CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
ACTIVIDAD
Mañana viernes 15 de abril a las 11 AM, Día de la Inmortalidad de César Vallejo, convocamos al homenaje que le rendiremos en el monumento a su memoria, en Lima: Jr. Huancavelica, 3ª cuadra, frente al Teatro Segura.
LOS DADOS ETERNOS
Por César Vallejo
Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;
me pesa haber tomádote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
tú no tienes Marías que se van!
Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!
Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,
como en un condenado,
Dios mío, prenderás todas tus velas,
y jugaremos con el viejo dado…
Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte
del universo todo,
surgirán las ojeras de la Muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.
Dios mío, y esta noche sorda, oscura,
ya no podrás jugar, porque la Tierra
es un dado roído y ya redondo
a fuerza de rodar a la aventura,
que no puede parar sino en un hueco,
en el hueco de inmensa sepultura.
Por Danilo Sánchez LIhón
1. La muerte de un guerrero
El Viernes Santo del 15 de abril del año 1938 murió César Vallejo en París, con aguacero; quien nació, se crió y vivió hasta los 16 años en Santiago de Chuco, tierra a la cual amó entrañablemente, regresó siempre y añoró con amor ferviente.
Tenía al morir 46 años y atravesó ese trance doloroso, de casi un mes de postración y fiebres altas, con una dignidad iguales a las que caracterizaron cada uno de sus actos cotidianos. Sin embargo, cada detalle de su muerte está revestida de solemnidad y majestad supremas.
Meses antes, y más precisamente en septiembre, octubre, noviembre y diciembre de 1937, escribió casi todo lo que ahora son los Poemas humanos, período final cuando fragua y cincela también ese poemario incandescente, dedicado a los voluntarios de la República en la Guerra Civil que asoló la patria de sus abuelos, España, aparta de mí este cáliz.
En abril, en Santiago de Chuco, cesan las lluvias intensas de enero y febrero; y se suspira de alivio porque han calmado las inclementes tempestades del mes de marzo. El sol luce esplendoroso en los tejados. Las vigas y los aleros de las casas empiezan a crujir estirándose después de los largos meses de somnolencia y de temblar acurrucados bajo los aguaceros. Abril es el mes de la fecundidad, cuando sobre los campos aparecen mantos de flores silvestres y todo renace como brote, planta o mies.
2. ¿De qué murió César Vallejo?
Después que una eminencia en la medicina que lo examinara, como el Doctor Lemiere dijera: “Este hombre tiene todos sus órganos sanos y no sé de qué se muere”; después que le hicieran punciones a la columna vertebral a fin de extraerle líquido raquídeo, que hizo que diera alaridos y quedara desfalleciente, después que se descartara que tuviera fiebre amarilla o malaria, agonizaba en el amanecer del día 15 de abril.
Como resultado de los estudios realizados por el médico argentino Carlos Urquijo ahora se sabe que murió de paludismo, enfermedad de los trópicos no identificada antes de 1938. Él la padeció de niño cuando desde Menocucho lo llevaron en litera hasta Santiago de Chuco donde a duras penas se recuperó, enfermedad que le rebrotó por la extenuación que le produjo el drama de España.
Murió por consunción y agotamiento, debido a que entregó todo su aliento y las fuerzas de su grandioso espíritu y maltrecho cuerpo a favor de la causa del hombre; por el compromiso que asumió en defensa de la dignidad, del bien y de la nobleza. Murió combatiendo en trinchera, en este caso defendiendo valores auténticos, verdaderos y supremos para el ser humano.
Los enfrentamientos en los campos de batalla en la Guerra Civil Española fueron arduos el 15 de abril de 1938. Desde el amanecer de ese día el ejército de la República rechazó los ataques del ejército de Franco en Vinaroz, en el Mediterráneo.
Murió en batalla contra el mal y la muerte. Su martirio es el sacrificio de un guerrero, quien nos dio el ejemplo con su vida de cómo hay que asumir una causa y adoptar un compromiso a favor de los ideales irrenunciables de la humanidad.
Su muerte es un paradigma, una página heroica, una epopeya como la más grande de los fastos universales.
3. Intuiciones de su muerte
En el poema "Piedra negra sobre piedra blanca", César Vallejo escribió:
Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París –y no me corro–
talvez un jueves, como es hoy, de otoño.
Vallejo murió a las 9.20 de la mañana del día Viernes Santo, 15 de abril del año 1938 y llovía. Claro, algunos dicen que no acertó totalmente porque él menciona el "jueves", aunque entró en agonía y en estado de coma ese día. Pero, es más, leamos bien; él expresa: "Talvez un jueves..."
