CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
CALENDARIO
DE EFEMÉRIDES
22 DE JULIO:
DÍA DEL FLAUTISTA DE HAMELÍN
DÍA NACIONAL DE LADISLAO EL FLAUTISTA
PLAN LECTOR
PLIEGOS
DE LECTURA
LADISLAO EL FLAUTISTA,Y LEYENDA DE HAMELÍN
Danilo Sánchez Lihón
1. Insólito
y fascinante
El
día 22 de julio para unos, y el 26 de junio para otros, es el Día del
Flautista de Hamelín, nombre del pueblo alemán en donde ocurrieron los
sucesos que la leyenda relata, y que en el fondo pone de relieve el
mundo encantado y mágico que constituye una de las tres hebras de que
estamos hechos.
Pero,
a su vez, donde se relieva el plano de lo moral con que se desenvuelven
los acontecimientos de nuestras vidas, se estructuran las situaciones y
se ordenan las cosas. Y que faltando a ellas ocurren los hechos
lamentables que esta historia recrea.
Porque
entre los muchos significados de este relato está, por un lado, el
poder de atracción del arte, como en este caso la música emitida a
través de la flauta de aquel personaje legendario, insólito y
fascinante.
Pero
donde también ocurre una desgracia, por el incumplimiento y la falta a
la palabra empeñada de parte de los representantes de la ciudad, al
considerar que había sido muy fácil desaparecer a las ratas,
incumpliendo el compromiso pactado de pagarle al flautista 100 monedas de oro.
2. Un mensaje
nuevo
El
texto que sustenta este argumento tiene el carácter de leyenda pero
también de crónica histórica, puesto que el pueblo es real y el tiempo
en que ocurrieran los hechos es preciso.
Existen
además registros históricos documentados que dan cuenta de este suceso,
que incluye la desaparición de 130 niños, vértice en que mundo mágico y
objetivo se juntan.
Incluso
ahora está prohibido cantar o interpretar música en la calle
Bungelosenstrasse de Hamelín, sitio donde se ha ubicado que el flautista
se detuvo para urdir su encantamiento.
Existe
el temor de que algo igualmente aciago pudiera ocurrir por la magia de
algún taumaturgo venido quizá desde nuestros países.
De
algún flautista redivivo de los andes, que les conturbe con algún
mensaje nuevo, por demás indispensable en estos tiempos azarosos y a la
vez funestos, su vida tranquila.
3. Apariencia
estrafalaria
Porque
la historia de El Flautista de Hamelín narra que en el año 1284
invadieron oleadas de ratas aquel pueblo, tantas que no había dónde
poner los pies sin pisarlas, ni dónde colgar un sombrero sin tocarlas
escuchando su chillido de protesta.
Las
calles eran ríos de ratas, una avalancha de color parduzco de roedores
que devoraban todo a su paso, no dejando sitio para el tránsito de los
habitantes en aquel lugar antes acogedor y apacible.
¿Qué
hacer? Todo se había intentado y nada había dado los resultados
esperados. Y las ratas seguían llegando a raudales. ¡Y nadie sabía ahora
cómo solucionar tan grave problema!
Cuando
se había perdido toda iniciativa apareció providencialmente, ¡no se
sabe cómo!, un flautista de aspecto distraído, vestido de ropa de
colores estallantes, de apariencia estrafalaria, esmirriado de talle y
destartalado de contextura, que interpretaba tonadas en su precario
instrumento.
4. No quedando
ni una sola
Aquel
personaje manifestó que podía hacer desalojar a las ratas que habían
invadido la ciudad. Y se comprometió a solucionar este inconveniente por
la suma de 100 monedas de oro.
Las autoridades del pueblo le aseguraron que en caso de ver cumplida su promesa le pagarían la cantidad solicitada sin demora.
Y
empezó entonces a interpretar una música mágica y a caminar
tranquilamente por las calles tocando su flauta. Detrás las ratas lo
seguían como haladas por una fuerza invisible, extasiadas e inatajables.
Cruzó el río y ellas por seguir su melodía se fueron arrojando a las
aguas subyugadas, no quedando ni una sola de ellas.
Pero
solo se dice que desaparecieron, de lo contrario el río Weser, donde
ocurrieron estos hechos, se hubiera atorado en el discurrir por su
cauce.
