.
.
1.
Rodrigo, sus papás y hermana han salido a pasar las vacaciones a una casa de campo.
A él le gusta recorrer la campiña, explorar cada maravilla de vida que encuentra en el bosque o a la orilla del río. Y comer frutas silvestres, subido en la copa de los árboles.
En estos paseos siempre va acompañado de su perro, llamado Valiente.
Pero hoy su perro amaneció dolorido de una patita. Y quiso que descanse:
– Hoy te quedas aquí Valiente, para que mañana vuelvas a corretear conmigo. ¡No vaya a ser que te empeores!
Y aunque ha gruñido ha tenido que quedarse. Él ha ido solo. Ya es tarde y aún no regresa.
¿Qué ocurre? Rodrigo ha subido a un árbol muy alto y no ha podido bajar esta vez por el tronco terso e inhiesto.
2.
Ya las sombras arremolinadas han cubierto el firmamento.
Los papás y la hermana han salido preocupados a buscarlo.
Pero es noche oscura. Y llueve con rayos y truenos.
– ¡Rodrigoooooo! –Llaman ya acongojados.
Nada. Sólo se oye el ruido del agua golpeando las hojas y cayendo sobre la tierra.
– ¡Rodrigoooooo! –Repiten el padre, la madre, la hermana. Pero nada.
La madre y la hermana ya lloran desconsoladas.
Ya corren por el campo, gritando y cayéndose, porque casi no se distinguen los senderos.
– ¡Rodrigoooooo! –Nadie responde.
El perro Valiente ha quedado encerrado en casa.
Y ahora él ladra desesperado para que alguien le abra la puerta, queriendo escapar para ayudar a buscar a su amo.
3.
– ¡Guau, guau, guau! –Se escucha su bronco llamado.
Cuando ya no puede esperar más, dando ladridos lastimeros ha subido a la ventana del segundo piso de la casa y desde allí baja por el tejado de la cocina y salta, para quedar libre.
Cae a tierra, revolcándose de dolor por el golpe sufrido, pero se repone y sale corriendo por el campo en busca de Rodrigo.
– ¡Guau, guau, guau! –Ya se oye ladrar en la lejanía.
Corre hasta un herbazal. Y allí ladra con todas sus fuerzas. Pero no, no está. El aire es húmedo, ya la lluvia ha cesado.
Entonces corre veloz hacia la orilla de la pequeña laguna en donde anidan patos salvajes, garzas y se deslizan extasiados los pejerreyes en el fondo de las aguas tranquilas.
¿No será que acaso esté malherido y hundido entre los juncos?
4.
Por eso, ahora corre veloz hacia allá. Se acerca y ladra desde una y otra punta de la ensenada, con los pelos erizados y el hocico anhelante.
Pero, nada. Solo rumorean las aguas, gruñen en sus nidos las comadrejas en sus recodos aletean perturbadas las aves, protestando por la interrupción de sus sueños.
¡Oh, Dios!
Quizá haya subido a aquellas rocas cortantes a contemplar el vuelo de las águilas detrás de las tierras amarillas.
Donde los saltamontes trisan el vidrio congelado del aire y el viento punza la piel con mil astillas. Si así fuera estaría ya aterido y temblando antes de caer rígido.
Corre hacia allá, subiendo por la cuesta empinada, ladrando y husmeando en uno y otro sentido, en una y otra abra, con el rabo agitado.
Pero aquí tampoco está, nada ni nadie responde. Todo es sordo, ciego y mudo. Y lanza desde allí hacia los contornos su aullido lastimero.
5.
¡Oh, Dios!
¿No estará atrapado en la colina vadeando el riachuelo? Donde se precipitan las cascadas puede que tenga los pies atrapados en algún orificio que dejan las piedras cortantes y filudas.
Otros días han podido por allí corretear una que otra vizcacha, o se han aventurado en untar sus dedos en la miel que dejan caer los panales de abejas que cuelgan naturales entre las peñas.
Hacia allá se lanza con la lengua afuera, pero veloz como un rayo. Y ladra urgido y crispado. Pero otra vez nada.
Todo está aterido, callado e inerme. La noche es fría y sombría, pero él sabe distinguir en la oscuridad y seguir la huella del olor de ambos que subsiste entre las piedras.
