SI LA ENVIDIA FUERA TIÑA
Por Carlos Garrido Chalén (*)
Por Carlos Garrido Chalén (*)
Si la envidia fuera tiña, cuantos tiñosos habría. Las calles, estarían llenas de tiñosos, avergonzados de su envidia y de su tiña.
Es que la envidia, es el argumento compensatorio de los miserables. Por eso su fuerza radica en el nivel de malignidad que mueve al envidioso. Es ese nivel de lodo revuelto, por no decir excrementicio, el que hace al envidioso, odiar el triunfo ajeno y no saber cómo dañar con saña lo que toca.
Las victorias de los otros le incomodan, y no sabe como inventar hechos para presuponer que su valor es alto, cuando en realidad no asciende ni la altura del zócalo de su casa, que casi siempre es un chiquero insospechado.
Para el envidioso, todo está mal. Nada está bien, ni nada lo convence. Le encuentra defecto a todo y es criticón por antonomasia. Por eso la pregunta que más lo reconforta es qué hay para oponerme, porque su obstruccionismo, como que le da otro horizonte a su debilidad fatal y a su despecho.
Es más: sufre con el éxito de quienes considera sus adversarios. Los maldice y les desea los males más inimaginables. Lo que no sabe es que al maldecir a otro, y no encontrar el objeto de su malignidad, su maldición regresa sobre él y termina por destruirlo.
El envidioso es mezquino, individualista, rencoroso, intrigante, pérfido y cobarde.
Pero se siente feliz cuando recurre a la maledicencia anónima y al panfleto artero, de que se ríe como el perro de la historieta, poniendo en peligro hasta su tubo digestivo, que se prolonga a su cabeza y llena de asco y miseria sus adentros.
Se levanta temprano y reparte sus libelos difamantes y su alma se satisface de contenta. Cree que le hace daño al envidiado, y se deleita. Lo que no sabe, es que lo convierte en invulnerable. Por que la gente sabe quien es él y no hay comparación que lo soporte.
Divide y reinarás, es la consigna más cruel del envidioso, Y, en efecto, divide todo lo que puede y se cree un guerrero indoblegable. Pero lo malo es que deja huella de su andar de puerco, y lo que hace lleva el sello de su porquerizo, el lodo insoportable de su maldita entrega, que le crea enemigos insondables.
De no ser por tanto envidioso, la política sería territorio de decentes. Y también de docentes y virtuosos. Y el país ganaría en solidaridad y sacaría ventaja a sus vecinos. Todo sería diferente, por que se daría a cada quien su premio y recompensa, y se valoraría el esfuerzo y sacrificio.
Por los envidiosos muere el mundo. Se desbarranca la fe y se vuelve tiña. Los tiñosos, ejemplo de bajeza, suelen representar la oscuridad tenebrosa del averno. No hay manera de descontaminar su alma artera. La envidia es la muerte y el abismo. Una paradoja terrible que envilece.