martes, 29 de diciembre de 2020

29 DE DICIEMBRE: UN MUNDO PIADOSO - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN


 

Construcción y forja de la utopía andina

 


 

DICIEMBRE, MES DE LAS MONTAÑAS,
DE LOS DERECHOS DE LOS ANIMALES;
DE LOS MIGRANTES, Y DEL NACIMIENTO
DEL DIOS NIÑO EN LA NAVIDAD
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO


 
SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL


 
*****
29 DE DICIEMBRE
 
UN
MUNDO
PIADOSO
 
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
¿SE PODRÁ
PRESCINDIR
DE ELLA?

 Danilo Sánchez Lihón
 
 
El mejor olor es el del pan,
el mejor sabor es de la sal,
el mejor amor ¡el de los niños!
Grahan Greene
 
 
1. Apenas
dura
 
Un niño canta en el microbús. Me regala la ternura de su mirada sólo porque pongo en su manita morena e inocente, cincuenta céntimos.
Otro sube y dice así:
"No te molestes conmigo amable pasajero. No creas que no sienta vergüenza al interrumpir tu lindo viaje. Pero, levántame la moral haciendo que lleve un pan a la mesa de mi hogar. Ayúdame con una moneda que a ti no te va a hacer pobre ni a mí rico. Y no creas que no tenga nada que ofrecer.
También canta, y nos regala a todos, una hermosa evocación. Porque, ¿quién al escucharle no ha podido recordar un pasaje especialmente conmovedor acerca de su vida?
– ¡Gracias! –Le digo al niño. Recibe lo que le doy, y me mira incrédulo.
Y al agradecerle se ha dibujado sobre su rostro triste, áspero y reseco, que ya no sonreía, una vibrante felicidad, que lamentablemente apenas dura un instante.
– Y, ¿por qué le da las gracias?
 
2. ¿Quién
obsequia?
 
Cuestiona severo mi compañero de asiento.
– Porque con cincuenta céntimos hace que me sienta bueno. Me lo hace sentir así. Y eso, ¿no es inmenso? Hay personas a quienes damos todo y, sin embargo, no creen que por eso seamos hombres buenos.
– Eso, sin ir más lejos, también somos nosotros. –Se atreve a decir.
– En cambio este niño por cincuenta céntimos cree que soy bueno de a verdad. ¿No es conmovedor y grandioso? La moneda a mí no me pertenece. Entonces, quién en realidad obsequia es él, no yo. Me ha hecho bueno sin que lo sea. Por eso le he dado las gracias.
El hombre de al lado, que sin duda ha comprendido, escucho que reclama:
– ¡Dando limosna esta ciudad se va a llenar de pordioseros!
– Se necesita mucho valor para salir a mendigar, y lo hace quien lo necesita. No cualquiera tiene el coraje para hacerlo. ¡Y eso vale mucho!
– ¡Solo quien tiene mala conciencia da limosnas! Además, estos son dirigidos por una banda de explotadores. Es dar de comer a sinvergüenzas.
Yo prefiero callarme.
 
3. Bendiciones
tuyas
 
Esta vez sube un joven y recita un poema. Me concentro para escucharlo. Es un poema titulado “Pobre amor”, de José Gálvez, que no lo dice, y solo recita así:
Pobre amor, no lo despiertes
que se ha quedado dormido...
hay en sus labios inertes
la tristeza del olvido.
Pobre amor, no lo despiertes
Dios sabe cuándo ha sufrido.
Pobre amor, no lo despiertes
que se ha quedado dormido.
Pocas personas han atendido la letra, pero eso ¿qué importa? La poesía, después de todo, es aura. Y aura es lo que yo he sentido cuando él lo ha dicho.
Le doy una moneda de a sol por haberme dado la inmensidad de esas palabras. ¿Quién dona? ¿Quién es el pródigo y generoso? ¿Acaso soy yo? Yo, ¿qué doy? ¡Nada! O, si es algo, a ti se debe. Porque hasta la vida que tengo no me la merezco y no me pertenece, sino que tú me la has prestado hasta hoy día, mi Dios.
 
4. La mano
de Dios
 
Ahora han subido dos hermanitas y ambas juntas, cogidas de las manos, nos cantan una canción que la cantaba mi padre y mi madre, y hacía tiempo que no la había vuelto a escuchar, desde los días de mi infancia, una de cuyas estrofas dice:
Mujer andina vengo a contarte
todas mis penas y mis dolores.
Cerros nevados he caminado
solo por verte, mujer andina.
Les doy lo que tengo y al extenderles mi mano han puesto en ella ricos dulces de albaricoque y frambuesa. Pruebo uno de ellos que endulza mi vida para siempre. Al dirigirme su mirada han hecho que me sienta afortunado. ¿Qué más puedo yo pretender? ¿Quién alguna vez logró que me sintiera rico? Y, al final, ¿quién da?
Y por otras monedas me han prodigado bendiciones en nombre de ti, Dios. Bendiciones tuyas, que es igual a obsequiarme joyas, diamantes, paraísos. Y agradecen tanto que me hacen sentir el ser más afortunado de la tierra. ¿No es extraordinario?
 