Pero los habitantes de Hamelín, visto que el problema estaba solucionado, dijeron:
5. Y todos
hechizados
–
¿Sólo por tocar una tonada 100 monedas de oro? ¡No! De ninguna manera.
¡Imposible pagar esa suma! ¿Qué se ha creído este tipo? ¡Que se largue!
¡Fuera de aquí! ¡Vete! –Vociferaban.
En
el fondo esta actitud es la incomprensión y el desprecio que siempre ha
existido por el arte, más lamentable si es que eso se produce por
quienes ocupan cargos públicos y son autoridades.
El flautista reclamó invocando el acuerdo al cual habían arribado. Sin embargo, se burlaron e hicieron mofa de él.
Y
lo trataron con sorna y con desprecio, como se maltrata a los músicos y
a los poetas, quienes al final son quienes fundan o inauguran mundos
nuevos.
Regresó
otro día y empezó a entonar una melodía mágica que despertó solo a los
niños, levantándolos de los lechos donde dormían. Y todos hechizados lo
siguieron.
6. Un enigma
irresoluto
Los niños desaparecieron sin saber tampoco el sitio por donde se esfumaron, aunque se dice que fue por una cueva.
Solo
dos, uno que era ciego y otro lisiado de una pierna, al quedarse
rezagados no pudieron irse con ellos. Y no porque se resistieran a ir
con él, sino porque no pudieron alcanzarlo.
Lo
cierto es que los restantes no son habidos hasta ahora, sin que nadie
sepa cómo, hasta el día de hoy en que aún se los busca sin poder
encontrarlos.
De
esto hace 728 años, puesto que ocurrió un 22 de julio, dicen unos y,
otros, el 26 de junio del año 1284, fechas que la historia ha registrado
con prolijidad y minucia.
Vértice
además este en que mundo objetivo y fantástico se unen, se confunden y
traban sus dedos, constituyendo juntos un enigma irresoluto.
7. A quien
asedia
El
Perú es también una cultura intensa y conturbada en este sentido, tanto
en su realidad concreta y objetiva, que a menudo es hiriente y duele el
alma padecerla, como en su dimensión mágica. ¡Mundo arrobado, abrupto e
intempestivo!
Es
en conmemoración a estos hechos y contenidos, que proponemos la
celebración en el Perú del Día del Flautista de Hamelín, recogido del
folclore alemán por los hermanos Grimm, pero también el Día de Ladislao
el Flautista, siendo autor de este último texto el maestro y escritor
amazónico Francisco Izquierdo Ríos.
Y
todo ello no solo como homenaje imperativo que merece nuestro autor
nacional, sino como análisis y meditación prioritaria sobre el tema de
la educación y la cultura en nuestro país.
Siendo
Ladislao el niño que había sido estudiante y ahora es un inubicable
trabajador, aunque conmovido y expectante, quien nos plantea preguntas
fundamentales qué contestar.
Desde
el arte su actitud cuestiona acerca de lo que sucede en la escuela,
institución a la cual asedia y reta, y que finalmente no logra captarlo
ni recuperarlo a su seno.
8. Acerca
de la obra
Pero, veamos cuál es el contenido de este cuento:
Los niños permanecen en el salón de clases y escuchan unos acordes de flauta. Y se quedan maravillados, estáticos, pasmados.
– ¡Es el Ladislao! –Dicen.
Lo
conocen, y pareciera que es lo que más tienen presente en el fondo de
su espíritu. E incluso, da la impresión que se tratara de ellos mismos,
quienes están afuera y no dentro del aula. Y, en esa circunstancia y
momento, nada más les interesa.
Ladislao
ha sido un compañero de estudios a quien ahora la vida no le permite
asistir ni seguir sus años de escolaridad, porque su realidad familiar
es de pobreza extrema, teniendo la necesidad de trabajar.
–
¡Es el Ladislao! –Le dicen al maestro. Pero este no lo cree posible,
porque lo imagina lejos, en Chachapoyas, junto a su madre.
– ¡No! –Le dicen los niños, ¡ha llegado con la lluvia!
– Mire. Ahí está su cabeza.
La misma que aparece entre las piedras del cerco de la escuela. Este detalle acaso ¿no es impresionante?