En el ámbito de la literatura no son muchas las referencias de escritores y poetas iluminados que anunciaran y predijeran su muerte. César Vallejo casi nos la describe.
Sin embargo, Juan Espejo Asturrizaga en su libro César Vallejo itinerario del hombre, refiere lo que él denomina: "Una visión premonitoria", acápite bajo el cual relata que mientras César Vallejo se encontraba refugiado en la casa de Antenor Orrego, en Mansiche, Trujillo, a fin de librarse de la persecución policial por la denuncia que recaía en contra de él, y otras personas, acusado de incendio y asesinato por los sucesos ocurridos en Santiago de Chuco el 1 de agosto del año 1920, en palabras textuales nos informa lo siguiente:
4. De la visión al hecho
Durante su permanencia aquí César tuvo una noche una visión que lo llenaría de terror y lo angustiaría por muchos días, siendo el tema de sus conversaciones.
Estaba despierto, decía, cuando de pronto me encontré tendido, inmóvil, con las manos juntas, muerto. Gentes extrañas a quienes yo no había visto nunca antes rodeaban mi lecho. Destacaban entre éstas una mujer desconocida, cubierta con ropas oscuras y, más allá en la penumbra difusa, mi madre como saliendo del marco de un vacío de sombra, se me acercaba y sonriente me tendía sus manos... Estaba en París y la escena transcurría tranquila, serena, sin llantos.
La tremenda impresión que le produjo esta visión que, aseguraba la había tenido perfectamente despierto, lo llevó a llamar desesperadamente a Antenor que dormía plácidamente al otro extremo del dormitorio. Antenor trató de calmarlo, indicándole que se trataba de una pesadilla. "No, no –repetía César– he estado despierto, como lo estoy ahora, despierto, despierto. Todo lo he visto como te veo a ti en este momento..."
Esto sucedió en 1920. Allí precisa, y es asombroso, que el cuadro que acaba de referir ocurre en París, un lugar muy distante en el espacio hacia el cual, por más que lo anhelara, constituía un sitio remoto poder llegar a él, como también era lejana la escena en el tiempo, ya que su muerte ocurrió en 1938, cubriéndose un tramo, de la visión al hecho, de 18 años.
5. Significado de su muerte
Pero, aparte de lo profético, hay aquí un rasgo a destacar, cual es el coraje del cual está imbuida su muerte. Cuando él dice "y no me corro" porque él sabe, por su premonición que estando en París es donde sobrevendrá su muerte. Esto indudablemente se relaciona con el significado que ella tiene cual es el voluntariado para hacerse cargo de una misión y una causa, arriesgando en ello la vida, valor que se añade a la tristeza y melancolía natural con que se piensa y medita en la muerte.
En esta vivencia hay una fusión asombrosa entre sueño y realidad, predicción y constatación, anuncio y cotejo. Ya mirada a la distancia y contemplándola panorámicamente todo, se corrobora cada dato que él nos diera en su vaticinio:
"Gentes extrañas", las hubo; "una mujer desconocida" –que le intriga saber quién es– corresponde a Georgette; "rodeaban mi lecho", también fue así y murió de esa manera, en la cama de una clínica.
Entonces, vemos cómo se va hilvanando sueño y realidad en el intento, inclusive de identificar ya en la escena real, que ocurriera tiempo después, quiénes son las personas que él visualiza alrededor de su lecho. 18 años antes él ve los rostros de las personas que rodean su tarima de muerte, los identifica totalmente porque dice de una de ellas: “... a quien yo no había visto nunca antes.”
6. Su testamento heroico
Es difícil imaginar en una alternativa de siete en qué día de la semana uno va morir de manera natural. Vallejo lo señaló y tiempo antes del sueño premonitorio que tuvo lugar en la casa de Antenor Orrego. Además, lo dejó escrito.
Son admirables las coincidencias y significados que se dan en el poema “Piedra negra sobre piedra blanca”, como prodigiosa la premonición en la casa de Antenor Orrego en Trujillo, lo verdaderamente asombroso es que de los 365 días del año se señale uno y la muerte coincida con ese día entre esas casi cuatro centenas de días:
En el poema "El poeta a su amada", escrito el 2 de setiembre de 1917, expresa:
Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso;
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernesanto más dulce que ese beso.
En esta noche rara que tanta me has mirado,
la Muerte he estado alegre y ha cantado en su hueso...
¿Qué más sorprendente? Allí está la muerte, él, el Viernes Santo y Jesús llorando.