Pero no está.
6.
¡Oh, Dios!
¿Quizá esté arrinconado en el viejo molino, donde permanece herrumbrada la rueda de fierro debajo de la cabaña, sobre la cual gotea la lluvia que se filtra entre las tablas?
Estará entonces encogido, sin hablar, apretujado en algún rincón, la cabeza escondida entre los brazos, pensando que si abre los ojos ha de ver los tropeles de duendes que suelen hacer su ronda aquí.
Y se lanza feroz hacia allá, para protegerlo de los fantasmas esta noche feroz. O del crujir de las puertas y del lagrimear de los muros.
Entra y en la estampida arroja trastos que despierta entre los muros a las musarañas que habitan las sombras que se esconden bajo la cumbrera de los techos apolillados.
Pero no está aquí tampoco, nadie responde. Y es mejor salir que permanecer un instante en estos reinos de pavor y de miedo.
7.
¡Oh, Dios!
Es terrible imaginarlo, pero ¿no estará detenido por algún zarzal en el bosque umbroso donde los búhos a esta hora entonan sus cantos fúnebres?
Es un lugar temible, pero allá se lanza como una motita de luz entre las tupidas tinieblas.
Las lechuzas desveladas, inquietas por los ladridos desaforados, hacen girar sus ojos en redondo mientras él se detiene esperando alguna respuesta, siquiera desvaída entre los troncos de los árboles añosos.
Pero nada, todo es calma, estupor, asombro.
¡Oh, Dios! ¡Cómo se puede sufrir tanto de no encontrar a alguien con quien solemos vernos a cada momento y pasar las horas comunes y corrientes como si no nos hiciéramos tanta falta!
Y no comprendemos cómo nos puede ir la vida en un instante repentino del día o de la noche si no lo encontramos.
8.
¡Por Dios! ¡Que ya responda! ¡Que ya aparezca! ¿Dónde está?
Queremos verlo, encontrarlo en este instante y nunca más olvidarnos en todos los otros instantes sucesivos de la vida.
¿O quizás caminó hasta el otro extremo del valle, vadeando el río cuya corriente amengua en el día y se acrecienta en las noches pero se puede cruzar saltando entre las piedras?
Si es así ha subido por el sendero de pencas y magueyes donde suelen ambos contemplar las flores escarlatas y ver trazar sus arabescos en vuelo loco a las cantáridas de los buenos y malos tiempos.
Corre hacia allá, conteniendo en la garganta ya reseca los últimos ladridos que le quedan antes de caer fulminado, y para lograr que él pudiera oír y responder esté en una cumbre o en la hondonada.
9.
O hundido en la hojarasca en donde seguramente Rodrigo yace atrapado.
Tal vez enredado en algunas lianas, sin poder caminar por alguna herida en la pierna o cadera, producto de alguna caída.
Está agotado de tanto haber corrido, pero hinchando todo lo que puede sus pulmones ladra con un apuro supremo:
– ¡Guauuuuúúú! ¡Guauuuuúúú! ¡Guauuuuúúú!
Y su aullido se parece ya a un lamento:
– ¡Guauuuuuu! ¡Guauuuuuu! ¡Guauuuuuu!
Rodrigo, que ya está casi helado e inconsciente, lo escucha y grita con todas sus fuerzas:
– ¡Valienteeee! ¡Valienteeee!
El perro lo ha oído. Salta de gozo, ladra otra vez y sale otra vez corriendo, pero ya de regreso, veloz como un rayo.
10.
Llega a la casa. El padre, con la mamá y el otro hijo, están angustiados en la puerta.
Valiente frena su carrera, pero aún así sale rodando por el suelo hasta quedar detenido pero hecho un ovillo por una mata de flores. Se recupera y tira del pantalón al papá de Rodrigo queriendo arrastrarlo.
Jala con tanta fuerza que lo hace tambalear.
– ¡Guau, guau, guau! –Volvía a ladrar.
– ¡Zafa, perro! –Le gritaba el papá, impaciente.
Pero Valiente lo tira con más fuerza.
– ¡Este perro me va a romper el pantalón! –Se irrita.
A punto está de darle un fuerte zapatazo, alterado como se encuentra. Pero su hija le advierte:
11.