5. La solución
no es ésta
 
Otros niños del Centro Victoria dan testimonio de cómo se han recuperado de las drogas, para lo cual venden unos pañuelos de tocador con un fresco aroma a espliego y alhucema, a manzanilla y a jazmín.
Pareciera que las proximidades de Año Nuevo imbuyeran a las personas de un impulso por conseguir algo.
Por dos monedas me han regalado unos deliciosos pañuelitos perfumados. Todo por otro mísero sol.
– ¡Me bajo! ¡Me bajo aquí! –Vocifera el hombre que ha venido a mi lado–. ¡Hay gente corrupta que da limosna y estamos llenando esta ciudad de mendigos! ¡La gente tiene que trabajar, señores! ¡Aquí me bajo!
Se ha bajado. Mientras un joven que vende curitas insiste:
– Agradezcan quienes tienen trabajo. Agradezcan quienes no sufren enfermedades. Agradezcan quienes tienen familia.
Y lo entiendo como algo que quizá no dependa mucho de nosotros mismos.
 
6. No dejarse
morir
 
¡Sé que la solución no es ésta, Dios de los cielos! Y que tendremos que luchar a morir para que todo esto no siga igual, y cambie en algo. ¡Démosle a brazo partido para corregir esta situación!
Pero entretanto gracias Dios por el privilegio de poner en mis manos unas monedas honradas que pueden hacerlos sentirse dichosos por un momento a quienes las requieren.
Gracias por darme el alivio de siquiera parecer un hombre bueno. ¡Y qué maravilla de parte de los niños esta fuerza por vivir!
Esta pugna por no dejarse vencer siendo todavía tan tiernos. Esa fuerza que invade las calles, que sube y que canta en los micros.
Ese desvelo que hace que se cocine y se levante un toldo en plena vereda, que luego el serenazgo confisca y la policía reprime.
Sé que en el fondo de todo esto hay desgracia, sé que en el fondo hay terrible pena, llanto y desolación, y no sé cuántos más sufrimientos.
 
7. La trama
del universo
 
Pero, gracias por darme lo que a través de estos niños y de estas madres y padres, me das. Cual es el sentido de lo que es ser piadosos.
Sentido dentro del cual, el sol que les doy más que encumbrarme me humilla y es dable presentir que incluso me condene.
¡Sobre todo sentir esta gracia inmensa de que uno se sienta, aunque sea ilusoriamente bueno, siquiera por un instante!
Y por unos cuantos céntimos que no me pertenecen, sino que tú los pones en mis manos.
Porque si aún no hemos podido todavía cambiar el mundo, gracias a estos niños porque con todo su dolor nos dan algún consuelo y nos lo hacen presente.
Y gracias por la oportunidad de sentir siquiera por un instante la bondad con que también está tejida la trama del universo.
Y nos hacen prometer en silencio no claudicar en intentar otra vez cambiar el mundo para hacerlo siquiera un poquito mejor.
 
*****

 

29 DE DICIEMBRE

A QUE NO ME MIRAN TUS OJOS

 


 

EL MISTERIO

DE

LAS PUERTAS

 

 


Danilo Sánchez Lihón

 

Nunca, sino ahora, supe que existía

una puerta, otra puerta

y el canto cordial de las distancias

César Vallejo

 

1. Tierra

cayendo

 

Yace aquí quieta y abandonada la vieja puerta. ¿Para esto dejó ladearse los adobes que tenían encima? ¿Y que han forzado a que se tuerza el dintel y la viga que sostenía el peso de arriba?

Dejando sobre ella que se abra una grieta aun teniendo el estuco blanco de cal o de yeso primorosamente enlucido, como si un cuchillo la tasajeara la cara.

Teniendo como cómplices de su abandono a la llovizna, al sol, al arco iris. Y si es de noche a la luna, a las estrellas y hasta a las sombras nocturnas que no quieren que se sienta más tanta pena y el estigma del abatimiento.

La penumbra compasiva ahora la cubre. Y la neblina disoluta la oculta para que se desahogue y llore a sus anchas bajo su rebozo, sin que nadie la oiga y la consuele.

¡Para que se deshaga si quiere en suspiros! Con la tierra desmoronándose en sus largas mejillas amarillentas, tierra desmoronada y cayendo, que la ayuda a bien morir.