9. De respeto
y de fervor
Entonces
el maestro ordena a tres de sus alumnos que vayan a cogerlo. Pero no lo
alcanzan. Él huye como un venado. Luego se hacen unas y otras
consideraciones acerca de su destino.
Pero
él sique tocando, cada vez más lejos. Y todos se sumen en un silencio
arrobado escuchando aquella flauta, que podría estar simbolizando el
arte y la cultura que merodean la escuela por las pircas y muros
levantados como atajos y rupturas.
Su
melodía estremece el alma, por su dolor y por su belleza. Porque es
ella la que en otras circunstancias ha ido adelante presidiendo la
faena, la exploración y la búsqueda de nuevos horizontes.
Siendo
el arte lo que nos diferencia entonces, cuanto la vida se deja guiar
por el hálito de lo hermoso, significativo y hasta sagrado. ¡Es la vida
con todas sus cargas, abismos y atalayas; con sus verdades como
acechanzas! ¡Con su gracia como su coraje!
Es
destacable y relevante en este cuento, además, la belleza lingüística y
literaria del relato, donde podemos reconocer la naturalidad en los
parlamentos, como ese clima de suspenso, de respeto y de fervor por lo
incógnito e innombrado.
10. Nos reta
y desasosiega
De
esta manera y en una estructura límpida y sencilla se estaría
planteando la contradicción aún no solucionada entre la escuela formal y
la escuela de la vida.
Ladislao
es un errante, un nómade, un vagabundo, tal y como es la cultura en
nuestras sociedades. Sin embargo, a ella pertenecen todas las
potencialidades que hay en nuestra realidad, sobre todo el arte y el
trabajo, que ahora se ofrecen pero de manera imprevista, casual, por
azar, y que sin embargo constituyen entre nosotros lo inmenso y lo
pródigo.
Frente
a este toque mágico de la flauta la escuela se estremece, se ofusca,
pero no sabe qué hacer. Es para la escuela lo incierto e inasible, lo
fugaz e inabarcable, acerca de lo cual no tiene ninguna explicación,
acerca de lo cual solo se hacen suposiciones, encerrada como está en sus
horarios, muros y convenciones.
Es
la cultura la que trabaja, la que utiliza la mente y las manos, dechado
de ingenio y valor, quien resuelve lo duro y lo hosco de cómo se
presenta la vida entre nosotros. Y es ese niño, símbolo aún de lo
inocente, en quien encarna el arte, quien finalmente entrará, ¡y
pronto!, a trabajar como minero, peón de hacienda o mendigo en los
ómnibus con su melodía en la flauta que nos reta y desasosiega.
11. Y va otra vez
hacia él
Son
estas notas extasiadas el toque del misterio en nuestras vidas, como
cuando algo nos hiere, sea por su belleza, sea por su prodigio como por
su significado ético o moral, que nos incita a la lucha, al sacrificio y
hasta a la inmolación.
Porque
los seres se guían por aquel efluvio que emana del arte, que subyuga
nuestras vidas, pero que también abarca lo ineludible que es lo moral. O
si no, ¿por qué nos quedamos a vivir en tales o cuales pueblos y
realidades? O, ¿por qué nos enamoramos? Nos guía para ello la ilusión
pero también siempre lo moral.
Retornando
a la leyenda de El flautista de Hamelín, es conmovedor imaginar cómo
sería la música, la tonada y los acordes de la pieza que interpretaba,
pero también son imprescindibles los acuerdos y las reglas de juego de
lo pactado.
Y la otra dimensión subyugante es comprobar la presencia del secreto y del misterio, desde donde se viene y hacia donde se va.
12. Presente
y porvenir
E
igual en Ladislao, el flautista: comprobar que todo eso está pendiente y
por hacer, que nuestro futuro aquí es un tema no resuelto, que es una
pregunta abierta y todavía sin contestar. En Ladislao el misterio es de
carácter social. O enigma es el conflicto, el dolor y el desafío, puesto
que el azar y la aventura se invisten aquí de sentido histórico, ético y
de compromiso.
Donde
la vida es henchida aunque confusa pero moral, y que así se hunde en el
futuro, en ese torrente que tiene sus acechos como también sus grandes
esperanzas. Pero recordemos siempre que Ladislao llega con la lluvia, es
decir que es un ser mágico y mítico. Y quien mira hacia adentro de la
escuela y por el cerco.