– Papá, de repente Valiente nos está diciendo que ya encontró a Rodrigo. Tratemos de seguirlo.
– ¡Guau! ¡Guau! ¡Guau! –Aúlla el perro, como si entendiera lo que acaba de decirse. Y se echa a correr por el campo humedecido.
El papá, la mamá y la hermana lo siguen a toda carrera por el bosque, perdiendo a veces los ladridos de Valiente, que avanza a toda velocidad.
– ¡Guau, guau, guau! –Se escucha a lo lejos.
Hasta que llegan a la base de un árbol muy alto. Allí el perro ladra con todas sus fuerzas. Desde arriba Rodrigo responde:
– ¡Valiente!
– ¡Rodrigo!, –grita el papá–. ¡Espera! ¡Tranquilo hijo! Ya te escuchamos.
– ¡Papá!
12.
– Subiré a bajarte. ¡Pero tranquilo! –Grita otra vez.
–Hijito, espérate, no te muevas. –Ruega la mamá. Y llora de felicidad en silencio, abrazada a su hija.
– ¡Mamá! –Exclama Rodrigo desde arriba, también casi llorando.
El papá empieza a trepar y resbala. Intenta otra vez y resbala. Se desabrocha los zapatos, se los saca y las medias también.
Ahora sí, avanza hacia lo alto firme y seguro, mientras la mamá y la hija se abrazaban, temblando de miedo.
Sube el papá hasta la copa del árbol y encuentra a Rodrigo helado de frío, cogido fuertemente de una rama, apagada su voz y acalambradas las piernas, que no las puede mover.
El padre, arrimándole su espalda, le indicó que se coja fuertemente de su cuello. Aún más, lo amarra con la chompa por debajo de sus brazos, y empieza a descender.
13.
Cuando llegan al suelo, la mamá y la hermana lo abrazan y envuelven en sus abrigos, porque le castañetean los dientes y no puede estarse en pie.
– ¡Guau! ¡Guau! ¡Guau! –Salta Valiente.
E inician el camino de regreso a casa. Rodrigo en las espaldas del padre. La mamá envolviéndole los pies.
La hermana saltando de alegría, llevándole los zapatos humedecidos.
Delante va Valiente, como un capitán que avisa que el camino está libre y no hay peligro.
Ya en la cocina de la casa, tomando la sopa caliente y sintiéndose bien abrigado, Rodrigo dice, mirando a Valiente, que está sentado pero con la cabeza erguida:
– Si no hubiera sido por Valiente yo me hubiera muerto.
14.
Todos voltean a mirar a Valiente, al que le brillan de orgullo los ojitos. Y asienten moviendo la cabeza.
– Sí, –recalcan todos–. Valiente se ha portado como un verdadero valiente.
Entonces la hermana va y trae una bolsa de galletas, que abre y deposita en el plato del bravo perrito.
La mamá trae un rico chocolate hecho con maní y frambuesa, que ha guardado para una gran ocasión.
Le quita la envoltura y lo pone delante de él.
Valiente agradece a todos con sus ojitos y mueve la cola.
El papá va y trae su pipa, le enciende un poco de tabaco y le da a probar una chupadita, que hace toser a Valiente.
De todos modos, nuestro héroe agradece sacando su mejor sonrisa y saltando a los brazos de Rodrigo, que lo llena de caricias.
Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente
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AÑO DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS
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José María Arguedas - Imagen: Nalo A.B
SÁBADOS 7 PM. AULA CAPULÍ:
Tacna 118, Miraflores.
Cuadra 3 de la Av. Angamos Este
Entre Av. Arequipa y Paseo de la República
CONFERENCIAS Y SIMPOSIOS SOBRE CULTURA ANDINA
PRÓXIMAS ACTIVIDADES:
Ingreso libre.