 

2. Y deje

de llorar tanto

 

No es la tierra como lar o terruño, ni como bola redonda de agua suspendida en el firmamento, hecha también de mares, de desiertos y montañas.

Quien con sus leves temblores de achacosa y desvalida nodriza va haciendo que los adobes aflojen sus junturas y ella se vaya quedando quieta, pasiva y deje de llorar tanto. Y al final, sin que nadie se dé cuenta, doble sus rodillas y sucumba.

Sino es más bien la tierra hecha grumos, y capa de polvo reseco o humedecido y que se prende con su incuria y abulia de los viejos trastes.

Teniendo como cómplices a sus opuestos, como son las flores que, con su presencia, su brevedad y su morir solidarias, y hasta antes que la puerta caiga, quisieran alentarla con su gracia y encanto, pero que más la hieren y lastiman con su involuntaria belleza.

 

3. Gorriones

inconscientes

 

Allí es cuando la puerta se olvida y se acuesta por sí misma en su lecho de moribunda. De ver marchitarse tanta belleza y lozanía.

Y se entierra bajo montículos de arcilla de los adobes empeñosos que han caído rendidos y se siguen desmoronando.

Hay también zumbidos de aliento de los moscardones sonámbulos. Pero es en balde; nada atiende ni quieren oír sus tablones, jambas y cuarterones que se desgonzan bajo las nubes apocadas, los aguaceros y relámpagos.

Y sucumben, para pasar a ser pisoteadas por los leves pasos de los gorriones inconscientes de hollar tanta vida sufrida. Y que lo que buscan es hacer sus nidos en los lugares inhallables.

Que ya lo son ellas mismas arrumadas simplemente como montículos, cuando antes por aquí se recibían las visitas.

 

4. A recoger

lo que dejó

 

Puertas que nos llevan a una región embargada por no sabemos qué misterios, ni obedeciendo a qué premoniciones.

Puertas visitadas sólo por libélulas lastimeras –que no piensan en otra cosa que en sus propias mieles.

O bien habitadas por las lechuzas que solo piensan en sus malos augurios.

Y quedan así las puertas tendidas en los traspatios, a la buena de Dios en su mudez y en su autoimpuesto silencio y castigo.

Quedan colgando sus armellas impenitentes donde alguna vez se posó la mano cálida de una doncella, y algún vago suspiro que alguna vez se exhaló y que escapa ya eternamente entre las rendijas de sus tablones susurrantes.

O el aliento del primer beso que se robó cuando la niña se empinaba en sus umbrales. ¿Quién es aquel que lo dio que hasta ahora no vuelve hasta aquí a recoger lo que dejó?

 

5. Amor

inconfesado

 

Niña que tenía la vida por delante y ahora quizá arrastre por detrás.

O ya esté muerta, con una estela de camino por detrás donde esta puerta sea el punto donde el camino se quiebra.

¡Puertas que conservan algunos grumos de pintura añil sobre sus paneles apolillados que eran de color verde, donde se pintó algún nombre, y se inscribió algún número que ya a nada apunta ni sirve!

¡Y el señuelo de algún amor inconfesado entre sus dos hojas ahora desiguales!

¡Porque el mundo no pesa parejo, sino que siempre se inclina hacia un lado!

 

6. Aires

de fiesta

 

Puertas que ya no dan a nada; que han quedado en el centro de dos vacíos, el de adentro y el de afuera. Y la nada al centro.

O ellas mismas en el centro de todo.

Pero que probablemente alguna vez dieron hacia un corredor o a una sala donde se cantaba, se soñaba y se amaba.

¡Y la vida empeñosa se erigía cantarina y lozana!

Y se desenvolvía, como decimos frecuente y de manera inconsciente, normal. Ingenua y desaprensiva.

O simplemente se dejaba fluir, y transcurrían los días apacibles. ¡Porque hasta aquí llegaban los aires de fiesta de un pueblo feliz y bullente!

¡Lo cual ya es inmenso y bastante!

 

7. Ya no son

puertas

 

Pero ahora este es un lugar que solo abre paso a la no existencia. Y ya no es a un solar cotidiano hacia el cual se entra y se sale.

Donde al final he saltado, entrando por un muro lleno de madroños y matojos. Con espinas que llevo clavadas en manos y en brazos.

Puertas que no llevan a nada. Es más: por las cuales ya no se pasa, sino que las miramos abandonadas, ni siquiera como tablas de un naufragio, porque al final aquellas se salvan.

Sino que nos lleva con su cerrazón definitiva ¡no sabemos hacia dónde! Hacia otro universo desconocido. ¡Ni sabemos a dónde, a qué, ni por qué! ¡Ni hasta cuándo!

Estas entonces ya no son puertas, ni resuello ni suspiros. Son enigmas que se ahogan en la vastedad del tiempo infinito.

 

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