuando la nostalgia y la resaca lo embargan.
Como esa tarde de setiembre de mil novecientos
setenta y tres, cuando Baldomero ha retornado a casa, después de más de quince
años de ausencia:
Patrón,
patrón, sirva usté más caña;
se mi’atracado un güesito en la garganta,
hace
tiempo que vivo yo borracho,
vaya al
diablo el perrito y la calanadria, ay,
vaya al
diablo el perritoooo y la calanadriaaa…
–¿Salud,
me dijeron o están penando, canijo?.
De: AGUAS
ARRIBA
Eliseo
Gallardo (mi Tío), Arturo Gallardo Cedrón ( mi padre), Foto 1945
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