Se agradece su gentil asistencia
oooOooo
CALENDARIO DE EFEMÉRIDES
OCTUBRE:
MES DE LA SALUD, LA ALIMENTACIÓN, LA GESTA DE ANGAMOS;
VIDA Y EJEMPLO DE MARIO FLORÍAN Y LUIS DE LA PUENTE
CALENDARIO DE EFEMÉRIDES
4 DE OCTUBRE
DÍA MUNDIAL DE LOS ANIMALES
PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
RODRIGO Y SU PERRO VALIENTE
Por Danilo Sánchez Lihón
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SÁBADO 15 DE OCTUBRE
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LUNES 31 DE OCTUBRE
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oooOooo
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OCTUBRE:
MES DE LA SALUD, LA ALIMENTACIÓN, LA GESTA DE ANGAMOS;
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4 DE OCTUBRE
DÍA MUNDIAL DE LOS ANIMALES
PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
RODRIGO Y SU PERRO VALIENTE
Por Danilo Sánchez Lihón
“Los animales poseen un alma y los seres humanos deben amar
y sentirse solidarios con nuestros hermanos menores”
Juan Pablo II
y sentirse solidarios con nuestros hermanos menores”
Juan Pablo II
1.
Rodrigo, sus papás y hermana han salido a pasar las vacaciones a una casa de campo.
A él le gusta recorrer la campiña, explorar cada maravilla de vida que encuentra en el bosque o a la orilla del río. Y comer frutas silvestres, subido en la copa de los árboles.
En estos paseos siempre va acompañado de su perro, llamado Valiente.
Pero hoy su perro amaneció dolorido de una patita. Y quiso que descanse:
– Hoy te quedas aquí Valiente, para que mañana vuelvas a corretear conmigo. ¡No vaya a ser que te empeores!
Y aunque ha gruñido ha tenido que quedarse. Él ha ido solo. Ya es tarde y aún no regresa.
¿Qué ocurre? Rodrigo ha subido a un árbol muy alto y no ha podido bajar esta vez por el tronco terso e inhiesto.
2.
Ya las sombras arremolinadas han cubierto el firmamento.
Los papás y la hermana han salido preocupados a buscarlo.
Pero es noche oscura. Y llueve con rayos y truenos.
– ¡Rodrigoooooo! –Llaman ya acongojados.
Nada. Sólo se oye el ruido del agua golpeando las hojas y cayendo sobre la tierra.
– ¡Rodrigoooooo! –Repiten el padre, la madre, la hermana. Pero nada.
La madre y la hermana ya lloran desconsoladas.
Ya corren por el campo, gritando y cayéndose, porque casi no se distinguen los senderos.
– ¡Rodrigoooooo! –Nadie responde.
El perro Valiente ha quedado encerrado en casa.
Y ahora él ladra desesperado para que alguien le abra la puerta, queriendo escapar para ayudar a buscar a su amo.
3.
– ¡Guau, guau, guau! –Se escucha su bronco llamado.
Cuando ya no puede esperar más, dando ladridos lastimeros ha subido a la ventana del segundo piso de la casa y desde allí baja por el tejado de la cocina y salta, para quedar libre.
Cae a tierra, revolcándose de dolor por el golpe sufrido, pero se repone y sale corriendo por el campo en busca de Rodrigo.
– ¡Guau, guau, guau! –Ya se oye ladrar en la lejanía.
Corre hasta un herbazal. Y allí ladra con todas sus fuerzas. Pero no, no está. El aire es húmedo, ya la lluvia ha cesado.
Entonces corre veloz hacia la orilla de la pequeña laguna en donde anidan patos salvajes, garzas y se deslizan extasiados los pejerreyes en el fondo de las aguas tranquilas.
¿No será que acaso esté malherido y hundido entre los juncos?
4.
Por eso, ahora corre veloz hacia allá. Se acerca y ladra desde una y otra punta de la ensenada, con los pelos erizados y el hocico anhelante.
Pero, nada. Solo rumorean las aguas, gruñen en sus nidos las comadrejas en sus recodos aletean perturbadas las aves, protestando por la interrupción de sus sueños.
¡Oh, Dios!
Quizá haya subido a aquellas rocas cortantes a contemplar el vuelo de las águilas detrás de las tierras amarillas.
Donde los saltamontes trisan el vidrio congelado del aire y el viento punza la piel con mil astillas. Si así fuera estaría ya aterido y temblando antes de caer rígido.
Corre hacia allá, subiendo por la cuesta empinada, ladrando y husmeando en uno y otro sentido, en una y otra abra, con el rabo agitado.