Es
hermoso en ambos relatos encontrar sus similitudes y coincidencias, así
como sus venerables autonomías. Y es en ambos prominente y cimero el
final, tanto en el relato de Hamelín como en el texto de Izquierdo Ríos,
el que estos personajes regresan y se hunden en el misterio.
Vale
recordarlo y tenerlo muy en cuenta, porque es en "Ladislao, el
flautista" en donde se pone el dedo en la llaga, de manera conmovedora y
contundente, acerca del desencuentro hasta ahora entre educación y
cultura; de la exclusión del arte en la escuela y del contrapunto,
todavía conflictivo entre nosotros, entre fantasía y realidad, como
entre presente y porvenir.
LADISLAO EL FLAUTISTA
De: Francisco Izquierdo Ríos
¡El corazón de los niños estaba en suspenso!
– ¿Oyes, maestro?
– ¿Qué?
– Flauta.
Y toda la clase se sume en religioso silencio.
A cual más, los muchachos tratan de oír, levantándose de las carpetas.
– ¡El Ladislau!
– ¡Sí, el Ladislau!
– Sólo el Ladislau, maestro, sabe tocar así la flauta.
–
No puede ser Ladislao, niños. Su padre... hace poco, me ha dicho que
está ausente y que ya no regresará al pueblo. Ha ido a Chachapoyas,
donde su madre.
– El Ladislau es, señor. Ha llegado ayer, al anochecer, con la lluvia. Yo lo he visto.
La escuela es ya un revuelo.
En todos los labios tiembla el nombre de Ladislao. Y una profunda ola de simpatía cruza la escuela de banda a banda.
– El Ladislau es, señor... Allí está su cabeza.
– Sí, maestro. Allí está, véalo, véalo usted. Está mirando por el cerco.
Efectivamente, la cabecita hirsuta de Ladislao aparecía por sobre el pequeño cerco de piedras de la escuela.
– Zamarruelo... Vayan a traerlo.
Y
tres de los muchachos más grandes de la clase van como un rayo en su
busca, y después de un rato vuelven sin haber podido coger a Ladislao. Y
sólo dicen:
– Señor, se escapó a todo correr, como un venado, por el monte.
– ¡Qué raro!–exclama el maestro. Ladislao se está volviendo vagabundo. ¡Qué lástima, un buen muchacho!
Y
todos recuerdan con pena al compañero que tantos deliciosos momentos
dio a la escuela con su arte. Parecía que Ladislao hubiera nacido con el
divino don de tocar la flauta y de hacer flautas de carrizo como nadie.
Todos
recuerdan aún que, cuando un grupo de comuneros del pueblo salió a
explorar la verde e inmensa selva que empieza al otro lado del cerro,
fue él quien iba adelante tocando la flauta, acompañado en el tambor por
Macshi, otro muchachito, hasta la loma de las afueras, donde se
despidió a los valientes exploradores. Y, además, todos recuerdan
nítidamente su inseparable poncho raído, con color de tierra ya por el
demasiado uso, y su cabeza enmarañada y rebelde como los zarzamorales de
las quebradas.
– El Ladislau se ha vuelto así diz, maestro, porque mucho le pega su madrastra.
– Sí, algo he sabido. ¡Pobre muchacho!
– A mí me ha contado así, señor, llorando...
– Por eso diz que vive así, señor, andando por todos lados, por todos los pueblos.
– Ahora diz, señor, no ha llegado a la casa de su padre. Ha llegado donde la mama Grishi.
– Su padre ya ni cuenta hace de él diz, señor. Lo ve como un extraño.
– Y ahora diz, maestro, se va a vivir ya en la mina.
– ¿En las minas de sal?
– Sí diz, señor.
– ¿Y su madre?
– Diz, señor, que está enferma en Chachapoyas y, precisamente, él quiere trabajar para ayudarla.
– Y por eso diz, maestro, ya no vendrá más a la escuela.
En
ese momento, volvieron a oírse lejanas notas de flauta que como sollozo
de niño abandonado hacían florecer en la escuela todo un rosal de
emoción perfumada de tristeza.
¡El corazón de los niños estaba en suspenso!
En la huerta, bañada por la luz de oro de un jovial sol mañanero, hasta los finos álamos parecían agobiados de pena.
Ladislao el flautista, se alejaba para siempre de la escuela.
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