Pero, es más, intuyó su agonía en otro ámbito o dimensión, quizá en lo más importante y extraordinario, cual es: realizando actos esenciales antes de morir, como escribir los meses y los días anteriores su poesía más portentosa y abismal.
Talló antes de morir su testamento heroico como es el poema dedicado a exaltar la lucha del pueblo español en el trance de la guerra civil, titulándolo además como la oración de Cristo cuando vislumbra su martirio y final inmolación.
Y hasta previno su posteridad y su vigencia postrera cuando a un periodista que le solicitó una entrevista le responde: "Véame después de mi muerte".
7. El retorno a su tierra
Este tránsito de César Vallejo culmina retornando en espíritu a su tierra y a su infancia. Respecto a ello, cuenta la señora Oyarzún –quien en la víspera de su muerte pasó toda la noche velando junto a su cabecera– que a las cinco de la mañana del 15 de abril César Vallejo llamó a su madre y poco antes de expirar, ya en presencia de su esposa y varios amigos, pronunció estas palabras: "España. Me voy a España".
Otra vez tenemos aquí constancia y fe de ese voluntariado para ir a un país en guerra, en trance de parir, como era la circunstancia por la cual atravesaba España en esos momentos, de allí que la presencia de César Vallejo hay que imaginarla siempre allí donde el planeta y la sociedad están en lucha ardorosa por forjar su porvenir. Él está pendiente de todos los pueblos del mundo en revolución. Que ellos sepan que cuentan con un militante grandioso en sus filas: César Vallejo.
Pero, aparte de un pueblo en lucha, España para César Vallejo es su propia tierra, el Perú y Santiago de Chuco. Lo dice él mismo en un artículo escrito en 1926 al acercarse a dicho país:
"...vislumbro los horizontes españoles, poseído no sé qué emoción inédita y entrañable. Voy a mi tierra, sin duda. Vuelvo a mi América Hispana."
Y cuenta Gonzalo More, quien estuvo en el grupo que lo rodeó en su lecho de muerte, en carta que dirige a Manuel Chávez Lazo, lo siguiente:
"La expresión de su rostro muerto era verdaderamente maravilloso. No te imaginas que belleza interior y que luz sobrehumana en la frente del cholo. El gesto de dolor que yo vi minutos después de su muerte, desapareció para dar vida a una expresión de serenidad y bondad infinitas..."
8. Abril en Santiago de Chuco
En abril, en Santiago de Chuco, se recogen frutos de las primeras cosechas: choclos, chungares, habas verdes. Por eso, comparo la muerte de César Vallejo en abril al acto de la maduración que hace el labriego, el campesino y el peón –con quien él se abrazó solidariamente en vida– de inclinarse y consustanciarse a la tierra madre para ser grano, semilla y mies; peón con quien Vallejo vuelve a abrazarse en el acto ineluctable de su muerte y resurrección.
Camino a Urupamba, pasando por el Agua del Oro y ya en el sitio que llamamos las Tierras Amarillas –que de niños subíamos corriendo y gateando–, crecen unas flores infinitas, ora azuladas, ora amarillas, de una belleza sin par, intensa por su luminosidad y ternura.
– Mira..., –dicen mis primas, cogiéndolas–. Éstas son más hermosas que las rosas porque crecen entre las piedras.
Y ciertamente, nos conmueven además por su gratuidad, por ser insospechadas y sin la obligación de crecer, lejos de los jardines de las casas presuntuosas y solariegas.
9. En plena soledad, cara a lo eterno
Brotan silenciosas y ensimismadas entre los abrojos y el cascajo del camino, sin ser vistas por jumentos y mulos que las pisan. Y de más valor aún: en plena soledad, cara a lo eterno, a la luna o al sol implacables, sin nadie que las riegue, afloran con una dulzura y delicadeza inexplicables.
Son flores que ni siquiera tienen nombre, que son masa, anónima y hermanada en grandes anhelos. Y “masa” es la bandera del ideario que alentó a los hombres que lucharon con intensidad de vida y muerte para legarnos la herencia que nos engrandece y nos dignifica.
Son flores del camino que serpentean entre peñas, cascajos y espinas. Brotan frecuentemente del dolor y el sufrimiento, las mismas que las sentimos, olemos y sabemos al leer a quien de lo más acerbo y atroz hizo brotar una luz primigenia, fresca y candorosa: la poesía más honda, bella y trascendente que hayamos podido conocer y principalmente sentir y vivir, como es la del autor de “Los heraldos negros”, “Trilce”, “Los poemas humanos” y “España aparta de mí este cáliz”.
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