Pero aquí tampoco está, nada ni nadie responde. Todo es sordo, ciego y mudo. Y lanza desde allí hacia los contornos su aullido lastimero.
5.
¡Oh, Dios!
¿No estará atrapado en la colina vadeando el riachuelo? Donde se precipitan las cascadas puede que tenga los pies atrapados en algún orificio que dejan las piedras cortantes y filudas.
Otros días han podido por allí corretear una que otra vizcacha, o se han aventurado en untar sus dedos en la miel que dejan caer los panales de abejas que cuelgan naturales entre las peñas.
Hacia allá se lanza con la lengua afuera, pero veloz como un rayo. Y ladra urgido y crispado. Pero otra vez nada.
Todo está aterido, callado e inerme. La noche es fría y sombría, pero él sabe distinguir en la oscuridad y seguir la huella del olor de ambos que subsiste entre las piedras.
Pero no está.
6.
¡Oh, Dios!
¿Quizá esté arrinconado en el viejo molino, donde permanece herrumbrada la rueda de fierro debajo de la cabaña, sobre la cual gotea la lluvia que se filtra entre las tablas?
Estará entonces encogido, sin hablar, apretujado en algún rincón, la cabeza escondida entre los brazos, pensando que si abre los ojos ha de ver los tropeles de duendes que suelen hacer su ronda aquí.
Y se lanza feroz hacia allá, para protegerlo de los fantasmas esta noche feroz. O del crujir de las puertas y del lagrimear de los muros.
Entra y en la estampida arroja trastos que despierta entre los muros a las musarañas que habitan las sombras que se esconden bajo la cumbrera de los techos apolillados.
Pero no está aquí tampoco, nadie responde. Y es mejor salir que permanecer un instante en estos reinos de pavor y de miedo.
7.
¡Oh, Dios!
Es terrible imaginarlo, pero ¿no estará detenido por algún zarzal en el bosque umbroso donde los búhos a esta hora entonan sus cantos fúnebres?
Es un lugar temible, pero allá se lanza como una motita de luz entre las tupidas tinieblas.
Las lechuzas desveladas, inquietas por los ladridos desaforados, hacen girar sus ojos en redondo mientras él se detiene esperando alguna respuesta, siquiera desvaída entre los troncos de los árboles añosos.
Pero nada, todo es calma, estupor, asombro.
¡Oh, Dios! ¡Cómo se puede sufrir tanto de no encontrar a alguien con quien solemos vernos a cada momento y pasar las horas comunes y corrientes como si no nos hiciéramos tanta falta!
Y no comprendemos cómo nos puede ir la vida en un instante repentino del día o de la noche si no lo encontramos.
8.
¡Por Dios! ¡Que ya responda! ¡Que ya aparezca! ¿Dónde está?
Queremos verlo, encontrarlo en este instante y nunca más olvidarnos en todos los otros instantes sucesivos de la vida.
¿O quizás caminó hasta el otro extremo del valle, vadeando el río cuya corriente amengua en el día y se acrecienta en las noches pero se puede cruzar saltando entre las piedras?
Si es así ha subido por el sendero de pencas y magueyes donde suelen ambos contemplar las flores escarlatas y ver trazar sus arabescos en vuelo loco a las cantáridas de los buenos y malos tiempos.
Corre hacia allá, conteniendo en la garganta ya reseca los últimos ladridos que le quedan antes de caer fulminado, y para lograr que él pudiera oír y responder esté en una cumbre o en la hondonada.
9.
O hundido en la hojarasca en donde seguramente Rodrigo yace atrapado.
Tal vez enredado en algunas lianas, sin poder caminar por alguna herida en la pierna o cadera, producto de alguna caída.
Está agotado de tanto haber corrido, pero hinchando todo lo que puede sus pulmones ladra con un apuro supremo:
– ¡Guauuuuúúú! ¡Guauuuuúúú! ¡Guauuuuúúú!
Y su aullido se parece ya a un lamento:
– ¡Guauuuuuu! ¡Guauuuuuu! ¡Guauuuuuu!
Rodrigo, que ya está casi helado e inconsciente, lo escucha y grita con todas sus fuerzas:
– ¡Valienteeee! ¡Valienteeee!
El perro lo ha oído. Salta de gozo, ladra otra vez y sale otra vez corriendo, pero ya de regreso, veloz como un rayo.
10.
Llega a la casa. El padre, con la mamá y el otro hijo, están angustiados en la puerta.
Valiente frena su carrera, pero aún así sale rodando por el suelo hasta quedar detenido pero hecho un ovillo por una mata de flores. Se recupera y tira del pantalón al papá de Rodrigo queriendo arrastrarlo.
Jala con tanta fuerza que lo hace tambalear.
– ¡Guau, guau, guau! –Volvía a ladrar.
– ¡Zafa, perro! –Le gritaba el papá, impaciente.
Pero Valiente lo tira con más fuerza.
– ¡Este perro me va a romper el pantalón! –Se irrita.
A punto está de darle un fuerte zapatazo, alterado como se encuentra. Pero su hija le advierte:
11.
– Papá, de repente Valiente nos está diciendo que ya encontró a Rodrigo. Tratemos de seguirlo.
– ¡Guau! ¡Guau! ¡Guau! –Aúlla el perro, como si entendiera lo que acaba de decirse. Y se echa a correr por el campo humedecido.
El papá, la mamá y la hermana lo siguen a toda carrera por el bosque, perdiendo a veces los ladridos de Valiente, que avanza a toda velocidad.
– ¡Guau, guau, guau! –Se escucha a lo lejos.
Hasta que llegan a la base de un árbol muy alto. Allí el perro ladra con todas sus fuerzas. Desde arriba Rodrigo responde:
– ¡Valiente!
– ¡Rodrigo!, –grita el papá–. ¡Espera! ¡Tranquilo hijo! Ya te escuchamos.
– ¡Papá!
12.
– Subiré a bajarte. ¡Pero tranquilo! –Grita otra vez.
–Hijito, espérate, no te muevas. –Ruega la mamá. Y llora de felicidad en silencio, abrazada a su hija.
– ¡Mamá! –Exclama Rodrigo desde arriba, también casi llorando.
El papá empieza a trepar y resbala. Intenta otra vez y resbala. Se desabrocha los zapatos, se los saca y las medias también.
Ahora sí, avanza hacia lo alto firme y seguro, mientras la mamá y la hija se abrazaban, temblando de miedo.
Sube el papá hasta la copa del árbol y encuentra a Rodrigo helado de frío, cogido fuertemente de una rama, apagada su voz y acalambradas las piernas, que no las puede mover.
El padre, arrimándole su espalda, le indicó que se coja fuertemente de su cuello. Aún más, lo amarra con la chompa por debajo de sus brazos, y empieza a descender.
13.
Cuando llegan al suelo, la mamá y la hermana lo abrazan y envuelven en sus abrigos, porque le castañetean los dientes y no puede estarse en pie.
– ¡Guau! ¡Guau! ¡Guau! –Salta Valiente.
E inician el camino de regreso a casa. Rodrigo en las espaldas del padre. La mamá envolviéndole los pies.
La hermana saltando de alegría, llevándole los zapatos humedecidos.
Delante va Valiente, como un capitán que avisa que el camino está libre y no hay peligro.
Ya en la cocina de la casa, tomando la sopa caliente y sintiéndose bien abrigado, Rodrigo dice, mirando a Valiente, que está sentado pero con la cabeza erguida:
– Si no hubiera sido por Valiente yo me hubiera muerto.
14.
Todos voltean a mirar a Valiente, al que le brillan de orgullo los ojitos. Y asienten moviendo la cabeza.
– Sí, –recalcan todos–. Valiente se ha portado como un verdadero valiente.
Entonces la hermana va y trae una bolsa de galletas, que abre y deposita en el plato del bravo perrito.
La mamá trae un rico chocolate hecho con maní y frambuesa, que ha guardado para una gran ocasión.
Le quita la envoltura y lo pone delante de él.
Valiente agradece a todos con sus ojitos y mueve la cola.
El papá va y trae su pipa, le enciende un poco de tabaco y le da a probar una chupadita, que hace toser a Valiente.
De todos modos, nuestro héroe agradece sacando su mejor sonrisa y saltando a los brazos de Rodrigo, que lo llena de caricias.
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